Catarsis

En los últimos años, la presencia de las mascotas en la vida de los seres humanos ha ido cobrando mayor relevancia. Ya sea como compañeros leales o como integrantes de las familias, cada vez más diversas. A propósito de ello, Liz Angulo escribe un texto homenaje a Sebastián, un cachorro que llegó a su vida luego del fin de una relación amorosa.
Editado por : Lourdes Reynaga

¿Sabes que antes los sugar daddies eran de verdad? El mío se acababa de ir de este país y, ante mi rotunda negativa de seguirlo a su nuevo destino, me dejó de regalo un pequeño garzonier. Por supuesto, luego de haberle jurado amor eterno. Y no, no era mentira, en ese momento era una lealtad sincera. 

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No-longer-here en Pixabay.

Así que lo primero que decidí fue buscar un compañero para mi estrenada soledad. No uno de dos pies, más bien uno peludo cuyas uñitas rascaran el recientemente instalado piso de parquet. 

Me puse mis mejores galas para ir a encontrarte al famoso Chapi K'atu, lugar funesto conocido por la venta de mascotas y ubicado en el ex parque de los monos. Creo que fueron los 38 bolivianos mejor invertidos de mi existencia. “Ya, te lo llevas al negrito”, me dijo la mujer. “Qué pena, lo queremos harto”. "Sí, claro, sinvergüenza", pensé. "Si lo quisieras no estaría en una jaula fría". Pero, dejando de lado lo desagradable, fue mirarnos y descubrir que el amor a primera vista sí existía.

Te llamé Sebastián, tenías tres meses. Luego fuiste Nuiches, Tebas, Negro, y Valle Rosquete, un apodo que te puso mi papá, al ver que tu cola era un verdadero vórtice, como esos dulces cochalas que venden en las festividades religiosas, cubiertos en clara de huevo. Tu cola terminaba en la típica punta blanca de todo buen mestizo. 

Por quince años te volviste carne de mi carne, me leías como nadie, como ninguno de aquellos que viste desfilar por mis sábanas. Tú eras el único que nunca quiso partir. Rebelde, terco y camorrero, ¿cuántos descendientes habrás dejado en esos días que te escapabas en busca de lo tuyo por las callejuelas del viejo Sopocachi? Noches íntegras de no dormir,con la nariz pegada a la ventana del cuarto, mirando a la calle, esperando tu regreso. ¿Qué aventuras traías en esa tierra pegada a tus patas y esas heridas de buen peleador? Ay, mi amor, carne de mi carne eras tù. 

Y así recogimos un día nuestras cosas y partimos al nuevo hogar, ya no de dos sino de tres. Creo que ni el nuevo departamento ni el padre postizo te gustaron por completo, así que un par de meses más tarde tú y yo, con tu camita en una mano y una bolsa de comestibles en la otra, volvimos a la rebelde soltería, a la libertad de hacer y deshacer siempre en complicidad. 

Al poco tiempo, te llevé de compañía a nuestro Tobías, ese salchicha diminuto que con el pasar de los años se volvió una extensión de tu cola, así de amigos eran. Tiempo después, él también partió, hijo mío, y ojalá ahora estén correteando juntos por el universo. 

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Los vínculos emocionales que se crean con una mascota la hacen presente, a través del recuerdo, incluso después de su fallecimiento. / Ilustración por Branimir lambasa en Pixabay.

La soledad tiene un sinsabor particular hace mucho tiempo. No te miento, tuviste sucesores en mi intento de encontrarte de alguna manera. Más de un callejero anciano adopté, pero nunca, jamás como tú. 

Catarsis es lo que debo hacer porque hasta el día de hoy, desde que solté esa mañana tu cuerpito inerte sobre el piso frío de la cocina y le pedí a un vecino enterrarte, nunca he podido ir a tu tumba improvisada, sería aceptar que ya no estás. Prefiero seguir soñándote, mi leal compañero. 

Ya han pasado varios años, ya no habito el viejo barrio. Me encantaría que estuvieras en el nuevo hogar. Llega el sol de frente en las mañanas y hay un fondo de naturaleza aún no corrompida. Supongo que estás por ahí, que tus pasos no son los cansinos de un anciano, sino los briosos de tu juventud. 

Yo seguiré esperando reencontrarnos, quizá en otro plano, y salir juntos por ahí de paseo un domingo en la tarde, a caminar y respirar, a sentarnos en una banca y leernos la vida en las miradas. 

Catarsis es hablar de mi perro y ya no llorar. Quizás algún día la logre alcanzar.

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