La Elegía de los Arcángeles del Arcoíris

Hay personas que suelen aparecer en momentos clave de nuestras vidas y cuya presencia es capaz de evocarnos a otras que han partido de este mundo. Personas que parecen destinadas a dejar una huella imborrable, tanto por sí mismas, como por aquello nos traen a la memoria. En este texto, el autor narra el peculiar encuentro con una muchacha, un encuentro que despertará los recuerdos y, es más, activará la presencia de un miembro esencial en su familia.

Hicieron contacto visual y creyó por un instante que estaba viendo dentro de una esmeralda. Su sonrisa era como una imagen de un ángel de la capilla Sixtina, su risa era como oír la melodía de un suave violín y su cabello era café dorado, como el trigo más puro. Y él solamente pensaba: “qué más puedo decirle para que se ría y sentirme tranquilo” pues hacía mucho tiempo que sentía por momentos como si estuviera cargando una tonelada de cemento y en su alma se estancaban sus emociones como si fueran agua putrefacta. 

Se conocieron como se conoce la gente en la actualidad, gracias a las redes sociales. Vio que comenzó un emprendimiento de comida saludable desde su casa y le compró seis empanadas integrales de queso ricota que, en realidad, más que el producto, eran la excusa para conocerla e invitarla a comer, y así fue aquel sábado que fueron al Ateneo a buscar el libro Pantaleón y las Visitadoras de Vargas Llosa y a tomar un café. Sin embargo, aquella novela se agotó y pensó que siempre lo que más anhelas termina por abandonarte, mientras tomaban el café y ella le decía que era vegetariana y él le revelaba que amaba la carne y que si no comía carne en tres días, le daba síndrome de abstinencia, mientras se reían y la pasaban bien. Él pidió un caramell machiato y un panini italiano y ella un capuchino con una empanada integral y le preguntó si lo ponía incomodo el que fuera vegetariana, mientras él respondió que no pasaba nada, que lo único que estaba mal en el mundo era robar y ser fan de BTS. Ella no entendió el chiste y bebió un sorbo de su bebida. Notó que en ciertos instantes ella miraba fijamente por encima de su hombro derecho como si estuviera observando a otra persona. Ella le contó que su padre había fallecido y a él no le gustaba pensar que su padre estaba en la misma condición, ya que siempre lo recordaba, pensaba en él mientras comía churrasco, mientras oía canciones de Juan Gabriel, Vicente Fernández o Carlos Santana. Incluso cuando miraba películas, las cuales adoraba gracias a su padre, especialmente las clásicas como El Padrino, Cara Cortada y La Naranja Mecánica. Ella le dijo que trabajó en el Ateneo y que era barista y le explicó cómo se hace para que el café sea delicioso. Él le dijo que le estaba revelando el mayor secreto de la empresa y terminaron el café y también sus respectivos alimentos, mientras él pensaba que se conoce más a una persona por cómo come que por cómo vive. Subieron a su automóvil y él comenzó a dar vueltas por el segundo anillo de la ciudad ya que, aunque se necesita un destino para poder seguir, ambos solamente tenían el fluir del silencio y él se sentía raro debido a que no era un silencio incómodo sino uno tranquilizador y continuaba manejando y ese silencio pasó a ser constante.

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Hay vínculos que surgen casi de inmediato, como si las personas involucradas hubieran sido reunidas por una fuerza superior. / Ph. JUrban en Pixabay

Después, ella dijo algo y él respondió mientas continuaba manejando y conversaban sobre cosas banales, sin embargo ella tocaba ciertos temas que tal vez no son normales para una primera cita como que si creía en fantasmas, qué opinaba de las almas y si creía en Dios y él le respondía que desde que murió su padre por covid dejó de creer en muchas cosas y ella miraba fijo hacia el espejo retrovisor, como si estuviera preocupada de que la estuvieran siguiendo y él pensó “mierda, debe tener cortejo o recién terminó con el ex” y se decía que una buena sopapeada nunca ha matado a un hombre y se acordó de las combinaciones de Rocky y se tranquilizó porque se dijo a sí mismo que, en caso de que los estuviera siguiendo el cortejo o el ex, simplemente le rompía la cara al fierilla y ya estuvo. 

