Un jugador de los 80 continúa dando batalla
Mientras Gonzalo miraba sus figuras de colección, nos contaba acerca del día en el que se quedó pasmado al ver como el CD de Dungeon Keeper salió expulsado en partes del aparato. El tiempo y espacio lo devolvían a la realidad y le advertían que tenía que parar, pero él igual continuó jugando sin importar que, un poco más y la punta del cd le habría dejado una cicatriz en la cara.
Gonzalo, hombre de 43 años, dedica sus ratos libres a sus videojuegos, tiempo que se acorta cada vez por los dolores de cabeza y espalda producto del estrés laboral. Pero no siempre fue así. Gonzalo recuerda los largos espacios de juego con sus primos en la casa de sus abuelos. Su casa de la infancia, una especie de casa comunal familiar, se caracterizaba por el bullicio de los niños que se entretenían jugando con figuras de acción de la época, como los Transformers, hasta que un día llegó la consola de videojuegos Atari. Todas las tardes el punto de reunión era el cuarto de los primos de Gonzalo; Prince of Persia no era un juego sencillo, por ello cada integrante de la familia tenía su turno para jugarlo. Los minutos de espera por el turno eran eternos y el espacio de juego muy breve. De un momento a otro se escuchaban los gritos de las madres que anunciaban la hora de dormir y entonces el tiempo de juego forzosamente tenía que terminar. Gonzalo indica que, si hubiera dependido de él, se olvidaba toda necesidad humana a cambio de continuar jugando.

En la escuela, Gonzalo se jactaba de su experiencia al jugar con el Atari. Eso llamó la atención de otros niños que tenían consolas más actuales como el Nintendo y no podían imaginarse de qué tipo de aparato les hablaba. Así fue como las largas jornadas de juego se trasladaron a la casa de sus compañeros, que le daban más opciones de juegos con la posibilidad de dos mandos, uno para cada jugador. Cada fin de semana él y algún compañero alquilaban diferentes juegos, lo que dio de baja al Atari, pues este era muy limitado en sus opciones. Igual Gonzalo sentía que no tenía muchos lugares donde jugar, pero esto cambio con su promoción a secundaria donde conoció los tilines.
Los tilines no eran lugares gratuitos, como la casa de algún amigo o los primos, así que, por primera vez, Gonzalo debía pagar por su diversión. Lo más lógico para su edad era ahorrar el dinero de los pasajes y recreos, así que Gonzalo se quedaba con todo el dinero que su madre le daba, incluido el de su hermano que, de manera obligatoria debía aportar al fondo de juegos del hermano mayor. Las largas caminatas de ida y vuelta al colegio y recreos sin comer valían la pena por un espacio con los videojuegos. Además, el hermano menor nunca se quejó y la madre jamás se enteró del destino del dinero.
Gonzalo, con el dinero en mano, buscaba un lugar en los abarrotados espacios de los tilines. Sabía que tenía que ser inteligente y saber dónde utilizar sus fichas. Los espacios de juego estaban sujetos a miedos y angustia, pues si bien lograba llegar a un juego, en ese momento podía pasar una de dos cosas definitorias: la primera, que se presenten retadores que impidan avanzar en la historia del juego; la segunda, ser derrotado definitivamente y ceder de manera obligatoria el espacio que tanto había esperado. Con una risita Gonzalo cuenta que se sentía bonito ganar, porque con una sola ficha había ganado a muchos retadores y esto era digno de contarlo en el colegio.
Un día Gonzalo dejó de salir de casa. La razón: la madre de Gonzalo había comprado una computadora. La etapa secundaria en la que se encontraba exigía una computadora para responder a los trabajos académicos, sin embargo fue en lo último que Gonzalo la utilizaba. Las riñas entre madre e hijo por el tiempo de juego volvieron a casa. Gonzalo tenía a su disposición una máquina solo para él, en la que “craqueba” juegos y los instalaba. Ahora sí podía acabarlos y conocer otros. “Me puse al día en todos los juegos que no pude jugar, ya sea porque no tenía las consolas o no tenía el dinero suficiente para jugarlos en los tilines. El tener por primera vez mi propia “consola” me abrió un mundo de posibilidades, no solo podía jugar juegos exclusivos de consola sino también juegos solo para computadora, estos últimos no se podían jugar en los tilines, solo los privilegiados podíamos jugarlos. Por primera vez me sentí parte de los privilegiados ahora era yo quien los invitaba para mostrarles mis juegos personalizados”, cuenta Gonzalo.

Gonzalo, mientras cuenta su experiencia, reordena sus juguetes de colección y continúa diciendo que, en el 2018, a sus 37 años, compró su propia consola, la Playstation 4, una consola antigua que ya tenían sus amigos. Agarrado de una figura de su colección de Transformers dice: “como la consola era algo mío la cuidaba, lo que no pasó con las computadoras que prácticamente las destrocé”.
Si bien Gonzalo ya tiene los medios para gastar en videojuegos, el trabajo y la edad no le permiten disfrutarlos. Como hombre maduro y con responsabilidades, no puede quedarse jugando hasta la madruga como lo hacía antes, así que la tv y la play se quedan en negro hasta el fin de semana, espacio que Gonzalo aprovecha desde el mediodía para jugar lo más posible.
Pero la energía no es la misma. En muchas ocasiones el sueño lo vence y para luchar contra el cansancio busca diferentes posiciones como la pose de Buda. El mando del play 4 lo acompaña sin ningún raspón, pese a que por la intensidad del sueño lo dejó caer en innumerables veces. Las tardes de juego con amigos pasaron a la historia, pues los tiempos, los espacios y los gustos ya no coinciden.
Solo quedan los juegos en solitario y la alegría de seguir con esta pasión el resto del tiempo que le queda. Lastimosamente el domingo ya se acaba y debe apagar la play, pues son las 10 de la noche y debe dormir.
