Un gesto
Raquel Schwartz
Nació en 1963, en Bolivia. Estudió cerámica y escultura, así como administración y contabilidad en el Santa Barbara City College (Estados Unidos) y Diseño Gráfico en la Escuela de Diseño Wizo, en Israel. Realizó numerosos talleres de arte y liderazgo en Europa, Argentina y Bolivia, como parte de la Fundación Triangle Art Trust, del Reino Unido, y de la Red de Residencias Artísticas HIVOS Mondrian y Doen Arts. Ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas, y también en bienales internacionales. En 2001 y 2005, Schwartz organizó Kilómetro Cero, una residencia para artistas visuales internacionales. Desde 2006 es directora de Kiosko Galería. Su obra ha sido expuesta en Bolivia, Perú, Chile, Brasil, Argentina, Paraguay, Colombia, Venezuela, México, Uruguay, Estados Unidos, Italia, Suiza, Corea, Rusia, Reino Unido, entre otros países.
1. (Acerca de Ilusión – instalación presentada en la Bienal Mercosur, 2005)

Raquel Schwartz es Casa Rosada, paredes rosadas, mesas y sillas rosadas. Sala de estar rosada, cocina rosada, estrechas escaleras rosadas que conducen a una rosada planta alta. Una rosada cama de dos plazas dentro de una habitación con muros, techo y piso rosado. Un cuadro rosado y lámparas rosadas. Asciendo por los escalones, ingreso al cuarto rosado, maúllo, salto, me tiro sobre el colchón rosado, extiendo mis patas delanteras y traseras, bostezo, exhalo e inhalo, me hago ovillo sobre las sábanas rosadas, cierro los ojos y durante horas duermo…
2. Entrevista 1
Me recibe dentro de su oficina, en la segunda planta de Kiosko Galería. Es un lugar impecable, moderno y pulcro. Minimalista. Realizamos un extenso y detallado repaso por su vida y obra, me habla acerca de su familia, el proceso creativo, sus inquietudes, dudas, certezas, anhelos. La escucho con maravilla y asombro, mientras me relata el periplo de su padre, un hombre que después de la Segunda Guerra Mundial salió de Bielorrusia y viajó hasta llegar a Bolivia. Recorro con ella sus años de infancia en La Paz. Recuerda las tardes de juegos dentro de un almacén repleto de telas, un espacio ilusorio que su inconsciente guardará y que emergerá en el futuro, como un destello rosado y felpudo… Me habla de su corta estadía en Argentina, el país en el que tuvo su primer encuentro con la cerámica. Me describe la Santa Cruz de finales de los setenta, un pueblo que deseaba convertirse en ciudad…
Su primer matrimonio, los dos años de residencia en Israel, el nacimiento de su primogénita, su posterior divorcio y traslado a California (Estados Unidos). Rememora las noches en el país del norte, cuando trabajaba como mesera y también la tarde en la que lloró, varada en la frontera entre Estados Unidos y México, y el fin de semana en que alquiló, junto amigos, una limosina para recorrer bares y discotecas de Los Ángeles, y el día en que ella y sus hermanos navegaron mar adentro y casi mueren ahogados. Su retorno a Bolivia, su segundo matrimonio, las clases en el Taller de Artes Visuales, el redescubrimiento del barro y la arcilla, el poder de los elementos naturales, la maravilla de dar vida con las manos, la creación de lugares imaginarios, lúdicos e ilusorios. Todo lo que vio y conoció hasta antes de cumplir los 22 años; hasta antes de ser artista.
—¿Qué es lo que te motiva? —le pregunto.
—El amor —me responde.
Raquel es una fumadora insaciable. Tiene 54 años y ademanes juveniles, hay poca solemnidad en ella. Por lo general, viste completamente de negro y su cabello también es oscuro. Es una mujer de corta estatura, pero su presencia jamás pasa desapercibida. Esta tarde usa unos inusuales lentes rosados, detrás de ellos, me mira con un par de ojos casi transparentes y verdes; cuando no encuentra las palabras precisas para expresar sus ideas, mueve los brazos, como si fuesen extensiones de sus pensamientos.

