Quítate tú pa’ ponernos nosotras
En los cumpleañitos infantiles, a finales de los noventas y comienzo del dos mil, los animadores nos hacían concursar por premios; uno de esos concursos era de baile, y recuerdo participar a mis cinco años bailando los hitazos de El General hasta abajo y hasta arriba, según la canción lo pedía. En ese entonces, y por muchos años, el reguetón tenía mala fama y muchas de esas críticas tenían (y tienen) origen en el racismo y clasismo hacia ritmos afrocaribeños de barrios bajos, dejando de lado, por supuesto, las letras sexualmente explícitas que aumentaban la preocupación por esta música que se hacía cada vez más popular entre los jóvenes de Latinoamérica.
En mi caso, pasaron cosas que hicieron que en mi adolescencia odiara el reguetón, en parte porque estudiaba música en el conservatorio y estaba aprendiendo a escuchar la música con oídos académicos (el clasismo de la academia nos alejaba de este tipo de música nueva), lo cual era contradictorio, en especial en esos años, porque quería divertirme perreando hasta abajo en fiestas sin alcohol o ponerme a llorar encerrada en mi cuarto con un disco de Linkin Park. Sin embargo, en secreto escuchaba reggaetón y bachata mientras me cambiaba para salir a cualquier lado, con los videos musicales de Don Omar o Daddy Yankee de fondo, en los que se veían mujeres hermosas y sexys bailando.
Pasaron los años, la gente creció y a medida que el concepto de gusto culposo empezó a perder sentido para mí, me permitió disfrutar del reguetón sin ningún prejuicio o pretensión y entonces apareció el feminismo y todas las contradicciones que vienen con los cuestionamientos típicos de los primeros acercamientos a las teorías feministas. ¿Cómo era posible que me considerara feminista y disfrutara tanto de bailar hasta abajo, moviendo el culo al ritmo de las canciones de Don Omar y Daddy Yankee? ¿Bailar perreando es hipersexualizarme? ¡Y las letras! Los géneros urbanos latinos se han caracterizado (hasta el día de hoy) por presentar un imaginario y una poética altamente machista, misógina, cosificadora y podría seguir enlistando adjetivos de este tipo, pero no hace falta porque lo cierto es que cualquier producto cultural es el reflejo de la sociedad en la que es concebido. Por eso es tan importante la presencia de mujeres en el género, como la reina Ivy Queen, que en su himno feminista “Yo quiero bailar”, trae un discurso de consentimiento a la escena reguetonera y a las discotecas: “Si en la discoteca nos vamos a alborotar/ Si los dos solitos nos vamos a acariciar/ Es porque yo quiero y no me puedes aguantar/ No te creas que me voy a acostar”. El acto político de bailar y gozar en un ambiente que podría ser hostil y peligroso para las mujeres y cuerpos feminizados, se hace un acto liberador al crear una conexión auténtica y real con nuestro cuerpo, al sentirnos cómodas en nuestra piel a través de bailes sensuales sin que eso signifique “provocación”, es decir, usando el baile y la sensualidad a nuestro favor. La culpa y el miedo son instrumentos del patriarcado y el machismo que nos ponen en posición vulnerable; en ese sentido, la danza es una herramienta de liberación y recuperación de nuestros cuerpos. Por supuesto que es inevitable notar la contradicción en el disfrute de géneros urbanos y tropicales como el reguetón, la bachata, el dance hall o el trap entre otros ritmos que llevan años representados por hombres y discursos machistas, pero ¿no es acaso lo mismo que pasa en toda la historia de la humanidad? Las mujeres y diversidades sexuales y de género han sido prácticamente invisibilizadas en las artes y las ciencias. Hasta hace algunos años la sola presencia de diversidad en las disciplinas artísticas ya significaba una ruptura de estereotipos y prejuicios.
En el contexto contemporáneo, son muchísimas las mujeres que encuentran liberación en los géneros de música urbana, no solo por la apertura musical y experimental que estos ritmos ponen a su disposición como creadoras, sino por la motivación de romper con los prejuicios y el impacto que eso puede llegar a tener en las generaciones más jóvenes.
Volviendo al contexto cruceño, podemos decir que se está empezando a gestar con fuerza una escena musical en la que la presencia de mujeres jóvenes y fuertes con mensajes auténticos, liberadores y desde perspectivas diferentes lleva la vanguardia. Viudita Moderna, Vaccix, Noni, Fiera, YNA o Ale Alas son algunas de las mujeres que escriben, producen e interpretan sus propias creaciones resignificando, muchas veces, canciones como “Soberbia” de Vaccix, que samplea partes de “Soberbio” de Aldo Peña, al cambiar la letra por una perspectiva femenina. En ese sentido, repensar el imaginario cruceño a través de mujeres jóvenes artistas me parece esperanzador, especialmente en una sociedad cargada de prejuicios machistas. Aquí ellas son las creadoras y dejan de ser musas y bailarinas de fondo, ya que son sus voces las que nos hacen bailar y gozar. Asimismo, la cantante y activista Ale Alas reivindica el placer femenino a través del baile y la música con canciones que hablan del deseo desde una mirada femenina. En el caso de Vaccix,, ella es la primera artista boliviana que se presentará en el festival internacional de música Primavera Sound, compartiendo cartel con gigantes de la música, como Björk, Jack White y Pixies, entre otros. Ella está marcando un hito para la música urbana y pop nacional. Una mujer joven, entrando a los veinte, abriendo camino y representando a una movida que se mantiene en transformación constante.
La movida que las mujeres en los géneros urbanos están creando nos invita a ocupar espacios de baile, como conciertos, boliches, discotecas y fiestas para transformar la noche y hacerla nuestra. ¿Qué pasa con las contradicciones? Para responder, citaré a Whitman y cerraré esta columna sobre reguetón: “Me contradigo/ Soy inmenso y contengo multitudes”.