Desapego

Eva Sofía Sánchez es una entrevistadora sensacional y así lo demuestra en esta charla con el artista visual y diseñador gráfico cruceño Roberto Unterladstaetter donde, poco a poco, vamos viendo por qué el desapego es tan importante en la vida, en el arte, en la política, en fin, casi en todo.
Editado por : Adrián Nieve

Roberto Unterladstaetter
Nació en 1980, en Santa Cruz de la Sierra. Desde 2013 vive y trabaja en Rio de Janeiro (Brasil). En 2006 fundó Kiosko Galería junto a los artistas Raquel Schwartz y Sergio Antelo. Es artista visual y diseñador gráfico. Ha participado en exposiciones colectivas, tanto en Bolivia como en otros países. Ha realizado muestras individuales en espacios como Kiosko Galería, Manzana 1 y el Museo de Arte Contemporáneo. En 2007 recibió una mención en la Bienal SIART de Bolivia, gracias a la obra ‘Los bolivianos no entienden’. En 2008 fue ganador del Primer Premio en la Bienal Internacional de Santa Cruz de la Sierra, con la obra Sí Patroncito. En 2017 realizó una muestra individual en Kiosko Galería, titulada No sabía.

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Roberto Unterladstaetter. Artista boliviano que vive desde 2013 vive y trabaja en Brasil. /Foto: Eva Sofía Sánchez

En 2013, cuando se fue a Rio de Janeiro, Roberto Unterladstaetter llevó consigo muchas cosas: álbumes de fotos, una guitarra de madera, una computadora, cuadernos de apuntes, obras de arte –algunas propias y también de otros creadores– sus libros y revistas, discos duros con muestras de su trabajo, un flash memory con toda su música, una hermosa edición de La historia de fealdad de Umberto Eco y muchas, muchas, otras cosas más… entre todas ellas, un pequeño Ekeko.

¿Cómo se reinicia la vida? ¿Existe un manual para eso? ¿Una guía básica para el migrante inexperto? He aquí un dilema: entre ser lo que uno es y ser lo que uno debe ser, ¿cuánto estás dispuesto a ceder? 

Antes de irse, Roberto no se planteó ninguno de estos problemas. ¿Para qué hacerlo? No había tiempo. Un hombre que ama no repara en detalles; un hombre que ama es un hombre en acción. Hace seis años1, tras conocer a la artista Celina Portella, Roberto Unterladstaetter tomó una decisión: largar todo y mudarse a Brasil para vivir con ella.

Se fue… Y, dentro de una maleta, también emigró el pequeño Ekeko.

Lo colocaron en la sala de su departamento. Cuando los cariocas preguntaban: “oi, cara, ¿o que é isso?”, Roberto les hablaba acerca del Ekeko, del mito del Dios de la abundancia, la fecundidad y la alegría. Del amo y señor de las ferias de Alasitas. 

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Su primera obra fue una intervención urbana. Casi un asalto punk a los carteles de la ciudad. /Foto: Eva Sofía Sánchez

Un buen día, Roberto agarró al Ekeko y le quitó el chulo; el resultado le agradó. Ese proceso de despojo continuó durante semanas, meses, años. Poco a poco, con lentitud, Roberto libró al Ekeko de cada una de sus cargas: las bolsitas con arroz, las cajetillas de cigarros, los billetes y purpurinas, las casas y camiones, los pasaportes y las medicinas. Todo desapareció.

Hasta que una tarde no hubo más por quitar, excepto la ropa. 

Roberto no lo pensó dos veces, un hombre decidido es un hombre en acción, le arrebató la camisa y el pantalón, lo desvistió. Tras eso, lo sostuvo en alto y lo observó: el Ekeko desnudo y, aún así, sonriente; el Ekeko sin cargas y, aún así, alegre.

“Qué feliz se ve”, pensó.

Lo llamó El Ekeko del desapego.

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En 2005 participó por primera vez en el SIART. Presentó carteles publicitarios desoladores. /Foto: Eva Sofía Sánchez

Antes de irse a Brasil, Roberto Unterladstaetter parecía tener todo resuelto. Era un artista reconocido y galardonado, dirigía una pequeña empresa de diseño gráfico, formaba parte del directorio de una galería de arte contemporáneo. Tenía treinta años y el futuro se le presentaba como una gran oportunidad. Un hombre con ese tipo de perspectivas es un hombre que no se va. 

