La bala no baila
Viví casi la mitad de mi vida en esta zona de la ciudad de La Paz y soy una visitante muy asidua, pues mis papás todavía viven ahí. Pensaba que no había sido vital, pero ¿acaso no significó nada vivir en Villa Victoria?
Vienen a mi mente dos referencias sobre la Villa, una en la película El coraje del pueblo (Sanjinés, 1971), cuando muestra una masacre en sus calles en el año 1950; y otra, en el documental de Catalina Razzini basado en el libro de Mario Murillo La bala no mata (2012), donde se muestran testimonios que aluden a la histórica conformación obrera de esta zona. Que refieren al origen y composición obrera del barrio paceño, así como su característica combativa por las balas disparadas en las insurrecciones populares.
Y sí, la propiedad que aún habitan mis padres fue adquirida gracias a su condición obrera; sin embargo, de eso ya pasó mucho tiempo, y ahora, cuando escucho a alguien nombrar a la Villa Victoria como Villa Balazos, suelo aclarar: “No, ahora es ‘Villa Bailazos’ ” y explico lo continuo y ruidoso de las fiestas populares.
No es raro ver y escuchar entre las calles de la zona a algún séquito de bailarines y bandas folklóricas. Estas entradas y ocupaciones de vía pública se extienden al ciclo preparatorio de estas fiestas que se dispersan durante todo el año.
Me pregunto si sería muy forzado procurar un análisis que articulase la generación que vivió la revolución del 52 con las actuales. Las viviendas han dejado de ser obreras, la mayoría –de tres o cuatro pisos– ostentan cierta estética, colores vistosos y vidrios oscuros o con espejuelos; salones de fiestas, grandes tiendas, restaurantes de comida rápida, etc. ¿Dónde han quedado las balas?
Suelen transitar en las noches de esta villa, camiones impensables en el día, para dar paso a la descarga de mercadería de dudosa procedencia en casas y galpones. Existen varios sindicatos de transportistas y puede que estos sean los únicos que todavía batallan. Ante el paro de transporte, siempre están dispuestos al bloqueo y chicote, combinado con partidos de fútbol y el infaltable sapo rodeado de cervezas.
Villa Victoria es una zona juvenil. Cuatro colegios saturan sus calles de griterío y los tormentosos ensayos de sus bandas durante semanas antes de cada fecha cívica. Estos colegios parecen rozar estamentos sociales, uno de monjas, otro particular, otro fiscal y otro de cooperación. Indudablemente, las casas suntuosas y los transportistas tejen relaciones sociales con los colegios.
La principal entrada folklórica, la fiesta de la Virgen de Asunción, ocurre en agosto. Siempre lamenté que pasara por la calle de mi casa haciendo imposibles las conversaciones, las lecturas, películas y descanso; no me quedaba más opción que asistir a la sucesión de los muchos compases.
Algo que no me pierdo es la comparsa de los chóferes de micros que bailan Awki Awki. Luego de semanas de sus recargados ensayos, disfruto verlos disfrazados, mucho más gordos de lo que son y exagerando sus movimientos, cayéndose, burlándose y jugando. Algo bueno de esta, respecto de otras entradas folklóricas, es que no está recargada de morenadas, pues las y los muchos jóvenes alternan con otros bailes más livianos y enérgicos.
Parecería que los distintos grupos sociales que integran las comparsas convergen en el baile y en la borrachera, pero no quiero forzar una lectura de la clase media paceña bajo la mirada de una integración armoniosa. Simplemente las generaciones se han transformado, los obreros y sus hijos han cambiado, las catarsis en rebelión son muchas y se visten de variados colores.
Luego de la fiesta, siempre llega el lunes y vuelven los transportistas de mal humor y aquellos que discriminan un taxi de un minibús para llegar a sus trabajos en el centro de la ciudad. Los chicos de los colegios compiten con sus bandas y pandillas, protagonizan desfiles cívicos y sangrientas peleas callejeras. Todo siempre vuelve a la normalidad y los vecinos siguen preocupados por la basura y la inseguridad.
Hace años, en una escalada de asaltos, colgamos en frente de la casa de mis padres un muñeco, para advertir a los rateros que esta zona no aguantará más atropellos. A alguien se le ocurrió colgarle al muñeco un letrero que rezaba: “Esta es la Villa Balazos ¡carajo!”. Y yo me reía porque no, esta es la Villa Bailazos y la mayoría de los asaltos se da en pleno baile.