Rompecabezas y melodías
Escuché muchas veces a varias personas decir: “Los amigos son la familia que escogemos”. Mientras nuestras familias biológicas pueden marcarnos con vivencias tanto positivas como traumáticas a lo largo de nuestro crecimiento, los amigos y amigas pueden ser ese espacio de descanso, de exploración del mundo que se va abriendo ante nuestros ojos y, en muchas ocasiones, el lugar donde nos reconstruimos para ser las diferentes versiones de nosotros mismos.
Entre muchas vivencias que podría contar de esas relaciones que son fundamentales para mí, un aspecto clave que me ha unido a las personas es la música. Y es que parte de esas grandes amistades se han afianzado intercambiando canciones, compartiendo las bandas que nos gustan, cantando.
Hay recuerdos asociados a emociones que fijamos en las canciones, configurando una banda sonora de nuestras vidas con su diversidad de momentos: tristezas, miedos, alegrías, enamoramientos, duelos. Así, reunimos las fichas que van armando el rompecabezas de quienes somos. Al menos así me pasa a mí.
Me referiré a cuatro fichas primordiales para esta versión que soy el día de hoy, con cincuenta y un melodías que dan cuenta de los rompecabezas que hemos armado con mis amigos, tanto solos como juntos, agradecida por su impacto y el ritmo que le han puesto y le ponen a mis días. https://open.spotify.com/playlist/5y8gjNuU6SfcsfoIxyydm9
Mi hermanito
Llegó al colegio cuando estábamos en la prepromoción. Las chicas pensaban que era guapo, pero pasaba los primeros días con su discman como único amigo. Hablar de música nos llevó a entablar la relación que hasta hoy tenemos, sin importar que la vida, entre idas y vueltas, lo haya llevado lejos de mí.
De adolescente, mi hermanito solía cumplir con todas las normas que su papá, que era bastante estricto, le ponía. Mantenía buenas calificaciones, llegaba a casa en horario, pero empezó a explorar la vida al ritmo de la voz de Shannon Hoon. En la clandestinidad, con amigos del anterior cole, tuvo sus primeras chupas, en las que lloraba cantando “No rain” o “Change”, convirtiendo al Blind Melon de Blind Melon en uno de sus álbumes fundamentales.
Mi piel no habla, o tal vez sí. Sin embargo, es capaz de contar la importancia que esas letras y sonidos mantienen a lo largo de los años.
Con el pasar del tiempo, ya en la universidad, lo atraparía Radiohead, en un momento de su vida en que quería ser él mismo y rebelarse frente a su viejo y esa vida de “niño bueno” que había tenido hasta entonces. El “OK Computer” se convertiría en su compañero de cabecera, acudiendo a él cada noche antes de dormir. Era y aún es una de sus bandas favoritas, como lo es para mí, solo que mi compañero de noches de melancolía era otro de sus álbumes.
La cima de su rebeldía la asocia con el disco Korn de la banda homónima. Aún nos ve en casa de nuestro amigo Charli en nuestras jodas, recuerda la época de “desputes” con sus viejos, la época en que intentó tener su banda y, a pesar de que nunca tuvo una vida igual a la de Jonathan Davis, canciones como “Blind”, “Clown” y “Faget” hacían eco de cómo se sentía.
Blimunda siete lunas
Sus ojos mágicos de color indefinido irrumpieron en mi vida una mañana y no se irían más. La diversidad de tonos y matices de su música dejan entrever su alta sensibilidad, esa que le lleva a ver el alma de las personas e intentar comprenderla, a comunicarse con los no vivos, a captar los colores de las auras.
Cuando ella estaba en sus últimos años de colegio, encontraría el “Jagged little pill” de Alanis Morissette, que se convertiría en su anclaje a lo real en un mundo donde se esforzaba por ser lo que los demás esperaban que ella fuera, con la angustiosa posibilidad de ser otra cosa.
La voz de Alanis le recuerda sus primeros cuestionamientos frente a los mandatos del ser mujer y el descubrimiento de nuevas Blimundas con emociones, deseos, aspiraciones, amores y desamores.