Él le preguntó si quería escuchar música y ella le respondió que Fonseca era su cantante favorito, mientras gracias al aire acondicionado, el automóvil se impregnaba de su perfume Nina Ricci y él creía que estaba atrapado en un sueño o en un  mundo de esos que solamente se encuentran en los libros de fantasía y no le hubiese sorprendido atropellar a un duende o chocarse con un unicornio y escuchaban en un silencio cómplice, como si oyeran las trompetas del Ángel Gabriel: “Eres el arroyito que baña mi cabaña, eres el negativo de la foto de mi alma, eres agua bendita que crece en mi cultivo, eres ese rayito que me calienta el nido” y su voz cortó la canción preguntándole si no se animaba a comer un brownie de Papa Johns y ella dijo que sí y mientras hablaba, él paró la canción y le explicó que no podía escucharla, oír música y manejar al mismo tiempo. Ella le dijo: “entonces nos paramos afuera del boliche para que podamos conversar” y se sintió aliviado pues entendió que no los estaban siguiendo. Estacionó el automóvil y no dejaba de pensar en cómo le iba a dar un beso, debido a que al verla a través de la luz de la calle fue como ver la imagen de un santo en una iglesia y tragó fuerte saliva pues creía que saliendo de su auto un elfo le iba a dar un flechazo en los testículos. Salió para comprar los brownies y una botella de agua de 500 ml. Hizo el pedido y se sentó a esperarlo mientras recordaba a su padre y no entendía por qué deseaba tanto abrazarlo, inclusive en ese instante. Cuando inhalaba y exhalaba, sintió su perfume, un clásico Farenheit, vio el celular para matar el tiempo y le salió como recuerdo en Facebook una fotografía que publicó con su padre, se le hizo un nudo en la garganta que no se le pasó tragando fuerte saliva y salió con su cajita de brownies y su botellita de agua.  

Ella dio el primer bocado y sus labios, al tocar el chocolate, eran como una imagen sacada de la mente de Velásquez, él también comió del brownie y bebió del agua mientras la luz que entraba al vehículo parecía el descenso del ejército del cielo el día del Armagedón. Ella cerró la caja y la puso en el suelo y se chupaba los dedos y le pidió el agua y se la pasó y bebió y pensó: “carajo, qué tipa más hermosa” mientras se decidía a hacer el movimiento, aquel maldito movimiento que se podría comparar a cuando Cristóbal Colón decidió buscar una nueva ruta para llegar a la India. 

Ella lo miró fijamente y él pensó: “mierda, me va a decir la verdad, que está arreglada y que salió conmigo solamente para matar el aburrimiento”; ella carraspeaba, inhaló y exhaló y le dijo: “deja de comer y escúchame con atención”. De tres bocados, él se acabó el brownie y bebió un sorbo grande de agua y le preguntó: “¿qué fue?” y ella le dijo: “mira, no te vas a asustar o mejor prométeme que no te vas a asustar”. Él se rio y pensó: “mierda, en serio es un sueño o una película de Freddy Krueger” y le dijo: “dale, no pasa nada, qué fue” Ella muy seria, algo nerviosa, como cuando se tiene una entrevista laboral dijo, “ya, mira, tu padre está aquí, en ese lugar”, y señalaba detrás suyo, “no te asustes solamente escucha lo que tiene para decirte:   

“Tremenda Chichi que te conseguiste, Chochito”.

Saltó de su asiento como si le hubieran clavado una aguja en la nalga y abrió los ojos detrás de su hombro derecho y los tenía tan abiertos como los ojos de una rana y su respiración se aceleró como si estuviera a punto de pelearse contra Muhamad Ali. 

“Quiero que sepas que siempre fuiste mi adulau y que no te quedes con lo último que pasó, fue una estupidez y no tenés por qué cargar con eso. Sos mi hijo, el que tiene más potencial y más amor para dar, seguí adelante y acordate todo lo que superamos como un equipo y también todo lo que me enseñaste porque siempre fuiste inteligente y también atrevido. Siempre te voy a amar y a cuidar porque por siempre vas a ser mi Chochito”.

Al concluir, ella se le quedó mirando fijamente y él se acordó de Ghost: la sombra del amor y pensó: “esta tipa no tiene nada en común con Whoopi Goldberg” mientras seguía mirando al frente para tratar de ver lo que veía ella, pero era solamente un asiento vacío. La miró, tragó fuerte saliva y trató de razonar, pero lo que hizo fue abrir la puerta y salir del auto y caminar en círculos por un instante. Si en ese momento hubiera pasado una patrulla de policía, de seguro se lo hubieran llevado porque habrían creído que había consumido alguna sustancia prohibida.

