Tranzas fallidas

¿Cómo es vivir en México? Al parecer tan peculiar que se necesitan manuales de instrucciones que sean actualizados periódicamente. Así lo afirma Hugo José Suárez en este texto donde nos cuenta un par de anécdotas de maleantes frustrados cuando, poniéndole pausa a su credulidad, logró oler el fraude antes de que empiece el asalto.
Editado por : Adrián Nieve

Cuenta Juan Villoro que en las reuniones de amigos en la Ciudad de México el tema de los asaltos es ineludible. Pero, hay dos premisas silenciosas que comandan el intercambio: por un lado, nadie puede compartir más de dos experiencias; y por otro lado, ningún evento podrá ser tan dramático como para que ahogue el encuentro o lo empape de la angustia de vivir aquí.

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Desde México, el sociólogo y escritor boliviano, Hugo José Suárez reflexiona sobre los asaltos y los fraudes en Ciudad de México. / FOTO: Hugo José Suárez

Así que aquí van dos historias que cumplen con los usos y costumbres capitalinos.

Primero. Estoy en mi coche en Avenida Revolución. Cuando doy una vuelta, un peatón me señala la llanta delantera como advertencia. No le hago mucho caso, sigo mi rumbo. Unos metros adelante, un segundo peatón hace lo mismo. Empiezo a creer que es cierto, y cuando un poco más adelante un tercero insiste, “me orillo a la orilla” -como sugieren los agentes de tránsito- a realizar mi propia inspección ocular.

Me bajo del coche, y con mis conocimientos profundos en sociología y nulos en mecánica, empiezo a auscultar la llanta. Giro a un lado, al otro. La miro, la pateo -suave, claro-, la empujo con mis manos. Nada de nada. Hasta aquí, diría que todo en orden. Aparece sorpresivamente un señor con overol. Me pregunta si tengo algún problema, le informo del asunto. Hace más o menos lo mismo que yo pero con la seguridad de quien maneja el oficio y concluye: “su amortiguador está mal, es peligroso que ande así, ¿hasta dónde se dirige?”. Asustado, le digo que voy cerca, un par de kilómetros. Al verme vulnerable, toma la iniciativa con la estrategia del miedo: “Ojalá que llegue. Pero si quiere yo soy mecánico, tengo mi taller a la vuelta, si quiere le reviso la llanta”.

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Un día cualquiera puede contener un pequeño intento de asalto esperando en cualquier rincón, virtual o real. / FOTO: Hugo José Suárez

En cosa de segundos empiezo a atar cabos: todos están coordinados, me quieren tranzar o asaltar. Suelo ser cuidadoso con mi vehículo, hace unos meses lo llevé a mantenimiento y mi mecánico de confianza me dijo que no había ningún problema. Paso revista a los individuos que previamente me indicaron un presunto desperfecto y acudo a mi instinto. Le agradezco al señor del overol, me subo al auto y sigo mi ruta. Eso fue hace unos tres meses. He viajado a la playa, y a otras ciudades del país sin ningún problema. Pronto toca nuevamente la revisión al coche. Le contaré el incidente a mi mecánico. Seguro que le provocaré una sonrisa.

Segundo. He tenido algunos pocos amigos o conocidos que han pasado a la arena política, lo que, como era de esperarse, vino de la mano de la sana distancia. Por eso me sorprendió cuando un senador mexicano me escribió un mensaje en una red social: “Hugo, mi estimado amigo, ¿cómo estás? Te envío un gran abrazo y un cordial saludo”. Empezó a volar mi imaginación. ¿Por qué me escribe? Lo conocí hace unas tres décadas, cuando participábamos de grupos juveniles religiosos. Como es tiempo de elecciones y me queda claro que tiene sus ambiciones, pensé que estaba empezando una campaña en la cual, eventualmente, le podría ser útil tener contacto con un perfil como el mío -me habla el ego-, lo que lo habría llevado a desempolvar viejos lazos. Respondí escéptico, casi agresivo: “Hola, qué gusto. Quiero entender que este es un mensaje personal, no político-protocolar, ¿cierto? Qué eres tú quien lo escribe y no un asesor buscando apoyo, ¿es así? En ese caso, me daría gusto retomar el contacto. Tengo gratos recuerdos tuyos y de tu familia, además vi con gusto tus intervenciones políticas atinadas y pertinentes. Como seguro sabes, me dedico a la academia hace años, ojalá podamos platicar con detenimiento. Saludos”.

No tardó más de cinco minutos en responder con calidez. “Que gusto me da poder saludarte, cómo olvidar los recuerdos aunque hayan pasado tantos años. En este momento estoy en E.U., regreso la próxima semana. Déjame tu número para estar en contacto”. Se lo pasé y continuamos un rápido intercambio por WhatsApp. Quedamos de vernos en unos días, tras su inminente llegada.

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“Cuenta Juan Villoro que en las reuniones de amigos en la Ciudad de México el tema de los asaltos es ineludible”. / FOTO: Hugo José Suárez

Me quedé pensando en los giros del tiempo, de la política, de las amistades de antaño y aquellos años universitarios en los que soñábamos que se podía cambiar las cosas. Pensaba: “son tantos los amigos que han pasado por el poder y han sucumbido en sus encantos, pocos se salvan a la comodidad de los privilegios del mandar”, cuando entró un nuevo mensaje: “¿me puedes hacer un favor?”. Como hechizo que encuentra su antídoto, “me cayó el veinte”, como se dice en México. Contesté: “¿qué tipo de favor?”, y empecé a hilar fino no con el código romántico de la amistad y la política.

Releí los mensajes, y como siempre, toda la información que él tenía era la que yo le había ofrecido, o lo que encontraba en internet sin esfuerzo. Fui yo quien puso los contenidos del intercambio y él sólo reaccionó retomando mis palabras; yo estaba jugando su juego sin darme cuenta. No le había dado ningún insumo que no fuera público, pero releyendo los mensajes, me quedó claro que no tenía más referencias del personaje que encarnaba. Era un fraude, y el próximo paso era pedirme dinero o algo así.

Me vinieron los argumentos obvios que desde un inicio debí tener presente y que se escondieron bajo la alfombra del ego y la amistad: un senador que busca ser presidenciable no escribe su cuenta en redes sociales, no tiene tiempo para eso y sobre todo no responde inmediatamente; sería muy raro que se fije en un académico que no tiene capital político; quien está preocupado por el poder, no escarba en sus añejas y nostálgicas relaciones universitarias al menos que sean útiles a su proyecto. Y yo, con la ingenuidad que me caracteriza en la materia, creyéndome cuentos chinos.

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“Quien está preocupado por el poder, no escarba en sus añejas y nostálgicas relaciones universitarias al menos que sean útiles a su proyecto”. / FOTO: Hugo José Suárez

Despojado de toda ilusión, bloqueé el contacto en todas las redes. Escribí a la cuenta oficial del senador en cuestión, informándole que estaban usando su nombre con malos fines. Por supuesto, como sucede con cualquier político, me respondió uno de sus achichincles tres semanas después un escueto mensaje: “una disculpa. Respondemos ahora, fue hackeada la cuenta”.

Hace muchos años, Jorge Ibargüengoitia escribió un célebre libro cuyo título no podía ser más adecuado: Instrucciones para vivir en México. Todo indica que hay que actualizarlo.

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