¿Autoficción o nueva performatividad del yo?

En este ensayo, Rudy Terceros reflexiona sobre el valor de las palabras en las redes sociales cuando hablamos de nosotros mismos. ¿Es ese yo real o ficticio?, ¿qué tanto debo creer de lo que los otros dicen de si mismos en sus publicaciones?
Editado por : Adrián Nieve

Abracadabra
¿Es posible que hoy en día estemos viviendo una suerte de autopercepción y exposición a través de las redes sociales? Pero de tal forma que el don que la palabra tenía de “hacer” lo que decía, ahora tenga nuevos matices y, ahora, ¿será que podemos autocrearnos a través de la palabra, y crear a los demás como nunca antes? 

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¿Somos la misma persona en la vida real que la que mostramos ser en nuestras redes sociales? / Ilustración: Konstantin Merkushev

Para tratar de responder a esta pregunta, debemos observar cómo es que ese poder performativo ha evolucionado, y para eso proponemos la siguiente cronología:

Desde que el ser humano entendió el mundo a través de las palabras, de los conceptos, al parecer ese entendimiento ha tenido un aire mágico. Le dio Dios la potestad a Adán de nombrar las cosas y al nombrarlas tuvieron existencia. Pero nombró lo que veía: el ser humano tenía que ver lo que nombraba. 

Antes de la palabra escrita los adultos enseñaban el nombre de las cosas a los niños señalando esas cosas: “esto es una piedra, eso es un tigre”; y al mismo tiempo les fueron dando características: “esto es una piedra, es dura y puede servirte de arma, arrójasela al tigre porque éste es peligroso y puede comerte”. 

Y esto fue cambiando, con el tiempo ya no era necesario señalar las cosas para explicarlas, la palabra había ganado tal grado de complejidad que sus descripciones fueron siendo suficientes para explicar las cosas: “en el fondo de la selva hay unos animales llamados tigres, son más grandes que tú y tienen dientes filosos y garras, etcétera”. Y a continuación, aquellos que “nunca vieron” eran capaces de describir animales que se les había descrito a ellos y hasta podían explicar cómo eran unas bestias voladoras que echaban fuego por las fauces. Abracadabra, creo lo que hablo.

Y entonces el ser humano realizó un ejercicio mucho más íntimo: comenzó a definirse a sí mismo y a tratar de definir a los demás. Ya no era suficiente con señalarse o señalar para nombrarse o nombrar: “yo soy Alfredo, tú eres Ana”. Ya no era suficiente con explicar las características externas, los rangos dentro del grupo; sino que surgió la necesidad de preguntarse “¿quién eres tú?” Y más aún “¿quién soy yo?” Entonces, para responder cosas como estas ya no eran suficientes los recursos anticuados de solo señalar y explicar, había que meditar realmente. Y una vez más, la palabra vino en auxilio. 

El Yo Real

Enturbiando aún más las complejas diferencias entre realidad y ficción, las computadoras y las redes digitales serían otro escenario donde practicar la técnica de la confesión. (Sibilia)

Entonces ese ser humano que quería comprenderse comenzó a usar la palabra, ya no para explicar lo que veía, ya no para explicar lo que podía existir en lo profundo del bosque (aunque seguramente siguió haciéndolo), sino para especular sobre su identidad. Para especular sobre la identidad de los otros. Comenzó a usar la palabra para idear motivos de las acciones de los demás, para expresar(se) sus más profundos pensamientos. Y escribió todo esto en sus diarios íntimos, llegando a (re)crearse a sí mismo.

En su libro La intimidad como espectáculo, publicado en 2008, Paula Sibilia elabora un estudio sobre los nuevos modos en que la palabra crea realidad, o más bien crea una espectacularización del YO a través de las redes sociales. Si bien antes el ser humano escribía todas aquellas meditaciones del quién eres TÚ y quién soy YO en lo más íntimo de un diario personal, escondido debajo de la almohada, ahora lo hace por medio de las redes sociales.

