La isla de nuestras mentes

¿Cómo sé que no estoy loco en este preciso instante?, se pregunta Enrique Mendoza, quien comparte sus reflexiones y búsquedas a partir de la película Shutter Island.
Editado por : Daniela Murillo

Shutter Island es el nombre original en inglés de la película La Isla Siniestra (2010), basada en la novela de serie negra del escritor norteamericano Dennis Lehane. Esta película ―que tiene a un Leonardo Di Caprio renovado en su propuesta actoral, puesto que corresponde al gran renacer del actor desde “Diamantes de Sangre”― es una propuesta muy retadora para la pantalla grande, pues pretende mostrar el calvario mental del protagonista, Edward Daniels (Di Caprio), que en la historia original se desenvuelve de una manera inquietante, puesto que capítulo a capítulo se muestra progresivamente el desquicio que va sufriendo el personaje principal. 

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“Allá afuera, como diría Edmundo Paz Soldán, hay monstruos; aquí adentro también, pero al menos son conocidos y rondan en nuestros pasillos desde tiempos inmemoriales”. / Fotograma de Shutter Island.

Al ver el film que, mea culpa, postergué por mucho tiempo, tenía la duda de todo buen lector se hace, si la película iba a estar a la talla de tan buena novela literaria. Esperaba que no salieran con la exclusión de personajes o con alguna variante inesperada, como sucedió en El Conde de Montecristo, donde Edmundo vuelve a tener una relación con Mercedes al final de la película (a mi parecer, así arruinaron el film). En fin, vi la película y me topé con una grata sorpresa, pues, si bien omite muchos aspectos ―como la explicación más profunda del personaje de Rachel Solando, que queda un poco suelto como para ser alguien tan influyente en la psiquis de Daniels―, más allá de eso, la película está bastante bien lograda, en especial con el giro desorbitante en el personaje de Chuck Aule (Mark Rúfalo), quien determina el clímax de la película y que da el desenlace en la explosión de la locura de Daniels.

Una vez dicho esto, sin embargo, no pretendo a través de esta reseña o análisis, hacer una suerte de spoiler a las y los fans que no han podido ver el filme o leer la novela. Lo que me interesa es reflexionar en torno a la pregunta que me surgió de forma muy concreta después de verla: ¿Cómo sé que no estoy loco en este preciso instante?, ¿cómo saber que lo que estoy viviendo desde el año 2020 no es en realidad una jugarreta de mi mente después de una impresión muy fuerte, como le ocurrió a Daniels tras disparar a su esposa?

Al formularme la interrogante, inmediatamente me puse a pensar cuál sería mi accionar en caso de padecer el mal del personaje: mi familia y seres queridos posiblemente estarían en riesgo, expuestos a reacciones explosivas, a momentos cortos de lucidez guiados por narcóticos y una conducta anormal. Lo óptimo sería divisar una alternativa. 

En la película, Daniels (cuyo nombre real era Laeddis y quien mezclaba las letras de los nombres reales, tanto suyo como el de su esposa, en anagramas para escapar de la realidad) estaba internado en el sanatorio de la isla. Existen lugares como este, quizá con las mismas condiciones de seguridad; me imagino que si sucediera el caso hipotético que formulé en el anterior párrafo, a mí me internarían en uno. Cuestiones así dan vueltas constantemente en mi cabeza.

Entonces, me puse a investigar. Identifiqué que acá, en la ciudad de Cochabamba, existe el Hospital San Juan de Dios para enfermos psiquiátricos, pero el recinto, al verlo en fotografías, no fue de mi convencimiento (inocentemente estaba buscando los altos riscos y espaciosos ambientes de Shutter Island).

Continué indagando si en otra parte del país había algún centro de similares características y encontré el Instituto Nacional Gregorio Pacheco en la ciudad de Sucre. Investigué un poco si aquel centro estaba a la altura de mi posible desquicio y encontré entre la información que iba googleando, que lo donó el ex presidente Gregorio Pacheco, allá por los años mil ochocientos y pico. Al parecer, la donación no fue por una acción altruista solamente, valga decirlo, sino con el afán de tratar, ¿o quizá librarse?, de su hija mayor que padecía una severa esquizofrenia. Pacheco, al ser un millonario de la época, decide ‘apiadarse’ y otorgar a su hija “mejores condiciones que en casa”.

Las historias que uno encuentra sobre el Pacheco son innumerables, ese lugar entonces era perfecto para un emergente psicótico como yo, un novato en la destreza de inventar realidades como en Shutter Island.

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Las películas, los libros y la ficción nos plantean mundos posibles, así como nos permiten reflexionar y dialogar con nuestra realidad. / Fotograma de Shutter Island.

Una de estas historias es la de Víctor Choqueribe (nombre sustituido del original), ingresado claro, en aquel lugar de olvido, como NN. Cuentan que le apodaban “el Capi” de cariño, porque, en ciertos destellos blandos de lucidez, contaba, casi de una forma coherente, su vida en la Policía Nacional. 

De unos 59 a 60 años de edad, al Capi se lo ve jovial en las fotografías; destacan su prominente papada y una abultada barriga. Solamente tiene un par de dientes, pero al parecer eso no lo cohíbe de mostrar una amplia sonrisa a la fotógrafa del diario “Correo del Sur”. Qué distinto se ve aquel rostro casi infantil en comparación con la descripción de un Daniels, quien, ya trastornado por los avatares de la historia que se va contando, desarrolla unas profundas ojeras y una creciente agitación en cada escena.

Allá afuera, como diría Edmundo Paz Soldán, hay monstruos; aquí adentro también, pero al menos son conocidos y rondan en nuestros pasillos desde tiempos inmemoriales.

Me pregunto, qué tan loco puedo estar si las cosas de la vida común me siguen afectando, si los recuerdos, como a Daniels, me siguen torturando y solamente pueden responder a la cruda realidad en la que vivimos a diario. 

Me parece que la locura es un don en estos tiempos, nos puede abstraer de estupideces, como la política en nuestros países, que nos tienen a los cuerdos y los no tan cuerdos al borde del colapso.

Cierro la pestaña del sitio del Instituto Pacheco en la computadora, aún rodeado de pensamientos vinculados a la Isla Siniestra, aquella que tranquilamente podría ser la isla de nuestras mentes. Prendo mi cigarrillo ‘gauloises’ y digo en voz alta: “Tenemos que salir de esta isla, Capi”.

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