Slayer

¿Qué es el arte?, ¿quién puede decir que es un artista de verdad? Eva Sofía Sánchez explora en profundidad estas preguntas mientras entrevista al artista plástico Fernando Carbajal, a propósito de su exposición ‘Túnel a cielo abierto’, allá por el 2017.
Editado por : Adrián Nieve

Fernando Carabajal
Nació en 1973, en Chicago (Estados Unidos). Nacionalizado mexicano. Licenciado en Artes Plásticas por la ENPEG (“La Esmeralda”) y en Diseño Industrial por la UNAM. Becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte del 2011 al 2014. Ha participado en múltiples exposiciones individuales y colectivas en Bolivia, Alemania, México y Estados Unidos. Fue galardonado por la ciudad de Hamburgo (Alemania) con la residencia para artistas extranjeros de 2012 a 2015. Autor y profesor del Seminario de Arte Contemporáneo en la Facultad de Arquitectura de la UNAM de 2011 a 2012. Es autor de los libros Diorama para tren y El Intemperista. Su obra se encuentra representada por galerías en México, Alemania y EEUU, y se encuentra en colecciones de México, EEUU, Sudamérica y Europa.

17 de agosto de 2017, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Segunda entrevista con el artista Fernando Carabajal, dos semanas después de la inauguración de ‘Túnel a cielo abierto’.

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“En el interior de la sala, ocupando casi todo el piso, estaba Slayer (‘asesino’, en español), la obra más grande de la exposición. / Foto: Eva Sofía Sánchez

— Fernando, ¿Qué es un artista?
— Un artista es un apostador, un especulador, un “creador de problemas”. Un artista es un investigador que rara vez hace arte. La intención del artista no es el arte, no es su fin. El producto u objeto artístico es consecuencia, resultado. Un artista no es un hombre que se dedica a hacer arte, así como un dentista se dedica a reparar muelas. Un artista es un pensador que utiliza diversas herramientas, las que se le vengan en gana, las que quiera, tanto técnicas como filosóficas, para llegar a una solución conceptual y formal. A veces, esa idea no se concretará, se quedará en proceso. El artista deberá identificar lo que mostrará y lo que permanecerá en su cuaderno como anotación, como bitácora.

— ¿El artista necesita validación?
— Solo si está interesado en ella. Conozco a mucha gente que se disfraza de artista.

— ¿Cómo se disfraza alguien de artista?
— Pues hace todo lo que debe hacer un artista, se viste y habla como artista, arma las conexiones que necesita un artista, actúa como artista, pero ignora el propósito del arte. Identificar a estas personas es sencillo ya que su obra refleja ese desconocimiento. El proceso creativo exige silencio y distancia respecto a tu trabajo. Ese tipo de personalidad –la del hombre o mujer que se disfraza de artista— no cumple con ese requisito. Quienes trabajamos a conciencia, quienes sudamos, llegamos al día de la inauguración secos, fritos por dentro. Hay individuos, por el contrario, que trabajan con la cabeza puesta en la noche de la presentación, que trabajan por los aplausos, por el listón, por los halagos, etcétera… Eso es lo que les motiva, lo que más disfrutan. Olvidan la importancia del proceso, de la distancia, del silencio.

***

El 3 de agosto de 2017, Galería Nube (una sala “hermana” de Kiosko), inauguró Túnel a cielo abierto, de Fernando Carabajal. Durante las semanas previas yo había visto a Fernando trabajar. Él llegaba a Kiosko a las 15:00 y se retiraba después de las 19:00. Lo vi taladrar, serruchar, cargar, pintar. Por supuesto, llamó mi atención. En estos tiempos, ver a un artista contemporáneo que trabaje con las manos es casi insólito, una rareza. 

La noche de la apertura recorrí la sala antes de que abriesen las puertas al público. Al ingresar me encontré, a mano derecha, con un pequeño y oscuro cuarto. Dentro de él, se proyectaban fotografías del zoológico de Chapultepec: animales (elefantes, leones, jirafas), senderos, jaulas, sombras, árboles, plantas. Más que fotografías, parecían añoranzas. En el interior de la sala, ocupando casi todo el piso, estaba Slayer (“asesino”, en español), la obra más grande de la exposición: una banqueta roja y de baja altura, formada por las letras de la palabra, tan incómoda, puntiaguda y violenta que parecía tener tentáculos. 