Entonces, ¿por qué se fue?

Había irrumpido en la escena artística de la ciudad a sus 23 años. Su primera obra fue anónima e impactante: diseñó y produjo señales de tránsito, idénticas a las que usaba el Gobierno Municipal. En lugar de los íconos usuales (cruces de peatones o anuncios de “pare”) colocó figuras extrañas: niños limpia-parabrisas, hombres vomitando en aceras, personas pidiendo limosna, autos abollados y volcados, bichos de alcantarillas, ratas y caballos. En una sola madrugada y con la ayuda de un puñado de amigos, colgó las obras en diferentes espacios públicos de la ciudad: rotondas y avenidas, puentes peatonales, puertas de entrada a los mercados, cruces de calles, lugares estratégicos, muy bien elegidos. A la mañana siguiente, los peatones y conductores se sorprendían frente a esos insólitos, graciosos y misteriosos carteles. La acción no pasó desapercibida. Días después un periódico publicó una foto en la que aparecían los letreros. “¿Quién hizo esto?”, preguntaba el reportero en el texto que acompañaba a la imagen. El periodista realizó un buen trabajo, averiguó, consultó e indagó; así llegó a contactarse con el autor. Roberto accedió a dar una entrevista, pero con una sola condición: mantener el anonimato. 

“¿Por qué esa decisión?”, le pregunto. Son las cinco de la tarde, estamos en el patio de Kiosko Galería, Roberto acaba de llegar a Santa Cruz, somos amigos, nos conocemos desde que tenemos quince años, entrevistarlo me produce nervios, es complicado adentrarse en los pensamientos y en la vida de alguien tan cercano. “No estaba seguro de haber hecho arte”, me responde y esa respuesta me sorprende, pero a los pocos segundos recuerdo que la contrariedad es una de las constantes en la vida y obra de mi amigo, Roberto Unterladstaetter.

Antes de graduarse de la universidad vivió algunos meses en Alemania. Visitó museos, estudió tendencias, vio de cerca las obras de Barnett Neuwman, Andy Warhol, Keith Haring. El resultado de ese viaje: la certeza de que el diseño gráfico podía ser una herramienta para producir arte.

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Sus posters 'Los bolivianos no entienden' dejaron en evidencia que... los bolivianos en verdad no entendemos. /Foto: Eva Sofía Sánchez

Su primera exposición individual fue casi una anécdota, una introducción. La presentó en el Museo de Arte Contemporáneo. Fueron cajas luminosas, con diseños muy cercanos a la estética pop. Vistas desde lejos, las cajitas rosadas parecían mostrar arreglos florales, pero al acercarte se te revelaba lo que exhibían en realidad: vaginas.

En 2005 participó por primera vez en la Bienal Internacional de Arte (SIART). Presentó una serie de obras con estética de cartel publicitario; tenían colores fosforescentes, fonts llamativas, formas comerciales y sugestivas, pero en lugar de marcas o slogans, escribió los siguientes mensajes: “Tengo Miedo”, “Estoy Solo”, “Tengo Nada”, “No Puedo”. Diseño, arte, publicidad y ansiedad. De eso nos habló.

Dos años más tarde, y en el SIART también –ya con Evo Morales como presidente de la nación, con la Asamblea Constituyente en candente debate y con la Autonomía como bandera de lucha en el Oriente boliviano– Roberto diseñó e hizo imprimir carteles en los que escribió: “Los Bolivianos No Entienden”. Tenía la intención de pegarlos en las calles y avenidas de La Paz, pero fue imposible, los mismos ciudadanos se lo impidieron. “¿Y qué es pues lo que no entendemos?”, le preguntaban, exaltados y molestos. Rompieron, arrancaron y tiraron los posters.

En 2009, la Bienal de Santa Cruz galardonó a Roberto por la escultura Sí, Patroncito, un objeto enorme, compuesto por esas dos palabras, cubiertas con hoja de coca. Fue insultante, irónico y provocador. Algunas personas dirán: “pero es muy feo”, el arte contemporáneo, como los hombres enamorados, no repara en ese tipo de detalles.

¿Qué pretende Roberto con su arte? ¿Burlarse del espectador? ¿Es acaso un artista-troll? ¿O su obra es, tal vez, más compleja de lo que aparenta ser?

