Casi borroso: el dilema de estar y no estar
Estás sentado, mirando ese universo del que no te sientes parte, aprecias que todo es y no es a la vez. Lo cierto es que tu cuerpo, simplemente, “está más allá que acá”. Ves al doctor, lo llamas, le dices que puede entrar para que te de los resultados. Estás aquí hace mucho tiempo, quizás desde la operación, el dolor ha dejado de ser el mismo y lo concibes como a un visitante que por alguna razón está alejado, sin embargo, ¿lo sientes?
Ahora ves que está tirado en su cama, que es el mismo y ya no es el mismo. Le pide al doctor que entre, pero, para tu sorpresa, no hay ningún doctor. Tampoco se dirige a la puerta, en realidad, le está hablando a un punto en el infinito. Ya ha pasado un tiempo desde que le detectaron aquella enfermedad, está flaco, se ve adolorido e incómodo, sientes su tristeza en el aire, sin embargo no sientes su dolor, apenas un rastro en el aire de un sufrimiento compartido por de todos y quizás también compartido por el enfermo.
Es de madrugada, alguien te toma la mano. Sientes que sabes quién es, sin embargo, no lo reconoces. El dolor también te visita, pero vestido de molestia; te fastidia el estómago, respiras con cierta dificultad, quizás un vaso con agua te haga reaccionar. Tratas de levantarte de la cama, pero; ¡cómo pesas! Miras tu cuerpo y no has engordado, lo cierto es que todo te pesa, todo te fatiga, por alguna razón no eres la misma persona, estás y no estás.
De repente las piernas no te responden, pero la gravedad sí…
Anoche no aguantaste la visita del sueño, te dormiste en su sillón. Fue un sopor tan profundo que no te diste cuenta que se había despertado. Te moviste abruptamente para encontrarlo tirado en el piso y lo levantaste a pesar que es más grande que tú. Es raro, pero no pesa mucho, es fácil de levantar, casi como un chiquillo; lo pones en su cama, lo revisas, parece que está bien, le preguntas y él te dice que está bien, les indicas a los demás para que llamen al médico.
Otra vez arcadas, te duele todo, pero es un dolor de fondo, especialmente después de la medicina. Es como ese acosador silencioso que a lo lejos te mira, quizás sea que estás mejorando, pero quién sabe. No te sientes mejor, tampoco peor, sientes como si estuvieras presente sin estarlo, ante toda la realidad. Los doctores hablan y hablan, como si se les pagara para hablar, tú quieres estar bien ya toca volver a trabajar, hay que llevar la casa adelante.
La situación está peor, no hay forma de hacer que pase de una mejor forma este momento. Ayer vomitó sangre, sientes que no es buena señal, esperas que solo sea una falsa alarma y quizás todo mejore. En cuanto esté más fuerte ojalá lo lleven al extranjero. Supiste que hay países donde se ha logrado curar el cáncer, esperas que sane pronto…
¿Por qué está frío? ¿qué es ese ruido? Todo está oscuro, no ves nada, pero ya nada duele ni molesta, quieres dormir…
Te diste cuenta que su cáncer le había dictado su sentencia, pero algo muy humano igual te obligaba a tener fe. Seguramente iba a sanar, sin embargo, vomitó sangre. A veces la esperanza es una cruel consejera.
¿Qué es ese sonido? Un estertor y ahora no sabes si eres tú el que está solo o es tu difunto el que ha despertado para estar con los otros “muertos” en el “ningún lugar”.
Te consuela saber que ya no le duele y es cierto ya no le lastima, la ausencia es la que ahora te punza a ti.
Así se siente acompañar a un convaleciente hasta el final o quizás: ¿fue él quien te acompañó desde que te conoció hasta el momento que tenía que partir? ¿cómo saberlo?
No, no, no, ya no importa.