La Penitencia de la lluvia

Tito Saldaña nos presenta una historia conmovedora, desarrollada a través de un día aparentemente frío y lleno de obstáculos. El adiós parece inminente, sin embargo, los recuerdos y las vivencias de los personajes aún conservan la misma pasión. Pareciera que el frío y el calor son polos opuestos, pero aquí son los ejes centrales.
Editado por : Humberto Pinto

Aquella mañana, en lugar de los rayos del sol, unos truenos que parecían cañonazos lanzados en la batalla de boquerón despertaron a la población cruceña y una lluvia, que era más un diluvio que un simple defecto meteorológico, inundó la ciudad como si fuera algún castigo bíblico. Las calles en aquella mañana se convirtieron en yacusis, las radiales en piscinas y las avenidas en lagos. Tal vez si hubiera llovido unos milímetros más o, en su defecto, media hora más, probablemente estaríamos hablando de la aparición de sirenas y submarinos.  

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Dicen que la imaginación es más poderosa que la realidad misma y siempre buscaremos lo que creemos que es mejor. / Pie de fotografía: Pixabay

Los autos se ahogaron, la mayoría de los colegiales no pasaron clases, inclusive, se hicieron virales unos videos en las redes sociales de personas nadando en su barrio o adolescentes zambulléndose en su colegio, uno que sí tuvo la valentía de abrir sus puertas, pues la lluvia estaba brava como estuvo mucho tiempo Rebeca con su cortejo Raúl. El amor va y el amor viene, seguramente el perdón es para siempre, sin embargo, lo que Raúl buscaba no era un perdón, sino algo más allá del amor mismo, esperaba que brille un arcoíris al terminar la tormenta que lo estuvo azotando desde que ella decidió terminar con él.

Rebeca, de veintitrés años, estaba terminando de acomodar la sala de su casa, dejó unas rosas dentro del florero y miraba orgullosa su obra mientras terminaba de rociar el aromatizante. Le bajó la temperatura al aire y cerró los ojos disfrutando de aquello, debido a que se notaba, a través de las ventanas y por la luz, que afuera hacía mucho calor. Ella vestía una blusa y un pantalón jean con unas chatitas, su cabello estaba suelto. La sala estaba completamente limpia y muy bien amoblada. Tocaron la puerta y ella caminó hacia ella, pero se detuvo un segundo para mirar la fotografía de su padre sonriendo que yacía en un altar al costado de la puerta de entrada. Ella abrió la puerta y entró Raúl, no se dijeron nada ni se tocaron, ambos caminaron en dirección a la sala. Él tenía veinticuatro años, vestía ropa casual, una polera de su equipo de fútbol favorito que estaba mojada por el sudor, un short deportivo negro y una gorra, se la levantó y sus cabellos se veían mojados, caminaba algo tenso y utilizaba la gorra como si fuera un abanico, se sentó en el sillón principal con el cuerpo extendido y las piernas abiertas, miraba hacia donde estaba el aire y sonreía. Rebeca se mantenía de pie, tomaba el control remoto del aire y le aumenta la temperatura, de diecisiete grados pasó a veintidós.

—Bajale al aire, amor, hace un calor de los mil infiernos.
—No me digas así, Raúl —le aumentó a veintitrés grados.
—Por favor, bajale, Rebeca, le estás subiendo, sé que tenés un problema con los números pares e impares., entonces en vez de dieciséis dejalo en diecisiete, por favor, siento el cuerpo como si me hubieran puesto en una parrilla.
—Ahora entendés lo que padecen los pobres animalitos que te encanta comer. Espero que valores las veces que traté de que seas vegano.
—El veganismo no tiene nada que ver con que afuera sea un infierno y mi piel esté chamuscada. Por favor, bajale al aire, Rebeca.

Ella lo bajó a diecisiete grados. Él la miraba como rogándole y ella sonreía debido a que conocía muy bien aquella mirada.

