Mal me he soñado
“Una mujer que acudió a la sucursal del Banco Unión en Senkata terminó con serias lesiones por disparos de un arma de fuego”.
La noticia se transmitió en la televisión pública y no le dimos mucha importancia, especialmente yo, porque odio escuchar ese tipo de noticias. Solo logran poner a mi mamá triste y preocupada al ver que el mundo sigue siendo una porquería, muchas veces le he dicho que apague la tele que solo logra ponerla preocupada. Creo que, por eso mismo, yo casi nunca enciendo la televisión de mi cuarto, a menos que haya partidos de la Champions League; si no, prefiero no escuchar las noticias, al final todas son iguales: que violaron a alguien, que mataron a alguien, que x político se robó harta plata y bla, bla, bla. Preocupándome no lograré arreglar el país, solo perjudicaré la poca salud mental que aún conservo.
Para evitar que mi mamá se pusiera a reflexionar sobre lo ocurrido, hice un comentario sarcástico y humorístico para restar seriedad al asunto.
—Cámbiale, madrecilla, no me gustan los noticieros que venden sangre y tripas, ponle a los dibujitos o al fuchibol —dije levantándome de la cama para yo cambiar de canal.
—Ah, por cierto, justo vi a tu tía Zulma parada en Senkata, cerca al Banco Unión, ¿qué sería no? —comentó mi mamá.
—No sé che, ¿de cómo le has visto?, ¿acaso no has venido directo a la casa?, ¿te has quedado en Senkata?, ¿o cómo?
—No, no, le vi del minibús nomás cuando estaba viniendo a la casa. Quería quedarme para preguntarle que tenía porque le vi raro, parecía preocupada.
—Si estaba en el banco, capaz no pagaron su crédito a tiempo o no sé, algo así.
En cuestión de minutos, nos olvidamos de la noticia que había pasado en la televisión. Ni siquiera hablamos de ella durante el resto de la noche. Como mencioné antes, preocuparnos por cosas así no nos ayudaba en absoluto. Cenamos mi mamá, mi hermana menor y yo, conversando sobre otros temas. Bromeamos entre nosotros como siempre y terminamos mirando Facebook y TikTok, compartiendo memes de gatitos, de fútbol o “cosas random”, como dice mi hermana.
Pensábamos que ya nada malo nos podría ocurrir, por eso nunca hablábamos de las tragedias que escuchábamos en la televisión. En más de una ocasión he escuchado decir que en todas las familias siempre tiene que ocurrir un accidente grave y que lo mejor es que sea un accidente con suerte para que no sea tan grave. Nuestro accidente ya había sucedido: hace años, cuando estaba por ingresar a la universidad, un taxista me atropelló por ir a alta velocidad en una carretera que tenía una señalética escolar que al parecer el chófer ignoró. Afortunadamente, fue con suerte ya que al día siguiente ya estaba bailando rock'n'roll y disco. Incluso puedo presumir que al taxi le fue peor, ya que quedó más abollado que yo.
Claro, toda la familia de mi mamá se preocupó mucho por mí en ese momento, pues, sin ánimo de presumir, soy el chico con el que las otras mamás comparan a sus hijos y que deberían ser más como yo y menos como ellos. Mi tío, que es abogado y quien me cuidaba de pequeño, habló con el taxista quien por suerte admitió su error. Para evitar ir a juicio, logró que me indemnizara con tres mil bolivianos, que sirvieron para mis gastos médicos y para mis primeros meses en la universidad. Esto fue muy útil, ya que en ese momento no estábamos en una buena situación económica. Como muchas familias alteñas, teníamos una deuda con el banco que nos ahogaba. Así que como dije, ese accidente fue con suerte y creo que con mucha.
Además, hacía poco tiempo que mis padres se habían separado y la habíamos pasado re contra mal por ello, pero esa es una historia para otro momento. Con todo esto, pensábamos que ya habíamos pagado nuestra cuota de sufrimiento y que era imposible que Dios nos castigara con más tragedias.
Esa noche caí rendido en la cama, dispuesto a dormir hasta tarde al día siguiente, pues estaba sumamente agotado. Había pasado todo el día corrigiendo una de mis novelas que pensaba enviar a una editorial y, finalmente, había terminado. Sin embargo, mi sueño fue interrumpido por una serie de pesadillas que no me dejaron descansar bien. Soñé con el chango que me había bajado a la novia hace unos meses. Siempre que sueño con él, es una especie de alerta de que recibiré malas noticias al día siguiente. Por eso me levanté emputado, sabiendo que me esperaba un día de mierda, como siempre que sueño con él.