Comparto con ella uno de mis discos favoritos: The bends de Radiohead. Blimunda comenzó a escucharlo en una época de bastante confusión. Estaba enamorada, pero vivía en desamor. Sus historias de almas gemelas y llamas gemelas son apasionantes, pero también llevan mucho dolor. De esa soledad en que se refugiaba, el álbum salió para convertirse en el testigo de sus caminatas, de las escenas que veía y esas que imaginaba que podían sucederle algún día, con la voz de Thom Yorke de fondo.
Ahora, Blimunda prefiere escuchar ese disco a solas, pero ha notado que cuando lo hace en compañía, es un presagio de charlas destinadas a terminar en algo profundo, como si “High and dry”, “Fake plastic trees” o “Street spirit” dirigieran la conversación a eso que no está en la superficie.
Los matices de Blimunda, si tuvieran un sonido, tal vez se parecerían a la voz de Claudio Valenzuela, vocalista de Lucybell, una de sus bandas favoritas. Los diferentes momentos de carrera del grupo se encuentran compilados en el álbum Mil caminos. Las letras de “Vete”, “Carnaval”, “Mataz”, “Ráptame del fin” y “Salté a tus ojos” la abrazan con recuerdos que marcan la recuperación de caminos que creía perdidos y le traen calma cuando la necesita.
Robi Draco Rosa se las ingenia para siempre estar, en las conversaciones, en las reuniones de amigos, en la noche. Para Blimunda, la noche es a veces finitud, cuando camina, cuando charla con amigos y amigas y no desea que termine. Otras, es infinita, cuando duele el cuerpo, el corazón y parece que el día no llega.
La noche es reflejo de quienes la habitaron, haciendo referencia a versiones anteriores de sí misma. Otras Blimundas con sueños, deambulares, secretos y magia, pero también las versiones de otras personas especiales para ella.
Mientras escribo este relato, Robi canta “Blanca Mujer” y me lleva a una noche de karaoke, donde canté esa canción con el siguiente “habitante” de esta historia.
El Choco
Estaba en mi cole, pero no éramos amigos. Muchos años después, la música sería el puente que nos uniría en una época difícil para mí, en la que compartimos canciones tristes.
Tenía doce o trece años cuando escuchó el primer disco que, en sus propias palabras, cambiaría su vida: Rage against the machine, llamado igual que el grupo. Era una tarde en que había jugado fútbol con chicos del barrio. El amigo de un amigo, llegado de Estados Unidos, había llevado el cassette de una banda, hasta entonces, desconocida para ellos. Ponerse a saltar fue una reacción inevitable para los cuatro adolescentes, al ritmo de los acordes de la guitarra de Tom Morello. El Choco pensó que esa era la música que quería escuchar toda su vida y esa tarde se convertiría en uno de esos momentos donde volver atrás ya no es posible.
Una sensación similar se apoderó de él cuando un cuate equis que había conocido, ni siquiera recuerda dónde, le prestó un cassette grabado de baja calidad que contenía el primer álbum de una de sus bandas favoritas hasta el día de hoy: Adrenaline de los Deftones. A pesar de lo mal grabado que estaba, “Bored”, “Lifter”, “Engine No. 9” y todas las demás parecían reflejar lo que pensaba y sentía en aquel entonces. Tenía quince años. Grabó el cassette. La copia de la copia se oía aún peor. De tanto escucharlo, con el pasar del tiempo, los sonidos se volvieron ininteligibles.
Con cariño, suele recordar a sus amistades de la góndola, en especial a una amiga que traía discos a pedido. Al revisar el catálogo, le llamó la atención uno. Jamás había escuchado a ese grupo, pero marcaría su ingreso al mundo del hardcore. Scratch the surface de los neoyorquinos Sick of it all.
Yo no conocía nada de ellos y cuando me habló al respecto, me sonó a una droga psicotrópica (psicofitol). Cuando los escuchas, no es precisamente tranquilidad lo que le dan al cerebro. Su sonido agresivo y acelerado, cercano al punk, con algunos riffs que me recordaron al heavy metal clásico, hacen que el headbangueo sea inminente.