En tal caso [los textos íntimos publicados en las redes sociales], serían versiones simplemente renovadas de aquellos cuadernos de tapa dura, garabateados a la luz trémula de una vela para registrar todas las confesiones y secretos de una vida. (Sibilia)

Aunque puede resultar peligroso el caer en el dicho, pero, “esto es lo mismo solo que de otra forma”. Si bien es verdad que los otrora diarios personales escondidos pueden simplemente haberse cambiado por los ahora diarios públicos, esto crea un efecto, un efecto de realidad a través de cómo somos percibidos por los otros. Y del cómo nos percibimos nosotros mismos.

Inclusive, Sibilia habla de una narrativa, que podemos considerar nueva:

En suma, si el lector [de esos diarios públicos] cree que el autor, el narrador y el personaje principal de un relato son la misma persona, entonces se trata de una obra autobiográfica.

Si bien la autoficción, entendida como la creación de una narrativa ficticia a partir de hechos personales ha estado presente en la literatura desde (diríase) el principio de la literatura (en una entrevista Jorge Luis Borges, el escritor argentino, dijo que todo lo que escribía, aun lo que pudiera considerarse fantástico, venía de sus experiencias propias), ahora nos hallamos frente a un nuevo fenómeno donde se podría decir que es la ficción la que crea una realidad percibida en esos diarios publicados en las redes. De tal suerte que esa “obra autobiográfica” puede estar contaminada con hechos ficticios en principio, reales a la larga: porque “todo mundo” las lee y las cree. Esto puede señalar una nueva versión de la pregunta de “¿quién soy?” Hacia la de “¿quién muestro que soy?” o “¿quién quiero ser?”, “¿qué autoficción estoy publicando?” Y, tal vez lo más importante, “¿dónde quiero serlo, en las redes sociales o en el ‘mundo real’?” “¿Quién quieres ser TÚ?”, “¿quién me muestras que eres?” Es más, “¿qué es, entonces, la realidad?”

Ojalá hubiera existido al menos el tal doctor Angulo

El origen de la novela es el individuo aislado que ya no puede hablar de manera ejemplar sobre sus preocupaciones, y que no recibe consejos ni sabe darlos. (Walter Benjamín)

Si bien, esta nueva manera de señalar y explicar a través de las redes sociales, crea una espectacularización del YO, como propone Sibilia, esto por deducción implicaría también la otra parte, es decir la comprensión del otro: la espectacularización del TÚ. Esto a partir de que al (d)escribirnos en las redes sociales, no tenemos una idea clara de quién es el destinatario, no realmente. Porque si bien, en una plataforma como Facebook aceptamos (o creemos aceptar) perfiles de amigos/conocidos, lo que se escribe puede llegar a un número virtualmente infinito (nunca mejor dicho) de lectores. Entonces, esos lectores interpretan al escritor/narrador/personaje conforme sus propias apreciaciones y crean un TÚ mediado por la mucha/poca/autoficticia información que se le ha dado. Y si además añadimos la vena ficcionalizadora de algunos espectadores/lectores, entonces volvemos a preguntarnos: “¿qué es, entonces, la realidad?”

Podemos hallar un buen ejemplo de este YO/TÚ espectacularizado a través de la narrativa en la novela Los años invisibles (2019) de Rodrigo Hasbún, donde se narra la historia de un suceso ocurrido a unos adolescentes, suceso que motivó en un futuro la escritura de una novela –la novela de Hasbún está escrita en dos locus de la enunciación: uno en tercera persona que narra los hechos de los adolescentes (en Cochabamba) y otro en primera persona que narra el encuentro del escritor con una de los adolescentes, personaje de la novela que está escribiendo (en Houston)–. Es así que la escritura de esta novela (dentro de la novela de Hasbún), narra hechos “reales” vivenciados por el escritor en su adolescencia. 