Me senté y observé alrededor… Formalmente, la muestra era impecable, los objetos estaban puestos en su lugar preciso, tenían el peso correcto, todo estaba calculado y en armonía con el espacio. Me puse de pie y caminé, vi una escultura pequeña, era el busto de un piloto de avión de guerra, vi un dibujo enmarcado, mostraba a una persona que escalaba un montículo de tierra, vi un video que exhibía a un grupo de deportistas corriendo en línea recta, sobre un terreno cubierto de nieve, vi un par de repisas con postales para llevar: una imagen del Mar Muerto y otra del Lago Titicaca, vi una foto de gran dimensión en el muro principal, era una montaña de tierra negra, titulaba: Mal del mundo. Vi el Diorama para tren, un hermoso rompecabezas de 500 piezas (armado y expuesto) que mostraba un extenso e intenso cielo celeste –un cielo de verano, un cielo de día perfecto— sobre los rieles oxidados que ingresaban a Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio nazi. A cada lado del Diorama, vi las obras llamadas El desierto no tiene mapas: un par de libretas colocadas sobre repisas, abiertas y con las páginas en blanco. Sobre una de ellas había una piedra de Auschwitz, sobre la otra, una piedra del Muro de los Lamentos.

Por último, escondido detrás de un muro falso, como un secreto por descubrir, vi la pintura de un elefante celeste y blanco, trazos bruscos y emotivos, un trabajo de gran tamaño y pesado, me dio la impresión de que era un animal anciano. Me sentí desafiada. Acá hay enigma, razoné; me asaltó la idea de haber ingresado a un salón velatorio, a un lugar de silencio, a una recopilación de recuerdos. ¿Fue eso u otra cosa lo que experimenté? El silencio. ¿Qué se hace cuando todo lo que puedes decir acerca de algo se reduce al silencio? 

A las ocho de la noche abrieron las puertas, el público ingresó. Mujeres, hombres, niños, casi un centenar de personas observaron las obras. Desde mi esquina, sentada a solas sobre la incómoda y roja banqueta, los vi.

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El desierto no tiene mapas: “un par de libretas colocadas sobre repisas, abiertas y con las páginas en blanco. Sobre una de ellas había una piedra de Auschwitz, sobre la otra, una piedra del Muro de los Lamentos”. / Foto: Eva Sofía Sánchez

— Fernando, ¿qué es hablar de arte?
— Hablar de arte es intercambiar ideas con un bagaje que permita discurrir y problematizar, es necesario que entre los interlocutores exista un compendio de datos, eso les facilitará hablar en términos de arte; por compendio me refiero a filosofía, sociología, en fin, todo tipo de conocimientos.

— ¿Qué motiva a alguien a hacer y a producir arte?
— Ese es un tema para analizar en profundidad, para escribir un ensayo. Creo que debemos plantearlo al revés. ¿Por qué el arte seduce a las personas; más allá de su condición mental, social o económica? El arte está presente desde hace siglos. Se lo utiliza incluso de manera subversiva, sin que la gente se dé cuenta. Hay películas y publicidades que presentan obras de músicos consagrados y eso el espectador no lo sabe. Así empieza el contagio. El interés por el arte no es necesariamente el arte mismo, el impulso del artista puede ser catarsis o sentido neto de supervivencia. No digo que la tristeza sea la motivadora, puede ser todo lo contrario, como la dicha. Es difícil precisarlo. 

En estos tiempos, muchas personas consideran al arte como una escalera, como una herramienta para ser alguien. Dudo de que lo hagan a plena conciencia. No creo que sepan dónde se meten. Tampoco creo que estén informados acerca del futuro, de lo que les espera. Es difícil vivir del arte. Yo puedo decirlo: vivo del arte y es complicado. Soy un tipo al que le gusta viajar, tuve la posibilidad de irme de mi país, pero pagué el precio. Como se dice: “santo que no es visto, no es adorado”, sabía que alejarme del DF afectaría mi plaza; mi mercado principal es México y si te alejas, las cosas se diluyen.

