(Sobre y para) los privados de libertad

Las historias no se acaban con el encierro, siguen siendo las mismas, pero con otros límites y rupturas. Así lo demuestra Carlao Delgado con esta crónica sobre presos, feminicidios y cómo las historias de los privados de libertad pueden llegar a quienes se confían de estar a salvo fuera del encierro.
Editado por : Adrián Nieve

Los muros de adobe rodean el manzano y se elevan diez metros hacia el cielo. El interior está dividido en diez secciones separadas por la posibilidad de pagarlas. No es solo una infraestructura, es una institución creada para contener a los varones que están cumpliendo sentencia o esperándola. En su interior viven muchos más internos de los que se podría albergar con condiciones mínimas de vida. Esa es su otra característica: el hacinamiento. Si se mide mucho en números, es fácil olvidar que el verdadero contenido de la institución son personas. Y sus historias. Esta es solo una de ellas. Aunque ninguna narración puede acercarse a esa realidad. 

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La policía tiene un control limitado de los bordes de este encierro. Por dentro la historia es otra. / Archivo

Si vas de visita, en la puerta principal de San Pedro los policías de turno te piden tu cédula de identidad, te anotan en un cuaderno y guardan tu documento en una cajita de cartón, con el acuerdo no verbal de devolvértelo al salir. Al final del día la cajita de cartón debe estar vacía. Solo los privados de libertad pueden quedarse. En condiciones normales, eso es lo más lejos que llega la intervención policial. 

El ingreso como privado de libertad es diferente. La permanencia en uno de los sectores depende de la posibilidad monetaria de cada privado (igual que fuera de los muros) y de los delegados. Los delegados, o representantes de los privados de libertad, deciden todo al interior del recinto. Desde la administración hasta la distribución de espacios. Y es a ellos a quien hay que pagar para permanecer. 

El Centro de Educación Alternativa es una pequeña oficina contigua a un aula igual de pequeña, ambas ubicadas en el primer piso de administración. En el CEA, los privados pueden terminar el bachillerato interrumpido o estudiar carreras técnicas para obtener una formación certificada. Las otras oficinas abarcan diferentes áreas de la vida inter muros: oficinas legales, administrativas, médicas y educativas. Cada área (salvo legal) tiene un asistente que ayuda en su atención, y que es elegido de entre los privados por su buena conducta o por sus capacidades. 

A Alex lo reconocían por los pantalones anchos de color caqui, la camisa de cuadros y la pañoleta en la cabeza. Respondía cuando le hablaban, y cuando lo hacía era atento y solícito. Siempre encontraba tiempo para colaborar al personal administrativo o policial en lo que le requiriesen. Conocía a todo el personal de las oficinas ("Buen día doctor. Buen día doctorita"). Por su buena conducta, Alex fue designado como secretario en el área de psicología. Uno de los destinos menos terribles. 

La oficina legal asistía a los privados para atender sus casos en instancias judiciales. Estaba ubicada encima del consejo de delegados. Este es un cuarto pequeño en el que los delegados de cada sección y su presidente se reunían, pero que permanecía cerrada la mayoría del tiempo. Salvo el día en que los abogados de la oficina legal oyeron los gritos venir del cuarto inferior. 

Más tarde dirían que sonaba como si alguien estuviera intentando hacerse oír, y varias otras personas lo estuvieran callando a golpes. Oían la violencia subir desde el consejo de delegados y los abogados se miraron unos a otros sin saber qué hacer ante la evidente golpiza. El silencio tardó en llegar. Todo en este mundo se sabe, y la vida intramuros no es excepción. Las versiones que circularon después confirmaron que, en ese momento, varios oficiales jóvenes con pasamontañas golpearon a Alex hasta dejarlo molido, pero con vida, en la oficina del consejo de delegados.

La historia comenzó hace cuatro días, cuando Alex llamó a la mamá de su joven esposa, María. Le dijo que la joven lo visitó para dejarle a la hija de ambos y a la hija de su anterior relación, diciendo que él debería hacerse cargo de ellas ahora porque se iba a trabajar a España. La madre escuchó esperanzada, porque esta sería la explicación a otra pena: su hija no volvió a casa hace varios días. Pero camino al recinto, dispuesta a recoger a sus nietas, un presentimiento la incomodaba: el presentimiento de lo peor. 

En la puerta del penal, la madre insistió en ingresar, pese a la reticencia inicial de los policías. Insistió contra las negativas, indicando que su hija no volvió a casa y que se vino a San Pedro para vivir con Alex. Ante tanta insistencia, los policías decidieron revisar los registros de ingreso. No buscaron mucho. En la caja de cartón donde guardaban las cédulas de visitantes, encontraron la cédula de María. Revisaron los registros de ingreso, desde ese día y yendo hacia atrás, ayer y anteayer. Su nombre no registraba salida. Se miraron sin saber cómo decirle a la mujer que su hija ingresó al recinto, pero nunca salió.

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La Cárcel de San Pedro, una de las construcciones más icónicas de la ciudad de La Paz, ahora y siempre sobrepoblada. / Wikimedia

La obligación de darle una explicación a la madre subió en las jerarquías, y llegó hasta el director. Solo entonces se activó el rastrillaje. Los oficiales recorrieron los sectores, indagando con los delegados y revisando registros. En los hechos buscaban a María. Confirmaron que la joven ingresó y encontró a Alex, pero cuando le tocó interrogarlo, él se negó a hablar. Ahí comenzó la golpiza. Los delegados dijeron que fue propiciada por los mismos oficiales, a vista del director y que continuó incluso luego de que Alex les contara lo que sabía. Y lo que sabía no era poco. 

Cuando los esposos se encontraron, María le pidió ir a un lugar tranquilo para hablar. Alex la llevó al aula del CEA, que él administraba. Le dijo el motivo de su visita. Llevó a su hija para que se despida de su padre, porque las tres se iban a Santa Cruz. Alex enloqueció. La ahorcó con la misma pañoleta que la joven llevaba en el cuello, y terminó el trabajo empleando uno de los cordones de su zapato. Arrastró al cuerpo sin vida al interior de las gradas del CEA y lo cubrió con hules para mantenerlo oculto. La joven llevaba muerta cuatro días cuando los policías la encontraron en el lugar que les indicó Alex. 

Fue trasladado a Chonchocoro. Los motivos eran legales: ingresó a San Pedro por el asesinato de su primera esposa, hace ocho años, cuando el feminicidio aún no estaba tipificado. Ahora, la suma de causas en su contra, la naturaleza violenta de su último crimen y el tipo penal sumaron para trasladarlo a la cárcel de máxima seguridad. En esta última, Alex cumple treinta años sin derecho a indulto. 

Igual se volvió a casar. Por tercera vez. 

Ese fue el primer feminicidio de 2015, en plena vigencia de la Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia. Después de San Pedro, otras mujeres fueron asesinadas, hasta llegar a los 110 en ese año. Esta es solo una historia. 

La vida de los privados de libertad no termina al ingresar a San Pedro. Ni se contiene. Alcanza a sus familias, a las personas que los ayudan y a las personas que lastimaron. Y, como la gente fuera del muro, siguen escribiendo su historia.

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