Con una suerte de reconstrucción de un suceso en especial (o de una seguidilla de sucesos: embarazo no deseado, aborto, asesinato), acaso para entenderlo mejor, el escritor personaje de Los años invisibles escribe porque quizá, todas aquellas vivencias de su adolescencia, no puede “hablarlas” de otra manera. La novela dentro de la novela de Hasbún ofrece detalles que no llegamos a saber si fueron realmente corroborados por el escritor (el que no es Hasbún, se entiende): 

Pero no se lo está imaginando [la persona/personaje de la novela dentro de la novela de Hasbún], su nueva profe de inglés se ha puesto a fumar
marihuana a su lado una tarde que era cualquier tarde pero que ya no lo es, que ya nunca va a serlo. (Hasbún)

O si se trata de detalles para matizar lo que se está escribiendo. Llega incluso un momento en que el escritor/personaje se cuestiona sobre lo que es la realidad y la ficción:

Estar con ella [Andrea, la persona/personaje/amiga que ha abortado, con la que ahora se ha encontrado en Houston] después de haber estado escribiendo sobre ella no deja de ser extraño. Es como si se hubiera salido de la novela, pero al hacerlo ha envejecido veintiún años. (Hasbún)

Es más, esta reconstrucción a través de la ficción presente en la novela de Hasbún, una suerte de instauración de otra realidad a través de la escritura de la ficción (performatividad más presente que nunca), llega a ser tan chocante para Andrea, persona/personaje/amiga del escritor, que llega a suspirar “ojalá hubiera existido al menos el tal doctor Angulo”, que según el escritor ha ayudado y cuidado a Andrea en los pormenores del aborto.

Vemos un ejemplo de espectacularización del TÚ a través de la narrativa, que, si bien no llegaría a las características señaladas por Sibilia, respecto a la intervención de las redes en esta suerte de (re)creación de una persona, sí se puede ver un ejemplo de cómo la escritura puede (re)crear los acontecimientos.

Si todo esto es cierto, entonces nos hallamos ante una muestra de cómo la palabra puede generar una performatividad del YO y del TÚ nunca antes vista. Aunque ahora sea “solo” una cuestión de a cuánta gente se llega a través de las redes. Pensemos que los diarios personales del pasado eran leídos por muy pocos, incluso si tras la muerte del autor fueron publicados, en comparación con la cantidad de gente a la que puede llegar un blog en la Internet.

La performatividad antes

Un ejercicio útil en este momento, antes de perdernos en propuestas que parecen harto abstractas, sería tratar de definir aspectos que se han tomado hasta ahora, tales como: verdad, ficción y performatividad. 

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Las palabras tenían un poder especial según el rango “oficial” de la persona que las pronunciaba. Hoy, cualquiera puede tener cierta autoridad para hacer aseveraciones y que estas sean creídas. Imagen: Pinterest

Acudamos, pues, al diccionario.

Las concepciones de Verdad que podemos encontrar tecleando la palabra en la red: adecuación entre una proposición y el estado de cosas que expresa, con el ejemplo: la proposición ‘la nieve es blanca’ es verdad si la nieve es blanca. O, por otro lado: conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente: “efectivamente era verdad todo lo que me comentó”; pueden darnos una claridad al respecto. 

Digamos, también que Verdad, puede explicarse como aquello que evidenciable a través de pruebas tangibles y repetibles: si algo puede volver a suceder, entonces fue Verdad. Tal vez, un poco de forma atrevida y con la esperanza de no apartarnos demasiado de la elaboración de la presente propuesta, podemos acudir a aquella ciencia que más se ha preocupado por hallar la Verdad en los eventos: la ciencia jurídica. 

Para el Derecho existen tres clases de Verdad: la Verdad histórica de los hechos, a la que se acude sobre todo en temas penales (aquellos donde ha existido un delito, por lo tanto, una víctima y un culpable) que se puede probar por cualquier medio tal como la declaración de testigos, indicios, estudios periciales, etcétera, y que busca reconstruir una cronología de los acontecimientos, cuya no contradicción genera una Verdad. 