— Me decís que para vivir del arte hay que estar dentro del circuito, tener una plaza. Vos lo estás, tenés tu lugar, pero a la vez –y lo sé porque te conozco— no te agrada el circuito…
— No me agrada para nada, no me agrada como espacio necesario. Siempre lo he dicho, no me siento cómodo en él. No soy de los que van a exposiciones para saludar, para marcar presencia. No lo hago, ni lo haré. Sin embargo, estoy en esto y eso me enorgullece, estoy presente, sin la necesidad de lustrar los zapatos de otros. En términos laborales, por ejemplo, es conveniente para mí que Galería Nube me represente, es mi tercera galería en el mundo, pocos pueden decir eso. Mis otros dos galeristas sienten celos por Túnel a cielo abierto y eso está muy bien. Eso funciona para todos, mientras más personas dependan de la obra, mejor nos irá.

***

Carabajal es mexicano y también norteamericano. A finales de los sesenta, sus padres emigraron hacia Estados Unidos, y vivieron en Chicago. En esa ciudad, en 1973, nació su primogénito, Fernando Carabajal. Siete años después, la familia retornó al Distrito Federal. Una vez instalados en México, los padres de Fernando intentaron tener más hijos, pero no lo lograron. Dos bebés nacieron y al poco tiempo murieron. Esa situación, sumada a otras, provocó la separación. 

Fernando no considera que la muerte prematura de sus hermanos o la separación de sus padres lo hayan marcado en profundidad, al menos no en lo referente a su producción de arte. Es posible que tenga razón, no lo sabemos. Al fin y al cabo, nuestro propósito no es elaborar un perfil psicológico del autor, sin embargo, es imposible no descubrir en Túnel a cielo abierto una sensación de abandono, nomadismo, soledad y –palabra odiosa para cualquier artista– nostalgia. De su niñez, Carabajal recuerda el gusto por la contemplación, el descubrimiento de la literatura, los cuadernos con sus primeros dibujos y versos, las visitas al zoológico de Chapultepec junto a su madre; los elefantes, las jirafas, los haces de luces entre las copas de los árboles.

Estudió Diseño Industrial, se graduó y emprendió un negocio, abrió una empresa de servicios y prosperó. Al parecer, Fernando lo había logrado, era un hombre encaminado, con un proyecto delineado, pero Carabajal pensaba en arte, siempre en arte. Por eso se arriesgó: ni bien tuvo la oportunidad, tomó la prueba de ingreso a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. Ganó el cupo, accedió y tuvo como profesores a una nueva generación de artistas mexicanos, los que habían dado los primeros pasos dentro de las aguas del arte contemporáneo. 

Se nutrió de ellos, aprendió, finalizó la carrera y obtuvo becas del Fondo Nacional del Estado. Aquello le permitió vivir del arte y dedicar todas las horas del día a la creación. En los años siguientes expuso –de manera individual y colectiva— en México, Alemania, Suiza, Estados Unidos y Brasil. A la vez, inició una suerte de viaje hacia el pasado, un retroceso hacia la niñez, hacia los años formativos, los años en los que descubrió su amor por la contemplación, las anotaciones, los dibujos, los cuadernos, las lecturas, la reflexión. En 2001 partió de México, se fue. Vivió en Alemania, Brasil, Estados Unidos y Bolivia. Aún no tiene claro el lugar, pero sabe que pronto se irá otra vez. Es, a la vieja usanza, un nómada, un visitante, un extraño, un extranjero, un observador.

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Diorama para tren: “un extenso e intenso cielo celeste –un cielo de verano, un cielo de día perfecto— sobre los rieles oxidados que ingresaban a Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio nazi”. / Foto: Eva Sofía Sánchez

20 de julio de 2017, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Primera entrevista con el artista Fernando Carabajal, dos semanas antes de la inauguración de ‘Túnel a cielo abierto’.

