Nuestro primer día en Bolivia
¿Cuál fue mi último día de vivir en Bolivia? ¿Fue en enero del 2007 con la cara quemada por el sol y la sal de Uyuni? ¿O fue luego de mirar el magnético Illimani desde la plaza Isabel la Católica en el invierno de ese año? ¿O cada vez que lloré en el aeropuerto de Tarija o de El Alto al despedirme de mi familia? Hace quince años partí de Bolivia, pero nunca me fui. El próximo año vuelvo para no irme, con marido y tres hijos, y me pregunto cómo será nuestro primer día.

Somos las mismas, pero distintas. Bolivia ha crecido y decrecido al mismo tiempo. Yo salí con 30 años y volveré con 46, partí sola y ahora somos cinco miembros en la familia, como mano que se sujeta a la vida. Tanta historia nueva y tanta historia repetida, los mismos deseos de cuando era niña: terminar la U, conseguir un empleo estable, encontrar el amor, viajar a Cobija, visitar a la parentela en el Chaco, poder cubrir los costos de tener tres o cuatro hijos, tal vez emprender un nuevo negocio, escribir y hacer arte, bailar en la entrada Universitaria o para la Virgen de Urkupiña. Pero hay cambios en la Bolivia de hoy, estamos todos con celular en mano conectados, somos ciudadanos del like, click, QR Code. Cuando partí hace años, aún sabía de memoria los teléfonos de las casas de mis amigas y de la de mi familia. Qué extraño pensar que había un saludo antes: "buenos días, señora, ¿puedo hablar con Rita, por favor?". Hoy me comunico con ellas y con miles de anónimos por Messenger, Whatsapp y Twitter. Sin saludo, solo un forward a un video gracioso hecho por un “x” o un corazón hinchado de amor. Impersonal, anónimo, inmediato, entretenido. Light. Efectivo.
Yo, además de años y de maternidad, traigo nuevas dulzuras y amarguras. Cinco ciudades fueron mi hogar, conocí al menos 20 países en cuatro continentes. Mis hijas nacieron en Bogotá y mi hijo en Nueva York, respiré el Espíritu Santo en el río Trombetas en la Amazonía brasileña, lloré con los campesinos del Bolivar en Colombia recordando el asesinato y descuartizamiento de Alma Rosa Jaramillo, sentí el miedo y el poder de ser latina en los Estados Unidos en tiempos de Trump, caminé en un puerto en Ghana donde comercializaron esclavos y hoy ofrecen artesanías y condimentos, visité centros de detención juvenil en Berlin donde muchachos encuentran más de lo que tenía afuera: soledad.
Fui migrante todo este tiempo, llevé nuestro acento boliviano y rostro mestizo por muchos lugares. No soy un caso excepcional. Cerca del 15% de la población en nuestro país, vive en un departamento distinto del que nació, migración interna. Sobre eso, cerca de un millón de bolivianos, alrededor del 8%, vive fuera de Bolivia, principalmente en Argentina, España, Estados Unidos, Chile, Brasil y Perú. Esto hace que uno de cada cuatro ciudadanos bolivianos sea un inmigrante o emigrante, y si pensamos que nuestros padres y/o abuelos llegaron de otra parte, nos hace a la gran mayoría de nosotros: itinerantes en la vida. Todos somos migrantes.

Cada día pienso menos sobre cuando partí de Bolivia y más bien pienso en cuando volveré. El sueño de casi todo migrante.¿Cómo será nuestro primer día en Bolivia en julio del 2023? Vuelvo con ojos de todos los que me han mirado y de todo lo que he visto. Llego con el corazón expandido por haber dado vida a tres nuevos corazones. Vengo sedienta de dar todo lo que he recibido. Tengo fe, tengo amor. Creo en mí, creo en nosotros, creo en Bolivia y creo en que todos podemos ser dignos y plenos, libres y diversos, vivir en paz y en extrema creatividad.
Durham, Carolina del Norte