También está la Verdad documental, que se puede probar tan solo con la presentación de documentos, muy usada en el ámbito civil, sobre todo en la presentación de documentos “perfectos” sobre los cuales no hay discusión, por ejemplo, un documento de préstamo de dinero donde hay un deudor y un acreedor que puede usar el documento (prueba literal preconstituida) para probar lo que pide. 

Y está la ficción jurídica, que es la Verdad a la que se acude cuando existe una controversia que, si no estuviera estipulada y regulada por el Derecho, podría llevar a un litigio eterno; por ejemplo, se dice que por una ficción jurídica todos los meses del año, para fines de comercio, tienen siempre treinta días. Con esa ficción se salvan entredichos como de que tal transacción tiene tal cantidad de meses para saldarse, siendo que si cada mes tienen una cantidad de días distinto los intereses y otras contingencias podrían llevar a discusiones sin fin. Así, con la explicación de estas formas de apreciar la Verdad para la ciencia jurídica, pretendemos mostrar que la Verdad siempre ha estado sujeta a contemplaciones del ser humano (¿caprichos también?).

Por otro lado, podemos entender como Ficción a la cosa, hecho o suceso fingido o inventado, que es producto de la imaginación, como las criaturas de ficción (aquellas bestias voladoras que echaban fuego por las fauces de las que hablamos al principio). Este conjunto formado por los acontecimientos y los personajes que forman parte del mundo imaginario no es comprobable o repetible en la realidad, en el plano de la Verdad definida en el párrafo anterior.

Y performatividad: la propuesta de Butler en Gender Trouble es de afirmar que el género es performativo. Indica que el género no se expresa mediante acciones, gestos o habla, sino que la performance de género produce la ilusión retroactiva de que existe un núcleo interno de género. Es decir, que si un discurso repite algo lo convierte en Verdad, sin mayor necesidad de pruebas como las exigidas por la ciencia jurídica. 

Luego, discursos como “yo los declaré marido y mujer y fueron reconocidos así desde entonces” eran el ejemplo perfecto de la performatividad del lenguaje. Algo que se repite a través del tiempo, que nace de una Verdad documental (el registro de la boda) y que crea Verdad como un abracadabra. 

Pero hay una característica antes necesaria para que esta performatividad del lenguaje sea: quien decía las palabras (yo declaro culpable de tal delito a fulano de tal) debía tener la autoridad para decirlas. Ya sea un juez o cualquier persona investida de autoridad por el Estado, reconocido por los otros de tal forma que sus “solas” palabras pudieran afectar su realidad. 

Decimos “antes necesaria”, porque parece que esa autoridad investida extrínsecamente (cedida por una población, adoptada por un gobierno) ahora es intrínseca: YO decido lo que soy con las palabras que publico sobre mí Verdad.

La performatividad ahora

Sibilia se interesa en esta nueva forma de evidenciar el YO a través de las redes sociales. Así uno puede, ahora, recurrir a los favores de la tecnología para mostrar al mundo entero sus pensamientos más íntimos. Ya sean éstos Ficción o Verdad –o, más conscientemente, autoficción–, las vivencias que se escriben en los blogs personales, y que pueden ser leídas por el mundo entero en las redes, son, diríase la Verdad nacida (a veces) de la Ficción y lo que no es Verdad ni Ficción se suele ver como Verdad, porque, parafraseando a Freud, así es más fácil para el ser humano. Pero, ¿por qué “partida” de la Ficción? Porque un rasgo importante de la ficcionalización (y del que un narrador puede dar fe) es la manipulación del tiempo cuando se escribe Ficción.

Uno de los recursos del que se parte al contar un cuento es del de modular la información que se le da al lector, así, por ejemplo, para no aburrirlo con datos minuciosos, digamos los detalles de un día cualquiera en la vida del protagonista. Lo que se hace es recurrir al resumen. Si se quiere lograr un efecto de sorpresa, bien se puede recurrir a la elipsis: un salto temporal que no se cuenta. O si se quiere dar una información como antecedente, iniciado ya el relato, se puede apelar a la analepsis: un salto hacia atrás en el tiempo. 