El CD había tardado meses en llegar a sus manos, pero lo inició en una búsqueda de sonidos más agresivos.
Solía ir a Columbians y Discolandia, unas tiendas de CD y videos, a ver las novedades y le llamaría la atención un disco de tonos naranjas. Como no tenía dinero para comprarlo, lo escondió al final de la fila, esperando encontrarlo a su regreso. Para alegría suya, permaneció donde lo había dejado, como si hubiese estado predestinado a pertenecerle. Era Mata Leão de Biohazard. Contenía un hardcore rapeado más pesado, que escuchaba una y otra vez.
La emoción que le genera hablar de música lo llevó a recordar muchos discos, entre ellos no pudo dejar de nombrar el Lateralus de Tool, con el que se colgaba en sus años de universidad. “Schism” es para él un tema que lo identifica.
Entre las diferentes actividades que realiza el Choco en su caminar por el mundo, sería determinante Lamb of God con el Ashes of the wake, que marcaría su gusto por el groove metal, género que lo representa en su faceta musical, porque cantar es una de las actividades que realiza.
No pudo resistirse a compartir un bonus track, una canción cuya letra y música lo atraparon y que hicieron de La Renga su banda de cabecera. “La balada del diablo y la muerte”.
Es posible que la persona que es el día de hoy, sería una muy diferente sin esa ficha.
La B
Entró en mi vida el año pasado y, para variar, empezamos haciendo comentarios acerca de los temas que compartimos en nuestros estados. Solemos conversar de las cosas que nos suceden o cómo nos sentimos en un diálogo de canciones.
Like clockwork de Queens of the Stone Age desarrolló y aún desarrolla un papel fundamental para ella. Había terminado una relación de siete años, estaba en esa transición de la universidad a una vida adulta responsable y conoció a un chico con el que se metería en varios problemas. Junto a él, sufriría una experiencia traumática que le desencadenó un trastorno afectivo orgánico que requirió de un largo tratamiento. Su medicación, en ocasiones, le hacía sentir que no estaba en control de su cuerpo y comenzó a identificarse con Josh Homme y este que considera su álbum más conceptual y artístico.
El mismo Homme explicó que Like clockwork estaba inspirado en una experiencia cercana a la muerte que tuvo en 2011. Tal y como expresa la letra de “I appear missing”, la B sentía que alguien había robado piezas de su ser, pero se atrevía a decir que ella misma las había entregado. Estaba en un agujero de conejo del que sentía que era imposible salir. Su único refugio fue la música de QOTSA.
Casi de forma paralela, en la vivencia con este mismo chico, la B descubrió el AM de Arctic Monkeys, que define como un disco de dependencia emocional. Al principio, la relación era bastante apasionada, pero esa pasión se fue transformando en odio y episodios de daño emocional. “Do I wanna know”, “Are you mine?” y “I wanna be yours” entre otras, le hacen pensar en relaciones obsesivas, pero con ritmo de rock and roll.
Para mí, AM es un disco sexy, pero no está entre mis favoritos de esa banda que me gusta mucho. Me parece que la B me llamó purista de los Arctic Monkeys.
Por tercera vez aparece Radiohead en esta historia. La B afirma que Radiohead es la hermosura de la melancolía, inherente a las personas depresivas. Yo sonrío.
El In rainbows, por esos mismos años, ayudó a la B a entender la belleza de las cosas, la vida como fractal y el sentirse parte de un todo. Son conceptos que no se siente capaz de explicar verbalmente, son sensaciones que la inundan cuando escucha “Nude” o “All I need”.
Supongo que esa conciencia se hace presente en su propio cuerpo. Su cabello parece un arcoíris, y quienes la conocen saben que llena los días de colores.
Es de noche y yo podría seguir poniendo ritmo a este relato, a otras historias, a otras personas o versiones que me habitan o me habitaron en el pasado. Pero si mañana no despierto, seguiré presente en este lugar a través de mis melodías, esas que las personas de mi rompecabezas también conocen y alguna vez hemos compartido.
No creo que a nadie le moleste que deje un tema escondido en la playlist.