Minihistorias paceñas

Para celebrar a La Paz en su día, nuestra Daniela Renjel recopila mini historias de paceños y paceñas que saben cómo es sobrevivir en la ciudad maravilla y vivir para narrarlo. Estas historias son producto del “Taller de artes y oficios del relato”, de la Carrera de Literatura de la UMSA.
Editado por : Adrián Nieve

Jaén
(Remy Callisaya Sánchez)
Al salir del centro, me dirijo a la calle Jaén, calle angosta y colorida. Vine por los museos, pero sobre todo por sus mitos y cuentos. No me parecía sentir extrañeza al estar ahí, mucho menos cuando don Pedro y don Apolinar me recibieron.

Inverso
(Remy Callisaya Sánchez)
Me dirijo a la plaza Murillo y al cruzar el Prado veo a dos cebritas dando señales de tránsito. Al llegar a mi destino, caen migas de pan delante mío, miro hacia arriba y me parece ver palomas esperando a que yo coma.

Sueño en La Paz
(Ana Carola Ocampo)
Sentada en una banca del Montículo, contemplaba la majestuosidad de la ciudad de La Paz. Pese al caos que se vive a diario allí, siempre le encuentro una abrumadora calma.
Recuerdo haber cerrado los ojos por un momento solo para que, al abrirlos de nuevo, una muchacha de pollera andina estuviera parada frente a mí, entregándome una ramita de retama y hablándome en un idioma que yo no conocía. Como no entendí, volví a cerrar mis ojos y al abrirlos me encontré sola en mi cuarto.

Entre dichos y hechos
(Lizeth Ana Calle Mamani)
“En su último informe, el presidente destacó los avances económicos y sociales, impulsados durante su gestión, en diferentes áreas. Entre los datos que dio el mandatario, mencionó un crecimiento económico de 3,5% en el último año, con una reducción de 3 % en la tasa de desempleo urbano y una disminución de la pobreza, tanto extrema como moderada, de 1,3% en el mismo periodo”.
—Yaaa...
El anciano se ríe y deja el periódico donde estaba. Luego, dando un fuerte tirón, sube la enorme bolsa llena de botellas vacías a su hombro y sigue su camino.

Aire entre cielo y tierra 
(Ana Carola Ocampo)
Aquella mañana de julio, la vista desde el teleférico era impresionante: los cerros por un lado y la ciudad en su totalidad al otro. Sin embargo, lo que realmente cautivaba a las personas era la sensación de estar flotando.
Yo estaba tan emocionada de ver las maravillas de esta ciudad, que no me di cuenta de que estaba estancada en el aire. El teleférico no se movía, ni adelante ni atrás.
Diez, quince, veinte minutos sin cambios. En la cabina 2315 del teleférico verde, el cielo estaba cada vez más cerca y yo más dormida.

Amigas
(Chabeli Prado)
Era el Gran Poder. Mi madre y su amiga bailaban en la más grande fraternidad. El día de la entrada ellas se vistieron en casa; una le prestaba sus aretes, la otra sus tullmas. Tan buenas amigas, tan íntimas, que solo ellas conocían lo que estaban pidiendo y prometiendo al santo.
Bailaron y bebieron alegremente, cuidándose entre sí y compartiendo susurros al oído, secretos, risas cómplices. Aun así, al final de la fiesta se disgustaron y cada una se fue para su casa.
Al día siguiente, muy temprano la amiga vino a casa a resolver el problema. Cuando se fue, mi madre no se alegró de que se hubieran reconciliado, sino que lanzó alaridos y dio brincos de alegría, porque no tuvo que ser ella quién cediera. Se sentía orgullosa porque fue la otra amiga quién vino por su amistad.
Al año siguiente mi madre bailó con su nuevo amante: el marido de esa amiga. Los dos pidieron y le hicieron promesas al Señor Jesús del Gran Poder.