Todos estos recursos bien pueden hallarse en esta confesión autobiográfica accesible al mundo entero, dependiendo, claro, de la pericia del que escribe; pero, ¿no es acaso esta misma pericia del que cuenta la historia la que siempre se valoró para hallar a los narradores? Esos que se sentaban alrededor de una fogata contándole historias al resto del grupo. Aquellos narradores estaban investidos de una cierta autoridad, como el juez que declara el estado de un ciudadano; pero ahora no. 

Ahora si “cualquiera” puede escribir en las redes sociales y ser leído y “creído”, entonces este poder de performatividad estaría al alcance de quien sea, sin necesidad de autoridad ni política ni moral. Y si eso es cierto, ese alguien que escribe también podría “crear” a otros. 

Esta Ficción, llamémosla así para seguir con este razonamiento, impuesta en las redes sociales, si bien es posible que sea discutida por miles de personas en los comentarios (si es que la ventana de comentarios está habilitada), también impone una determinación del YO y a la vez una percepción del TÚ, por necesidad. En lo que se escribe, el autor/narrador/personaje se cuenta a sí mismo, pero acompañado de otros, que al final resultan ser percepciones de aquel autor/narrador/personaje que los muestra como su Verdad, una Verdad que puede ser apreciada por el que lee. Aquí es necesario ver aquella acepción del autor como autoridad, es decir quien tiene la palabra reveladora, por el hecho de estar escrita. 

Lo que está meramente escrito genera una realidad.

Y no se trata de una exageración el decir que esta Ficción realiza aquella Verdad. Pensemos simplemente en los ya conocidos linchamientos a través de las redes, donde se ha criminalizado sin aquellas pruebas antes exigidas (testigos, documentos, indicios, lo que fuera) a personas por el solo placer de hacerlo. El mundo de los likes en los comentarios, que tal o cual persona publica, se transforma en una droga que complace al escritor y complace al que da el like, complace tanto al que escribe como al que está de acuerdo, generando una bola gigante que a veces no para de crecer hasta explotar. 

Cierto que estas vorágines de Ficción/placer/Verdad a veces han llegado a mal puerto, cuando “la Verdad se ha descubierto” a través de los medios “convencionales” como ser la ciencia jurídica; pero no es menos cierto que otras veces estas ficciones impusieron verdades inamovibles, a menos hasta que algún otro hilo de twitter lo desmienta.

[E]l hecho de haber vivido una experiencia extraordinaria no garantiza que el relato de dichas vicisitudes pueda convertirse en una gran novela. Y lo contrario también procede: para ser un gran escritor -o para escribir una buena ficción- no es necesario detentar una personalidad exultante o artística ni protagonizar una vida llena de aventuras exóticas o especialmente intensas. (Sibilia)

Esta espectacularización del YO y del TÚ ha desembocado en una necesidad de estar vigente (para seguir a Sibilia), de exponerse para obtener likes. Y resulta claro que mientras más atractiva, no necesariamente real, sea esta exposición, más seguidores se tendrá. Si una gran anécdota no garantiza likes, entonces qué tal si “mejoramos” esa anécdota para hacerla más merecedora de atención. ¿Qué tal si la ficcionalizamos? 

¿Cómo se hace esto? Con recursos de la retórica, con recursos de la Ficción y, según Sibilia: 

bajo esas nuevas reglas de juego, es la refulgente personalidad del artista quien prestará su sentido a la obra, y no al revés. 

Ahí aparece la puesta en escena, el YO como autor/narrador/personaje que decide actuar una Verdad a sabiendas de que es una Ficción.

¿Es posible que esta espectacularización del YO/TÚ no sea solo una “puesta en escena¨?

