La Tierra Prometida del profesor
Guetos
Tenía que llegar el día que hable de otra profesión peligrosa: La de maestro. Entrar a esos guetos, como diría Mariano Baptista en Salvemos a Bolivia de la Escuela, es jugar a la tula con la muerte, es jugar a la ruleta rusa, es entrar a un campo minado en Afganistán (bueno, exagero un poco, una hipérbole). Ahora, pensando en el título del libro mencionado, la pregunta sería: ¿Salvar a los maestros o a los estudiantes? Tal vez a ambos y, en mi caso en particular, salvar mi alma de ese gulag.

Nunca quise ser profesor. Deseaba ser actor de cine y de teatro. Quería irme a Buenos Aires a estudiar arte dramático. Mi madre me hizo desistir de esa idea. ¿Para qué iba a ir tan lejos? Lo único cercano a eso era la Normal. Estudiar para maestro normalista. A la par estaba estudiando Derecho, pero a salto de mata, pues tampoco me gustaba. Cuando egresé, fui a trabajar a colegios privados. Realmente eran guarderías. No me sentía un profesor, era más un niñero. “Cállate, cosito”, “no hagas eso, talsito”. Claro, la indisciplina también se debía en aquella época a mi falta de dominio de pedagogía y de conceptos contextualizados, pero por lo general hacer gustar de la literatura era difícil, aunque no imposible. Con los años sería más complicada esta aventura, de esa manera me convertí en un mártir. Pero no todo es negativo, también me empezó a gustar enseñar, ya que, de ese rebaño de estudiantes, de vez en cuando salía una ovejita negra con ideas librepensadoras, con la idea de incendiar el mundo.
Quisiera festejar esta valiosa profesión el 6 de junio, pero no tengo muchos ánimos. Hoy más que nunca la profesión de docente se compara a caminar por un delgado hielo que es susceptible de romperse en cualquier momento. Un riesgo enorme, más aún en la época donde se hace énfasis en la no violencia hacia la mujer. La Ley 548 está en su auge y, aunque es muy positiva, en algunos casos, lastimosamente, está arremetiendo implacable, sin misericordia ni magnanimidad. Una cacería de brujas que quita la objetividad a cualquier denuncia. Supongamos que una estudiante se quisiera vengar de un maestro demasiado severo en su enseñanza, si ese fuera el caso, entonces la Defensoría y otras ¿solidas instituciones de justicia? caerían con todo el peso del castigo, pero sin reflexionar o aplicar la ley a cabalidad. Entonces, una denuncia, puede ser el infierno para cualquier maestro y los ámbitos de la educación se tornarían en verdaderos sistemas de inquisición, donde la vida de un maestro es poco menos que nada. Una muerte civil. Así, la profesión de maestro es tan arriesgada como la de un electricista que camina por cables de tensión. Espero no transmitir una visión tan desoladora como la que oteo.
Paraísos y alegrías
Bueno, pese a lo expresado supra, como digo, es una aventura fabulosa ser profesor; navegar como un marinero por aguas llenas de tiburones y ballenas, como el capitán Ahab.
Quiero confesar que muchos estudiantes me dieron alegrías desbordantes: Dos de mis discípulos, Laura y Roberto Grimaldis, ganaron premios de literatura; Laurita el primer lugar en un concurso de poesía de la Fundación Cultural de Mutual la Plata en Sucre en ese género el año 2008, y su hermano Roberto ganó una de las menciones del concurso Nacional de Cuento Breve en Santa Cruz organizado por la revista “Extra” de “El Deber” el año 2009. Otra estudiante fue Cinthya Aguilar, del colegio Bustillo. Ganó el segundo lugar de un concurso a nivel local organizado por el Club del Libro “Jaime Mendoza” el 2021, así como Daniel Kirigin, que obtuvo una mención en el área de literatura por parte de la misma Fundación Mutual La Plata. Otros estudiantes no sacaron premios, pero me confesaron que mi persona los había inspirado para ser escritores. Discípulos como Keidy Antonela Canaviri, Leticia Puma o Esperanza Pakaja, quien nunca se olvidó del libro que le regalé: El perfume de Patrick Süskind. Y muchos otros que al final llegaron a ser mis compañeros en la universidad, como mi amigo Daniel Kirigin, Vania Jallaza, Yoselin Ticona Lucharaza, Christian Apaza (que ahora es docente), por mencionar algunos.
