La ideología sexual y la literatura
Todo es político
Hace un año, el miércoles 1 de junio de 2022, un café llamado El Bestiario en Sopocachi de La Paz recibió a un grupo de poetas que, solo con su arte, logró cambiar mi manera de pensar –quitémosle el solo–. No se necesitaron pancartas o detalles de un amor que algunos llaman libre, gritos de ataque a mi heterosexualidad, no, nada de eso. César Antezana solo leyó sus poemas. Con un largo vestido negro, aunque no tan largo (le cubría apenas las rodillas), leyó sobre su forma de entender el amor –quitémosle el su–.

Leyó sobre una forma de amar, así, simplemente. Sin detalles morbosos, sin reclamos a la sociedad, solo él y su arte.
Sin política.
Digo sin política a pesar de esto que ocurre en la actualidad respecto a la sexodiversidad: todo es político.
Ustedes –léase los heterosexuales– no tienen problemas de besar en la calle –decía una compañera en una clase en la universidad pública, cuya cita solo puedo parafrasear, sin comillas por temor a no ser del todo exacto–, en cambio para nosotros un beso es un acto político.
Así pues, todo es político.
Pero ¿es eso verdad? Entendamos la política como “actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o un país”, rauda definición que se puede alcanzar al teclear la palabra política en Google y que puede ayudarnos a entender. Antes de aquella noche del año pasado siempre me había definido como alguien a quien no le interesa, nunca le interesó y nunca le va a interesar la política. Esta autodefinición venía de una absoluta ignorancia de su significado. Al parecer yo entendía la política como aquello que incumbía solo a los gobernantes, es decir la política partidaria, y no a los entretelones del manejo del poder (como capacidad de influir en vida y decisiones del otro), su búsqueda y organización dentro de una sociedad en el entendido de que, por el hecho de vivir en sociedad, tal manejo sería inherente a una condición humana (así parece).
Pido indulgencia para la presencia insistente del yo en este texto, es que, precisamente, trato de tomar y hallar mi postura frente a lo que más adelante se identificará como un bemol en el arte: hacer del amor un asunto político.
Así pues, mi pretendida indiferencia resulta ser en sí una postura política, por lo que sin saberlo siempre he tenido una opinión política. Si es verdad este sentido político de aquel beso, beso representado en la poesía (por ejemplo), entonces es verdad que el arte tiene en sí mismo una postura, porque todo es político.
Pero, ¿no es eso peligroso? ¿No es peligroso que las manifestaciones artísticas: literatura, cine, pintura; tengan algo de adoctrinamiento? Para intentar tener una actitud sobre estas posibilidades –algo necesario para poder tejer estas ideas–, sugiero tomar en cuenta la poesía de César Antezana Lima con Masochistics tratado cotidiano (2018), así como Eucaristicón (2016) de Edgar Soliz Guzmán y Rostro Cuir (¿?) de César Cañedo; dos bolivianos y un mexicano (el último) que a través de su arte muestran una manera de ver el tema de sexodiversidad tan de moda hoy en día. O tan de moda desde hace años, solo que tal vez opacada por otras noticias que interesaban más a la televisión (y a la farándula y a la política partidaria) años atrás. Recordemos también que el mes de aquel recital, junio, es el mes en el que en Bolivia se festeja el día del orgullo gay; lo que en realidad ha devenido en el mes del orgullo gay, a cuyas puertas hoy mismo nos encontramos.
Estos tres poemarios se presentarán a través de la presente redacción como base del análisis de la postura que pretendo. Otro texto que sugeriré será Cuerpos que importan (2002) de Judith Butler, además de El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura de Sigmund Freud (en una edición de 2012, traducida por Roberto Mares Ochoa).
Es verdad que la manera de argumentar las presentes ideas ha de pasar por actitudes más bien teóricas. No se pidan argumentaciones científicas: biología, genética, etc., por el hecho de que las demostraciones de libros como Cuerpos que importan son también teóricas, sin anclajes científicos, en el sentido estricto de la palabra, (quizá sí culturales) y no se podrían debatir ideas en campos diferentes. Asimismo, se abordará de manera más bien tangencial otros textos como Cómo me hice monja ((2019) de César Aira y Política sexual (1970) de Kate Millett y algún otro texto.
