Yu
Aunque sé que desde que nacemos nuestro destino está dado, me veo sorprendida frente a la idea de un día estar en el mundo y, de repente, hacernos polvo.
Lo había visto hace una semana, me detuve a hablar con él, le expresé mi alegría de verlo después de tanto tiempo. Mi hermano no acudiría a la fiesta porque estaba de viaje. Seguramente se verían pronto, ni siquiera lo puse en duda. Y es que solía encontrármelo con frecuencia en distintos lugares, imaginé que mi hermano también…
Siete días después del encuentro, me sorprendió un aviso necrológico que invitaba a las personas que lo habían conocido a acompañar a la familia doliente en todo ese proceso del “último adiós”. La opresión que sentí en el pecho me hizo escribir de inmediato a su hermana, una persona muy querida para mí, tratando de brindarle palabras de consuelo, algo que, por experiencia propia, sé que no existe en ese momento, pero, aun así, ayuda saber que alguien más está ahí y que para ese alguien, tu vida y la de ese ser querido, que ya no está, significan.
Empezaron los posteos en redes sociales, los “te quiero”, las fotografías del recuerdo donde se veían niños que posaban en un equipo de fútbol, adolescentes que estaban en un viaje escolar, la foto de promoción junto a la virgen y los maestros. Yo misma, de pequeña, fui testigo de algunos de esos momentos y, si bien los recuerdo, hay algo en esos rostros que me cuesta mucho reconocer y asimilar como las personas que conozco hoy. Supongo que ese algo es lo que llamamos vida.
En casi todas las fotos aparecía mi hermano. Un niño con mucho cabello ondulado y sonrisa dulzona, efecto de sus hoyuelos, esos mismos que tengo yo; un adolescente con peinado noventero, el más bajito entre sus amigos. Como suelo decir, es mi hermano pequeño, aunque sea el mayor.
En mi casa, imágenes como esas pueblan los álbumes de fotos. Mi hermano bebé regordete con ropa y sin ropa, en el parque, en el jardín, en viajes familiares, en partidos. Creo que es común que los padres primerizos tomen fotos de cada momento en la vida de sus primogénitos. Pero las fotos no solo dan cuenta de la emoción de mis padres por su hijo mayor, sino también de su carácter paciente y afable.
Hay una foto, en algún lugar de Los Yungas, donde aparecemos entre las piedras de un río, él me abraza como cuidando que yo no vaya a resbalarme. Nuestro hermano, el del medio, en otra roca cercana a nosotros.
Recuerdo que en ese viaje yo tenía 6 años y mi hermano me enseñó a atarme los cordones de los zapatos.
Hay también muchos momentos que no se encuentran en fotos, como cuando incendiamos la casa, o cuando jugaron al rescate y me bajaron del segundo piso atada con sábanas, cuando dejaron entrar en la casa a unos ladrones mientras yo dormía en mi cuna, o como cuando me mostró mi primera película de terror a mis 7 años, pensando que yo me asustaría y se desharía de mí. Pero no, ahí marcaría uno de los gustos que hasta el día de hoy me acompañan.
Supongo que es muy difícil ser el hermano mayor. Siempre les dicen que tienen que darnos buen ejemplo, nos protegen y enseñan a defendernos cuando otros niños nos hacen bullying, nos cuidan y miman cuando estamos enfermos, nos hacen sentir cool porque hablamos de cosas o tenemos cosas que los niños sin hermanos mayores no conocen. Aprendemos el mundo con ellos.
Sin embargo, me imagino que la responsabilidad se hace más grande cuando uno de los padres muere, como nos pasó a nosotros.
Una de las cosas que más amo de mi hermano mayor es que, a pesar de que no esté de acuerdo con lo que pensamos o hacemos, siempre nos deja ser, luego de hablar con nosotros y aconsejarnos, claro. Por eso, un recuerdo que llevo dentro es la primera y única vez que lo vi llorar frente a mí.
Ese día, a su hermanita menor se le ocurrió armar un lío propio de una película de Lars von Trier. Cuando pasó el clímax de esa historia, entró a mi habitación y me dijo que se sentía muy dolido por todo lo que había sucedido. Me miró y las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. En su rostro leí que pensaba que no había cumplido con su deber.
De todo ese periodo, es lo que más me duele.
No podría imaginar un mejor hermano mayor que el que tengo. Sigo aprendiendo cada día con él y de él, me hace reír con sus ocurrencias y las bromas que le encanta hacer, es el mejor tío (dicho por sus propios sobrinos) que conozco y, además, me dio a mis tres sobrinos hermosos, entre otras cosas.
Mi corazón se siente pesado cuando imagino que algún día podría dejar de estar y ser solamente un recuerdo más en muchos álbumes de fotografías por donde la vida pasó y dejó alegrías y sinsabores.
Al final de todo, escribir sobre él es una forma de decirle lo mucho que significa y que ha hecho por las personas que ha tocado con su afabilidad. Si la muerte viene y lo encuentra, sea donde sea, él será más que una fotografía para quienes lo conocemos.
Nada más importa, aun sabiendo que lo que fue no volverá a ser. Nunca más.