Una compañía
El arte es funcional para lo que el artista o el público quiera, y creer que debe limitarse a una función social, emocional, esotérica, estética o de otra índole limita su tremenda capacidad de permitirnos ser seres sensibles, funcionales y emocionales; por esto, convertir tu cuerpo en el arte mismo a través de una obra no es una elección, es una necesidad creativa que satisface un ímpetu humano, tal vez para trascender, tal vez para entender todo aquello que la sensibilidad produce dentro de uno mismo o para algo totalmente distinto, no hay limitaciones. A diferencia de lo que muchos creen, la técnica no es la parte insensible del arte, sino la principal herramienta de expresión para el artista, por la cual es capaz de cumplir su cometido.

La clase
La primera sorpresa fue el mensaje de “Cami”, integrante de La Compañía, noche antes del ensayo que yo iba a fotografiar: “Abrígate…, hace frío en la sala”; no entendía cómo podían trabajar sus cuerpos en un ambiente con una temperatura hostil, más aun sabiendo lo indispensable que es alcanzar un grado importante de elasticidad y firmeza al bailar para ejecutar todas las posiciones y movimientos necesarios. La Compañía es un colectivo de bailarines profesionales bajo la dirección de Norma Quintana y Carolina Mercado, su alta calidad es una luz en tiempos artísticos confusos en Bolivia; buscan profesionalizar y vivir de su actividad, labor que no está pasando desapercibida y es evidente en la cohesión del grupo y su propuesta.
Primero, la clase sagrada de cada día. Cada bailarina (y un par de bailarines) parece acomodarse no solo físicamente, sino también en un estado mental que le permita entender plenamente su corporalidad en relación al ejercicio requerido, así es como se comienza con la barra; la agarran con firmeza y necesidad a ratos, en otros con delicadeza y cariño, así son capaces de inclinarse, rotar, levantar y desplazar todo lo que sea necesario; según percibo, sus movimientos forman frases que arman un vocabulario primario de movimiento, con el cual posteriormente las obras serán ejecutadas.
El siguiente paso es librarse de las barras para hacer puntas y saltos, aquí comienza lo divertido: colocarse las zapatillas de puntas es todo un arte, con lo caras que son, hacen todo para que les duren, a pesar de eso conservan sus detalles relucientes del satín color pastel y sus delicadas cintas que abrazan sus tobillos. Se escucha el satisfactorio sonido del material duro de la punta golpear el piso. Los saltos son desafiantes e impresionantes, el maestro que lleva la clase da indicaciones motrices específicas, ciertos movimientos de cadera que evitarán lesiones, algunos reflejos en las piernas que hacen las transiciones más pulcras, todo con firmeza y una cierta solemnidad, se ve el pánico en algunas caras antes de realizar el salto, para después caer y completar los movimientos con alivio: jadeos, sudor y orgullo llenan el frío ambiente de calidez humana y dinamismo. Ya están todos acomodados y listos, es hora del ensayo.
La obra
Suben al escenario y todo cambia, se acomodan en sus lugares de una forma que parece casi rutinaria, como el ritual diurno personal, existe en el grupo una especie de coreografía interna, ahí resalta el profesionalismo de La Compañía, las complejidades, no solo de la obra sino de lo que comprende la danza misma, están asimiladas e interiorizadas en un punto tal que les permite la máxima capacidad expresiva ante el público.

Comienza la obra, los movimientos conjugan de formas errantes, como si ellas quisieran librarse de algo o deshacerse en granos; no soy entendido en danza y me cuesta agarrar el hilo, pero, “entender” es una palabra complicada para referirse a una obra de arte, especialmente cuando se la aprecia por primera vez, por eso creo que lo mejor es simplemente contemplarla y dejar que las impresiones se acumulen. Ángeles de arena es el título de la obra del coreógrafo invitado Francisco Centeno, no es ballet clásico, no hay puntas ni piruetas, es una búsqueda expresiva y emotiva, pero no por eso menos rigurosa. Los movimientos giran en torno a mesas que parecen ser barreras o pedestales, espacios de unión o pelea. A ratos algunos contemplan, lo que genera una dinámica contrastante, no son figurines de porcelana, sino que son capaces de detenerse y apreciar. La obra cierra como queriendo contorsionar el tiempo, tal vez como los ángeles transitando en diversos planos de la existencia.
Termina todo con aplausos, risas, algunas inseguridades y mucha adrenalina, el maestro está contento y hace correcciones menores, la dinámica es tan absorbente que muchas siguen ensayando y puliendo los movimientos, la obra dice mucho y necesitan disciplina para expresarlo, se nota que es una compañía.
No hay tedio, es la señal de que el ensayo es productivo, muchas estiran y se cambian a ropas que les permitan salir a la calle, en el escenario parecían entes extremadamente expresivos, tal vez agrandadas por sus capacidades, idealizadas por sus mismas emociones. Hablamos con “Adri” de la semiótica en la danza, existen vocabularios narrativos que permiten relatar una historia, pero también conjuntos de movimiento netamente expresivos, tal vez como si la danza se valiera por sí misma, la ambigüedad es una gran fuente de expresividad del arte, siempre que el método sea coherente consigo mismo, asumir los riesgos ahí es fundamental, esto permite a los integrantes bailar de forma responsable con la obra y el público, expresarse y permitirse ser humanos en el escenario.
La obra se presentará en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez el 2 de julio. Todos los que aprecien la vida y sus avatares deben ir a verla.