¿Cuál es esa postura que ha de abordarse en el presente texto? Sea dicha de una vez y sin tapujos: si es verdad que todo es político, entonces, ¿es legítimo que el arte (entendido para este trabajo exclusivamente como la literatura) tenga una postura política, ideológica? Proponemos un rotundo no. Simplemente porque un contenido activista haría que la literatura pierda, pues dejaría de ser arte para convertirse en propaganda. Es casi seguro que esta aparente postura taxativa ha de gozar de matices cuando se llegue a las conclusiones.
Lo cuir/queer está de moda
Dice Freud en El malestar en la cultura: “La criatura no es capaz de diferenciar todavía su yo de un mundo exterior”. La posición de Freud radica en el desarrollo del yo en el adulto, un desarrollo que se encuentra sometido a alteraciones con límites no constantes. Así, la posición del yo adulto no ha sido igual desde su origen, ha cambiado desde su infancia; momento en el cual (la infancia) más propenso sería a las influencias externas que lo podrían confundir con ilusiones que parecen reales. Uso la palabra “ilusión” para referirme a las manifestaciones de la cultura gay más extremas y atractivas, por exaltadas y coloridas como, precisamente, el día de su orgullo al que inexorablemente nos acercamos; porque “naturalmente, aquel que participa de un delirio no puede jamás reconocerlo como tal” (Freud, El malestar en la cultura) y es que a tal desfile suelen ser llevados niños pequeños. ¿Ocurrirá también este 2023?
Eucaristicón de Edgar Soliz Guzmán, poemario publicado en Perú, nos hace presenciar una mirada muy privada de la ceremonia del ritual religioso. Esta manera de utilizar a la Iglesia como tema para la rebeldía es bastante común en la literatura Cuir/Queer, aquella donde se aborda temas de homosexualidad, amor libre, etc. porque es tal vez la Iglesia la representante de lo que Judith Butler en Cuerpos que importan llama heteronormatividad; como aquello conservador de una sociedad conservadora e intolerante que se quiere extinguir. Así, Eucaristicón, reinterpreta el Introito, Epíclesis, Exvoto y Doxología pasándolos por una visión muy propia:
“—Dinos, ¿tú eres el hijo del hombre?
¿Es tu boca vibrátil la que espera el maleficio?
¿Son tus ojos agitados los que anidan al profeta?
¿En qué soledad cabe los hilos de tu sexo?
¿Quién deambula tu cadáver desbocado?
¿Cuál la palabra que te habita?
¿O sólo la eterna cíclica pesadilla del hombre?” (Soliz).
A primera vista, es difícil entender de qué habla la voz poética, así de magistral es el autor que quebranta todo el ritual de la santa misa. ¿Por qué? Porque puede, como muestra de su postura política sin duda. Entonces está su arte, el de Soliz, impregnado de adoctrinamiento: ¿Odia la Iglesia patriarcal? Claro que no. Si bien toma como base el ritual sagrado, lo que hace es resignificarlo, no aborrecerlo ni atacar porque sí.
“Devuelvo tu cuerpo a su mortaja dominguera,
beso, centímetro a centímetro, sus heridas
extrañas” (Soliz).
Hay autores en los que sin duda la visión política está primero, no es el caso de Soliz, aquí el arte está primero, la belleza está primero; sus versos lo atestiguan. No es un autor que trata de abordar la moda gay para llamar la atención. No. Es alguien que genuinamente resignifica algo tan delicado como el ritual de la misa, ¿con qué finalidad?: El arte mismo. La poesía misma.
Algo diferente ocurre con obras como Cómo me hice monja del argentino César Aira, en donde el narrador, niño precoz por necesidad, porque no sé si es verosímil que un niño de esa edad diga: "eso era muy de ella; era su idea de la maternidad. Habrá pensado que no sabría qué hacer conmigo un año entero en casa” (Aira), aunque hay que decir también que el niño de seis años está narrando desde un locus de la enunciación que podría justificar esos arrebatos filosóficos: está muerto.
