El hombre tocado de viento: un río vertiginoso dentro de un mar tranquilo
Lo primero que hice cuando terminé de leer El hombre tocado de viento fue escribirle al autor. Desde la primera vez que leí un libro que me sacudió la existencia por lo bueno que es, desde entonces, quise ser capaz de simplemente acercarme al autor y decirle "mirá cómo estás rompiendo mi vida", así, en buen sentido, agradeciéndole el haber escrito un libro tan bueno. Pero Roberto Bolaño está muerto, Xavier Velasco una vez puso un like a mi tweet y a Mónica Ojeda la entrevisté, pero no me animé a declararme su fanboy.
Con todo eso en mente, busqué el chat de Guillermo Ruiz Plaza y sin asco le escribí: "Qué librazo El hombre tocado de viento. Qué bella lectura. Qué triste y chistosa. Si no me la devoré en un día es porque tenía libros por editar pendientes. Pucha, perdón por escribir así de repente, pero felicidades, me encantó, me pareció enorme y no quería dejar de decírtelo. Un abrazo". Y él, que es tan buen tipo, me agradeció, me charló y fue un momento muy lindo en el que pude expresarle a un autor lo mucho que para mí significó su obra.

Y después de eso, El hombre tocado de viento se volvió como un pensamiento de fondo. Una idea que nunca se va, pero que no piensas del todo. Esto porque me moría por escribir una reseña, nada más que no terminaba de aterrizar en cómo hacerlo. ¿Cómo escribes sobre algo que te pareció brillante sin sobrevenderlo y correr el riesgo de arruinarlo para otros? ¿Cómo recomiendas algo que te encantó, bajándole el volumen a tu fanatismo y sin parecer poco sincero?
El tiempo pasó. Vinieron otros libros, todos interesantes, pero ninguno tan atrapante como la más reciente novela de Ruiz Plaza. Comenté el libro con dos personas más y les gustaba, "pero". Ahí, el "pero", la palabra que anula, la antesala a la subjetividad y la discusión, la conjunción basurita. A ambos les gustaba, pero... Ya no me acuerdo sus motivos, solo recuerdo que me parecieron válidos, pero...
Entonces el tiempo pasó más y más. Tenía cuatro párrafos escritos ni bien terminé mi charla con Ruiz Plaza, que supuestamente iban a ser la base de mi reseña, pero estaban ahí agarrando polvo digital en mi computadora y el libro me miraba desde mi estante, como diciéndome "oye, procrastinador, no te olvides de lo que te hice vivir".
Y quizás eso se habría alargado de no ser porque una amiga un día me escribe y me dice: "Hey, Adrián, no seas malo y préstame El hombre tocado de viento o como se llame. Te cuento que el lunes me voy por dos semanas a trabajar a la mina" y, de pronto, vuelve a mi mente el día que nos vimos con ella para comer unas salteñas y, hablando de libros, le dije lo mucho que me había gustado este y ella mencionó algo de que de Ruiz Plaza solo había leído una novela (Días detenidos) y nunca nada más. Sin mucho trámite le fui a dejar el libro y revisité esa reseña pendiente para ver si se sostenía varios meses después.
"¿Cuál es la locura que nos lleva a hacer arte?", comienza el Adrián del pasado, "esa fue una de las preguntas que más me hice mientras leía El hombre tocado de viento, escrita por Guillermo Ruiz Plaza, novela del catálogo de Editorial 3600 en la que seguimos la vida de Faustino Figueroa, un boliviano que vive en París, que desea escribir 'la gran novela boliviana' y cuya vida y obra es la obsesión de dos hombres: su amigo Felipe Lens y el joven universitario Jairo León".
Hasta ahí todo bien. Claro. Opinólogo con vicios de periodista, lanzando la sinopsis, el nombre del autor, la editorial e incluso algunas temáticas para que los y las lectoras se enganchen.
"Con una prosa de aires poéticos, construida con delicadeza y abarcando tres diferentes relatos que giran en torno a una historia principal, la narración de esta novela parece nunca detenerse. Pero no es apresurada o vertiginosa, sino más bien fluida". Ni bien leo eso me dan ganas de discutirme, por lo que busco el libro para cerciorarme, solo para darme cuenta de que, claro, lo tiene mi amiga. "Aunque Guillermo Ruiz Plaza construye cada párrafo con sumo cuidado, todo avanza a un ritmo interesante. Y eso es porque no solo la historia es cautivadora y te hace ir de página a página como en un río vertiginoso, sino que la forma en que está contada se siente como navegar en un mar tranquilo hacia un atardecer poderoso. Suena contradictorio, pero no lo es".