—Sabes que me encanta el frío, y que soy team cafecito caliente y de escuchar la lluvia caer mientras leo cuentos de Oscar Wilde, pero aquí está helando, Raúl.
—¿Entonces por qué te gusta el frío, el café y Oscar no sé qué te vas a ir a vivir a Irlanda?

Dicen que la imaginación es más poderosa que la realidad misma y siempre buscaremos lo que creemos que es mejor, eso le costaba comprender a nuestro querido Raúl, tal vez le suceda porque nunca leyó “El Quijote” o “El retrato de Dorian Gray”, sin embargo, sí vio “Aquaman” y eso le podría provocar la iluminación necesaria o, en su defecto, el oxígeno que se requiere para poderla convencer de que no se aleje como lo hará el arcoíris al caer la noche.

Ella estaba sentada en un sillón a su lado y él estaba sentado en el costado más próximo hacia ella, lo que los separaba era un brazo que tenía el sillón principal.

Raúl se encontraba relajado, con los brazos abiertos y la gorra puesta; ella inclinada hacia él, pero distante en el otro sillón, miraba de manera fija a Raúl, aunque él miraba al frente como si estuviera pensando en cada palabra que saldría de su boca. 

—¿Por qué tenés que venirte siempre todo zarrapastroso?
—Hace un calor insoportable, ni modo que me venga de terno, un pantalón y unos zapatos de charol bien lustrados.
—Unos tenis bien limpios, una bermuda y una polo no te hubiera quedado nada mal. Sabes muy bien, lo que más odio es la impuntualidad, quedamos a las tres y llegaste a las cuatro y media. Te juro que si esto no hubiera sido importante, no te abría la puerta.
—Por si no te das cuenta, amor, hoy se cayó el cielo, si hubieras visto las redes sociales en vez de estar bebiendo tu café y leyendo tus cuentos te hubieras enterado de que la ciudad se convirtió en Atlantis, por poco sale un tiburón del canal Isuto para comerse a alguien. Y ahora en la tarde, por arte de magia, hace un calor insoportable. Es como tu novela favorita.
—¿Mi novela favorita?, A que ni te acordás cuál es mi novela favorita.
—“Cien años de soledad” de García Márquez, ni en Macondo pasa lo que sucede aquí: lluvia inacabable, calor insoportable y mosquitos incontrolables. El coronel Aureliano Buendía se mataría de risa si escuchara la realidad. La leí este tiempo que estuvimos distantes y me hizo pensar mucho en vos y en lo mucho que te amo.
—¿Pensar en lo mucho que me amas? Yo amo la lluvia y la mágica literatura que tiene Macondo. Me molesta que solamente leíste esa novela que te preste y no las otras de James Joyce y Samuel Becket, los literatos que le dieron la identidad a Irlanda.
—¿Y por ese motivo te irás a Irlanda?
—Todavía no me he ido, tengo hasta la noche para mandarles la confirmación de la beca. Cambiemos de lugar Raúl, el aire me da directo y me estoy congelando.
—En este sillón hay espacio suficiente para los dos.

Lo pensó por un momento mientras estornudaba levemente, se levantó y se sentó al otro extremo del sillón en donde estaba él. Raúl se volteó para mirarla, sin embargo, ella miraba hacia el otro costado para evitarlo. Raúl se le acercó y le tocó levemente el hombro, ella lo vio y sintió su corazón palpitar violentamente, como si estuviera corriendo en una caminadora eléctrica a sesenta kilómetros por hora, luego le tocó la mejilla y se acercó para darle un beso, pero Rebeca volcó su cara y le dijo muy sobradora:

—No, viejo, qué asco, estás todo sudado.
—Me cago, amor, sos muy cruel.
—Las palabras, ¿qué te he dicho de las palabrotas y la mala energía? Ashhh, nunca aprendes.
—Perdón, amor, es que me siento muy, pero muy frustrado, no fue tan fácil llegar aquí para verte, pero todo ese esfuerzo valió la pena, mi vida. Me encantan tus abrazos.

