Con sabor a cerveza
En la época de los noventa yo vivía y estudiaba en Sucre, la capital de Bolivia. En ese tiempo La Bruja dominaba todas las noches de la ciudad de los cuatro nombres por tener la música más actual. Pero la sintonía se la quitó la Radio Conquistador, la novedad era que tenía un programa llamado “Complacencias” a partir de un repertorio novedoso de canciones románticas emitido por las noches, que contaba con una gran audiencia entre la juventud.

A una caseta de la Plaza principal 25 de mayo, donde están todos los edificios más importantes como La Casa de la Libertad, La Alcaldía y la Gobernación, y que estaba en la esquina más concurrida por los jóvenes, estos acudían a comprar los papelitos para dedicar una canción a la chica que te gustaba.
Junto a todos mis compañeros íbamos a comprar dichos papelitos a diez centavos, para pedir un tema musical y dedicarlo a la chica que te hacía soñar. A la hora del programa más escuchado se vaciaba la plaza porque todos estábamos en nuestras casas siguiendo el programa para escuchar la canción y la dedicatoria del tema.
Gracias a ese programa mi curso ganó una fiesta en la discoteca Micerinos, que estaba en la calle Calvo al frente de la Iglesia Santo Domingo. Junto a nuestras confederadas del colegio María Auxiliadora, mandamos la mayor cantidad de papelitos de complacencias. En esa fiesta yo tenía planeado declararme a la chica que me gustaba, pero como no tuve el valor ni de invitarla a bailar, ella se fue con mi compañero de curso que tenía una moto negra parecida a una Harley-Davidson.
Decepcionado me fui a caminar por el parque Simón Bolívar, que tiene un estilo francés con sus fuentes de agua, sus musas, sus arcos de triunfo y una copia de hierro de la torre Eiffel rodeada por un lago artificial con botes para pasear. El parque estaba lleno de árboles gigantes con los faroles llenos de luz, un sitio ideal para enamorar y estudiar. Muchos estudiantes procedentes del interior iban a leer por las noches; mi hermano, Carlos, me dijo que lo hacían porque alquilaban una habitación y los dueños de casa apagaban la luz a partir de las ocho de la noche.

Sin darme cuenta llegué caminando a la avenida del Maestro, vi cerrada la puerta principal de la Normal de Maestros, al frente vi las fuertes luces de la Caja Petrolera de Salud. Con la luna, como mi única compañera llegué a la avenida German Mendoza, al frente estaba el estadio Patria. En esa época era una zona roja porque había alguna que otra pandilla y se tenía que andar con cuidado. En la calle Manuel Vilar vi una de esas fiestas populares donde se entraba gratis y decidí entrar.
No conocía a nadie y era como un bicho raro, pero igual tomé mi primera cerveza solo. Ahí se me acercó una muchacha que estaba un poco pasadita en tragos. Me invitó a bailar y me confesó que su exchico la engañó con su prima. Cuando fuimos a descansar, ella me plantó mi primer beso, con sabor a cerveza. Yo le correspondí porque estaba también ardido por no haber podido declararme a la chica que era mi camotera y que, seguramente, estaba a esa hora en los brazos de mi compañero de curso.