En ese mismo rumbo, hablando de colegios, debo comentar que acá, en Sucre, hay varios maravillosos y que son la Tierra Prometida de un profesor: Domingo Sabio, Fe y Alegría, Venezuela, Santa Ana, Gregorio Reynols, Mariano Serrano, Ángel Baspineiro, Jorge Revilla Aldana y el colegio Ignacio Prudencio Bustillo. Y, claro, por qué no mencionar las unidades educativas del campo, donde los niños escuchan al profe a pies juntillas, como el colegio Candelaria en la provincia de Zudáñez. Una mención especial es la admiración y respeto que me inspiró una de las mejores directoras que haya conocido, la profesora Ana María Rojas Prada del colegio Bustillo. Su nivel intelectual, integridad y sus cualidades pedagógicas, como morales, la hacían superior a cuantos directores haya conocido hasta la fecha. Ella me apoyó en mi esfuerzo por inspirar a las señoritas de esa unidad educativa y supo valorar mi estro poético y mi inconmensurable amor a la enseñanza.

Las vejaciones
Ahora bien, volviendo al tema del inicio, acerca de salvar a los profesores, son muchos los que han sufrido vejaciones y maltratos por parte de todos los involucrados con la educación. Un ejemplo reciente es el de un profesor amenazado por medio de una carta anónima. Alguien lo intimidó con lastimar a sus hijos si no se iba de ese colegio. Hay varios hechos de ese estilo. Y es verdad que ha habido veces en que yo mismo me he visto en una batahola por el bullicio, cosa que podía haberme producido una cardiopatía. Otra de las cosas que causa arritmias son los exámenes y evaluaciones, donde hay que calificar la dimensión del ser, hacer y conocer. ¡Una pesadilla! Y, por otro lado, la autoevaluación. Díganme, amables lectores, si uno no sale con un estrés galopante o repercusiones en la salud, claro, nadie va a decir: “se murió porque los estudiantes le hicieron renegar”.
Últimamente pusieron cámaras de vigilancia, pero no en los cursos y no para cuidar al profesor. Ahora ya no se puede “mirar feo” al estudiante. O llora o te quiere pegar. He sabido de profesores que han sido golpeados por estudiantes. También sé de algunos facilitadores que se han defendido y de profesoras humilladas por los mismos adolescentes, más los padres, quienes miman tanto a sus hijos que se vuelven intocables.
Ahora bien, llegando al epílogo, mencionaré un dilema existencial en esta carrera: Ser un buen profesor o un profesor mediocre. Si eres lo segundo, nadie se queja y recibes tu sueldito cada fin de mes; pero si decides tratar de elevar a escalas de sabiduría a los pupilos, los padres se van a quejar y los alumnos también y tú serás despedido (por lo menos en los colegios privados). Un compañero me dio un consejo una vez: “No te hagas de mala sangre. Ponles cien a todos y listo”, pero esa no es la idea. Lo bueno de las escuelas en el campo, creo yo, es que ahí se respeta al profesor tanto como al cura o el prefecto. Espero que vuelvan esos tiempos. Un gran maestro se consume como una vela para iluminar a otros, por lo que merece de los demás, no solo su respeto, su admiración y por sobre todo su gratitud.
Bueno, si se sobrevive a lo mencionado, se llega a los sesenta años con una jubilación y se disfruta de la renta por lo menos unos diez años más, ya es una proeza. Hay mucho para contar; en otra seguiré con esta aventura fascinante de ser profesor, “el faro de sabiduría durante las tormentas apocalípticas de la ignorancia”, la persona en quien los padres y la comunidad ponen su fe para hacer de los pre bachilleres “hombres y mujeres de bien”.