Este niño, decía, se identifica a sí mismo como niña durante toda la obra. Los adultos le llaman él, pero él se llama ella: “¿Por qué era la única niña del mundo que no tenía una sola muñeca?” (Aira) y eso es todo. Su caracterización femenina nunca tiene mayor trascendencia en la obra, amén de que su padre lo trata con torpeza (el autor quiere que pensemos que porque es niño) olvidando que un padre maltratador maltrataría a un niño o a una niña por igual. Nada más. La autoidentificación de César en la novela no tiene mayor importancia en la narrativa, si bien acaricia la idea freudiana de que “la criatura [o sea el niño] no es capaz de diferenciar todavía su yo de un mundo exterior”, igual no hay mayor trascendencia y, sin embargo, el libro es considerado una “pieza maestra de nuestro tiempo” según la crítica española.
Es verdad que sobre gustos nadie ha escrito (hoy debería ponerse en duda esta máxima, tal vez tema para otro análisis), pero pienso que la obra llamó la atención sobre todo porque lo cuir/queer está de moda.
Diría Freud (permítase el atrevimiento) en El malestar en la cultura: La ética llamada “natural” no tiene nada que ofrecer aquí [en Cómo me hice monja], como no sea la satisfacción narcisista de tener derecho a considerarse mejor que los demás.
Obras como la de Soliz no necesitan de la moda, trascienden por mérito propio y si bien muestran una postura del autor, lo cual toda obra hace, no se ven perjudicadas (ni ensalzadas) por la política progresista, más bien funcionan en sí mismas –entiéndase progresista no en aquel sentido peyorativo que suele tener en algunos contextos; aquí entiéndase como progresividad, con la intención de mostrar un incidente que va aumentando de intensidad de forma paulatina, casi imperceptiblemente (como en la fábula de la rana en agua fría, tibia y caliente)–. No necesitan adoctrinar ni mostrar superioridad moral, son arte.
Algo similar ocurre con la obra de César Antezana Lima, aquel autor de quien se habló al principio de este texto, a quien se lo puede ver vestido lo mismo con vestidos largos de gala o cortos más casuales, el cabello negro, lacio y largo, a veces con una trenza y una actitud siempre robadora, siempre encantador. En Masochistics tratado cotidiano disfrutamos de una búsqueda de literatura por la literatura. La voz poética es femenina:
“Hago como que no me importa, tarareo una canción de heavy metal y deseo ser otra vez un espantapájaros azul con ese precioso vestidito de seda clara que te gusta tanto, para recibir otra vez, también de este lado, tu interminable lluvia dorada
pero ellos solo lloran
la visión de la sangre los indispone” (Antezana).
En ningún momento trata de implantar ideología ninguna, más bien se regodea en esa femineidad que ha decidido adoptar la voz poética, digo adoptar porque el autor tiene una genética masculina, nada más.
El patriarcado ya no existe
“¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura, compañero”. (Pedro Lemebel)
“¿no oyes cómo ladran el patriarcado
y el marcado
y todo lo que termine en censura?” (César Canedo)
Para Freud, en su obra El porvenir de una ilusión, existen tres razones por las que las enseñanzas tienen fortaleza en una sociedad. Es verdad que el autor se refiere a la religión, pero fácilmente podemos señalar su razonamiento para apreciar cualquier imposición en la sociedad, o lo que se pueda entender como tal:
Las enseñanzas en una sociedad pueden asentarse porque los antepasados creyeron en tales o cuales principios, por otro lado, esas enseñanzas tendrían sus propias pruebas, transmitidas (oportunamente) por las generaciones pasadas y, claro está, se encuentra prohibido cuestionar lo que se pueden considerar dogmas del pasado.
Y el patriarcado es un dogma del pasado. Con discursos como el de Judith Butler en Cuerpos que importan, sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, se impone (o más bien se trata de imponer) una narrativa presente en los textos que abordan lo cuir/queer, es decir la sexodiversidad que, se puede decir, emerge de una excesiva multiplicidad de deseos. En donde, al parecer, todo cumple con una agenda.
