Cuando la representación nos golpea: El amor del desamor de Laura Derpic
* Reseña originalmente publicada en el suplemento Letra Siete el 3 de octubre de 2021
Historias de amor, abundan. A veces, nos hacen creer que el amor es un momento de salvación o que tiene que doler, o nos hacen creer que es una perra del infierno. Todas esas cosas pueden llegar a ser el amor, o puede que, en realidad, sea así cómo nos lo han representado y cómo hemos representado nuestra propia historia.
Estamos volviendo al teatro y estamos volviendo con todo. La obra El amor del desamor de Laura Derpic es una puesta en escena donde el amor es el centro de todo, pero a la vez, resulta ser un ensayo bien planteado sobre qué es la representación y, además, qué es la metaficción. Esta es la historia de Ana y sus fallidas relaciones, la más reciente con Luis. Todo empieza con una ruptura, una separación, justamente, lo que no queremos ver cuando de historias de amor se trata. Siempre intentamos negar este aspecto de tantas relaciones de amor que pueden ser hermosas, pero allí está, doliéndonos. Se trata de una ex pareja que está entendiendo, por última vez, por qué se enamoraron y por qué se separaron. Ana sueña con tener una relación duradera y estable, pero me parece que a ratos se olvida que muchas veces la estabilidad no es lo que le da ese punch a una relación.
Creo que lo más importante para contar la historia de este personaje no es solamente contar la historia, sino cómo los actores se preparan para ello. Y por esto mismo es muy importante ver la escenografía de esta obra. Hay dos espacios físicos y, en ellos, dos espacios de representación. Está el escenario, por un lado; y por otro, está el armado cúbico y metálico que delimita, claramente, las cuatro paredes que siempre tenemos en cuenta —aunque inconscientemente— en el teatro y en la ficción. Dentro del armazón metálico está la representación, y fuera de él, está la reflexión sobre esta misma historia.
Explico un poco mejor. Cuando salen del armazón, los actores planifican, reflexionan y discuten sobre los dos personajes que encarnan: qué es lo que están viviendo, qué es lo que quieren y, sobre todo, qué los motiva a sentir lo que sienten. Hay una lluvia de ideas sobre lo que es ser este personaje y también sobre qué es lo que les hace sentirse así, por qué esta relación acabó y hacia dónde van a seguir estos personajes. Los actores dialogan sobre lo que es ser esta persona y muchas veces esas personas representadas hemos sido nosotros. Al mismo tiempo, oscilan entre un tono triste y un tono humorístico sobre la situación de los personajes y allí es donde uno como espectador ríe y llora, y a la vez se da cuenta que también ya ha estado allí; pero que también varias veces hemos imaginado todas nuestras situaciones amorosas como una obra de teatro, como una sitcom, como un melodrama o como un programa de concursos.
Brecht hablaba del efecto de distanciamiento con la ruptura de la cuarta pared, justamente para que podamos reflexionar y estar frente a la obra en lugar de estar dentro de la obra. El objetivo de esto es la reflexión. Y la cuestión es que aquí, con la ruptura de la ilusión teatral y la intromisión de la metaficción, nos pasa ambos. Reflexionamos mucho, sí, sobre las relaciones amorosas en general mientras estamos frente a la obra. Sin embargo, no hay cómo evitar identificarnos con esos personajes, porque, cuando de amor se trata, siempre queremos ser los protagonistas. Y alguna vez fuimos ese personaje principal de una bella historia de amor que terminó mal, por esto también es muy difícil no estar dentro de esta obra.
Esta puesta es brillante, porque este juego de metaficción nos pega en lo más doloroso de nuestras memorias y nos martillea en las grandes incertidumbres de nuestro presente.
Como nuestras propias historias, todo en esta obra es movimiento. El cubículo de la representación es movimiento que significan cambios de perspectivas. Los actores y las luces son movimiento constante, pareciera que es el tiempo que avanza cuando dejamos un amor en el olvido para caer en uno nuevo, que, esta vez, esperamos que sea eterno.
Termino con lo que termina la obra, con los boleros. Hay dos cantantes que nos interpretan los más clásicos de los clásicos de los boleros más románticos. Aquellos que nuestros abuelos cantaban para enamorar a nuestras abuelas. Esas canciones que conforman la banda sonora de nuestra cabeza cuando nos imaginamos y representamos nuestros amores. Así como el bolero, romantizamos al representar; pero, una vez que el disco deja de sonar, nos llega el golpe porque hasta ese amor tan idealizado como el de los abuelos muchas veces terminó siendo un desamor oculto.
Ficha técnica
Dramaturgia y dirección: Laura Derpic Burgos
Actuación: Mariana Vargas y Marcos Arandia
Composición y diseño sonoro: Miguel Llanque
Cantantes: Gisela Rodríguez y Daniel Gonzáles
Sonido: Jorge Monroy
Iluminación y diseño visual: Pablo Terrazas
Escenografía: Ezequiel Rodríguez
Vestuario: Claudia Gaensel
Diseño gráfico: Ana Tarqui
Producción: Claudia Gaensel
Asistencia de Dirección: Mayra Yugar
Asistencia de Escenografía: Micaela Rosado
Asistencia de Producción: Denisse Salas