Me dirigí al cuarto de mi mamá para contarle sobre mi sueño y decirle que no haría nada ese día porque había soñado mal, pero ella no estaba allí. Recordé que me había dicho que haría pan en el horno de la planta baja, así que bajé para avisarle que quizá el pan nos saldría mal y que estuviera atenta. Pero cuando llegué, me recibió con una cara de susto y me dijo:
—A tu tía Boni le habían disparado.
Me quedé impactado por la noticia.
—Con razón me he soñado bien mal —le respondí, recordando mis pesadillas—. ¿De cómo?, ¿en dónde?
—En el Banco Unión dice, no sé bien. Tu otra tía nomás me ha dicho.
—¿Había un robo o de cómo?
En ese momento habíamos olvidado la noticia de la mujer herida en el banco. Aunque la recordáramos, el noticiero no tenía muchos detalles, ya que no pudieron identificar a la mujer ni a sus familiares. Lo primero que hice fue tratar de averiguar qué había pasado mediante Google y los periódicos en línea; si fue un robo, debían haberlo informado por ahí, pero no encontré nada. Entonces busqué en Facebook y TikTok, donde suben cualquier cosa por likes y visualizaciones. Encontré apenas dos titulares que informaban de la noticia, pero no decían más de lo que ya sabía: una mujer, mi tía, había sido herida en el banco de manera muy extraña y que este posiblemente había sido un accidente.
Le dije a mi mamá si sabía en dónde ahora estaba mi tía o cómo estaba, ella respondió que estaba en el Hospital Corazón de Jesús, en dónde yo había estado cuando me atropellaron, por lo que sin dudarlo le dije que debíamos ir, que si necesitaban algo nos dijeran, pensando que seguramente necesitaban dinero y yo recién había cobrado el pago que recibo por ser auxiliar de docencia en la universidad. Mi mamá dijo que iríamos por la tarde luego de almorzar y que ella fuera a dejar a mi hermana al colegio. Yo solo podía preguntarme por qué nos pasaba esto, pues siempre había creído que las cosas malas como estas, le pasan a gente mal o que aparenta ser buena y por dentro habían hecho cosas malas. Pero mi familia materna no era así, casi siempre hacíamos el bien y ayudábamos a todo el que nos pidiera, además Dios ya nos había hecho sufrir mucho con tantas cosas que nos habían pasado, ¿por qué esto más?
Fuimos hasta el hospital y encontramos a mis primos, los hijos de mi tía herida, a su esposo y a varios familiares que yo no conocía. Lo primero que hice fue hablar con mi primo el José. Aunque casi nunca se lo digo, lo admiro muchísimo y también le tengo harta envidia desde pequeño. El José es un chico ejemplar, más que yo. Siempre fue el abanderado de su colegio, llevaba reconocimientos a su casa y era muy trabajador. Desde sus doce años generaba sus propios ingresos tejiendo en la vieja máquina de tejer de sus padres. Siempre conseguía a las chicas más pintudas y además estaba en la academia del Bolívar, por lo que muchas veces podía presumir que tenía un primo que estaba próximo a debutar con los profesionales.
En ese momento él ya había ingresado en una ingeniería de la UMSA y era auxiliar de docencia, y yo, a su lado, solo podía presumir de estar forjando una carrera de dizque escritor, pero nada más. No entendía por qué le estaba pasando esto a su familia, si nunca hacían nada malo y, para colmo, no estaban preparados para afrontar un montón de gastos médicos por culpa de este dizque accidente.
Conversamos entre todos los presentes y recién entendí cómo habían sido las cosas y terminé reconstruyendo más o menos cómo había pasado todo. Primero que nada, no había sido un accidente como querían retratar algunos medios de comunicación. Quien le disparó a mi tía fue uno de los policías que hacen de seguridad en el banco. Este policía tenía dos versiones del hecho: la primera era que, mientras limpiaba su arma, esta se disparó solita; la segunda, que el arma se disparó solita cuando él la dejó ahí mientras se cambiaba.
No le creo ni nunca le creeré. Recordé que una vez, mientras daba un taller de escritura a unos changos de la EMI, uno de ellos, que había estado en el cuartel, me comentó que, en varias prácticas, mientras armaban y desarmaban el fusil, su sargento les hacía disparar el arma para probar que habían hecho bien su trabajo. Creo que este policía hizo lo mismo. Quiero creer eso, pues mi otra teoría es que este cuate disparó mientras jugaba con su arma, haciéndose al capo.