Entonces no tengo el libro, pero de pronto mi mente se inunda de las sensaciones que tuve al leerlo. De entrada, no lo podía soltar y cada que pillaba, aunque sea, diez segundos libres, me ponía a leerlo. Incluso me acuerdo de una madrugada, volviendo de una fiesta en el asiento trasero de un taxi, leyendo con la linterna del celular entre curvas y pacos pidiendo coimitas, sin jamás levantar la mirada. Y es que era la prosa, era la trama, eran las ideas detrás de los personajes. Todo se junta en El hombre tocado de viento para atraparte.

Es todo eso y la construcción de personajes. Pues una novela es sus personajes, no tanto su historia. Es el trasfondo expresado entre líneas, es todo lo que les pasa a los personajes y cómo reaccionan, es todo lo interpretable de las acciones de los mismos, es como cambian los protagonistas del principio hacia el final, o como ellos obligan a su entorno a cambiar. Mientras Xavier Velasco es un maestro de crear personajes interesantes, cuyo viaje nos atrapa en la novela, Bolaño es un magnífico cabrón que te presenta falsos protagonistas, pues sus verdaderos personajes son el contexto, el trasfondo y la Historia (no la trama).
Y Ruiz Plaza tiene un poco de ambos. "En El hombre tocado de viento vemos desfilar como personajes a autores como Albert Camus, Emil Cioran, Henri Michaux", dice el Adrián del pasado, "nombres legendarios de personas que han dejado una huella importante en el arte y la filosofía, pero que en esta novela no son más que personajes de apoyo, secundarios y, más allá de eso, los vemos como simples humanos, demasiado humanos, que tienen sus momentos loables y bajos, algo que no todo el mundo piensa que tuvieron esos nombres que han pasado a la historia". Claro, cuando puse todo eso, no incluí la idea central: Faustino Figueroa, el protagonista de la novela de Ruiz Plaza, es un personajazo. Es un tipo terriblemente boliviano, interesante, legendario, es un personaje tan apasionante como los que escribe Velasco, que sin ningún problema se roba el show en una novela que retrata una dictadura en Bolivia, que describe una París antigua y ya perdida, que se da el lujo de poner a leyendas históricas del arte como secundarios y a través de los cuales Ruiz Plaza presenta trasfondos sobre el arte y aquel impulso extraño que mueve a los artistas a seguir creando, aun cuando el mundo no lo entiende o al que no le importa.
“Dile al autor que quiero su polera, jajaja”, me escribe mi amiga, refiriéndose a la foto de la solapa del libro, donde se ve a Ruiz Plaza con lo que mi amiga identificó como una polera con la portada de Physical Graffiti, comentario que acompaña con un gif de Jack White diciendo “no confío en nadie al que no le guste Led Zeppelin”.
“Me ha pasado algo súper lindo con el librooooo. Re mágico”, comienza en texto y procede, mediante un audio, a contarme que, mientras iba en teleférico por Miraflores, leía las primeras páginas del libro, esas que se desarrollan en La Paz, y “justo, justo” pasó por un lugar mencionado en el libro (allí, sobre la avenida Busch, entre la Díaz Romero y la Carrasco). “Estar en el mismo lugar que el libro 80 años después”, decía mi amiga, quien luego aterrizó en la estación de la plaza Villarroel, solo para toparse con una exhibición que muestra a esa La Paz antigua retratada en la novela de Ruiz Plaza.
Y nada de eso significa nada. O, bueno, solo significa que a mi amiga esta novela también la atrapó y cautivó. “Muy bueno está este libro, carajo. Yo digo que lo tienen que llevar al cine”, me dice mi amiga, mientras yo pienso que pronto mi copia de El hombre tocado de viento estará siendo leída en alguna mina de quién sabe dónde, por lo que no la tendré para hacerle un sesudo análisis literario. Pero no importa, la emoción de mi amiga me recordó que lo que más cuenta en mi relación con El hombre tocado de viento es todo lo que sentí mientras leía un libro atrapante, todo eso que me hace asegurar que esta novela es un libro inolvidable que espero más gente lea y puedan sentir lo que yo: eso de navegar hacia el atardecer en un río vertiginoso dentro de un mar tranquilo.