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En 2009, la Bienal de Santa Cruz galardonó a Roberto por la escultura Sí, Patroncito, un objeto enorme, compuesto por esas dos palabras, cubiertas con hoja de coca. /Foto: Eva Sofía Sánchez

Para quien aún no se haya dado cuenta: la obra de Roberto Unterladstaetter es política. En su Declaración de Arte Político (2010) la artista cubana Tania Bruguera escribió: “el arte político tiene dudas, no certezas; tiene intenciones, no programas; comparte con aquellos que lo encuentran, no se les impone; se define mientras se hace; es una experiencia, no una imagen; es algo que entra en la esfera de las emociones y que es más complejo que una unidad de pensamiento. El arte político es el que se hace cuando está pasado de moda y cuando es incómodo, jurídicamente incómodo, cívicamente incómodo, humanamente incómodo. Nos afecta. El arte político es conocimiento incómodo”.

Las obras de Roberto funcionan dentro de ese contexto. Es un artista que incomoda e interpela, lo hace al mostrar carteles que nos dicen que “somos nadie”, que “estamos solos”, que “no podemos”; lo hace cuando pega afiches que gritan: “no entendemos”; lo hace cuando nos exhibe un Ekeko desnudo en estos tiempos de consumismo duro. A través de estas obras, Roberto no emite un criterio concreto, ni siquiera algo cercano a una opinión; se limita a esbozar una sencilla pregunta: “y vos, ¿qué pensás?” 

“Y lo hago con estética publicitaria porque me parece que es lo más violento que hay… La publicidad”, me explica.

De todas las obras de Roberto, las más políticas y comprometidas son los tres videos titulados Minorías.

En el primero, filmado con una cámara digital de baja resolución –casi como una improvisación o como una ocurrencia del momento–; Roberto sale de un taxi y camina hacia un individuo. Está en el centro de la ciudad, es de noche, hay poco tráfico, la silueta a la que se acerca toma forma, se hace persona, es una travesti con falda corta y piernas largas, medias pantys, cabello negro, lentes enormes, ojos pequeños y un lunar en la mejilla izquierda… 

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En los videos titulados 'Minorías' se evidencia la potencia de la voz política en la obra de Unterladstaetter. /Foto: Eva Sofía Sánchez

“¡Hola!”, dice Roberto y le pregunta: “¿te animás a cantarnos el himno boliviano?” La travesti, confundida y sorprendida, mira a la cámara y se encoge de hombros, sonríe, se pone seria, se muerde los labios, frunce los ceños. “¿Qué decís?”, pregunta ella, “¿el himno nacional?” “Sí”, responde Roberto, “el himno boliviano, ¿podrías cantarlo?” Ella mira al piso, no habla, piensa. Una persona que cambia de género es una persona sin miedos. La travesti alza la vista, abre la boca y canta.

El segundo video se filmó durante la apertura de Políticamente incorrecto, una muestra colectiva en la que todas las obras hablaban sobre la situación política del país. Hacían referencia a los conflictos sociales, a la división entre las regiones, a la escalada de violencia, al racismo y la intolerancia. Un taxi se detuvo fuera de la sala, dos mujeres travestis salieron del vehículo, altas, sexys y atractivas, una rubia y la otra morena. Dentro de la galería todos los invitados conversaban y bebían vino. Como un par de bandidas, las travestis irrumpieron en la sala, caminaron hacia una esquina, posaron de frente al público. Detrás de ellas, colgaba la bandera cruceña con el escudo boliviano bordado (una obra de Raquel Schwartz). Desafinadas y orgullosas, hipersexualizadas y arrogantes, las travestis cantaron el Himno Nacional. Los canales de televisión filmaron la acción, los asistentes tomaron fotos. Una vez terminaron de cantar, las mujeres se retiraron con la misma rapidez y soberbia con la que habían llegado. Subieron al taxi y se fueron.
 
El tercer video de Minorías se filmó en la Plaza Murillo, de La Paz, con el Palacio Quemado de fondo. Participaron cuatro mujeres travestis, una de ellas ya mayor, ya señora; otra era una chola de pollera ancha; la tercera estaba vestida de negro, estilo gótico; la cuarta era una muchacha con un elegante atuendo de noche y con una banda cruzándole el pecho, que decía: Miss Travesti La Paz 2009.

Quien estudie su obra, pensará que Roberto es una persona con ideas extremas, un enfant terrible dispuesto a la confrontación, pero el individuo que yo conozco no es así. Mi amigo, Roberto, es un hombre de tono calmo y ademanes controlados, casi ensayados. Elige sus palabras con cuidado, no quiere herir, tiene ojos verdes, una barba casi roja y la piel blanca. Su lenguaje natural es el visual, eso se hace más evidente cuando lo escuchas hablar. 