El arma se disparó cómo sea que haya sido, pero lo que importa es que en el banco solo se escuchó un sonido similar al de un petardo, pero más suave, y nadie vio nada porque la bala se fragmentó en varios pedazos que se incrustaron en el cuerpo de mi tía. Por eso, nadie se dio cuenta de que alguien había disparado. Ahora maldigo a las películas de la USA(da) que nos hacen creer que los disparos suenan con un efecto dramático. Yo mismo puedo asegurar que los disparos sí suenan como un petardo, ya que en los conflictos de 2019, sin querer estuve en la masacre de Senkata corriendo detrás de las balas por más de dos horas. Esto puede parecer extraño para alguien que no conoce sobre armas, y por eso varios medios de comunicación tergiversaron la historia, diciendo algunos que fue una herida de bala y otros que fue causada por múltiples perdigones.
A menudo por ello pienso: “qué periodistas tan pendejos tenemos en La Paz”, ya que, al desinformar de esa manera, muchas personas creyeron que la noticia era falsa o que nos estábamos victimizando en exceso, minimizando la gravedad del suceso. Aunque para ser justos, hasta ese momento, ni siquiera yo sabía que las balas podían fragmentarse y causar tanto daño, pero los medios deberían investigar antes de informar, ¿no?
Como nadie vio que una bala había sido disparada, todos en el banco ni se inmutaron; solo se alarmaron cuando mi tía empezó a gritar de dolor de repente. Después, ella me dijo que incluso el señor de su lado le había dicho que estaba loca. Lo siguiente que vio fue a otro policía que golpeó al oficial que había disparado, supongo porque creyó que estaba cometiendo un crimen y quiso evitarlo. Después, el policía en el piso explicó que se le había escapado una bala, pero tampoco se dio cuenta de que había herido a mi tía, ya que no había sangre. Algo que también me sorprendió, porque en las películas siempre muestran chorros y chorros de sangre cuando alguien es herido de bala, pero en el caso de mi tía, los fragmentos de bala se incrustaron tan bien que apenas hubo sangrado.
El policía que disparó pensó que mi tía solo se había asustado y sugirió darle “agüita pa'l susto” y que se vaya para su casa, porque seguía pensando que no había pasado nada. Mi tía no recuerda bien lo que pasó después, pero sí recuerda que todos en el banco seguían como si nada, los clientes continuaban esperando su turno sin darse cuenta de que podrían haber sido ellos los heridos. Bastante extraño. Por esto, nadie llamó a una ambulancia ni pidió ayuda, ni los policías ni el banco. Fue un joven quien se dio cuenta de la situación y terminó llamando a una ambulancia. Nunca volvimos a ver a este joven, pero si está leyendo esto, me gustaría agradecerle muchísimo por su ayuda. También fue él quien llamó a los familiares de mi tía, lo que hizo que mi mamá viera a mi otra tía en el Banco Unión con un rostro muy preocupado. Mi mamá todavía se recrimina por no haberse bajado del minibús y preguntarle qué había pasado, porque quizá así habrían atendido a mi tía más rápido. Cuando no hay familiares haciendo bulla, todo el entorno minimizaba la gravedad del suceso.
La ambulancia llegó después de media hora o una hora, eso no lo sé con certeza, y parecía que habían enviado a los médicos más pendejos que podía haber. Mi tía contó que uno de los dizque enfermeros le pidió que se levantara y se subiera a la camilla. ¡O sea, no mamen! ¡¿Quién carajos se levanta después de ser baleado?! Por suerte, para ese momento, mi prima la Carla, la hija de mi tía, ya había llegado al banco. Gritándoles a los de la ambulancia, les explicó que su mamá había sido baleada y obviamente no podía moverse.
Cuando llegaron al hospital, enfrentaron otra complicación: el hospital no quiso atender a mi tía porque creyeron que estaba herida por intentar robar el banco; creo que ese día era el día de los pendejos, no me explico tanta estupidez. Después de explicar en varios idiomas y a gritos que había sido un accidente, finalmente la admitieron. Ah, pero sin plata tampoco se mueven los doctores. Le pidieron que sacara una ficha y esperara su turno, y esa ficha de emergencia costaba una cantidad de dinero que en ese momento no tenían. Afortunadamente, llegó el abogado del Banco Unión, quien informó que cubrirían todos los gastos médicos. Fue el mismo abogado quien, de su propio bolsillo, terminó pagando la ficha para que atendieran a mi tía de una vez.
Cuando por fin la revisó un doctor, preguntó a las enfermeras sobre su estado. Ellas informaron que mi tía había vomitado hace unos momentos. El doctor, fríamente, dijo que si había vomitado sangre no había nada que hacer y que se la llevaran a su casa. Afortunadamente, mi tía solo había vomitado comida, pero aun así el doctor no quería atenderla porque había un 70% de probabilidades de que muriera. Sin embargo, mi tía le rogó que por favor la salvara, ya que tenía un hijo de menos de cinco años. Creo que con esas palabras se descongeló el corazón del doctor, quien finalmente accedió a operarla y hacer todo lo posible por salvarla.
