De amor y otras definiciones
El concepto de amor es tan maleable, que existe un 88% de posibilidades de que, mientras lees este texto, la que lo escribió lo entienda desde una nueva perspectiva. Sintiendo el sabor entre ácido y dulce que deja esa palabra en mi paladar, debo admitir que, hasta hace poco, me era difícil encontrar el discurso adecuado para definir el amor sin entrar en un abismo abstracto de negociaciones conmigo misma entre lo que es y esperaba que fuera.
Durante años de mi existencia el amor era, desde mi limitada percepción, como ese premio codiciado al cual solo podía acceder si cumplía con cierto número de condiciones, mismas que iban variando en cantidad y expectativa según las acciones hechas. En un punto llegó a ser como el agua que sale por el filtro que la destila para que pueda ser bebida: un hilillo que caía a veces gota a gota para saciar la sed inconmensurable de ese desierto interno. Había creado un collage de recortes amorísticos con lo que tenía al alcance; desde ese concepto bíblico en que el amor era paciente y bondadoso, más no así envidioso, ni egoísta, mucho menos rencoroso, incompatible con el enojo; disculpando, creyendo, esperando, soportándolo todo, mientras que las publicidades en la tele me prometían cada veintiuno de septiembre, día de la madre, el padre o el amigo, que si regalaba un auto/celular/cena/viaje, el incremento de amor hasta en un 30% estaba garantizado ¡Amor a bajo costo, señores y señoras, dos por uno, aproveche nuestras promociones y ofertas para dar y recibir amor!

Y después de dar el sí en el altar, mirarnos embobados al compás del vals, lanzar el bouquet de rosas japonesas y colocar en la boca del otro un trozo de torta para la foto; la realidad tragicómica me golpeaba en la cara, evidenciando el enojo de la impaciencia, tan ausente de bondad que no disculpaba, mientras que yo ya no creía ni esperaba ese sentimiento ilusorio, demostrando que una cena/rosas/viaje no bastaban para que el amor lo pueda todo. ¿Dónde estaba la falla? Había seguido al pie de la letra la guía universal para triunfar en el amor en diez simples pasos, Love for dummies” era una estafa. Lo era, ¿verdad?
¿Verdad?
Tras años de una retahíla de preguntas sabor culpa con un dejo de victimismo, dando vueltas como en un carrusel a lo que se hizo o se debería haber hecho, a lo que no se dijo o se debió callar, faltaban culpables y sobraban razones para creer que el amor parecía ser un montaje utópico, el final feliz de una película trillada alejada de mis manos, oídos y entendimiento. ¿Cómo podía, como madre, plantear el concepto del amor si ni yo misma era capaz de definirlo sin daños a terceros?
Mientras yacía sentada en medio de mi charquito de lágrimas y autocompasión, se presentó ante mí una versión menos caricaturesca del clásico insecto de Disney, esa vocecilla que solía callar con helado y decisiones erróneas, susurrando en vez de gritar para ver si así, esta vez, prestaba atención. Se mostró como un espejo, señalando aquello que ocultaba tras una capa de rímel, evidenciando esos espacios vacíos, huecos existenciales que esperaban ser llenados por aquellos a los que reclamaba amor, sin percatarme que nadie me amaría como necesitaba, sino como podían, sabían y habían aprendido, con carencias que, al igual que yo, esperaban que alguien más llenara. Fue en ese momento que entendí que nadie más que yo podría enseñarme acerca de ese amor del cual tanto se habla y no se encuentra.
Y aquí estoy, aprendiendo cada instante a llenar mis espacios vacíos, llevándome al teatro o de paseo, regalándome libros y chocolates, perdonando mis errores, aceptándome en cada juicio y condena, entendiendo al amor desde adentro, mientras me miro al espejo y digo en voz alta: “eres perfecta en tus imperfecciones, nena, te amo”.