La espectacularización no es siempre una ficcionalización frívola, léase una serie de información no verdadera que escenifica un actor/autor/narrador/personaje para obtener likes. La información puede ser verdadera en los términos expuestos en este trabajo: comprobable, repetible; solo que mediatizado, manipulado para resultar atractivo. Un ejemplo de este nuevo arte es el experimentado por Vivi Tellas (también estudiado por Sibilia en La intimidad como espectáculo): los Biodramas, donde se busca explorar las vivencias “reales” a través del teatro. Así Vivi Tellas ha llegado a invitar a no actores para que representen su propia vida en un escenario para un público ansioso por conocer.

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Sea como sea, las palabras, en cualquier medio, tienen un poder que afecta las vidas y realidades de los demás. / Imagen: Freepik

Imaginemos un juzgado de La Paz, en un día de audiencia: las palabras vertidas por el juez, su secretario, los abogados y las partes en litigio parecen sacadas del más lamentable libreto teatral. 

Dice el secretario: “la palabra señor juez (fórmula tan inútil como necesaria para empezar el acto), se instala la presente audiencia y se informa que las partes han sido convocadas a la presente audiencia por notificación de fecha…” 

Responde el juez: “habiéndose (lamentable gerundio) oído el informe del señor secretario tiene la palabra el abogado de la parte demandante para reiterar, modificar o ampliar su demanda”. 

Ahora hablan los abogados demandantes y demandados por su turno: “la palabra señor juez…” Todo en una retórica tan gastada como necesaria, porque si se omitiera el discurso de abertura del juez o el informe del secretario o el orden de las intervenciones de los abogados ¡Dios nos libre! La audiencia podría ser anulada de pleno derecho.

Ahora imaginemos a Vivi Tellas trasladando toda esta parafernalia al escenario: Biodrama, el cual no se debe confundir con ejemplos tan chabacanos como programas de televisión, esos que acuden a lo más abyecto del morbo para ganar audiencia mediante una simple representación de lo que puede ser y no a un Biodrama en los parámetros propuestos por Tellas. Aquí estaríamos frente a una puesta en escena porque, qué duda cabe, las personas cuyas vidas estamos viendo están sobre una tarima, PERO (permítase el grosero uso de mayúsculas) no están actuando, están siendo. Estamos ante unas vidas que, parafraseando a Sibila, para fortalecerse y para constatar su existencia se hacen visibles a cualquier precio: 

porque bajo el imperio de las subjetividades alterdirigidas, lo que se es debe verse, y cada uno es lo que muestra de sí mismo. 

Luego, si la búsqueda no es la ficcionalización de la vida, sino la muestra de la vida tal y como es, estaríamos frente a una escenificación, pero no en el sentido de falsedad (con las salvedades que imponga un teatrista o un actor profesional) sino en el de mostrar lo que uno es, porque, en este sentido, dice Sibila:

el mero hecho de narrar[se] bien era [es] la clave mágica que permitía [permite] tornar extraordinaria cualquier vida -o cualquier cosa-, por insignificante que ésta fuera en la realidad.

Entonces esta espectacularización del YO/TÚ entraría en una nueva forma de experiencia (la teatral), “solamente” eso. No se trata de una puesta escena como escenificación teatral sino como un mostrar, exponer.

La nueva performatividad del YO y del TÚ

Dice el escritor/personaje presente en la novela Los años invisibles:

La veo entrar en el bar [a Andrea]. Fue la más fuerte y decidida y bella y la más inteligente de las chicas de mi curso. Fue también, creo, la que peor lo pasó. 

y entonces duda de sus palabras:

Pero de eso no puedo estar seguro, ni de cuánto me la he terminado inventando. (Hasbún)

La performatividad de la palabra en el sentido que podemos hallar en el diccionario de Google significa que no “decimos” simplemente una cosa, “hacemos” esta cosa a través del idioma. Sin embargo, esta performatividad es definida por las normas y las convenciones sociales además de un estatuto específico por el hecho de que las palabras sean efectivas o no (es decir “dichas” por alguna autoridad); esto como la posibilidad de crear una realidad.

