Amor abstracto

Verita Hilari decide que su primer texto en 88grados estará dedicado al amor. Porque a lo mejor el amor es algo más que besos y enamoramientos, a lo mejor el amor es algo que invita a vivir la armonía tal como la vive la autora.
Editado por : Adrián Nieve

No recuerdo qué día comencé a sentirlo. No sé si fue cuando escuché por primera vez The man Who Sold the World de David Bowie —pero en la versión de Nirvana—, o cuando descubrí el Concierto para violín de Ludwig Van Beethoven y cada nota, cada sonido, era como si en ese momento no importara si alguien me hablara, mi mente solo viajaba a través de la melodía de esos instrumentos, de esas bellas voces de los cantantes. 

La música entra por mis oídos y se graba en cada circuito de mi cerebro. Me pasa mucho, es más, la mayoría de las veces una canción se queda danzando dentro de mi cabeza por horas y, tal vez suene extraño, pero ni el primer beso de un hombre, ni las primeras caricias de una noche íntima lograron hacer estremecer mi piel tanto como descubrir nuevas canciones. O como cuando veía esa tienda, oh sí, yo parada delante de una tienda de instrumentos musicales, un paraíso de sonidos, observando esa bella guitarra con esas cuerdas brillantes, ese clarinete como un payaso triste y alegre, o ese angelical piano dulce como un algodón de azúcar y tenebroso cual noche oscura. 

821
“Pero ahí estaba, pequeño, adorable, un charanguito que con solo mirarlo podía escuchar todo el folklore boliviano asomándose como un huracán haciendo temblar la tierra”. / Fuente: Diego Choque

¡Ah! Pero ahí estaba, pequeño, adorable, un charanguito que con solo mirarlo podía escuchar todo el folklore boliviano asomándose como un huracán haciendo temblar la tierra. Claro no estaba solo, tenía sus hermanos, de hecho, una enorme familia de diferentes afinaciones y yo que los miraba estaba que no podía esperar más, algún día alguno de ellos se iría conmigo a casa. 

Lo cierto es que pasaría mucho tiempo antes de que ese amor fuese correspondido. Años de estudio, en realidad, noches largas con mis manos doloridas, frustración causada por las voces de mi cabeza: “tu no sirves para esto. Déjalo. Dedícate a otra cosa” que tristemente resonaba con el escaso apoyo de mi familia. Lo recuerdo bien, era una época en que quería arrojarme bajo el autobús más veloz de la autopista, o comprar el veneno para ratas más barato y se acabó todo. 

¿Todo?, ¿en serio todo?, ¿todo ese amor se había convertido en dudas e inseguridades? “No”, me dije en ese entonces, “no puedo haber escalado una montaña tan alta como para rendirme a la mitad. El que ames algo no significa dejarlo por trabas en el camino”, concluí, recordando algo que me dijo uno mis maestros: “el amor no es fácil, es constancia, entrega, una pequeña fogata que necesita de tus cuidados para nunca apagarse, caso contrario tu corazón se torna frío, seco, sin vida y tan entumecido por la depresión que solo buscará el descanso eterno”.

Desde entonces que cada vez que me siento desanimada, respiro hondo, me repito que debo seguir y ese algo dentro de mí que no quiere que me detenga, me reinicia, pelea con las voces de mi cabeza: “¿Y qué si no logras nada?, ¿cuántos mueren sin siquiera intentarlo? Al menos cada paso, cada recuerdo de lo que hiciste, se irán contigo a la tumba”, me dice y yo le doy la razón. 

Y así fue hasta que llegó el día. El escenario está delante de mí, el público espera y yo con  mis manos congeladas, mi cuerpo débil y con náuseas, igual subo e interpreto mi música con todo lo que siente mi alma. La gente aplaude, al fin lo entendí, ese impulso que me apoyaba a seguir, ese algo que te hace feliz, que te acompaña de por vida, ese algo puro es lo que yo llamo “amor”.

57 me gusta
529 vistas
Este texto forma parte del especial La Corin Tellado que hay en mí