Viaje surrealista
Tardé casi veinte años en visitar el Jardín James Edward en Xilitla, San Luis Potosí. Sobraban las buenas razones: está lejos, se necesita tiempo, es caro, hay muchos lugares que conocer en México. El caso es que llegó el día; ni un pretexto más para no desplazarnos a ese sitio mágico. Vamos con toda mi familia. El viaje comienza con un paseo por los distintos pisos ecológicos en México. Partimos de la capital hacia el norte por una de las rutas más transitadas, llenas de tráileres, camiones y buses. Antes de llegar a Querétaro, nos desviamos a la derecha para penetrar en una frondosa zona verde y cálida. La sinuosa carretera nos advierte que estamos por entrar en un lugar completamente distinto. Más de ocho horas después de iniciar nuestra travesía, casi sin detenernos, llegamos a Xilitla que está a 600 metros sobre el nivel del mar, y a pocos kilómetros de Golfo de México. El calor y la humedad se dejan sentir.
La primera parada, luego de instalarnos en el alojamiento, es por supuesto el Jardín Escultórico Edward James “Las Pozas”. Se dice que el millonario inglés (1907-1984) llegó a México a mediados de los cuarenta, seducido por las orquídeas; se instala en Xilitla porque era el lugar ideal para verlas crecer y coleccionarlas. Adquiere un terreno enorme y comienza su colección reuniendo plantas de distintos lugares del mundo, hasta que una feroz helada en 1962 destruye todo lo sembrado (diez mil orquídeas). Empieza el nuevo proyecto: construir con hormigón resistente al tiempo, las formas más locas teniendo como límite solo su imaginación.
Desde aquellos años, James pasa temporadas largas en Xilitla, alternando con sus viajes por el mundo y con su residencia en Europa. Forma parte del movimiento surrealista, es amigo de Salvador Dalí, de René Magritte, de Luis Buñuel, de Man Ray, de Leonora Carrington, y es mecenas de varios artistas –además de patrocinador del Pabellón Surrealista en la Feria Mundial en 1939 en Nueva York–. El jardín refleja esa sensibilidad: escaleras que van a ninguna parte, ojos atravesados en el camino, un avión que visto desde lo alto parece un barco, arcos, hongos, bambús, gaviotas, ventanas góticas. Es evidente el diálogo de las construcciones con cuadros de esa corriente: un pasillo de serpientes se parece a un lienzo de Dalí; la fabulosa pintura de M. C. Escher con escaleras que suben y bajan a la vez es representada en tercera dimensión. En sus obras, James conjuga el intercambio con sus amigos, sus sueños y ocurrencias en un imponente entorno natural. Su intención no es vincularse con el mundo del arte de los polos urbanos dominantes del país, sino montar su jardín dando rienda suelta a los caprichos de su imaginación. No está haciendo carrera, buscando un público, procurando influencia y prestigio; solo quiere plasmar sus sueños, cumplir sus fantasías. Por eso su experiencia es tan especial, se trata de un millonario inglés sólidamente vinculado al surrealismo, inserto en una pequeña población tropical a casi 400 kilómetros de la Ciudad de México. Un puente poco convencional que no atraviesa por los canales legítimos del arte y la cultura.
Es curioso, si el surrealismo es una forma de negación de la realidad, una rebelión frente a lo que los sentidos informan del entorno, y sus representantes convocan a la imaginación, al sueño, al sin-sentido, a esquivar la razón, el entorno en el que está la obra de James es casi una contradicción. Normalmente cuando he visto un cuadro surrealista, lo he hecho en un museo, donde el clima, la luz, la disposición están finamente planificados para captar el mensaje del artista. Aquí, entre arañas e insectos, pájaros y humedad, mosquitos y mariposas, calor y moho, es imposible no hacerle caso a lo que dice la piel, los oídos y los ojos. La naturaleza se siente, se respira, se impone. Sin embargo, cada pieza envuelta en la cálida y verde atmósfera es una invitación a desprenderse de lo que nos rodea e introducirse al laberinto de los sueños confusos de James. Es, acaso, otro rostro más de lo barroco latinoamericano.
Cuando visité la casa y el taller de Claude Monet en Giverny (Francia), quedé impactado por el vínculo entre sus paisajes más próximos y sus cuadros. Primero había conocido su obra, así que trasladarse a los lugares donde el pintor impresionista montó su caballete era como formar parte de las piezas, como introducirse en el marco. Aquí, en el onírico jardín de James, me pasó algo parecido, pero en vez de sentirme en uno de sus ambientes familiares y públicos, era como haber sido invitado a ser un protagonista más en uno de los escenarios de sus sueños. Ese tal vez sea el efecto más desconcertante de la visita. Me llevo una frase de James que dibuja con claridad el proyecto: “construí este santuario para ser habitado por mis ideas y mis quimeras; un mundo propio lleno de libertades, habitable solo para aquellos que logren construir un sueño propio”.
Dejamos Xilitla rumbo a la ciudad de San Luis Potosí para continuar con la experiencia su-real. Llegamos al Centro de las Artes de esa ciudad (CEARTSLP). La historia del recinto ya es impactante: fue construido a principios del siglo XX como una moderna penitenciaría. Su estructura, que nos recuerda a los estudios de Michel Foucault, es exactamente un panóptico: luego de las gruesas y elevadas murallas de piedra y algunos patios administrativos, al fondo se encuentra una pequeña torre de la que se desprenden en forma de estrella, cinco columnas con celdas a ambos lados que bien pueden ser controladas desde un solo punto. El lugar ideal para que unos sean observados mientras los otros observan, la materialización del deseo de vigilar y castigar, como nos lo enseña Foucault. Y más: es en esa prisión que Francisco I. Madero fue retenido en 1910 y donde se planeó el histórico Plan de San Luis Potosí que convocaba al pueblo a rebelarse contra el régimen de Porfirio Díaz. Ese monumento con carga histórica, política y filosófica pasó en el 2008 a convertirse en el principal Centro de las Artes de su entidad y uno de los más atractivos del país. Actualmente, la torre de control es dibujada periódicamente por artistas que reinterpretan el sentido de ver para someter, y cada uno de los pabellones está dedicado a una disciplina distinta (música, danza, artes visuales, teatro). Los espacios triangulares entre los pabellones son aprovechados para talleres y exposiciones.
No es todo. El 2018, en el CEARTSLP se inauguró el Museo Leonora Carrington. El homenaje no podía estar mejor logrado. Se exhiben sus piezas, las enormes a la intemperie, rodeadas de la arquitectura especialmente diseñada para lucirlas, y las pequeñas en los interiores de los cuartos con luces y colores adecuados, acompañadas de frases de la artista. Recorrer las piezas de Carrington es fantástico, es un deleite para la vista y un estímulo para la imaginación. Bien lo expresa Carlos Fuentes: “…lo que parecía extremo, excluido, suprarreal, se ha convertido en lo central, incluido, inmediato. Lo que se consideraba mágico es ahora lo racional. La lógica del sueño ha vencido la locura de la razón. Y el mundo personal, excéntrico gótico, de Leonora Carrington es hoy nuestro mundo –no el de todos, pero nuestro; no el común, pero el que significa”.
Vuelvo a la Ciudad de México luego de tres días exuberantes y desafiantes, llenos de cultura y revelación, poniendo en duda parte de lo aprendido sobre la razón y la explicación, sobre el sueño, sobre la frontera de lo cierto. Vuelvo con un nuevo impulso. Creo que ya sé por qué tardé tanto en realizar este viaje: no volvería a ser el mismo.