El Divino Niño

Para la edición de este domingo, Manuel Vargas acerca al lector al departamento Santa Cruz, y hace dialogar dos épocas: 2010, con la narración escrita en ese entonces sobre el culto rendido al Divino Niño; y el año 2023, desde donde rememora y reflexiona críticamente.
Editado por : Daniela Murillo

Portada (2023)
En el ya viejo mes de septiembre de 2010, visité Santa Cruz, por motivos de trabajo. Pero no era en la ciudad sino en el campo: el gran pueblo de Buena Vista y sus alrededores: La tierra de mi amigo Isaac Sandóval, quien, cuando yo era un recién llegado a La Paz, fue nombrado ministro de Trabajo de Juan José Tórrez. Pues, en 2010 yo andaba por su tierra, y estaba muy sorprendido de tantas novedades. De ahí me vine con la adicción del café “Buena Vista” y el recuerdo en mi paladar de un masaco de verdad. Y para la vista: grandes campos de soya; de pronto, en algún recodo, unos aguayos tendidos contrastando con el verde y “el cielo más puro de América”; la avanzada de los collas como si dijeran: “aquí también estamos”. Hice mi trabajo, en el “Santuario de las garzas”, junto con un fotógrafo paraguayo, Fernando Allen, con quien produjimos un libro a todo dar: La garza y el ochoó. Una historia del bosque (Asunción-Paraguay, Foto-Síntesis, Tigo, 2011). Pero tampoco de eso voy a hablar, sino de lo que me aconteció en un lugarcito llamado Buen Retiro, que me dejó más que sorprendido. Y entonces, sobre el pucho, escribí un texto que ahora sí quiero compartir con ustedes. Decía así: 

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La fe es la que mueve a los creyentes a rendir culto a figuras santas como el Divino Niño. /Fotografía: Fernando Allen (extraída del libro: La garza y el ochoó. Una historia del bosque, Foto-Síntesis: 2011).

Adentro (2010)
Allá en Santa Cruz hay un lugar llamado Buen Retiro, carretera al norte, pasando Montero y Buena Vista, luego San Carlos y diez kilómetros más a la derecha. Un lindo camino, asfaltado y con bastantes señales para que no te vayas de noche al hoyo. El “modelo cruceño” tiene este tipo de cosas, así como bastante ganado en las tierras secas, por ahora.

Estamos en Buen Retiro. Cada primer domingo de mes hay misa y procesión en honor al Divino Niño, en una grande y extrañísima iglesia con un sacerdote de lengua asimismo extraña, pero que muy bien se hace entender. Ahí estuvimos nosotros este domingo pasado. Por todos lados la fe religiosa brota como las plantas en el trópico o en el verano del Norte: Con fuerza y desesperación. Sí, señor, en Buen Retiro ocurren cosas parecidas a las de los santuarios más conocidos del país, como Copacabana, Cotoca o Urkupiña. El pueblo que camina en busca de consuelo. Que vengan los desesperados y los sufridos, los golpeados y los humillados por la rutina y el trabajo, por el patrón y la competencia desleal, por la pobreza y la riqueza y el Estado inexistente. Necesitamos estar en grupo, ser muchos, y juntarnos y comer fritangas y tomar caldo de caña y comprar velas con la imagen del Niño Divino en el papel colorido que las envuelve. Comprar un Niño. Rosadito y azul, con los brazos abiertos.

En otros santuarios, La Virgen es la dueña y señora; pero ¿por qué no también el Niño, el símbolo del hijo que tenemos o no tenemos y quisiéramos tener? Ese niño que queremos que no sea un borracho ni mal entretenido. Un niño bueno. Tenemos derecho, nosotros los sufridos y los hechos bolsa por esta sociedad injusta y violenta, cada vez más injusta y violenta. Un niño, sí, y qué más, si le ayuda Dios mismo, como ejemplo y amparo. 

⎯Tengo a mi hijo que está enfermo, tiene siete años; tengo una niña que no anda sino en silla de ruedas. 

⎯Tengo uno que está por venir, y otro en su carrito, y otro que anda perdido. Cuídamelos, Divino Niño. No lo he podido traer, pero aquí están estas velas que he comprado, bendícemelas, o este ramo de flores que levantaré cuando, pasada la misa, el sacerdote nos reparta la bendición.

⎯¡Levanten sus niños! 

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“Hice mi trabajo, en el ”Santuario de las garzas”, junto con un fotógrafo paraguayo, Fernando Allen, con quien produjimos un libro a todo dar: La garza y el ochoó. Una historia del bosque”. /Fotografía: Fernando Allen (extraída del libro: La garza y el ochoó. Una historia del bosque, Foto-Síntesis: 2011).

Y la masa de gente toma del brazo al niño crecidito, levanta con ambos brazos a la wawa, toma sus flores y las levanta, también las velas y el corazón. Y listo, desde cerca del altar hasta el fondo y la puerta y el patio y la misma calle, estamos protegidos del mal. Estamos protegidos del maldito y de la bronca y de la rebeldía y de las malas inclinaciones. Somos buenos. Mi hijo es bueno, mi niño por nacer, mi wawa y mi muchacho que es demasiado rebelde. Y una misa y otra misa y otra, porque hay tanta gente que ha venido de los alrededores y de la misma ciudad, o quién sabe desde dónde, que necesita lo mismo que nosotros. 

Por fin, a mediodía, la procesión, con banda y todo. Una pequeña y sencilla banda. Se va por detrás de la iglesia y vuelve hacia la plaza donde abunda el agua podrida y la basura de la gente, que come alrededor, que goza, que se divierte, que es masa y es poder. Y yo soy bueno y tú eres bueno y nosotros somos buenos. Gracias, Divino Niño.

Después de la misa, la gente buena vuelve hacia San Carlos. A la orilla derecha de la asfaltada carretera se han puesto miles de pobres: niños, mujeres, viejos y jóvenes que esperan que se exprese la bondad de los fieles que regresan en sus vehículos. “Regáleme, regáleme”. Miles de manos sucias y callosas. Amarillas, negras. Y las buenas gentes bendecidas por el Niño les arrojan panes, dulces, refrescos, ropas, cajas y cajitas, a lo largo de kilómetros, como se arrojan desperdicios a los perros (y estamos en 2010, no en pasados siglos coloniales).

Al final de la tarde, las filas de pobres ya tienen sus bolsas llenas, unas con más suerte, otras con menos. Entonces se van a sus casas, que pueden estar a kilómetros o a leguas y leguas del lugar. Allá comerán, allá negociarán lo recibido, se llenarán de algo y todo pasará. Eso es también parte del “modelo cruceño”.

Salida (2023)
Y, muy pronto, todo esto dejó ya de ser novedad para mí. Acabó la sorpresa. Nada nuevo ocurre en este mundo. La misma violencia, la misma tristeza por donde se lo mire. El Divino Niño es una importación vieja, aquí, en Colombia, en Santa Cruz o donde ustedes menos se imaginen; en el reciente pasado y en pasados siglos. Fue solo un momento de estupor y de ignorancia de mi parte. Me quedo con el gusto de un masaco coronado de queso fresco (¿o fue un sueño?), y el sabor del cafecito, allá en una tarde de Buena Vista. 

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