7 de marzo, 1980
Hace mucho tiempo, adolescente aún, escuché que lo rico de una composición musical radica en la variación más inesperada. Nunca pude olvidar esa frase luego de lo que le sucedió a mamá. Lo he comprobado en películas, en la propia música, en los libros, en los videojuegos, en mi vida.
Lo de mamá fue un cambio lento. Unos cuantos años después, creo que sigue metamorfoseándose todo. Así debe ser la vida, supongo. Esa variación se gestó en su cuerpo durante mucho tiempo, guardada en el silencio casi mortal de la familia. Vómitos, desnutrición, anemia severa: la familia, he aprendido, es la institución más negligente del mundo. Todo eso le pasaba a mamá, y yo, mientras, me la pasaba jugando videojuegos (DOTA 2, CSGO, vainas así), enamorando con mi profesora universitaria, imbuido hasta la médula en el ocio y el amor-de verdad-ciego.

Mal tiempo igual. Afuera todos se morían, el COVID-19 y la escenificación perfecta del fin de los tiempos no ayudaban a enfocarme en lo que realmente importaba en ese momento. Adentro, cada uno en su casa, sufría su propia desesperanza.
Una madrugada de agosto de ese año —ella no podía más—, mamá se fue a la ciudad donde viven los abuelos y toda su familia. De eso me queda el destello de la luz del pasillo, amarilla, deformada por la puerta y su enjuta figura. Se acercó (yo abría los ojos apenas) y me besó en la frente. Recordé haberle dicho un “buenas noches” seco esa misma noche, antes, cuando jugaba, ignorando estúpidamente todo mi alrededor.
—Chau, hijo, te adoro, cuídense—dijo besándome la cabeza. A tientas noté sus pasos esforzados, movidos por alguna especie de divinidad que ignoro, pero que me maravilla todavía. Llegó sana y salva, con escala de por medio.
Enfermedad Renal Crónica. Lo escribiré una sola vez. Duele menos o no con tanta intensidad. Porque incluso hoy saltan las mismas lágrimas: culpa, culpa, culpa, hasta que me las limpie con las manos sucias…

La primera gran variación en mi vida fue su partida. Solamente quedamos mi hermana y yo. A todo esto, papá había logrado estar presente económicamente, ojalá en otros aspectos hubiera estado igual. Sin embargo, él no vivía con nosotros y tratábamos de relevarnos en todas las tareas que mamá realizaba en casa. Por supuesto no dejé los videojuegos ni las noches de ocio con los amigos, que de alguna manera lograban —su compañía, no el juego como tal— confortarme cálidamente en ese confinamiento obligatorio y desagradable. Jamás jugué totalmente solo, ni hoy ni nunca.
Mamá recibía paralelamente diálisis en un hospital cerca de casa de los abuelos, donde meses después viviría yo también. Pero esto requiere un contexto mucho más largo que no estoy dispuesto a escribir por todo el dolor que he tratado de ir aceptando. Recordarlo sería, de alguna forma, objetivarlo y volver al conflicto hondo y peligroso. En un resumen brevísimo, diré una lluvia de palabras que ayudan bastante a formarse una idea de lo que pasó: culpa (ya mencionada), discusiones (con papá), desamores (se veía venir) y depresión (producto final de la suma).
¿Todos los juegos tienen un tiempo límite?
3 de marzo.

Necesito acabar esto, ser conciso, porque lo demás también está por terminar. Este 7, cumpleaños de mamá, mi riñón izquierdo será extraído a través de una incisión en el lado correspondiente, unos centímetros debajo de mis costillas. A continuación, mamá será trasplantada con el riñón que dejará de pertenecerme. No estará en el mismo lugar, será insertado en un área pequeña del abdomen inferior derecho. Así lo ha explicado el cirujano hace un par de días. Dato no menos curioso, mamá tendrá al momento de la operación 1980 horas registradas en diálisis. Como si de un videojuego se tratara, contar el tiempo dice mucho de lo que falta.
…
El reloj da la medianoche, ya he terminado de jugar unas partidas con mis amigos, quizá por última vez hasta mi recuperación. Enigmáticamente o no, como la aceptación del cambio mágico en el ritmo de mi vida, leo esto, estupefacto, en una novela:
“—Mire, lo que más me gusta en el mundo…, lo siento aquí adentro, así abriéndose… Casi puedo decir lo que es, pero no puedo…”

(Si este texto es elegido para su publicación en un plazo de 10 días después de la fecha límite, que es hoy, probablemente esté internado u hospitalizado, en la sala de cirugías, recuperándome o muerto: todo es posible. Llame con confianza, alguien cercano contestará la llamada. Y si no, ha sido bastante terapéutico, eso es lo que importa.)
Feliz cumple, ma.