Roberto es un tipo con una idea clara de lo que desea mostrar, lo cual no significa que tenga definido quién es él en realidad y eso, más que nada, se ve en cómo, por momentos, parece dudar de sus propias opiniones. 

Miro mi reloj: las ocho de la noche.

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Apenas visible, uno de los 'Cadé' que Unter colocó en calle cariocas. /Foto: Eva Sofía Sánchez

Llevamos un par de horas de charla, ya le confesé que entrevistar a un amigo es una tarea compleja, él admitió que teme decir algo errado. Cruza las piernas, bebe un corto trago de cerveza y me dice: “¿Sabés? Me he dado cuenta de algo, te encontrás con alguien y le preguntás: ‘¿cómo estás?’ Esa persona te responde: ‘¡muy bien!, ¡estoy muy bien!’, pero vos notás en su cara que está hecho bolsa. No está ‘¡muy bien!’, ese ‘¡muy bien!’ no equivale a: ‘¡Esto es fantástico, estoy alcanzando mis sueños, no poseo mucho, pero soy feliz!’ No. Ese ‘¡muy bien!’ equivale a: ‘tengo trabajo y no me puedo quejar’… ‘¡No me puedo quejar!’ Eso es lo que decimos todos en realidad”.

Es cierto: a grandes rasgos, la obra de Roberto es política, pero esconde algo más. Me parece que su obra también es intimista, auto-flagelante y cercana al humor negro, hay política en ella, eso es innegable, pero muy por detrás, al frente, a la vista y también escondido, hay duda e inseguridad. Las palabras que muestra (“Tengo Miedo”, “Estoy Solo”, “No Entiendo”) son las mismas que Roberto se repite a sí mismo, de manera constante, en sus pensamientos. 

Eso es, al fin y al cabo, lo que hacen siempre los artistas: identificar sus mayores temores y exponerlos, compartirlos con los espectadores para que les ayudemos a cargar la mochila. “¿Cuánto hay de auto-interpelación en tu obra?”, le pregunto. “¡Ese es mi filo!”, me responde de inmediato, “hacer algo muy personal que funcione como gatillo hacia diferentes interpretaciones; la percepción de la gente será individual. Pienso que, quien vea algo perturbador, violento o insultante en mis obras, en realidad estará mirando su propia idea acerca de esas cosas. ¿Te molesta que alguien te diga que estás solo? Tal vez es porque en verdad lo estás. ¿Te molesta que te digan que no entendés? Quizá, entonces, no entendés en realidad… Yo vivía en las periferias de mi cabeza. Antes de irme a Brasil yo vivía en el límite, en la frontera, lejos de la zona de confort. Por eso tomé esas decisiones: dejar los estudios para trabajar, abrir una empresa y formar parte de una galería, dedicarme al diseño y al arte. Hice todo eso porque mis razonamientos se gestaban en las periferias de mi cabeza, nunca en el centro, nunca en el lado lógico. Incluso irme, mudarme a Brasil; esa acción fue fruto de ese modelo de pensamiento, pero ya estando allá, algo sucedió. Estaba de pronto en este nuevo lugar, un lugar que no entendía, con gente que no conocía y yo luchaba por encontrarme, me perdí. ¿Qué hizo mi mente? ¿Cómo se protegió? Abandonó las periferias, buscó la zona de confort. Cuando te vas lo primero que te duele es esa sensación de que sos nadie. Nosotros somos parte de una generación exitista, de una generación que no piensa en el bienestar, o mejor dicho, que piensa que el bienestar está en la acumulación”.

Un artista como Roberto no desea hablar del pasado. El arte se trata del ahora, del momento. Migrar es exponerse a la melancolía; y el peor enemigo de la vanguardia es la nostalgia. Roberto comprendió la magnitud de su problema estando allá, lejos del confort. Tenía en frente el desafío de abrirse camino, de hacer arte en un país con un mercado vasto y competitivo, en un país en el que él era un desconocido. Su primera creación habló precisamente de eso: del anonimato y la alienación de la metrópolis.

Un artista que migra es un artista que necesita reencontrarse.