Se le acercó para abrazarla y luego robarle un beso, pero ella lo rechazó nuevamente, dejándolo a la deriva como un náufrago pidiendo auxilio en medio del océano.

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Sabes que me encanta el frío, y que soy team cafecito caliente y de escuchar la lluvia caer mientras leo cuentos de Oscar Wilde. / Pie de fotografía: Pexels

—Estás sudando, viejo, no me gusta estar melosa después.
—¿Querés saber por qué estoy tan sudado? Se me fregó mi auto en la inundación y casi me entro al canal, de milagro no estoy muerto, mi auto está en el taller y tuve que venirme en micro, debido a que mis padres como siempre cada quien por su lado, mi mamá viajó con su cortejo y mi padre como se está por casar de nuevo no tiene plata para nada, me dejaron yesca y me tuve que venir en micro y comerme todo el calor y las picaduras de los mosquitos. A ver si mañana no amanezco con dengue y pasado mañana no despierto en la morgue. Acá debe ser el único lugar del mundo en el que en la mañana hace frío, llueve torrencialmente y por la tarde hace calor y te comen los mosquitos.
—En Irlanda no suceden cosas como esas. Creo que por eso amo tanto la obra de James Joyce y la prosa de Yeats.
—¿Por qué siempre te gusta hacerme sentir como si fuera un imbécil?

Sus ojos de ella eran de color marrón como la madera pulida, tenía el cabello negro como la cascara de la ciruela y era rizado como la espuma del océano. Raúl, al apreciarlo, se le encogía el corazón como una uva pasa y sentía el miedo recorrer su piel como si fueran ácaros violentos.

—Yo no te hago sentir nada, no es mi culpa que no te guste leer.
—Sí me gusta leer.
—Ver chismes en los grupos de WhatsApp no es leer.
—El chisme es lo que ha creado civilizaciones, gracias a eso es que existimos como seres humanos.
—Eso te lo dijo tu abuelo. 
—Y tiene razón.
—No, amor, no es así. La responsabilidad es lo que hizo que todo funcione en las civilizaciones, vos sos un irresponsable. No puedo creer que te presté mi “Ulises” de Joyce y no lo leíste, me lo devolviste todo sucio después de seis meses.
—Amor, fuera de joda, esa mierda no se puede leer, ese irlandés estaba tronado.
—Pero era mi libro y me lo devolviste hecho mierda, y ese irlandés es de los mejores escritores de la historia.
—¿Y por ese pendejo es que te vas a ir a Irlanda?, ¿me vas a dejar solo con estos mosquitos, el calor insoportable y con el agua hasta el cuello?
—No, sabes que mi sueño siempre ha sido escribir.
—Pero podés escribir aquí, amor. A ver, decime cuál es la diferencia de aquí o allá.
—O sea, viejo, vimos, antes de terminar, “Media Noche en París” y literalmente la película te explica la importancia de un buen lugar y cultura para ser artista, te expliqué también de qué iba la historia y te repetí mis sueños, pero claro, como te dormiste, no viste ni mierda y como parás boludeando no me escuchaste.
—Pero siempre te escucho, mi amor. Por favor, no te vayas a Irlanda.

Rebeca lo observaba como si estuviera viendo a través de un telescopio buscando la osa mayor. De manera firme, se quedó pegada como si fuera los clavos de un cuadro de Picasso, su sonrisa y sus dientes blancos como las nubes, sus ojos verdes como si fueran esmeralda y su sonrisa que provocaba unos hoyuelos como si fuera la sonrisa de un bebecito.

—La única forma de no irme a Irlanda es que me propongas matrimonio y nos casemos hoy, antes de que se cumpla el plazo para que confirme la beca.

Guardaba silencio sintiendo el sonido del aire y el ruido del vacío como si fueran hachazos en la nuca, Raúl rompió la mirada tragando saliva como si fueran piedras y sentía las picaduras de los ácaros que le llegaban hasta los huesos.