—¿Sos propenso a hablar de tu obra?
— Si me preguntan, sí. Me gusta hablar de arte. Me gusta hablar de mi obra como arte y de las obras de otros. Me gusta pensar.

— Claro, porque el arte es, fundamentalmente ahora, filosofía…
— Sí. Mi formación fue muy teórica. La escuela en la que estudié Arte contaba con un profesorado bastante preparado en teoría, así que fue duro por ese lado.

— ¿Duro?
— Sí, fue una enseñanza dura. No solamente en práctica y aprendizaje de materiales, sino que también fue un aprendizaje bastante rígido en términos filosóficos.

— Interesante…
— Sí. Fue interesantísimo. De hecho, mi plan inicial no era terminar la carrera, pero la cuestión teórica me hizo decidir que valía la pena continuar y finalizar.

— ¿Cuál era el plan inicial?
— Yo solo entré a estudiar Arte después de graduarme de Diseño Industrial, quería saber lo que era una escuela de arte, quería sentirlo.

— ¿Qué te motivó? ¿La curiosidad?
— Sí, claro. Necesitaba explorarlo, yo era autodidacta. Hacía mis dibujos y mis pinturas, buscaba valorarme, descubrir hasta dónde podía llegar con eso. Fueron las clases teóricas las que me hicieron decidir que sí, que quería dedicarme a esto.

— ¿Hubo algo en especial, en lo relativo a lo teórico, que despertó tu atención?
— Fueron dos o tres cosas particulares. Primero, un par de profesores con los que tuve un excelente intercambio. Ellos se dieron cuenta de que yo tenía mucha curiosidad y mucha fibra para esto, para explotar y relacionar cosas. Lo segundo que me ayudó a decidir, y que ha sido vital hasta ahora, es que yo escribo. Para mí, la escritura es un proceso mental que siempre me ayudó a vivir. Cuando entré a la escuela de Arte me di cuenta que la escritura era un factor que podía integrar a la enseñanza y a la práctica del arte.

— Para que me quede claro, vos primero estudiaste Diseño Industrial…
— Sí. A la mitad de esa carrera comencé a escribir poesía y cuento y a leer todo lo que se me aparecía.

— ¿Qué edad tenías?
— Entre 18 y 20 años.

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“Formalmente, la muestra era impecable, los objetos estaban puestos en su lugar preciso, tenían el peso correcto, todo estaba calculado y en armonía con el espacio”. / Foto: Eva Sofía Sánchez

— ¿Escribís desde entonces?
— Desde niño, pero reconozco que empecé con más seriedad a mis 24. A esa edad encontré una voz.

— ¿A qué te referís con que escribir te ayuda a vivir?
— Me refiero al pretexto de estar vivo. Escribir es una forma de aprender un lenguaje. Las clases de arte son muy pesadas. Se trata de estudiar, día tras día, las diferentes maneras de expresión visual. A eso súmale la rígida formación teórica, se hace bastante pesado. Entonces, yo tenía que hacer algo orgánico para alcanzar un lenguaje propio. La escritura, finalmente, es orden. También es desorden, en otro modo. Pero tener esa estructura mental, desde la escritura, me funcionó para crear dinámicas y dialécticas pertinentes para la práctica del arte.

— Tal vez hablo desde el prejuicio, pero no me parece común que los artistas visuales se acerquen a la literatura.
— Es posible que la gran mayoría se aboque a una visión netamente visual o plástica, por distintos motivos, pero también es verdad que el arte contemporáneo crea vínculos hacia otras disciplinas e intereses. No digo que mientras más intereses tengas, mejor será tu obra, pero estoy seguro que tu pensamiento se volverá más potente, y que se te hará más sencillo tomar decisiones. Para mí, el arte es tomar decisiones y lo que uno presenta en un show es la última decisión, entonces, entre más herramientas poseas, mejores decisiones podrás tomar.