Lanza una bocanada de humo.
—El amor es lo que siempre me ha movido —me explica—. Todas mis obras parten de una idea, de un concepto que no me deja dormir. Las construyo en mi cabeza, las veo en mi imaginación; si las siento en el estómago, sé que funcionarán.
En estos tiempos de violencia y cinismo, hablar de amor suena ilusorio. El amor está lejos de los racionalismos, lejos de las arriesgadas salas del arte contemporáneo, lejos de lo que la sociedad considera productivo, competente, efectivo y eficiente. En estos tiempos capitalistas, el amor sencillamente no es una moneda valiosa.
Por eso la obra de Raquel es ilusoria. Nos invita al juego, evoca emociones e interpela a la sensibilidad. Lo hace sin ingenuidad, consciente de que se trata de un acto cercano a la magia, con el propósito de hacernos partícipes del engaño.
El artista Roberto Valcárcel escribió sobre ella: “lo que me impacta (acerca de la obra de Raquel) es su capacidad de producir sensaciones. Crea situaciones mágicas. Misteriosas. Es eminentemente evocativa. Evocadora. Lo físico es un elemento posibilitador de la magia, pero nunca un fin en sí”.
—Sí, la emoción es muy importante para mí —dice Raquel.

3. (Acerca de Cárcel de ilusiones – instalación presentada en la Bienal de San Pablo, 2002)
Mira:
Estas flechas rojas y luminosas. Mira hacia dónde apuntan, hacia la celda: solitaria, alta y erguida; acércate, rodéala, estúdiala, estira el brazo y tócala; siente en tus manos sus rosadas y afelpadas barras; acarícialas; roza tus mejillas en ellas; abre la puerta y entra; colócate en el medio.
Mira hacia arriba, hacia el espejo en el techo de la celda.
Mira hacia abajo, hacia el espejo en el piso de la celda.
¿Caes o vuelas?
Descubre el espejismo del infinito, la altura imposible de la alucinación, la profundidad terrible de la imaginación.
Cierra la puerta. ¿Dónde estás? Aprisiónate en esta cárcel de ilusiones.
4. Entrevista 2
En El arte de amar, el psicólogo y filósofo Erich Fromm elaboró un estudio acerca del amor en los tiempos capitalistas. En la tercera parte, titulada “El amor y su desintegración en la sociedad contemporánea”, planteó que el modo capitalista de producción enajena al hombre y lo imposibilita para amar. A la vez, ofreció la hipótesis de que, en realidad, el amor es un arte.
“… Aprender un arte puede dividirse en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra, el dominio de la práctica… (esto deriva en) mi intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte. Un tercer factor necesario es que nada en el mundo debe ser más importante que el arte”.
Tal vez por eso mismo, el amor y el arte sean la última frontera de la esperanza; el último bastión de la rebeldía.

—Yo siempre fui una rebelde —me dice Raquel —. Siempre hice lo que quise. A veces, ser así me trajo algunos problemas y también me llevó a cometer errores, pero así funciono, con prueba y error, no me molesta equivocarme.
Inició su carrera poco después de cumplir veintidós años. Ingresó al Taller de Artes Visuales y forjó amistad con otros ceramistas. Construyó un lugar de trabajo en su casa. Creó incesantemente.
—Si se me ocurría hacer platos, pues hacía miles de ellos. No paraba. Anotaba mis recetas y las cambiaba. Vivía allí dentro, mis hijos prácticamente se criaron en el taller.
Según me explica, jamás tuvo temor por experimentar. En sus primeras exposiciones presentó vasijas, barcos extraños, figuras alienígenas.
—Yo pensaba en la tridimensionalidad. Me gustaba pensar en el espacio vacío dentro del contenedor. Me gustaba el barro, el proceso, la alquimia. Era un poco como ser Dios. Te sentías omnipotente. Tomaba un pedazo de barro, lo amasaba, lo transformaba, luego el fuego hacía su parte y el agua y el aire también y yo le ponía la impronta. Todo estaba bajo mi control, eso me fascinaba, me interesaba la formación desde lo primigenio, también la unión entre lo ancestral y lo contemporáneo. Hay un poder en el manejo de ese material, en la idea de que a través de eso puedes hacer lo que quieras, lo que se te venga a la cabeza, más posibilidades que el infinito. Eso me ayudó a entender mi proceso como artista. La cerámica estimuló mi lado emocional e instintivo, así salieron esas primeras formas anacrónicas; sin tiempo definido; alienígenas, extrañas.
INTERLUDIO