Uno de los grandes logros de una narrativa es lograr crear una nueva manera de leer, por ejemplo, para Borges, la narrativa policial habría generado una nueva forma de lector, uno que es parte activa del relato, un lector que busca pistas. Así se puede resignificar clásicos como la historia de Edipo, leyéndolo ya no con un código de tragedia sino de narrativa policial: existe un crimen, un investigador y un culpable oculto que al final es descubierto (este último, claro, es Edipo).
Así, para una persona que ve progresismo en todas partes, cada historia de la humanidad puede ser leída con una resignificación cuir/queer. Uso la palabra “agenda” recordando que hace 10 años en Bolivia, los políticos en campaña, prometían la pena de muerte para el delito de violación, desconociendo (ya no burlándose del votante) tratados internacionales solo por obtener el agrado de la sociedad, porque para entonces las violaciones eran la noticia del día.
Así pues, se elabora el discurso que viene a justificar (por usar una palabra) la diferencia entre género y sexo: “Puesto que el género es una asignación, se trata de una asignación que nunca se asume plenamente de acuerdo con la expectativa, las personas a las que se dirige nunca habitan por entero el ideal al que se pretende que se asemejen” (Butler). De donde se entiende que las palabras hombre y mujer (género) son una imposición del dogma heteronormativo patriarcal que además tienen un ideal inalcanzable porque “para poder operar las normas del género requieren la incorporación de ciertos ideales de femineidad y masculinidad” (Butler). Ideales que, dicho sea de paso, la autora no menciona ni puntualiza, entendiendo que la sociedad, sus lectores, todos entienden de qué está hablando y, además, ¿acaso una sociedad que mira el futuro maravilloso no se maneja con ideales?
Ideas como estas (las de Butler) generan el movimiento cuir/queer por el cual, a través de la autodeterminación, es posible renegar de la imposición médica dada al nacer (varón– mujer) y decidir autodesignarse con una consecuente manera de entender el amor “y no hablo de meterlo y sacarlo y sacarlo y meterlo solamente. Hablo de ternura, compañero”. Porque la premisa del movimiento es clara: Love is love, no importa cómo te autodetermines, el amor es amor. “Parece provechoso destacar […] que el travestismo expone u ofrece una alegoría de la psique mundana y las prácticas performativas mediante las cuales se forman los géneros heterosexualizados, renunciando a la posibilidad de la homosexualidad, una forclusión que produce un ámbito de objetos heterosexuales al tiempo que produce el ámbito de aquellos a quienes sería imposible amar”. (Butler).
Y así sigue con una explicación de las diversas opciones sexuales que raya en la explicación de la personalidad como una autodesignación del yo más que en una generalidad. Se busca una generalización que parece imposible: acá los gais, allá los transexuales de macho a hembra que se sienten gay o lesbiana según el caso. No valoraré la idea.

Pero, ¿importa cómo se autoperciba César Antezana al escribir Masochistics?
“solo recuerda cuánto me rio de ti
al darme una bofetada que me deje boquiabierta
pero esta vez hazlo bien
que quiero acariciar el ardor hasta después de mediodía” (Antezana).
¿Importa que su poética pueda ser incluida (acaso de manera forzada) como una muestra de rebeldía al patriarcado?
“con los ojos llenos de ira, con el rostro hinchado y enrojecido las diademas de la furia adornando tu trémula cornamenta hasta que deteniéndote apenas un segundo
por fin de vuelcas por completo hacia nosotras
tú no lo sabes, pero ambas sonreímos en secreto” (Antezana).
De un patriarcado que parece ser utilizado como dogma para sustentar una política de género, nada más. ¿Importa esa aparente imposibilidad de cumplir con los ideales de masculino – femenino?
“¿pretendes un listado eterno?
dame tu mano y arráncame vello púbico
no quiero seguir hablando” (Antezana).
No, nada de eso importa. Nada de eso importa. Importa solo el arte.
¿Importará la visión política de Edgar Soliz y su Nación Marica?: “Como maricas, reproducimos machismos y micromachismos […]. De lo que se trata es que hoy, en el contexto de tanta violencia machista que vivimos, es también pensar al interior de nosotras mismas, de nuestras colectividades, de nuestros grupos, al interior del movimiento Maricas Bolivia, por su puesto”, al escribir:
“Abrazo tu humedad con el soplo de mi muerte.