— Mientras más lenguajes manejes, más posibilidades…
— Sí. También es una especie de des-aprendizaje, para contradecir lo que te enseñaron de manera lineal. Eso le viene muy bien a la producción, me gusta esa flexibilidad, si no la tuviera, me aburriría. No me agradan las sintaxis simples, no me interesan. Podrían funcionar en algunos casos, pero a mí no me llaman. Una exposición es un conjunto de proyectos articulados entre sí, así funciona. El arte no ocurre cuando se termina una pieza. El arte es el resultado de una serie de combinaciones posibles, de objetos diversos y dispuestos, de tal manera que el público los observe al ingresar a la sala; luego desaparecen, el arte es móvil, intercambiable.

— ¿Cómo has trabajado la exposición que preparas para Nube?
— Inició hace varios años, es un proyecto que toca distintos modelos de pensamiento acerca de la muerte en relación con la historia del hombre, es decir, las diversas maneras en las que entendemos nuestra mortalidad y lo poco que podemos lograr durante nuestro determinado tiempo de vida; todo eso inserto en la historia de la humanidad. Exploro los distintos modos en que concebimos a la muerte y cómo los objetos que la representan se corresponden y comunican entre ellos, a pesar de las distancias en kilómetros y tiempo.

— Has hecho un estudio.
— Esto es una compilación de archivos, viajes e intereses. En la última década aprendí un poco de alemán, cambié de vida, me llené de otros autores, de otra literatura, tuve un aprendizaje más teológico, judaico, todo eso permeó hacia las posibilidades visuales de mi obra. La exposición es un conjunto que se puede recorrer, no es un mapa, sino una especie de entidad. Lo que me interesa del arte y su producción es la pausa, le doy mucho valor. Lo que presentamos en un show de arte no es algo muerto, no es un cadáver colgado. El arte late. Cada uno de estos objetos obedece a un momento de pausa, contemplación y pensamiento. Como artista, reconozco que no es fácil darse cuenta de cuándo frenar, cuesta mucho aprenderlo. En procesos largos, se hace difícil identificar el momento final de la obra. ¿Por qué ahora y no después? ¿Por qué no antes? Uno encuentra esas respuestas cuando confluyen los factores. Yo no soy de esos artistas que hacen una pieza, la terminan y luego hacen otras. Yo trabajo varias piezas a la vez, en constante configuración y luego caen por su propio peso, así decido cómo y cuándo se van a detener.

— ¿Qué te atrae de la muerte?
— No lo sé. A nivel psicológico puede ser que mis hermanos hayan muerto en bebés y yo ni siquiera los conocí. No sé. No lo creo. En realidad, deseo que la muestra subraye lo siguiente: quizá lo que está mal acotado sea la vida misma, nos deshacemos en ella, nos azotamos y flagelamos, nos volvemos dichosos, nos hacemos millonarios. Pero eso es sólo un momento que termina y después… Bueno, nadie sabe qué sucede después. Se dice que la vida es demasiado corta, entonces, quitémosle solemnidad. Hay piezas que tienen relación con los campos de exterminio nazis, y están enfrentadas con rocas que extraje del Monte de los Olivos, hay juegos entre geografía y distancia de tiempo real, me gusta contraponer esa posibilidad histórica, filosófica, temporal y existencial. Decir: esta roca también contribuyó a matar al mundo, me gusta esa tensión, esa presión compacta y la sutileza del objeto en relación a la potencia que carga.

— Será muy potente para quien se tome el tiempo de reflexionarlo.
— Para este show hay datos que pueden ser vitales y creo que hay que ayudar al público de manera didáctica. En esta pieza, sí se especificará: la roca número uno viene de este lado, y la número dos de este otro lugar.

— A veces es necesario explicar
— Sí. Es interesante y necesario. La gente no es adivina y no tiene porqué serlo.

— ¿Cuál es tu expectativa?
— Creo entender cómo funcionan en Bolivia la sociedad, los amigos, etcétera. En términos de arte y movimiento cultural, pese a que participé en algunas muestras, creo que la reciprocidad no se cumple. Me refiero al intercambio con la gente que asiste a un espectáculo teatral o musical, muchas cosas se dan por sentadas, se asume demasiado y termina en nada. Me parece que es necesario un intercambio más nítido y directo hacia los factores que pueden funcionar en términos de exposición plástica. Mi expectativa es atraer personas que sean corresponsables de las cosas exhibidas, darles herramientas. Quizá que den un paso más hacia el interés.

