Refugio
Antes de abandonar tu refugio tras las poderosas murallas de Ventormenta, te tomas un momento para considerar la magnitud de la hazaña que estás a punto de emprender. Ayer no tuviste éxito en tu cometido. Quizá no estaban tan afiladas las espadas, quizá no estaban tan reforzados los escudos, quizá no fuiste lo suficientemente veloz, o astuto. Cruzas las puertas de la gloriosa ciudad con la idea fija de que hoy esos errores no deben repetirse.
Son aproximadamente las diez de la mañana del 27 de junio de 2023. El monitor de la computadora de “M” se ilumina con los habituales tonos beiges, y bajo la barra de carga, en letras blancas, brilla un consejo aleatorio: “Recuerda que tienes que ser moderado con todo (¡Incluso con World of WarCraft!)”. “M” encuentra aburridos todos los consejos que Blizzard, empresa diseñadora de World of WarCraft, pone a su disposición cada vez que carga el juego. Pero este consejo en particular es el único que le irrita. Le hace sentir incómodo, culpable. Le hace pensar en las peleas con su papá, en sus reclamos; en la voz lastimera y preocupada de su mamá. Le hace pensar en las más de diez horas que estará frente a la computadora, otro día más.
Los huesos fríos de los héroes que ayer te acompañaron en tu empresa fallida aun yacen en el impío piso de hielo. Maldices al Rey Exánime y a sus infames súbditos que protegen estas cámaras putrefactas. Juras por tus aliados caídos que esta vez derrotarás a cada uno de ellos. En su nombre levantarás hoy el anhelado estandarte de la victoria.
Ha olvidado la fecha exacta en que conoció el juego. Solo recuerda que era hace más de diez años, y que tenía aproximadamente doce. Fue un primo quien le enseñó a jugarlo y lo acompañó durante algún tiempo en este afán. “M” recuerda con nostalgia aquella época. Sus padres se habían separado y encontró en aquel mundo virtual un escape al tormento de su realidad, que, para él, era peor debido a sus problemas de ansiedad. “No podía respirar”, recuerda, “mis profesores, en el colegio me gritaban: ‘¡Qué tienes! ¡Qué te pasa!’. Yo no podía explicarles”. Dice que aprendió a tratarse solo. Encontró cierta información en internet, como ejercicios de respiración y meditación, para superar sus ataques de pánico; sin embargo, a su juicio, su mejor remedio, el más natural, más preciso, era World of WarCraft.
Tu espíritu tiembla. Tus heridas son profundas y el líquido escarlata no deja de correr. El frío se ha hecho más intenso, como un anuncio de inexorable muerte y destrucción. En la torre más alta, deseoso por tomar tu vida; te espera aquel enemigo que juraste destruir. Aunque sabes que aún no eres lo suficientemente poderoso como para vencerlo, decides jugar tus últimas cartas. Ahora eres tú, o él. Te incorporas, levantas tu espada. Y comienzas a ascender, por la última escalinata de hielo, hacia tu destino.
Son aproximadamente las tres de la tarde del mismo día. “M” ha dejado su computadora en estado de reposo mientras se lleva a la boca, presuroso, bocados grandes de su almuerzo. Se disculpa por hablarme mientras come, casi escupiendo la comida. No está acostumbrado a reposar sus manos y su boca un instante, ni siquiera mientras come. Me confiesa que, normalmente, el único momento en que se despega del juego es cuando va al baño, y aún ahí no deja de pensar en aquel mundo tras el monitor. Él sabe que tiene un problema, pero dejar el juego solo abriría espacio a otros peores, la ansiedad, por ejemplo. Me dice que nadie lo entiende. Así como nadie entiende a los alcohólicos o a los drogadictos. Todos ven simplemente a un fracasado de 23 años que es adicto a algo, y ya. Me pide que no lo juzgue. Es lo último que me pide. Termina de devorar su almuerzo y vuelve a ese que él ve como su único refugio.