La mesa vacía

“Todo cambio es bueno”, dicen, y puede que sí, pero en ocasiones estos duelen tanto que algunos prefieren ignorar sus bondades antes que experimentar sus efectos. Este texto nos habla de cambios, de ausencias que duelen, del paso del tiempo; matizan las referencias musicales que se hacen a lo largo del mismo. Es aconsejable acompañar la lectura con ellas.
Editado por : Alicia Mariscal Monge

Era sábado. Mientras despertaba, Gabriela batallaba contra su deseo de dormir un poco más; al fin y al cabo, toda la semana se había despertado temprano para ir al trabajo, y aunque tenía la chance de quedarse en cama todo el día si lo deseaba, no lo hizo. 

Comenzó la mañana escuchando Baby Come Back, de Player, entretanto se vestía y tomaba algunas frutas y enseres personales que puso en una mochila; luego, subió a su perra Jade a su vehículo y partió. 

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“‘Ahora soy un puerto’, se repetía sin creérselo demasiado, un puerto al que volverían sus hijos a recargar energías’”.

Una vez en la ruta, mientras escuchaba I Have Nothing, de Whitney Houston, repetía ligeramente más fuerte la parte del coro que decía: “Don’t walk away from me/ I have nothing, nothing, nothing/ If I don’t have you, you, you, you, you”. Andy Geeb, con I just want to be your everything, y otros clásicos la acompañaron durante todo el camino de ida a su casa de campo, ubicada a unos 20 minutos del centro de Sucre.

Era marzo, y en el lugar todavía podían verse dalias de diferentes colores, sus preferidas eran las fucsias; la higuera estaba aún cargada, pero algunos frutos habían caído al suelo. Se sentó bajo su sombra, y repentinamente evocó tiempos pasados.

No los había olvidado, todos aquellos momentos y vivencias los puso en stand back para no sentirse afectada emocionalmente. El haber sido madre y transitar con sus hijos por todas sus etapas, ese milagro de vida inmarchitable, se dio cuenta de que los recuerdos y los lazos que habían consolidado eran ahora su soporte.

Hace tiempo venía experimentando un tipo de emociones que la desgastaban y desconcertaban al máximo, por eso escogió ir un sábado, se sentía más fuerte ese día. Después de la partida de sus hijos, sintió que había perdido su lugar en el mundo y el sentido de su vida. 

“Ahora soy un puerto”, se repetía sin creérselo demasiado, un puerto al que volverían sus hijos a recargar energías. Le dolía el hecho de que ya jamás esa casa volvería a ser la misma; “Algunas veces esta mesa estará llena y otras vacía”, le dijo su hijo menor un día.

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“Comprendió, entonces, que era tiempo de cumplir con esos anhelos personales que había ido postergando (…) y fortalecer aquellos que habían sido descuidados”.

Debajo de la sombra de la higuera, no supo cuánto tiempo transcurrió en ese ir y venir de recuerdos y sentimientos encontrados, hasta que,  de fondo escuchó Flor de luna, de Carlos Santana; la melodía sugirió un estribillo brillante con palabras que sanan y comenzó a reconciliarse con ella misma. 

Comprendió entonces que era tiempo de cumplir con esos anhelos personales que había postergado, que debía establecer nuevos vínculos y fortalecer aquellos que habían sido descuidados.

Encendió las luces del carro, llamó a Jade y en la radio sonó El Farol, del álbum Supernatural. Encontró en sus notas la gloria de una nueva etapa en su vida y se dirigió a ella sin parpadear durante todo el camino de regreso. 

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