Mis ojos ahora son verdes

¿Qué es el amor? ¿Cómo se supone que tiene que hacernos sentir? Estas inquietudes son parte del día a día, y encuentran eco en el cautivador texto de Nohe Sahunero, centrado en un vínculo tan poderoso como inesperado.
Editado por : Juan Pablo Gutiérrez

En el historial amoroso que cargo, que más parece el prontuario de una apasionada y decadente prostituta, hay variados personajes que parecen enmarcar delicadamente mi expediente, mientras que otros aparecen bruscamente y de manera reincidente. El único rasgo que comparten todas las personas que aparecen ahí, es la infancia destruida. Apenas alguien me contaba una desgracia prematura, yo paraba la oreja y quería salvar a esa persona, darle atención, cuidado y por qué no, compasión y hasta deseo desmedido disfrazado de amor. 

El problema con ese tipo de prontuario es que es muy difícil distinguir el amor del capricho o la obsesión. No muy pronto me daba cuenta de que no era amor, porque yo quería salvar a esa gente de muchas cosas, de ríos furiosos, de padres que abandonan, de madres que cobran hasta el jugo del desayuno de cumpleaños y hasta del hambre de una niñez sin agua ni luz. Yo quería darles mi amor transformado en juguetes, libros y, sobre todo, darles una atención muy dispersa; a veces muy brillante y a veces muy difusa. El problema es que yo quería salvarlos a todos de todo, pero no me daba cuenta de que el único peligro al que estaban expuestos, era yo misma. Un día me di cuenta de que todo eso que yo había creído que era amor, era solo aburrimiento y que, probablemente, estaba hastiada de mí y de mi gran capacidad de entregar puras estupideces en lugar de dar algo de valor, ya fuera tiempo real, atención y cuidado de verdad.

885
“La breve pero intensa historia de mi Perrenia”. / Ilustración: Jaqueline Aki Desu.

Pero no me salía. 

Llegué a creer que el amor tenía que ver con encontrar un norte, un algo, eso que llaman motivación y que dicen que te otorga poderes especiales que te dan ánimos para seguir viviendo. Pensé, primero, que encontrar a una pareja que me amara, me daría algo de ese norte, pero nunca pasó. Pensé también, que dedicarme con pasión a lo que me gustaba hacer, me daría una motivación. Pero ninguna de esas cosas sucedió, pese a que tuve parejas que me amaron, a que estudié lo que me gustaba y a que trabajé en lo que me apasionaba. Tenía la idea de que el amor era eso, aunque me llenara de tedio y frustración. 

Todo parecía mucho, aunque a la vez, me resultaba insuficiente. La vida me pesaba, el amor de familia y de pareja parecían asfixiarme y, de pronto, cuando caminaba cerca de puentes y sentía el viento en mi rostro, me imaginaba lanzándome, acabando con el amor. 

No solo tenía la idea de que el amor era tedio y frustración, también creía que debía ser traducido en sexo, cenas familiares y secretos que se guardaban celosamente para luego alejarte de personas que amaste pero que te lastimaron sin que te dieras cuenta. 

Cuando ella llegó a mí, lo primero que vi, fue su largo y sedoso pelaje. Lo segundo que vi, y que hasta ahora no puedo olvidar, es lo que se ocultaba detrás de sus ojos verdes y que se trizó cuando sus ojos chocaron con los míos. Era miedo, era soledad y, otra vez, miedo. Ella chillaba y chillaba mientras la plaza Murillo se ahogaba en petardos, gritos y dinamita. Yo misma me ahogaba en mi propio miedo: una mirada así te revisa las entrañas, las gira de un lado, del otro y luego te las devuelve con un extraño orden que parece recomponer tu existencia llena de errores, de palabras dichas cuando no eran necesarias, de actos atroces cometidos por la idea sola de lastimar a quien crees que te lastimó primero, aunque luego te des cuenta que la primera piedra era, en realidad, una teja que nadie tiró adrede, que fue solo el tiempo llevado por el viento. 

Y es que yo debí haberlo sabido. Cuando una amiga me contó la breve pero intensa historia de mi Perrenia, ella dejó de chillar y me miró como solo me han mirado dos veces en mi vida. En ese momento dejé de escuchar los petardos y de sentir la tensión; en ese momento, solo existíamos ambas y sabíamos que nos estábamos rescatando mutuamente. No había egoísmo, no había un afán protagónico. Ella había visto mi interior y yo sabía que ella me estaba reclamando el vacío. Jamás puedes esconderle algo a los gatos. Eso debería saberlo todo el mundo. 

Yo creo que el amor es eso: un rescate mutuo. 

886
La mirada revela más de lo que se oculta tras los ojos. / Fotografía: Nohe Sahunero.

Un día nadas entre aguas oscuras que te terminan golpeando entre piedras afiladas y olas que te desvisten, mientras cada playa es una trampa plagada de algas resbalosas que te mantienen en el caudal de dolor. Pero al otro día, aparece ella. Ella, mi Perrenia, me sacó de ese río turbulento y me mostró una playa calmada que me llevaba a mi verdadero hogar. Dicen que cuando sientes amor, sientes paz, sientes algo que te llena el vientre, el pecho, y que te inunda la cabeza de algo parecido al futuro. 

Yo no quería salvarla, como a los otros, de un pasado atroz, tal vez, mentiroso. Yo quería compartir mi vida con su mirada y ella con la mía: era un trato tácito y, por demás, justo.  

Decía Capote, en Desayuno en Tiffany’s: “Somos un par de seres que no se pertenecen, un par de infelices sin nombre, porque soy como este gato, no pertenecemos a nadie. Nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro”.

Pero mientras ella contempla colibríes, yo sé que su paz es la mía, que su felicidad es la mía y que yo siempre seré suya.

69 me gusta
701 vistas
Este texto forma parte del especial La Corin Tellado que hay en mí