Para ese punto, mi tía ya se había resignado a morir. Se despidió de mi tío, encargándole que cuidara bien de sus tres hijos, sobre todo del más pequeño. Por suerte, logró salvarse esa noche. El doctor informó que había sido un milagro que ni él se explicaba, pero eso no significaba que ya estuviera bien del todo. Solo habían superado la fase crítica, y aunque lograra salvarse del todo, quedaría con secuelas de por vida y quizás nunca más podría volver a trabajar o moverse con normalidad.
En este punto, mi tío, que trabaja como chofer en no sé qué editorial, contó que recibió ayuda de sus compañeros, quienes entendieron la situación y le dijeron que podía tomar sus días de vacaciones para estar con su esposa. También le recomendaron un abogado para levantar la denuncia, ya que accidente o no, lo sucedido era un crimen. Una vez que escuchó que su esposa ya no estaba en riesgo inminente, mi tío fue a presentar la denuncia. Pero, como se imaginarán, los policías estaban protegiendo a su cuate por más sonso que hubiera sido.
Un policía en la fiscalía le informó a mi tío que el responsable ya había cumplido su castigo siendo retenido ocho horas en una carceleta. Mi tío, que no es ningún sonso, le habló de las leyes y le hizo saber que ese no era el castigo apropiado y que, de hecho, estaba encubriendo a su cuate para que escapara. El policía se alteró y mi tío también, pero al ver que mi tío no era alguien fácil de engañar, traicionó a su colega llamándolo para que firmara un documento y, una vez en la fiscalía, lo volvió a encerrar.
Mientras yo empezaba a deducir lo que había pasado, mi tío informó que teníamos que ir nuevamente a la fiscalía para entregar la denuncia de manera formal. Obviamente, me ofrecí para acompañarlo y mi mamá también, ya que, como mencioné antes, mis padres se habían separado recientemente y, habiendo caminado entre los juzgados, entendíamos más o menos cómo funcionaba la justicia. Mientras íbamos en el auto, me puse a leer todas las leyes posibles para saber qué hacer y cómo procedía la justicia en estos casos. Me lamenté de no haber estudiado derecho o comunicación social, pues mi poderoso título en Lingüística no ayudaba en esos momentos. Estúpido Alberto del pasado, jaqi apthapi era que seas pues.
Algo curioso que pasó fue que, en cuanto entregamos la denuncia, solo cinco minutos después se llevó a cabo la audiencia. Traté de entender de qué hablaban, pero usaban términos que no conocía. Sin embargo, logré captar que al policía solo le darían dos meses de detención preventiva y que incluso podría liberarse antes si demostraba que no escaparía del país, mostrando que tenía una casa propia. Para este punto, ya había empezado a vislumbrar cómo iría todo: nadie se haría cargo de mi tía por más que ahora sería alguien incapaz de valerse por si misma. De hecho, todos argumentaban que no era culpa del culpable.
Antes de proseguir, debo decir que no me gusta hablar mal de Bolivia, ni de El Alto, ni de sus habitantes. Yo mismo soy alteño y muy orgulloso de serlo, y me duele ver esas críticas en Facebook que nos pintan como salvajes, mañudos, rateros, etcétera. Odio cuando usan mi gentilicio como adjetivo despectivo y odio cuando personas de afuera nos utilizan para su dizque show de comedia. Sin embargo, recientemente vi un cortometraje sobre esta ciudad basado en el término “ambivalencia”, y entendí que uno mismo puede llegar a amar y odiar una misma cosa al mismo tiempo, algo que me estaba pasando en ese tiempo con la ciudad: la amaba, pero sus habitantes me estaban empezando a decepcionar y ustedes saben que del amor al odio hay un solo paso. Es por eso que hago esta crítica, no con el ánimo de ofender ni sentirme moralmente superior, pero sí con la necesidad de ser crítico con uno mismo.