Hace 28 mil años, en una pequeña aldea con cinco chozas, ubicada en la actual República Checa, vivió un artiste. No sabemos si fue hombre o mujer, no conocemos su nombre ni la manera en que murió. Sabemos que era una zona helada, habitada por mamuts y otras fieras. Había un riachuelo cercano y montañas a lo lejos. Sabemos que sus pobladores se dedicaban a la caza, y que en ocasiones mantenían intercambios violentos con otros asentamientos.
En su apogeo, habitaron allí un centenar de personas. Las chozas estaban construidas con piel de animal y hueso; en el centro de cada una había espacio para una fogata. Una de las chozas, la más alejada, tenía algo singular: una chimenea extra. Debajo de ella, un pequeño horno para calentar carbón. Allí vivió le artiste, allí realizó sus mezclas y quemas. Dentro de su hogar produjo más de dos mil obras: cabezas de animales, cuerpos de jabalís, leones, zorros. Los realizó en arcilla, mezclada con polvo de hueso, el piso de su choza estaba repleto de esculturas rotas o quemadas, su trabajo fue incesante.
Una figura llamó la atención de los arqueólogos, era una silueta femenina, muy pequeña, parecía surreal. Su rostro no tenía rasgos, los pechos y caderas eran enormes y exagerados, estaba hecha de terracota. Le llamaron La Venus de Dolni Vestonice, en honor a la región donde fue desenterrada. Pudo ser empleada como algún tipo de amuleto o recuerdo o pudo ser simplemente producto de una imaginación, tal vez fue magia. No conocemos los motivos que llevaron le artiste a realizar esta representación, tampoco las razones que le hicieron trabajar en la quema de arcilla y la creación de esculturas, quizá fue el resultado de una fascinación por el fuego o la sensación de omnipotencia al recrear la realidad y dar vida a lo inanimado.
***
—Hay algo en Raquel que me rebasa —me confiesa el artista y curador Rodrigo Rada— tiene una intuición con el espacio que es difícil de explicar. Creo que, simple y llanamente, es talento —añade.
Entre 1990 y 2009, Raquel pasó de ser una ceramista reconocida, a ocupar un lugar en la historia del arte boliviano. Poco a poco, sus exposiciones tomaron más y más riesgos. Aprovechó los espacios, los alteró a su gusto, descubrió que la única manera de conocer los límites del arte era jugar con ellos.

En 1995 ganó el premio de la Bienal de Santa Cruz con una instalación de seis capullos colgantes. Dos años más tarde, presentó Bajo el cielo más puro de América, una ambientación en la que el piso era de carbón, se escuchaban cantos de pájaros, los muros de la galería eran el cielo y las plantas eran coloridas, brillantes y extrañas figuras de cerámica.
De años posteriores son las famosas instalaciones rosadas, el performance relacional Cambalache (en el que intercambió ropa con gente de la calle), las acciones de Deseos en tránsito y muchas más. En sus pinturas, Raquel exploró las posibles transparencias de los colores (“Sueño con hacer cuadros monocromáticos y con distintas profundidades”, me dice). Se alejó de la cerámica y arriesgó con otros materiales. En 2006 creó Tejido, una enorme tela hecha con cinta de casete. Se la puede definir como la ilusión de una escultura: es maleable, transformable y adaptable al espacio, siempre cambiará de forma.
En lo referente a la gestión, fue creadora y organizadora de las exposiciones ArteFacto (las primeras en presentar arte contemporáneo en Santa Cruz de la Sierra), de los workshops Kilómetro Cero y de Kiosko Galería. En los últimos años, su trabajo ganó contundencia, adoptó tintes políticos y generó controversia. Entre 2006 y 2009 elaboró la celebrada Silla presidencial (junto al artista Alfredo Román), la Bandera cruceña con escudo boliviano, las bandera blanca y bandera negra bolivianas y la monumental Reflejo Irreversible, en el SIART de La Paz. (Fue un enorme espejo colocado en una plazuela céntrica de esa ciudad. El tema central de la Bienal era “Eterotopías”). En todas ellas trabajó, de diversas maneras, el concepto de la ilusión: en la familia, en la sociedad, en la política, en la feminidad, en las formas y en los espacios.
Pero su obra cumbre jamás pisó suelo boliviano.
En 2003, la Galería Gabriela Mistral, de Chile, invitó a Raquel a realizar una exposición, ella ya era madre de cuatro niños y acababa de pasar por el quirófano: se había realizado una cirugía estética.
—Recibí la convocatoria mientras estaba en recuperación. Todo había sido muy violento —me dice —. Desde el inicio supe que debía hablar de eso.

