Paraísos
Una gota, dos. Listo.
—No estrujes el ojo. ¿Arde? —le pregunto a mi abuela mientras le aplico el tratamiento que toca a media mañana, el matutino. A mamá le toca el nocturno. En la madrugada toca confiar. A veces la madrugada no existe, cuando se juntan las estrellas y el último suspiro de la noche, la apnea es cada vez más frecuente. La apnea en la mañana, tarde, noche y madrugada. La apnea en el sueño, en la siesta.

Siestas cada vez más frecuentes.
Apneas cada vez más
frecuentes.
Dos gotas, una en cada ojo. Cada ojo cientos de recuerdos, en cada ojo miles de memorias. Cado ojo: sonrisas, lágrimas. Cada ojo es amor, odio. Cada ojo lleno de vida y muerte.
—Estoy quebrada —me dice—. Ya se vuelve difícil, hija. Estar sola.
—No estás sola, abu.
—Yo sé pues. Yo sé que no estoy sola.
Mi abuela me sonríe y guarda silencio.
Mi abuela ama tres cosas: los paraísos, su familia y la comida, en ese orden.
El amor de mi abuela es marcarnos cada noche, a todos los primos, a todos los tíos. Menos a tía Mercedes que cortó su línea telefónica en abril. Estamos en marzo, un año ya que mi abuela no llama a tía Mercedes. Los demás, seguimos recibiendo una llamada cada noche.
— Siete cero siete qué sigue, ah si dos cuarenta y cuatro cuarenta y cuatro, marcar.
La mayoría de las llamadas son de pocos segundos, una que otra de minutos. Máximo un par.
No es cochabambina, pero decir que ha aumentado el doscientos por ciento más a las sajra horas de la llajta, es poco. Comidita por aquí, comidita por allá. Quedar como laboyé es su tradición dominical favorita. La fruta y el café antes de dormir, infaltables. A veces Toddy para la simulación y poder transformar la almohada en sueño. Dormida con una sola manta, con falda sobre la cama. Siempre con falda y sobre la cama. Las frazadas calientes en invierno, y frescas como necesitamos ahora, en primavera–verano, en la ciudad de las flores. Yo duermo sobre la cama por mi abuela. Siempre sobre la cama y ahora también, con falda.
Tener árboles de paraíso en las aceras, antes; laurel, cucardas, limón, ahora. Predominan los ficus, los odia. Tener flores siempre, recibir flores siempre. Todos saben que eres flor. Todos saben que mi abuela es flor. Y cada año las flores florecen más fuertes, más lindas. A veces también, más cansadas, más tristes, más solas. Siempre: más amadas.
—El amor siempre me ha llenado, hija. Tu amor siempre me ha llenado.
Compartimos el almuerzo muchos años de mi vida. Un día comió muchísimo y lo último que me dijo fue eso. Se había llenado con mi amor, mi abuela y yo compartimos el almuerzo muchas veces. Mi abuela nunca podría ser vegetariana. Dejamos de compartir el almuerzo hace un par de años. El amor continuó creciendo. Cambió.
Mi abuela sigue viva porque quiere recordar, porque nos marca todas las noches, a todos los tíos, a todos los primos, menos a tía Mercedes desde hace casi un año. Mi abuela sigue viva porque sigue recibiendo galletas, chocolates, atunes y panes en navidad. Mi abuela sigue viva por el fricasé, el masaco, el café, y las flores; mi abuela sigue viva por las risas, por su familia. Y mi abuela sigue viva por los paraísos, porque siguen en su memoria en, su cuore y, sobre todo, en los nuestros.