—Viste, sos un indeciso de mierda, siempre decís y hacés lo mismo, nunca cambias. Creo que me voy a ir, nomás.
—Pero cambié, mi amor, y lo hice por vos. Dejé de tomar todos los días, dejé el cigarro, me inscribí a calistenia, hice lo de los registros akáshicos. Todo lo hice por vos. Vencí las materias que me faltaban y me voy a preparar para la tesis de administración. Mejoré gracias a vos, mi amor.
—No me digas “mi amor” porque ya no lo soy.
—Sos y siempre lo vas a ser, como también sé que lo soy para vos.
—Está bien, viejo, lo fuiste, pero ya no. Debo continuar y fluir con la vida, vos no me escuchas y crees que todo es perfecto, ya no tenemos nada en común.
—Sí tenemos, los dos nos amamos.
—Pero qué es el amor en esta época. A ver, decime.
—Quererse y apoyarse a pesar del mal tiempo y de todo lo malo que pueda acontecer. Vos estuviste a mi lado cuando mis padres se divorciaron y yo cuando pasó lo de tu papá.

Hubo un silencio y ambos se miraron, lo único que escucharon fue la lluvia caer violentamente, sonaba como si fuera la interferencia de la señal en la televisión. Raúl trataba de tomar su mano, pero ella se soltaba. A Rebeca se le vino a la mente aquella tarde en la que igualmente llovía y en donde las gotas rebotaban contra el cajón de madera pulida, lloraba junto a su madre, pero no sabía si lo que sentía en su rostro eran lágrimas o la lluvia cayendo por su mejilla. Sin embargo, se dio cuenta de que una lágrima se filtraba de su ojo izquierdo y se la limpió velozmente, mientras el féretro entraba en el nicho del cementerio general.

—Siempre hacés lo mismo. Todo lo haces tan complicado, como si fuera alguna de tus novelas o películas. Esto es la vida real y te demuestro que te amo haciendo esto: llegar hasta aquí en micro desde el otro extremo de la ciudad. Sabés, me sentí como Frodo cuando llegó a Mordor y largó el anillo a la lava para salvar a todos.
—Pensaba que odiabas esa película.
—Sí, la odio, pero me encanta ver una vez al año la trilogía del “Señor de los Anillos” a tu lado. No sé, amor, tengo mis gustos, tengo mis cosas y vos tenés los tuyos, con eso podemos existir, pero si vos te vas, te juro que mi vida dejará de brillar, va a ser como un cielo nocturno sin estrellas o un jardín sin rosas. 
—Estás siendo egoísta.
—No soy egoísta.
—Sí lo sos porque me decís que me amas y el amor es lo más egoísta que existe. 
—¿Acaso vos no me amas?
—Sí, lo hago, pero no desde el egoísmo, te deseo lo mejor.
—Y lo mejor para mí está a tu lado.
—Pero podemos ser amigos.
—No, al carajo, prefiero que me mandes a la mierda a que seamos amigos.
—Pero no tiene nada de malo. Podemos seguir siendo amigos a la distancia, un chat de vez en cuando o una videollamada.
—De una vez, mándame a la mierda.
—Es que no quiero mandarte a la mierda.
—¿Entonces qué es lo que querés?
—Te quiero a vos, pero también quiero seguir con mis sueños y consagrarme como una gran escritora.
—Puedo ayudarte a cumplir tus sueños, como le pasó a la escritora de Harry Potter.
—Creo que no es así la historia de Rowling.
—No importa, podemos escribir juntos nuestra historia. Por favor, no me abandones, mi amor…

Ambos se miraron por un instante, Raúl comenzó a escalar como los alpinistas al Illimani y le sostuvo la mano por un momento, tomaba su hombro, la abrazó y le dio un beso mientras ella también lo abrazaba y besaba como lo hacían al principio, cuando el fuego de la pasión les quemaba las emociones hasta volverlas ceniza.

La lluvia se detuvo súbitamente, y como si fuera el interruptor de una linterna, los rayos del sol iluminaron la ciudad, el arcoíris les dio esperanzas mientras sus miradas se conectaban y los dos sonreían como si fueran el reflejo del otro.

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