Me hago de tu cuerpo en un trayecto varicoso.
Guardo tu semen para la travesía inmutable”. (Soliz)
No, no importa. Importa solo el arte.
A veces la literatura subversiva suele ser llevada en estandarte para una lucha política sin enemigo: el patriarcado. Que, entendido como una dominación del varón heterosexual, paterfamilias, no existe o ya no existe. Porque el paterfamilias, que en Roma era quien decidía por el bienestar de la familia a su cargo (llegando a aparecer el denominativo de bonus paterfamilias, latinismo que hoy todavía se usa en estrados judiciales para designar a alguien que tiene un comportamiento bueno. Latinismo entre otros latinismos, no como resabio del patriarcado sino solo como designación jurídica) ha sido sojuzgado por el Estado, que es el único capaz de legislar y ejecutar políticas. Por lo menos en un ámbito legal donde –acorde a aquel dictamen jurídico de a todo fenómeno social le sigue un principio jurídico– según la normativa vigente en Bolivia, la Fiscalía, como ente que investiga delitos, se encuentra en la obligación por la Ley 348 de 9 de marzo de 2013, “ley integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia”, a tener por cierto y verdadero cualquier declaración o acusación en contra de un varón, hecha, demás especificarlo, por una mujer. Lo cual ha desembocado en denuncias falsas solo por ánimo vengativo, a veces. Es posible sostener esta aseveración respecto a denuncias falsas que han llevado a varones a una estadía tras las rejas en Bolivia, pero en este texto no se abordará. (A la fecha, el autor se encuentra reuniendo datos para una crónica que específicamente abordará este problema).
“Es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura que ellos sostienen con su trabajo y de cuyos bienes participan en una medida sumamente escasa”. (Freud, El porvenir de una ilusión). Es que, si no hubiera existido el patriarcado, no hubieran sido necesarias las medidas como esta leonina Ley 348, es verdad. Pero ese patriarcado ya no existe en una sociedad donde bastaría con dar un paseo por los tribunales de la ciudad de La Paz, solamente, para constatar que alrededor de un 60% del personal es femenino (dato no estadístico). Por otro lado, el puro ánimo hostil no puede justificar un discurso como el patriarcado, porque si bien puede haber existido opresión hacia la mujer en el pasado (no se lea dudas al respecto), ese antecedente por sí solo no justificaría un discurso como el del feminismo radical demonizador del varón, por ejemplo. Así una literatura con una política contrapatriarcado estaría fuera de lugar y no se debería buscar en el arte, ni normalizarla ni darle razón.
Euforia de género
En Política sexual, Kate Millet defiende la postulación: “Lo personal es político”, de donde se puede entender que no hay ámbito social en la vida que no le pertenezca a la política, incluido el arte. Parafraseando a Agustín Laje: Si lo personal es político, y la sexualidad se vuelve algo político, entonces ya no es personal, porque queda abierto al dominio de los políticos que disponen de algo que se llama Estado, para ir moviendo sus palancas e ir trabajando sobre la sexualidad de las personas, “educación sexual integral”, lo que nos lleva a una “dictadura de género”. Esto de una manera que se puede entender como progresista, (en el sentido que ya le hemos dado).
Nos hallamos, poco a poco, más y más integrados en estos pensamientos que se alejan de la familia tradicional (para poner un punto claro, no se tiene el ánimo de sonar extremista), o de los parámetros que considerábamos cotidianos hace apenas 10 años; seguramente alguien dirá: pero en Roma había tal cantidad de géneros reconocidos, argumento aceptable… si siguiéramos en la Roma antigua, que se asemeja al argumento de una sociedad patriarcal. Todo lo cual impregna de política de género al arte en general y a la literatura en particular. Y que en última instancia desemboca en euforia de género. Parafraseando a Agustín Laje, un discurso donde lo importante es: ¡Me siento orgulloso de con quién me acuesto!
“la enseñes, como tu primo que te enseñó por primera vez
una verga que no era la tuya,
la sientas, como esa tarde oscura en que te penetraron
dos veces en aquel camión de ruta” (Cañedo).