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“El arte existe por sí mismo y para sí mismo y no creo que sea para ‘todos’, salvo que esos ‘todos’ quieran enterarse de qué se trata”. / Foto: Eva Sofía Sánchez

17 de agosto de 2017, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Segunda entrevista con el artista Fernando Carabajal, dos semanas después de la inauguración de Túnel a cielo abierto.

— Fernando, ¿es posible crear un discurso nacional de arte?
— No lo veo posible y tampoco pienso que se pueda generar a partir de un plan de trabajo. Ese discurso no se crea, se reconoce desde la fragmentación, artista por artista. Esto es importante: hay que desaprender, si notamos que nuestra idea de “arte” no funciona, pues debe haber un motivo, algo debe estar mal. Hay que poner siempre la duda sobre el tapete. No deseo que me malinterpreten. Es importante respetar a los grandes del pasado, pero creo que a los estudiantes les corresponde desdecir con todos ellos. No enfrentarse ni pelearse, sino comprenderlos y desechar lo inútil. Quién sabe, tal vez ahora los discursos ya no sean útiles.

— Justamente por eso, por la necesidad de pertenecer a un circuito, es que el arte parece perder rebeldía.
— Los artistas tendrían que ser los más rebeldes, los más punks, pero lo que hay es una competencia absurda. Se pelean por un adoquín, y eso es producto de la inmediatez. Esa idea de “tenemos que ser famosos y exitosos”. La verdad es que la gente de cultura, no solo los artistas, tendría que pensar en nutrirse de más cosas antes de enunciar algo. Yo leo desde hace muchos años, he procurado entender lo que leo, digerirlo. Hay que meterse bagaje, porque si no lo haces, terminarás hablando siempre de lo mismo. No me refiero a ser versado en arte o cultura, sino a cosas más de la calle, mundanas… Me refiero a que sepas ‘algo’, por lo menos freír un huevo, o clavar un cuadro, lo que sea, pero saber algo; para luego utilizarlo. O experimentas o te conviertes en un estudiante eterno que come y come, pero no aporta nada a cambio, te conviertes en un obeso, un erudito que no genera pensamiento.

— ¿Por qué es tan inaccesible el arte contemporáneo para el público general?
— El arte contemporáneo no se puede relacionar con lo que era arte hace cincuenta años. Lo que sea que haya sido vigente en ese entonces ahora sería motivo de risa. Es un error considerar que el arte existe para una razón superior o distinta a cualquier disciplina. Es un error de la crítica. El arte existe por sí mismo y para sí mismo y no creo que sea para “todos”, salvo que esos “todos” quieran enterarse de qué se trata. El problema es que entramos a una galería como hombres de 1945 y esperamos ver los mismos cuadros que en las salas del siglo XVIII. El arte contemporáneo tiene otros lenguajes y espera que sean correspondidos. El espectador debe preguntarse: ¿qué estamos mirando? El arte toma su distancia, hace su selección natural y está ahí, no es hermético, pero sí exige que el público traiga un poco más. Por ejemplo, un amigo vino a la inauguración de Túnel a cielo abierto. Es un ingeniero que en su cabeza tiene palas, diseños de carreteras, diques; eso es lo que él conoce. Miró la exposición desde ese esqueleto mental. Lo que le impresionaron fueron las piedras de Auschwitz y de Monte de los Olivos. Le llamaron la atención porque él trabaja con piedras y jamás había pensado en el peso histórico de ellas. Para él, la exposición se trató de eso. El arte contemporáneo no tiene como objetivo dar una explicación. ¿Qué significan las cosas para ti? De eso se trata el arte contemporáneo. El público debe asistir predispuesto al asombro, a la sorpresa, a ser capaz de conmoverse. No vengas a una exposición para “ver” algo, si no te predispones a eso, estás frito.

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