‘La invención de lo posible’: entender el cine como un sistema

El investigador y crítico de cine Sebastián Morales se estrena en 88 Grados presentando su más reciente obra: La invención de lo posible. En este texto, el autor nos pinta un panorama general de su libro, cómo este aborda al cine boliviano y lo digital, esa tecnología que hace posible filmar películas en un país donde es casi imposible hacerlo.
Editado por : Adrián Nieve

En sus memorias, Jorge Sanjinés cuenta que tuvo muchos problemas con el sonido de Ukamau. El sonido directo, realizado por un técnico peruano, no funcionaba a la hora de hacer la mezcla. En el mítico laboratorio Alex, en Buenos Aires, le recomendaron que hiciera un doblaje. El problema era complejo. ¿Dónde iba a conseguir en Bolivia un laboratorio de sonido y actores para hacer el doblaje en aymara? El fracaso parecía estar a la vuelta de la esquina. Hasta que Sanjinés recordó algo que le había comentado, hace tiempo, Jorge Ruiz. En instalaciones de USAID, en La Paz, se tenían todos los implementos necesarios para hacer el doblaje. El laboratorio estaba abandonado, pero los equipos estaban ahí. Sanjinés y su grupo “convencieron” al portero del lugar para que les deje entrar por la noche y poder acabar la película.

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Un momento de la presentación del libro La invención de lo posible en la que participaron Hugo Boero, Andrés Zaratti, Sebastián Morales y Willy Camacho presentando el libro. /Fotografía: Jail Ibáñez.

¿Como un historiador debería incorporar esta anécdota en sus estudios? Se me ocurren dos actitudes diferentes. En la primera, se utilizaría el relato para subrayar que el cine boliviano es siempre una historia de pioneros y aventureros. La osadía de Sanjinés durante toda su obra lo demuestra. El cine es una historia de impulsos personales y, por ende, es algo que comienza de nuevo cada vez.

Pero puede haber otra manera de interpretar al joven e intrépido Sanjinés. Esta historia es más compleja porque requiere relacionar cosas y personas para entenderla. El realizador necesitaba cómplices para insertarse en un edificio del gobierno de Estados Unidos. Roca, Soria, los actores del filme, el técnico argentino que iba a hacer la mezcla. Un equipo de trabajo que no parece tener nada que ver con una folie a deux.  Asimismo, el dato otorgado por Ruiz era clave. Por supuesto, no se podía haber terminado el filme sin un funcionario probablemente en Estados Unidos al que se le hubiera ocurrido equipar de tal manera un espacio de USAID, por los motivos que fuera.  Como bien menciona Bruno Latour, al explicar que para que un fenómeno exista hay que entender la interacción entre las cosas y las personas, la cual, en algunos casos, como el aquí mencionado, puede estar sellado con el signo de lo azaroso. 

Por supuesto la anécdota muestra la precariedad con la que hasta el día de hoy se hace cine en Bolivia. Pero también demuestra que la existencia de un objeto tan improbable como una película boliviana tiene que ver con la puesta en marcha de todo un sistema. Los cineastas no son aventureros adentrándose a la selva amazónica en búsqueda de El Dorado. Son gente que, bien o mal, aprovechan las condiciones de posibilidad que el sistema otorga. 

A este sistema lo denomino, en el libro “La invención de lo posible”, la institución-cine. La cual está compuesta por, al menos, ocho partes absolutamente solidarias entre sí: los modos de representación; los modos de producción; lo institucional (leyes y normativas); la tecnología; la formación; los modos de legitimación; los modos de distribución y los modos de exhibición. Una modificación en alguno de estos elementos puede llegar a producir un cambio en todo el sistema y este libro que escribí no es una historia de las películas, sino de este sistema complejo de interacción. En él entiendo la noción de complejo como un tejido, tal como lo hace Edgar Morin. 

Así, siguiendo una epistemología de la complejidad, el libro va a plantear una serie de cruces entre los ocho elementos que componen la institución-cine. Cada uno de los capítulos es un ensayo de un cruce posible entre dos o hasta tres elementos. De ahí que no se estructura como un texto de historia tradicional, es decir, por periodos históricos. Evidentemente, en un principio se intentó hacer una periodización, pero, finalmente, se entendió que la estructura debería ser la de cruces o bloques conceptuales. Ahora bien, no por el hecho de que se describa un sistema, quiere decir que este sea completamente orgánico, es decir, exento de procesos contradictorios. De hecho, el sistema se devela a sí mismo como bastante paradójico. Pero en vez de sepultar este hecho, se ha tratado de construir sobre esa base. 

El libro, entonces, se enfoca en un momento clave, no solamente del cine boliviano, sino del mundo: el advenimiento de lo digital. Son tantos los cambios producidos por esa tecnología en la institución-cine que la teoría contemporánea ha decretado (una vez más) la muerte del cine. No es para menos.  El cine se entendía como la proyección en una sala oscura de una película a una masa de espectadores que había pagado por un espectáculo. Acabo de definir una práctica que casi ya no existe y que es claramente minoritaria frente a otros abrumadores tipos de consumo de la imagen. Pronto tendremos cineastas de TikTok.

