Mamá Otaku

¿Es el animé más que entretenimiento? Para responder esta pregunta, Karen Veizaga nos presenta a Ángela Valverde Ortiz, conocida como Mamá Otaku, quien revela cómo las series japonesas transformaron su vida y cómo, en la actualidad, utiliza esa pasión para conectar con otros y abordar temas profundos.
Editado por : Juan Pablo Gutiérrez

Es como si me viera siendo niña. De lunes a viernes cumplía sagradamente con la rutina que mi padre me había inculcado. Regresaba del colegio, almorzaba y, cuando terminaba de hacer las tareas, llegaba la hora de ver televisión. 

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Ángela Valverde, Mamá Otaku. / Fotografía: Gentileza de Ángela Valverde.

Tras una infancia temprana viendo Heidi, Marco (Isao Takahata, Nippon Animation) y otras series animadas de Disney, finales de los 80 y los 90 se caracterizaron por una explosión de series de animé que se emitían por los canales nacionales. 

Este fenómeno sucedió también en otros países de Latinoamérica, como es el caso de Perú. En la ciudad de Sullana del departamento de Piura, una niña vivía una vida similar a la mía. 

Ángela Valverde Ortiz, conocida en redes sociales como Mamá Otaku, quedaría cautivada con Mazinger Z (Gō Nagai, Toei Animation) y Capitán Harlock (Leiji Matsumoto, Toei Animation), series que le mostrarían universos muy distintos a los que había visto.

Las caricaturas, en su mayoría, relataban situaciones graciosas, mostraban héroes invulnerables que siempre lograban salvar a todos o, tras enfrentar varios obstáculos, conseguían aquello que tanto anhelaban, aspecto que distaba mucho de las animaciones japonesas que empezó a ver. 

El capitán Harlock era un héroe, pero por muy fuerte que fuera, era vulnerable, sufría. Esos nuevos universos que la niña presenciaba eran transitados de la mano de la muerte.

La década de los 70 para la animación japonesa estuvo marcada por un auge de producciones elaboradas para su distribución en occidente. Muchas de estas series llegaron a América Latina recién en los años 80. Influenciadas por la situación política de Japón después de la Segunda Guerra Mundial, retrataban personajes que se sobreponían a la desgracia y aprendían a vivir a partir del sufrimiento.

Conforme Ángela iba creciendo, establecer relaciones con sus pares se tornó en algo difícil.  

–Yo era la más listilla de la clase y, además, veía esos “dibujos animados” –, dice sonriendo–. Las otras niñas se burlaban de mí y me decían cosas hirientes.

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Capitán Harlock, el pirata del espacio, es un héroe que junto a su tripulación busca la libertad. / Ilustración: TMS Entertainment.

Mientras más la molestaban, Ángela se mostraba más altanera, pretendiendo ocultar el dolor que sentía. 

La profundidad de personajes como Lady Oscar (Riyoko Ikeda; Tadao Nagahama, TMS Entertainment Co., Ltd.) la ayudaron a no sentirse sola, pudiendo identificarse con los conflictos que ella enfrentaba. Oscar François de Jarjayes era una mujer noble de la Francia del Siglo XVIII. que fue criada por su padre bajo los roles que socialmente se atribuían a los varones. En las diversas aventuras que relata el manga y la serie animada, Oscar se muestra como una joven audaz y valiente, capaz de enfrentarse a cualquier villano para proteger a la Reina María Antonieta, así como compasiva y justa. Conforme avanza su historia, ella explora su propia sexualidad y vulnerabilidad. 

Las tardes de Ángela adolescente estaban acompañadas por Saint Seiya, más conocido en los países de habla hispana como Los caballeros del zodiaco (Masami Kurumada, Toei Animation). Los caballeros de bronce eran niños en situación de pérdida del cuidado familiar. En la serie animada, desconocen su origen y son reclutados por Mitsumasa Kido para entrenar y convertirse en los defensores de la diosa Athena y de la paz en el universo.

Saint Seiya me recuerda bastante a los conflictos que vivía de adolescente. Las historias que veía presentaban lineamientos éticos, registros morales con los que empatizaba –describe Ángela, como si en sus ojos pudiéramos revivir algunos episodios de la serie–. Pensaba que, con esos lineamientos, podíamos llegar a vivir mejor. Me mostraban que los seres humanos podíamos hacer cosas muy buenas y tener integridad.

Las aventuras de Seiya, Shun, Hyoga, Ikki y Shiryu alimentaron en Ángela valores como la amistad, la lealtad y le daban aún más fuerza para resistir esa sensación de no ser comprendida, de ser diferente a los demás.

De esa forma, Ángela empatizaba con los personajes de animé, los amaba u odiaba, sufría junto a ellos, vivía dolor, pero era capaz de seguir adelante. No eran solo personajes dibujados. Eran sus amigos.