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En una revista brasilera buscaban al autor de los 'Cadé'. /Foto: Eva Sofía Sánchez

”Cadé” es una palabra que los brasileros usan para preguntar: ¿Dónde está?. Traducido a nuestro español cruceño, sería: ¿Cadé? = ¿Quéjte? Por ejemplo: ¿Cadé o café? = ¿Quéjte el café? ¿Cadé o taxi? = ¿Quéjte el taxi? ¿Cadé o amor? = ¿Quéjte el amor? Eso era lo que Roberto se preguntaba: ¿dónde está el amor? ¿Dónde está la ciudad maravillosa? ¿Dónde está el paraíso que me prometieron? ¿Dónde estoy? 

“¡Intentaba descifrar todo eso!”, me dice. Diseñó e hizo fabricar cientos de pequeños carteles con la pregunta “¿Cadé?” y los colocó en diversos lugares de Rio de Janeiro: postes de semáforos, muros de casas, señales de tránsito. Al parecer dio en el clavo, tocó un nervio. Una afamada revista publicó un artículo acerca de los cartelitos de Roberto, el titular fue: ¿Cadé o artista fantasma? (¿Quéjte el artista fantasma?). Invitaban al creador de la obra a escribir un mail, a contactarse con ellos, a darse a conocer, a dar una entrevista. Roberto no aceptó. Esta vez, prefirió el anonimato total. Un hombre que duda, es un hombre que no toma acción; las periferias aún estaban lejos…
    
Volver al arte, retomar el oficio, despertar los músculos creativos, todo eso exige tiempo y dedicación. En 2016, Roberto aplicó y fue uno de los elegidos para participar del programa de residentes de Kiosko Galería. Retornó a Santa Cruz y durante dos meses se encerró en la planta más alta del edificio. Trabajó sin descanso y con el ánimo renovado. El 9 de febrero de 2017, la galería inauguró la muestra No sabía, de Roberto Unterladstaetter. Después de dos años de silencio había vuelto a exponer. De entrada, el cambio fue notable. No era el mismo Roberto de antes, la rabia contenida, la incomodidad y la protesta cedieron el paso a la introspección, la sugerencia y la elegancia. La nueva obra de Roberto era limpia y pulcra, cercana a madura, su estilo se había asentado. Fue el trabajo de un artista mucho más seguro y consciente de sus limitaciones y fortalezas. Algunas cosas permanecieron: el uso del diseño como herramienta básica, los juegos de palabras y las interpelaciones al espectador.

A continuación, un resumen de la muestra:

- Un cuadro de grandes dimensiones, con fondo blanco y marco negro. Dos palabras escritas también en negro: “Vive y Trabaja”.
- Un escudo con una frase dentro de él: “Es ley del Cruceño la Exclusividad”.
- Una placa gris y metálica, con letras plateadas que dicen: “No sabía”.
- Un espejo circular. Cuando te ves en él, lees: “No conozco las periferias”.
- En medio de la sala, sobre un pedestal; nuestro amigo, el Ekeko, libre y desnudo, sonriente y alegre; El Ekeko del desapego.

Esa noche los asistentes discutieron acerca de las obras. Para algunos, criticaban el estilo de vida actual y el exceso productivo del capitalismo. Otros vieron en ellas una reflexión acerca de los privilegios de clases en una ciudad rodeada de periferia y marginalidad. La mayoría se divirtió con los juegos de palabras. Varias personas se tomaron selfies con el Ekeko y las compartieron en sus cuentas de Facebook e Instagram. Cierto grado de polisemia en el ambiente nunca viene mal.

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El Ekeko de Unter, despojado, libre y feliz. /Foto: Eva Sofía Sánchez

Siete meses después de la muestra recibo a Roberto en el patio de la Galería. Son ya las ocho de la noche, estamos a punto de terminar, solo tengo una pregunta más: “¿de qué hay que desapegarse, Roberto?”, le digo. “De todo”, me responde, “¿Sabés? La noche de la inauguración muchas personas se me acercaron y me hablaron sobre el Ekeko. Varias querían saber por qué tenía el pene tan pequeño. ¿Entendés? Eso quiere la gente: un pene grande. Hay que desapegarse del exitismo y de la idea de poseer. Hay que hacer un Ekeko sin ropa, que busque el bienestar y no las cosas. Hay que inventar un amuleto que nazca a partir de la des-acumulación. El desapego; eso es lo que importa”.

 

1 La entrevista se realizó en octubre de 2017, seis años después del viaje de Unterladstaetter.

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