César Cañedo en su obra Rostro Cuir se regodea en esta sensación eufórica del cuir que se ha percibido sin inconvenientes.
“Amurallado falo y cuidadoso
de lúbrico mulato relamido
mansito en short debajo del vaquero
para abultar defensa gol de James
el héroe nacional imbervergado” (Cañedo).
A decir en el ensayo crítico publicado en Beldamfingers: “El propósito de su obra Rostro Cuir como un sumirse en la afectividad y el deseo homosexual al tiempo que pretende hacer una crítica de ello para romper con los estereotipos”. Pero sin deshacerse de esos estereotipos sino reinventándolos, resignificando la mirada de y hacia la sociedad donde habita el cuir/queer. En el ensayo citado también se hace referencia a la calidad cuir del autor:
“Yo nací, además,
con el rostro torcido
y la cicatriz abierta” (Cañedo).
Condición, por llamarle de alguna manera, en la que se inspira (aunque yo deteste esa palabra, la uso) para su obra; en este sentido si bien su experiencia es personal, ésta se convierte en algo político: aprovechar su experiencia de sexualidad para escribir y disfrutar de ambas cosas. Si bien la sexualidad de Cañedo, se puede decir que se ha vuelto político, no nos encontramos ante una búsqueda de imposición, de adoctrinamiento; solo ante un poemario quizá subversivo, sí, contestatario, ¿revolucionario? Pero dentro de su propia búsqueda. Sin las quejas a las que últimamente nos hemos habituado (de apenas un sector de la comunidad LGBTT+), sino más bien con un contento de mostrar la literatura desde su propia perspectiva, la de Cañedo.
Y Cañedo también, por qué no, arremete contra la institución del mito cristiano. En Rostro Cuir hallamos el poema “María y Magdalena”:
“María abrasa a Magdalena
se reconoce a sí misma
en cada espasmo,
en la perla tupida de floresta,
en el sándalo púrpura del dedo” (Cañedo).
Y continúa con un erotismo que seguramente en tiempos de la Inquisición le hubiera significado la hoguera. Finaliza:
“La Virgen mira al cielo
en éxtasis supremo
y se encuentra con Ése que vigila.
‘No temas, María,
que serás Virgen eterna y Santa Altísima,
porque no te ha tocado Varón’” (Cañedo).
Ay, La Santa Inquisición, otra institución del pasado.
Esta euforia de género, buenamente ejemplificada en Rostro Cuir, muestra una posición (aunque me cueste decirlo) política, pero que no ofende, ni transgrede ni vicia la poética de Cañedo; la justifica, sí, pero con arte y a través del arte. La justifica, repito, sin ánimo de moda como antes ha ocurrido en Cómo me hice monja. La visión de autor está presente de forma muy personal, y no es que otras obras no la tengan, en todo libro destila del autor su esencia, pero lo que postulamos es que aquí el asunto es más evidente por la experiencia del autor. Esta manera de narrarse a sí mismo ocurre, en mi poca experiencia, no con excepcionalidad.
En aquel recital del miércoles 1 de junio de 2022 donde participó César Antezana, participó también Inti, así, a secas; satisfecho de su sexualidad (nunca mejor dicho, quizá) con versos atrevidos como “las patéticas prudentes” para referirse a las que no demuestran ese orgullo gay, ese “lo personal es político”, no entendido como una trasgresión sin causa sino como un amor propio incondicional.
¿Es legítimo que el arte tenga una postura política, ideológica?
Es posible que todo arte tenga su postura. Es posible que se regodee en su visión del mundo, que siente euforia; pero esto no ha de significar el cumplimiento de una agenda. Al principio propusimos un rotundo no como respuesta, quizá el problema esté en el adoctrinamiento que conlleva la postura política, ideológica (no siempre, claro).