Bloqueos
(Nathaly Avilés Morales)
Es parte de la multitud, coloca piedras en el camino, se pone delante de los autos, grita junto con los demás, lucha por algo justo, lucha por ella y por las que ya no están.
Vuelve a casa donde la esperan. 
Allí, desaparece.

Atlantiscity
(Chabeli Prado)
Cuando Allen dijo que la Atlántida estaba en Bolivia, no estaba equivocado. Pero me contaron que lo cierto es que, entre sus cálculos y estudios geográficos, un error no le mostró que la famosa ciudad perdida se encontraba más al norte, en La Paz, y  no en Oruro. 
De hecho, la Atlántida había despertado mucho antes de que las noticias llegarán a Platón. Hace miles de años, la ciudad era plana, pero un terremoto combinado de erupciones volcánicas la inundó. 
Estuvo atrapada varios miles de años hasta que los trabajos de los atlanticenses provocaron, al drenar la ciudad, una hoyada dibujada de montañas en sus alrededores, a través de un río, que luego llamaron Choqueyapu. Un río que carcomió la tierra hasta que quedó como la conocieron los últimos atlanticenses. 
No lo mencionaron los vizcachanis, no lo recordaron los tiwanacotas, los distraídos incas y collas ni lo sospecharon, menos lo supieron los españoles. Pero los atlanticenses lo saben y han deambulado hasta hoy con un dicho muy certero: “Un día habrá un terremoto y el Illimani y el Mururata despertarán y todo se llenará de agua. Tanta agua que la ciudad volverá a estar cubierta”.

Cementerio de elefantes
Joann C. A. Murillo Terán (Andree)
El hombre que alguna vez fue, no es. El hombre que puede llegar a ser, quizás es. 
Ese hombre puede llegar a recoger al primero y decirle todo lo que nunca hizo.

Mujeres trabajadoras
(Ángela Arenas)
Con muecas feroces, chorreando sudor, trenzas enredadas, polleras multicolores, el cuadrilátero ruge con sus voces. Las cholitas evocan furia y pasión. Un golpe por un aplauso, dos golpes por un salario.

Luces nocturnas
(Patricia Varas)
Y gozaba al observarlas detenidamente en la noche. Puntuales, habían llegado a saludar a la ciudad. Pero solo podía admirarlas a la lejanía, pues su cercanía impediría la ilusoria apreciación. De cerca eran imperfectas, con muchos inviernos encima, deslucidas e incluso feas.

Paseo por la ciudad
(Iván Chuquimia)
De la última letra de una lápida en el cementerio general sale una grieta que pasa por varias de sus vecinas y llega a los corredores. Continúa de forma ininterrumpida hasta la entrada principal, pasa por debajo de los pies que cargan un ataúd, cruza la avenida y sigue bajando en dirección del centro de la ciudad. En su camino pasa por los mercados, debajo de los precios inflados; entra a la catedral de San Francisco, corre por el órgano y sin querer toca el tritono, avergonzada sale lo más rápido posible, pero nunca llega a resolver con la dominante. Después de aquella escena continúa su recorrido, llega al centro, por detrás de los palacios gubernamentales que no la ven, más bien, la ignoran. Media hora después llega a Miraflores, pasa por el Estadio, a contra corriente de la multitud que se acerca al espectáculo vacío. Cansada de caminar, se sienta a esperar el bus y se sube al mismo Pumakatari en el que viajo, se sienta detrás mío. Después de contarme su travesía, llega la hora de despedirnos, ella se baja en la plaza Camacho, pasa por las líneas de mi mano que sostienen un libro (Final del juego), sin embargo, no es el final de su viaje. ¿Dónde habrá ido?
Quizás regresó en teleférico al cementerio, quizás se fue a la zona sur o quizás la detuvo un bloqueo. Yo ya la perdí de vista, pero estoy seguro que nos volveremos a encontrar en otro de sus paseos.

28 me gusta
408 vistas