Paradojas. El cine se muere. Pero cada vez se hacen más películas. De hecho, no es imprudente decir que, gracias a lo digital, el cine boliviano existe pues la aparición de esta nueva tecnología es la condición de posibilidad de todo cine periférico. Pero las cámaras no hacen películas solas, así como los estudios  abandonados de USAID no lo hacen. Es ahí donde hay que reflexionar sobre la institución-cine. Para que haya cineastas bolivianos, estos han tenido que formarse. Pero también tuvieron que buscar legitimación frente a sus pares mayores que asumían que hacer películas en digital no era hacer cine. Tuvieron que pensar en modos de producción en un momento en donde el Estado, lo institucional, demostraba su incapacidad para ser un aliado. Tuvieron que pensar en modos de representación acordes a los modos de producción y a las posibilidades tecnológicas. Entender la historia del cine digital es comprender la institución-cine que se pone en marcha. Este es, precisamente, el objetivo del libro La invención de lo posible

Este es un sistema absolutamente abierto. Uno puede ser exhaustivo en la descripción y análisis, pero es imposible tener una imagen absolutamente completa. Algunos lectores pueden encontrar ausencias en el libro que consideren significativas. Se omite algún director, alguna institución, algún hito importante, etcétera. El libro asume estas ausencias porque no le interesa el gesto enciclopédico: mencionar a todos un poquito. Lo que busca este texto es generar conceptos para explicar el fenómeno digital en Bolivia. Y en tanto tal, hace recortes, relaciona, profundiza. Así la elección de los casos de estudio responde a su capacidad de crear y hacer funcionar los conceptos que aparecen en el libro. No es un libro que se cierra en sí mismo, sino que la idea es proponer aperturas. Se pueden agregar más conceptos, más cruces, más casos.  Es una apertura que podría pensarse infinita.

De hecho, el propio libro hace parte del sistema que describe. Se ubica en la rama del árbol denominada “legitimación”. En tanto tal, las  condiciones de posibilidad de su existencia dependen también de los otros factores. No se podía haber dado sin espacios de encuentro:  como por ejemplo festivales y escuelas de cine. En ese sentido, el Programa de Cine de la UMSA, coordinado por Andrés Zarratti, es fundamental. No solo porque es un espacio de aglomeración de cineastas que se convierten en casos de estudio, sino que la universidad permite el intercambio de ideas que a la larga se plasman en el libro. 

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Imagen: Adrián Nieve

Tampoco existiría sin las películas y sus directores. Estos filmes hablan de nosotros mismos y, en mi caso concreto, me hicieron enamorar de ciertas imágenes a las que vuelvo de tiempo en tiempo. El escribir sobre películas determinadas también tiene un gesto autobiográfico. Se dice en la teoría, que hacer análisis a profundidad de los filmes, de alguna forma disminuye el placer que siente el espectador común y corriente por la obra. Se reemplaza el deseo por el conocimiento. 

Evidentemente, algo de verdad hay ahí. Pero también es cierto que la intención de volver de manera reiterativa a un filme es porque este ha generado una marca, una herida, una ausencia, una incomprensión que el análisis exhaustivo quiere llenar. Dicho de una manera más fácil, en el libro van a encontrar un trayecto cinéfilo, el cual marca pequeños hitos en el mío propio. Como a muchos cineastas, el visionado de Lo más bonito y mis mejores años marca un antes y un después en mi camino cinéfilo. Pero he llegado ahí con otro filme: ¿Quién mató a la llamita blanca?, película que en algún momento me hizo pensar en la posibilidad de dedicarme de alguna u otra forma al cine. De ahí, pasar a filmes como el magnífico El olor de tu ausencia y el imprescindible Dependencia sexual, es solo un paso. Eso es lo que me lleva a indagar y pensar sobre los años en los que, en Cochabamba, se consolidaba un potente boom que marca el inicio de lo digital. Esto no solamente sucede con este primer corpus, sino que cada capítulo, cada agrupación conceptual, también esconden determinados hitos personales. El libro terminó siendo una especie de diario cinéfilo, pequeño guiño a mis estudiantes del Programa de Cine. 

Los lectores y comentadores son también claves. Hugo Boero se convirtió, por casualidad, en el primer lector del texto cuando solo era un esbozo. Él fue jurado en una versión del FOCUART cuando me postulé para el desarrollo de la investigación. Hablar con él me hizo entender que las primeras intuiciones eran correctas. Es por eso que también fue el primer lector del libro terminado y, esta vez, no por casualidad. Por eso le agradezco sus lecturas tan atentas y reveladoras. 

Asimismo, fueron claves Willy Camacho y Marcel Ramírez de Editorial 3600, que acompañaron con cuidado el surgimiento del libro. Ahí también están Iván Barba, que tuvo a cargo el cuidado de edición, y Humberto Pino, que hizo la portada y la diagramación.

El sistema de la institución también contiene en sí mismo algo difícil de aprehender para un historiador.  Lo que tiene que ver con el casi irracional deseo de hacer películas.  Ese es el motor de todo y hace parte de la esfera de lo íntimo.  De repente eso es lo más importante. Y en esta esfera de lo íntimo están, por supuesto, Laura y Sofía. Las que me impulsan y dan sentido al gesto de escribir. Sin corazón las palabras no tienen significación alguna.

Ahora solo falta lo último: que el  libro encuentre a  sus lectores para que el sistema efectivamente sea abierto. Espero de corazón que el libro cumpla sus expectativas y puedan encontrar o reencontrar ese gesto amoroso por el cine boliviano que he tratado de impregnar en el texto. 

Gracias.

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