Cuando entró al automóvil, ella seguía allí sentada, como si fuera una pintura de Vermeer, “La joven de la perla”, y notó que sus ojos brillaban con la luz de la luna. Tomó su mano y sintió que lágrimas mojaban sus mejillas y le pinchaban la piel e hizo pucheros que le quemaban los labios y soltó lo primero que expulsó su maltratado corazón: “Perdón, papá. Perdóname, por favor”.

La abrazó y la apretaba fuerte y lloró. Lloraba lo que no pudo llorar en más de un año. Y por mero reflejo le dio un beso en sus labios, que aun tenían un poco de chocolate, y en ese momento recordó la discusión y le enojaba no acordarse del porqué habían discutido. Ya que tenían el mismo carácter explosivo y orgulloso y se dijeron y no dijeron e hicieron y deshicieron y ambos se prometieron que no se iban a hablar hasta que el otro pidiera perdón. Y la abrazaba fuerte debido a que quería abrazar a su padre y así había estado desde la última vez que lo vio y durante todo ese tiempo hubo ocasiones en que despertaba en posición fetal y con la almohada en el centro, él abrazándola y esta yacía mojada y pensaba que lloraba dormido o que simplemente estaba enloqueciendo debido a que la culpa es el mayor veneno que existe para el espíritu de todo ser humano. 

El día del entierro no pudo verlo debido al covid y el último día que lo vio, no lo abrazó debido al orgullo y simplemente le dio la mano y le dijo que iba a salir bien y que iban a beber tranquilos para año nuevo. Recordó su mirada altiva y su leve sonrisa cariñosa y cómo cerraron la ambulancia, mientras sentía en su pecho como si se estuviera llenando de vapor y carraspeó como si le pellizcaran en la garganta con agujas ardientes y en lo profundo de su ser le quemaban aquellos verbos que se quedaron y aquellas palabras que estaba pronunciando: 

“Perdón, papá; te amo, papá. Por favor, perdóname, papá”.

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“Ciudad Gótica tenía a Batman, él tenía a su padre”. / Ph. Dieterich01 en Pixabay

“Entendé que no está enojando con vos y que nunca lo estuvo, solamente está aquí porque está preocupado de que cargues con toda esa culpa, deja de sentirte así, no tenés por qué seguir así, cargando todo eso. Tu padre te ama y siempre te va a amar”.

Ya para ese momento gritaba de dolor y sentía sus lágrimas que le mojaban la piel como si fueran gotas de lluvia acida. Sintió el olor de aquella pelada de ojos verdes como una aurora boreal que le relajó como si fuera morfina que se le inyecta a una pierna putrefacta que está a punto de ser amputada y se acercó a ella y la besó y ella aceptó su beso y medio sonriendo le dijo:

“¿En serio me estás besando en estos momentos?”

“Sí. Quería comprobar que todo esto es real”.

“Sí soy real, tarado”.

“Ya sé. Por eso nos vamos a besar de nuevo”.

Y mientras sus bocas se juntaban y sus lenguas se entrelazaban como si fueran el hilo de una gigantesca bola de estambre y sentía la conexión que se tiene cuando sientes por completo la saliva de la otra persona y te gusta aquella sensación, así como la brisa veraniega o escuchar una canción, la abrazaba más fuerte y sintió sus cabellos que le tapaban la cara como si fueran las cortinas del paraíso. En ese momento recordó cuando sentía miedo de acercarse a una mujer en su adolescencia y le pidió consejo a su padre y este se lo dio pues siempre estuvo para él cuando más lo necesitaba y pensaba que así como Ciudad Gótica tenía a Batman, él tenía a su padre.

Y entendió que su padre siempre estará con él. En su forma de hablar, de caminar, de leer, de mirar películas, de escuchar música e inclusive de amar.

La abrazaba y sintió como si estuviera abrazando a su padre y luego de un momento como si estuviera abrazado a un arcoíris que le iluminaba profundamente el centro de su alma y el todo de su corazón.

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Este texto forma parte del especial ¡Ay, mi familia!