La muestra ocupó dos salas de la galería. En la primera, el visitante se encontraba con un “cuarto de espera”. Había un escritorio con silla, un teléfono, una libreta, un florero. También un pequeño juego de living y revistas. Todo estaba forrado con tela de peluche rosada. En uno de los muros se proyectaba un video que mostraba imágenes de recuperación post-operatoria. En la segunda sala, mucho más amplia que la previa, colocó los siguientes objetos: una gran fotografía de un hombre sonriente y con bigotes negros, vestido como cirujano; seis camillas con pantallas en lugar de colchones, mostraban herramientas de cirugía, platos de comida, postres y dulces, copas de vino; seis pequeños cuadros con objetos dentro ellos: escalpelos, tijeras, hojas arrancadas de libros de anatomía, moldes de narices humanas, vajillas para el té, fotografías de cuerpos desnudos. En el muro principal de la habitación, en gran tamaño, un video del interior de un cuerpo humano.
Todo estaba delicadamente puesto, en armonía con el espacio. Era limpio y nítido. Impecable.
La obra se tituló Humanis Corporis Fabrica, en honor a uno de los primeros libros de anatomía de la historia. Significó la síntesis del trabajo de Raquel: la ilusión acerca de la figura propia, la transformación.
Al fin y al cabo, ¿qué es el cuerpo humano, sino una vasija?
—La obra de Raquel es importante debido a ese tránsito —me explica Rada—. Ese camino y desarrollo: desde el trabajo con el barro hasta la conceptualización más potente. Sus creaciones recorren la historia del arte. Fue pionera en cerámica e instalaciones. Recorrió todo el proceso, desde crear objetos con arcilla, hasta elaborar instalaciones y utilizar nuevas herramientas tecnológicas. Y lo hizo todo a partir de la intuición.
5. Proceso de creación y destrucción de una ilusión.

Entre 1998 y 2012 Raquel realizó una serie de obras referentes al enclaustramiento boliviano. Inició con una gran instalación en la estación Mapocho (Chile) y finalizó con un corto video filmado frente al mar. Todo el proceso fui intuitivo. No hubo planificación. Repasar esas obras es adentrarse en el pensamiento creativo de Raquel Schwartz. Empecemos…
Ilusión:
(1) Del latín ‘illusĭo’, engaño de los sentidos
(2) Esperanza (sin fundamento) de lograr algo que se anhela
(3) Percepción o interpretación errónea de la realidad
(4) La ilusión NO es: holograma (ciencia) o alucinación (locura)
Instructivo: El siguiente trabajo tiene como propósito presentar al estudiante pasos concretos para alcanzar la destrucción de una ilusión. El tiempo requerido se calcula en cinco décadas (aprox.). Los elementos exigidos y excluyentes son los siguientes: capacidad lúdica, pasión, entrega, cierto grado de obsesión, amor, desapego. Bajo ninguna circunstancia el estudiante deberá abandonar la actividad. El cumplimiento de las instrucciones es taxativo.
Ilusión por destruir: “El mar nos pertenece. Recuperarlo es un deber”.
Pasos previos:
(1) Nazca usted. (2) Crezca, desarróllese, cante, baile, enamórese, dibuje, escriba, sueñe. (3) Aprenda, en algún momento de su vida temprana, la técnica de la cerámica. Hágalo sin prisas ni presiones. (4) Deje pasar el tiempo. (5) Interiorice. (6) Descubra su equilibrio. (7) Permita el desarrollo de la intuición. (8) Domine. (9) Arriesgue. (10) Construya un taller de trabajo. (11) Deje de lado el temor. (12) Falle. (13) Conviértase en fuego, agua, aire, tierra. (14) Decida ser artista.
Paso 1. (La representación de la Ilusión - Acerca de La Barca, Centro Cultural Mapocho, Santiago de Chile, 1998):
Construya usted, en su taller, el fantasma de una barca de 9 metros de largo. Utilice como material: madera y yeso. No sea pulcro, los espectros no son impecables. En paralelo y durante meses, elabore en cerámica cientos de proas (de 20 centímetros aproximadamente). Utilice para ello la técnica del Rakú, en la que se conjuran los cuatro elementos naturales. Hágase ayudar con amigos y colegas artistas. Festeje el proceso. Traslade la barca y las proas hasta Santiago de Chile. Edifique, en medio de la Estación Mapocho, un cuarto de 11 metros de largo. Coloque portales de ingreso y salida, semejantes a las Puertas del Sol y de la Luna. En medio de la habitación, haga flotar la barca. Enorme y amenazante. Ilumínela con luz tenue y fría. En los muros exteriores, clave las proas. De manera ordenada. Parecerán puntas de lanzas; brillantes, metálicas y peligrosas.