Pero esas sensaciones no se fueron con el pasar del tiempo. Se transformaron, se intensificaron. Al ser adulta, recibió un diagnóstico que le ayudó a comprender lo que le sucedía: identificaron limitaciones en su forma de socializar con las demás personas, así como depresión crónica. Su historia posiblemente habría sido muy distinta si no hubiese hallado en el manga, el animé y el dibujo ese refugio que tanta falta le hacía.

–El manganimé me motivó a querer estudiar bellas artes –recuerda Ángela con nostalgia–. Pero, por las condiciones en que vivía mi familia, tenía que estudiar algo que genere empleo y recursos.

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En el transcurso de Lady Oscar, la protagonista explora su propia sexualidad y vulnerabilidad.

Mamá Otaku es una mujer peruana de 44 años, comunicadora social que ha trabajado los últimos veinte años en desarrollo humano, cooperación internacional y ayuda humanitaria en situaciones de emergencia. Es también madre de dos niñas, lectora y apasionada del manganimé.

–Para mí fue difícil alcanzar la estabilidad económica. Te meten la idea de que, si no estás haciendo algo productivo, estás perdiendo el tiempo. El único lujo que estaba permitido era comprar libros –rememora Ángela, comprendiendo en retrospectiva por qué dejó durante tanto tiempo una de sus principales pasiones.

Si bien las películas de Studio Ghibli la mantuvieron conectada con la animación japonesa, a finales de 2019 fue cuando decidió retomar su relación cercana con el manga y el animé debido a que, nuevamente comenzó a encontrar un refugio en sus trazos. Se convertiría en un modo de sobrellevar la maternidad.

La estabilidad económica le permitió acceder a la compra de libros de manga y comenzó a utilizar también las películas y series de animé para tratar temas con sus hijas, para analizarlos, para entretenerse y aprender.

–Desde muy pequeña, desarrollé la costumbre de leer aprendiendo cosas. Leía del contexto de la novela, veía referencias, escuchaba la música –explica. Por eso, cuando ella prepara episodios de su podcast Mamá Otaku o Brujas, gatos y animé, suele dar referencias del contexto y de la música de las series o películas que aborda. Además, relaciona los contenidos que elabora con el trabajo que realiza en derechos humanos y con los gajes de la maternidad.

Mamá Otaku es conocida en varios países de habla hispana, aunque la mayoría de seguidores se encuentra en México. Le sorprenden las conexiones que puede generar el manga y el animé con gente que comparten esta pasión alrededor del mundo. Personas de todas las edades difunden sus contenidos, retroalimentan sus publicaciones y generan un diálogo que, más allá del contexto japonés, se adapta a las diferentes vivencias, tanto personales como colectivas que tenemos los seres humanos.

–Creo que el animé me ayudó a establecer amistades siendo una mujer adulta–, expresa con firmeza en la voz–. Me sirvió para establecer vínculos respetuosos de amistad, encontrar amigos con quienes analizamos las situaciones y vemos animé con perspectivas críticas, aplicando lo que vemos a la realidad.

El animé conjuga la tradición y la modernidad. Nos muestra los valores, costumbres, creencias de la sociedad japonesa y su evolución desde los años 20 hasta la fecha, con toques de ficción y tecnología –dependiendo qué género de animé estemos viendo–. Sin embargo, la riqueza emocional de sus personajes, los conflictos que viven y la genialidad de sus historias trascienden la geografía de Japón, y son elementos que, sin duda alguna, lo convirtieron en un fenómeno global.

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Los caballeros de bronce de Athena esgrimen la amistad y la lealtad para enfrentarse a las adversidades. / Ilustración: Toei Animation.

Hablar con Ángela de animé es emocionante, pero las responsabilidades de la crianza y el trabajo llevan nuestra conversación a su fin. 

Podemos leer los mangas, empezar o volver a ver algunas series que marcaron los cuarenta y cuatro años de vida de Mamá Otaku, entre las cuales, además de las que mencionamos están: Fullmetal Alchemist: Brotherhood (Hiromu Arakawa; Yasuhiro Irie, BONES), Samurái X (Nobuhiro Watsuki; Kazuhiro Furuhashi, Studio Gallop, Studio DEEN), Dororo (Osamu Tezuka; Gisaburō Sugii, Mushi Production) y Monster (Naoki Urasawa; Masayuki Kojima, Madhouse). En caso de que deseemos algo más corto, podríamos ver su película favorita de Studio Ghibli: La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki).

A mí también me gustaría recomendarles series y películas, pero la capacidad humana de atención –sobre todo ahora que estamos tan expuestos a dispositivos digitales– y las páginas se nos hacen cortas para eso.

Disto mucho de tener el gran nivel de Mamá Otaku que tiene Ángela, pero si la belleza estética, la profundidad de los personajes, la música, las voces y las historias no son motivo suficiente para pasar una buena tarde de sábado prendido a la pantalla, les contaré lo que el otro día le dije a mi mejor amigo –a quien no le gusta mucho el animé– después de haberle relatado una escena de una película de Isao Takahata: “Hay emociones que solo el animé puede transmitir porque los personajes de carne y hueso se quedan cortos”. 

Puedo asegurar que se tragó sus lágrimas para que yo no las viera.

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