No, Pedro, no le temo que me homosexualice, usted, la vida, aunque hable de ternura; lo que quizá acusa aversión es la manera en que la sexodivercidad se va complejizando a tal grado y desenfreno que lo que hoy se considera delito, mañana se considere un derecho sexual. So pretexto de la lógica queer/cuir del love is love, puede ocurrir que el progresismo mate a la rana conservadora y no es que esto sea malo del todo. Pero usemos un ejemplo para mostrar la postura de estas conclusiones:
Uno de los requisitos para una relación sexual en los parámetros legales de nuestra economía jurídica vigente es el consentimiento. El consentimiento es la diferencia entre acto amoroso y violación. Ahora, en la lógica de lo queer/cuir y la autoidentificación tomemos a alguien que se autodenomina, ya no pedófilo sino pedosexual (porque love is love), luego su acto de acceso no sería amoroso, ¿verdad? Un niño no puede consentir porque no se halla en pleno uso de sus facultades para saber y entender. “La criatura no es capaz de diferenciar todavía su yo de un mundo exterior” (Freud). Lo mismo ocurre con cualquier ser no capaz de consentir: una vaca, por ejemplo; no importa que alguien se perciba transespecie, o zoosexual; ese acto sigue siendo una parafilia porque repito: no puede haber consentimiento. ¿Pero esto de las parafilias por qué le interesa al hecho de que la literatura no debería tener una postura política, ideológica? Porque para justificaciones teóricas tenemos todos los colores de la bandera aquella (con todo respeto). Teniendo una postura ideológica muy presente en algún trabajo de literatura no ha de faltar un defensor de amor transespecie o transedad, que pretenda usar un postulado ficcional como teórico; ejercicio que no está alejado de las posibilidades psíquicas del hombre, para la crueldad tenemos especial facilidad de justificación.
¿No oyes cómo ladran el patriarcado y el marcado y todo lo que termine en censura? La verdad es que no, César. Por mucho que me encante vuesa poética, no me interesa una visión doctrinaria. No digo que el autor haya intentado imponer una visión, no leo la poesía como agresión, sí como transgresión, siempre dentro del marco de lo artístico; de lo contrario estaría en peligro de hacerme de una lanza o una espada después de leer una novela épica.
El problema está en aquellos que quieren tomar el arte con una interpretación política. El arte revela, muestra una visión del mundo, no aconseja, ni mucho menos da un mensaje. Ya ni siquiera la literatura infantil pretende ser educadora, para eso están los profesores. No, la literatura infantil (no la infantilista) tiene su propia búsqueda estética que va más allá de los cuentos antiguos que sí pretendían moralizar –permítase la digresión, no se irá más lejos en el presente estudio. Para un interesante acercamiento a este género literario está Sombras, censuras y tabús en los libros infantiles de Fanuel Hanán Díaz–.
Así pues, cada lector debería hallar su propia interpretación en cada lectura, tan es así que se puede leer algo con un tiempo de diferencia y tener otra interpretación, así es el arte (leamos Edipo rey como thriller); lo contrario se asemeja a creer que la animación es un género y no un formato. Ergo, tampoco debería leerse a los poetas abordados en el presente trabajo con una carga ideológica, es verdad que los autores han dejado tanto de sí en sus letras, a tal grado de incluso revelar experiencias propias; pero esto solo en aras de la literatura nunca jamás de la política.
Y jamás tampoco en aras de la moda.
Dejémosles la postura política o la moda a autores como Judith Butler o Kate Miller o César Aira, con su propia y legítima búsqueda.
La literatura es una manera de entender, no de enseñar. Cada lector entenderá lo que está capacitado para entender, según su visión del mundo; no según la visión de una política, por eso un texto no debería tener una postura ideológica, no uno de ficción por lo menos. No un texto cuya búsqueda sea la experiencia estética. Si es verdad que todo es político, aceptemos para efectos del presente raciocinio esta postura, esa política presente hace al lector no al escritor; no desde una enseñanza del iluminado autor al inocente lector, esto jamás. Hay presente una legítima euforia de género, claro que sí, esto porque no tiene nada de malo aceptarse y amarse uno mismo. Lo contrario sería ver la escritura de sexodiversidad como un género donde lo importante es cuán gay es el personaje y no lo que ocurre en la narración. Lo importante sería cuánto de diversidad tengo en mi escritura más que la búsqueda estética que al final de cuentas debería buscar el arte por el arte