Con la situación que vi, donde nadie se haría responsable, noté que muchos alteños, muchos bolivianos —no todos—, son incapaces de admitir que se han equivocado; siempre buscarán a alguien más a quien culpar. El policía y toda su familia decían que fue simplemente un accidente. Incluso su esposa nos vino a gritar al hospital, acusándonos de aprovechados y afirmando que ellos eran las verdaderas víctimas. El banco hizo lo mismo. Aunque el incidente ocurrió en una de sus sucursales, no querían saber nada más allá de los gastos médicos, pues decían que no era su culpa, a pesar de que me enteré de que son ellos quienes contratan personalmente a los policías. Los doctores tampoco quisieron hacerse cargo porque temían que, si mi tía moría en su hospital, nosotros los culparíamos. No recibimos ninguna ayuda de ninguna ONG, a pesar de que personalmente fui a pedir ayuda a varias, buscando un abogado para llevar el caso, ya que no podíamos costearlo además de los gastos médicos. Incluso en las ONGs en las que fui voluntario, no quisieron echarnos una mano; nadie quería hacerse responsable y pues no es culpa de mi tía que le hayan disparado, ¿quién sale de su casa rezando un “ojalá hoy no me disparen”? Me sorprendió muchísimo la actitud de muchas personas que siempre me decían la frase cliché “en las buenas y en las malas”, pero que no estaban ahí cuando contaba. Esos momentos eran los malos de verdad.
Obviamente, no quiero re victimizarme, pues yo mismo he cometido ese error, el de no aceptar mis errores. Cuando mi ex terminó conmigo, le jugué una broma de proporciones bíblicas, pero luego le eché la culpa a una amiga que me había sugerido hacerlo para recuperarla. Por eso mismo, para ese tiempo, empecé a observar a mi entorno de manera más atenta, tratando de refutar mi teoría, pues no quería quedarme con esa impresión de mi gente. Pero nadie era capaz de aceptar sus errores. Aunque ya había pasado tiempo de la separación de mis padres, mi padre, que le había sido infiel a mi madre, seguía afirmando que no era su culpa porque nosotros lo habíamos descuidado. En la universidad, mis compañeros tampoco eran capaces de hacerse responsables si no entregaban sus trabajos; siempre tenían una excusa. En la calle, los chóferes gritaban a los transeúntes por casi atropellarlos cuando el semáforo les indicaba que se detuvieran, y las personas se gritaban unas a otras por cualquier pequeño empujón que ellos mismos provocaban. Veía cómo las víctimas terminaban pidiendo perdón.
Me sentía muy decepcionado y amargado con la vida y con mi entorno.
Hasta que un día, mientras hacíamos vigilia afuera del hospital, pues en más de una ocasión la esposa del policía trató de que mi tía inconsciente firmara un desistimiento, llegaron varios parientes míos que hacía mucho no veía y también varios amigos de mis tíos, creo que eran de su fraternidad y no sé qué. Trajeron a una abogada, algo de dinero y estaban dispuestos a ayudar en todo lo que pudieran; me sorprendió muchísimo ver que extraños, para mí, se tomarán su tiempo para venir a ayudarnos en momentos tan difíciles.
Diría que con esto podría refutar lo que dije hace rato, pero no es así. Me gustaría terminar este escrito diciendo que el alteño también es solidario y bueno en los momentos malos, pero, ya no solo el alteño, sino que el ser humano no es alguien a quien puedas catalogar como bueno o malo. Simplemente somos seres que hacemos cosas buenas y malas, y lo mejor que uno puede hacer es tratar de hacer menos cosas malas y, si las termina haciendo, al menos intentar enmendarlas. No con la intención de estar en paz consigo mismo, pues eso es egoísta a mi gusto, sino tratando de encontrar paz en la persona que lastimaste.
Me gustaría terminar también diciendo que tuvimos mucha ayuda, que el policía está pagando por lo que hizo, que mi tía se recuperó bien del todo y demás… pero no es así. Este es un texto real y en el momento en que escribo esto, solo puedo decir que, aunque mi tía ya nunca más podrá trabajar, al menos puede cuidar de su hijo pequeño; no fue un accidente con suerte, pero tampoco con muy mala suerte, solo espero que nos dejen de pasar desgracias. Aunque me consuela el hecho de que una vez escuché a un profesor adventista decir que: “Si te pasan cosas malas, es porque Dios sigue trabajando en ti, sigue probándote si eres digno de él. Si eres malo y te están pasando solo cosas buenas, quiere decir que estás condenado al infierno y aquí ya no tienes salvación”. Quizá eso justifica una vida llena de desgracias, no lo sé. Personalmente también, he aprendido a la mala que no debo cambiarle a los dibujitos solo para ignorar la cruda realidad que me rodea y sentir que los problemas no existen.
No sé qué finalidad tiene este texto sinceramente, si narrativo, si crítico, si reflexivo, solo sé que necesitaba sacarlo, necesitaba decir muchas cosas que estaban empezando a ahogarme… Pero ya se me hace tarde para ir al banco, como he estado escribiendo todo el día ya casi cerrará, y el único que me queda más cerca es el de Senkata.