Que el amor te dé un propósito
Despiertas un domingo pasado el mediodía. Tienes la edad que tenía Rimbaud cuando empezó a publicar sus poemas, pero eso todavía no lo sabes, los poemas son para viejas y adolescentes frágiles.
Anoche fue fatal. La carajeada que recibiste al llegar a casa fue peor. “¡Tienes 15 años y ya eres peor borracho que tu abuelo!” Recuerdas sopapos como destellos entre los nubarrones oscuros de la borrachera. “A ellos qué les importa, si así soy feliz”.
Es momento de aterrizar, tomar agua y buscar alguna actividad para ocupar el día, no te gusta quedarte en cama. Estás solo en casa, sin ganas de salir ni de ver la tele. Te sientes suspendido en el tiempo, como si le hubieran practicado un corte al entramado del universo y hubieras ido a parar en ese espacio vacío donde todo pierde sentido. Sin nada que hacer desde hoy y por el resto de tu vida. Así es como se deben sentir los adultos, por eso temen a las vacaciones, por eso algunos presos temen el día de su liberación y huyen de su libertad. “¿Qué hago ahora que tengo todas las posibilidades?”
Recibiste la tarea de leer Crimen y Castigo, novela larguísima. Tenías dos semanas para leer cien páginas y resumir tu parte favorita. La tarea tendría que entregarse mañana, pero ni siquiera has abierto el libro aún; la fotocopia que consiguió tu mamá sigue dentro de tu mochila, cual esponja de la humedad de tus poleras sudadas. Has leído un par de novelitas antes, te parecieron ñoñas, pero ayudaron a que el tiempo pasara más rápido y las personas a tu alrededor se callaran. No puede hacer daño empezar a leer esta.
Tiene muchas palabras raras. Necesitas un diccionario para entenderlas y una vez conoces su significado los pasajes empiezan a cobrar sentido. Las descripciones del entorno, la acción y los diálogos salpican el mundo con pintura y te parece que entiendes por azar, que la secuencia que se pinta en tu mente tal vez no sea la correcta, pero es divertida, parece una película. Este Dostoyevski sabía algo que otros autores –ese tal Cuauhtémoc o ese tal Bartolomé Mitre, por ejemplo– no podían ni intentar adivinar.
Entonces llegas a la parte del caballo, alrededor de la página 70. Tu atención se reconcentra en la escena sangrienta. El caballo desfalleciente al que le aplastan la cabeza en la vía pública. Te sientes Raskólnikof contemplando una gallina sin cabeza que todavía revolotea y viste cuando eras niño. Tienes que releer esa parte para asegurarte de que no la imaginaste. ¡Sí! De verdad narró el aspecto de la cabeza aplastada de un caballo y ¿acaso es posible hablar de ese tipo de cosas en una novela? ¿acaso las novelas no tienen que ser sobre amor y sobre niños buenos que hacen caso a sus mamás? ¿acaso la literatura tiene tantas posibilidades?
Te sorprendes más aun cuando, páginas adelante, descubres que la muerte del caballo era una premonición o un catalizador para el acto central de la novela: el asesinato de la usurera, el momento del Crimen.
Son las 6 de la tarde y has cumplido con el deber de leer las primeras cien páginas, pero la novela te engancha. Quieres continuar y pasas por una docena de posiciones distintas, tendido en tu cama o en el suelo, mientras lees. Entiendes que el Castigo de Rodia no es ir a la cárcel, sino la culpa por haber matado, el castigo es su consciencia repitiéndole que es una basura. Entiendes el sentimiento.
El sueño debería llegarte en cualquier momento, pero pasas la noche leyendo y cuando quieres darte cuenta ya es de día y tienes que vestirte para ir al colegio. Te faltan 50 páginas para terminar la novela. No quieres soltarla ahora porque sabes que, si lo haces, no la volverás a levantar. Qué siempre, ni que fuera el primer día que faltas a clases, por lo menos esta vez será por algo bueno, por leer un libro.
Terminas la historia en Siberia junto con Raskólnikof, con la esperanza de que Sonia te espere y se reencuentren después de cumplir la condena. “Eso es todo”, piensas, “nunca sabré si se cumple o si Sonia se olvida de mí”.
El libro te deja un vacío, no puedes creer que lo hayas terminado tan rápido. Cuando cierras la contraportada de plástico de la fotocopia te das cuenta de que has comprendido algo de la novela, que no necesariamente has aprendido algo de ella, pero sí has entendido al personaje. No te has sentido tan cercano a los sentimientos del protagonista de ninguna película ni videojuego y crees que tú también deberás cargar con la muerte de la usurera desde ahora.
Así que esto es Literatura. Tu horizonte se ha abierto en una sola noche y ahora existen posibilidades. Si Crimen y Castigo es lo que puede hacer un escritor, quieres ver qué es lo que pueden hacer otros. Quieres leer más libros. Quieres perderte en lo profundo de la Amazonía y sepultar a tus amigos en un pozo. Quieres presenciar la creación y la muerte de un linaje de chinos que cultivan sorgo. Quieres acompañar en sus especulaciones a un científico que viaja a través de un universo imposible. Eventualmente, quieres ver qué es lo que puedes escribir tú.