Pero, ahora, esta posibilidad de “decir” la realidad, como se ha propuesto párrafos arriba, ya no queda en manos de un ente investido de poder extrínsecamente, o sea a través de un Estado que lo ha nombrado con tal poder (llámese juez, oficial de registro civil). No. Esta nueva performatividad del YO está intrínsicamente en poder del que escribe su autobiografía, ya sea que la matice con hechos ficcionales o no, ficcionales entendidos como imaginarios, no comprobables –aunque este intento de conclusión pisa terreno resbaladizo porque “¿qué es imaginario entonces?”, si es verdad que cada uno percibe su vida según sus propias experiencias, pero este es material para otro debate–; porque el otro uso de los recursos de la ficción como la manipulación del tiempo (a que se ha hecho referencia antes) sería legítimo y de hecho ya experimentado por autores como Truman Capote en su novela de no ficción A sangre fría.

Aunque este último ejemplo más bien llamaría a la escritura del otro, la performatividad del TÚ, y es que muy a pesar de que todos los datos de la novela son Verdad, la manipulación que se hace de ellos crearía una Ficción que a su vez instaura una “nueva Verdad”, porque los hechos contados por Capote, desde que ahora están escritos, no tendrían margen de duda: son Verdad a partir de una manipulación ficcional. Entonces la declaración:

El agente de seguros Bob Johnson, un hombre bastante campechano, robusto y algo calvo, confiaba en que a su cliente no le estuvieran asaltando dudas de última hora (Capote)

ahora es Verdad sin lugar a dudas.

Así, el YO de hoy en día se enriquece a través de las redes sociales (tan señaladas en La intimidad como espectáculo). 

Si bien es posible que hoy en día estemos viviendo una suerte de autopercepción y exposición tal que el don que la palabra tenía de “hacer” lo que decía, ahora tenga nuevos matices y podamos autocrearnos y crear a otros a través de la palabra, esta creación siempre ha estado presente. Recordemos que todo lo que un escritor escribe pasa por una suerte de experiencias que ha tenido. Lo que pasa es que esa exposición del YO autopercibido en un diario expersonal ahora tiene alcances antes ni siquiera soñados y esta diferencia cuantitativa es importante por ese desmedido alcance. 

Hoy la performatividad del autor/narrador/personaje abarca no solo su autopercepción sino la percepción que tiene de los demás. Lo que era un acto sin consecuencias severas (aunque al espectacularizarse el único perjudicado, si acaso, sería el autobiografiado), ahora es un acto que puede incluir al otro. Cuando un autor/narrador habla en su escritura de otra persona, puede llegar a imponer un discurso que cree a un TÚ y lo imponga a la realidad. 

Hay un cuento chino tradicional donde un labrador un día cree haber perdido una herramienta. Esa noche observa llegar tarde al hijo del vecino y piensa “se mueve como un ladrón”. Al verlo por la mañana dice: “se levanta tarde, como un ladrón”; después halla su herramienta que había olvidado en el campo y mira (piensa y habla) distinto sobre el hijo del vecino. 

¿Y si ese labrador hubiera tenido acceso a Internet? ¿Y si hubiera escrito todos sus pensamientos en un blog donde fuera leído por toda la comunidad? ¿Aquel hijo del vecino que llegaba tarde porque realizaba viajes largos para vender cosas para su propio padre y que dormía hasta tarde por lo cansado que estaba por el trajín, hubiera sido considerado ladrón? Parece absurdo, pero en gran medida esa es parte de la performatividad que imponen las redes sociales de hoy.

Y con aquello de que no se es nadie si no se está presente en las redes, podemos tener un argumento a favor de esta idea.

Si todo lo expuesto hasta aquí es cierto, entonces, sí: hoy en día estamos viviendo una suerte de autopercepción y exposición a través de las redes sociales, tal que el don que la palabra tenía de “hacer” lo que decía, tiene nuevos matices, y ahora podemos autocrearnos a través de la palabra, así como podemos crear a los demás como nunca antes; podemos hacer reales a las autoficciones. Y si nada de esto es cierto, entones todo es Ficción, incluso este texto y tú que lo has leído.

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