Paso 1.1. (Intersticio):
Corte con la cerámica. De ahora en adelante su material de trabajo será ‘la idea’.
Paso 2. (La confusión de la Ilusión - Acerca de RAM, video-instalación, 2011)
Colóquese usted frente a un mar bravo, bajo un cielo nublado. De preferencia, sobre una playa con arena oscura. Tome su cámara de video. Filme durante algunos segundos. Sea riguroso con la composición de la imagen: un horizonte recto, la misma cantidad de tierra, firmamento y agua en el encuadre. Edite el video. Delo vuelta: el mar en lugar del cielo; el cielo en lugar del mar. Proyéctelo en una galería. Titúlelo: RAM.
Paso 3. (La epifanía de la Ilusión - Acerca de ‘El mar no existe’, instalación en neón. 2012)
Una tarde cualquiera, mientras toma un café con amigos, plantéese usted la siguiente posibilidad: “El mar no existe”. Imagine las palabras en su mente. Imagínelas escritas a mano, brillantes como una luz de neón celeste. Imagine el objeto dentro de una sala oscura y solitaria. Hágalo.
Paso 4. (La destrucción de la Ilusión - Acerca de El mar no existe, video. 2012)
Tome usted una cámara de video y una rama seca. Camine hacia alguna playa. Filme la arena. En el momento en que las aguas se retiren, escriba a mano: “El mar no existe”. Mantenga el encuadre en las palabras. Espere a que el mar retorne y borre las letras con sus aguas. Deje de filmar. Considérese, a partir de ese momento, libre de la ilusión.
6. Entrevista 3
—¿Qué tenés pensado en adelante? —le pregunto.
Llevamos cuatro días de conversación. Son las siete de la noche, estamos en su oficina. El resto del personal de Kiosko está en el patio de la galería, observan los resultados de un taller de performance realizado en días pasados.

—Lo que busco ahora es el gesto, la acción sencilla que te lleve a pensar —me dice Raquel—. Una pequeña impronta. No pienso en exposiciones, antes me preocupaba por participar en todo lo posible, ahora eso no me interesa. ¿Más banderas? No lo creo. ¿Más obras políticas? No hay mucho que decir al respecto. Aún tengo mi cámara lista. Sigo entendiendo las culturas contemporáneas. Miro a los jóvenes artistas, y veo que hacen cosas muy diferentes a las que nosotros hicimos. Observo… A veces, uno debe detenerse, retroceder y contemplar. Deseo ser una artista que no diga tanto, pero que cuando lo haga, tenga potencia y contundencia. Estoy esperando el momento en que mi estómago me hable, que mis instintos me digan: haz esto.
Tras la entrevista, Raquel se dirige hacia el patio de la galería. Mira los performances de los estudiantes. Un chico rompe un espejo con su cabeza, otra muchacha solicita a los asistentes que apaguen cigarrillos en su ropa. Apoyada en un muro, Raquel observa, sonríe, fuma y espera.