Historias de película
“ La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”
(Gabriel García Márquez)
El cine boliviano, desde su nacimiento, fue gestado como una aventura, caso contrario sus precursores habrían tirado la toalla en el primer rodaje.
Eran otros tiempos, la producción cinematográfica demandaba rigor, recursos, cánones estrictos, las historias debían contarse en formato celuloide, pero esa sofisticación no desanimó a los cineastas que decidieron acortar el camino, vencer los escollos y empezar a contar historias propias que resultaran atractivas para las grandes masas.
Y así como una aventura sin fin, fueron surgiendo relatos, anécdotas, seguidores, fieles y devotos de la producción nacional, emprendimiento en el que las mujeres, por ejemplo, jugaron un rol fundamental e hicieron posible que esta aventura engrosara las alas para luego brillar en festivales internacionales y dejar por sentado que Bolivia tenía mucho que contar.
Jorge Sanjinés y Antonio Eguino, pioneros del cine boliviano, todavía viven y respiran cine. Una muestra de ello es que constantemente están rumiando nuevos proyectos cinematográficos, cueste lo que cueste.
Sanjinés internacional
Después de mucho pensar y madurar, al cineasta Jorge Sanjinés le asaltó la idea de reactivar la sala cinematográfica Ukamau, allá en el pasaje Sanauja, próximo al Parque Riosinho. Para ello debía realizar una preparación previa al lanzamiento que lo ayudara a lograr el éxito deseado. Por esa razón mandó a remozar las butacas, se preocupó de poner a tono la proyectora, verificar y ecualizar el sonido, habilitar la boletería y toda la parafernalia que suponía poner en marcha una actividad semejante.
El lanzamiento y reapertura debía tener impacto y luces propias, por ello mandó a fabricar un enorme cartel que anunciaría la programación de la semana y que pudiera ser vista por el público para atraer su atención y curiosidad.
Pero Sanjinés, además pretendía lograr que los espectadores accedieran a grandes producciones del celuloide internacional, por tanto, la cartelera era variada; ofrecía un interesante combo de películas nacionales y también internacionales.
Una de las primeras en ser seleccionada, por tratarse de un verdadero clásico, era nada más y nada menos que Zorba el Griego del escritor greco Nikos Kazantzakis, interpretado magistralmente por Anthony Quinn, en una película que muestra la ancestral alegría de vivir, sin mirar ni al pasado, ni al presente, ni al futuro.
Toda la información fue plasmada en un colorido volante informativo que sería entregado al público paceño. Hasta ahí todo iba bien. Fue entonces que alguien de su equipo sugirió a Sanjinés tomar los servicios de impresión en una imprenta que funcionaba en El Alto y que ofrecía precios competitivos. Decidiéndose que la impresión tuviera altura y alto vuelo.
A los pocos días, muy bien empaquetados llegaron los volantes impresos al escritorio de Jorge que los abrió emocionado para ver cómo quedaron; pero grande fue su sorpresa al observar que el nombre de la película internacional en cartelera había sufrido una fatal alteración, en lugar de Zorba el griego se leía Sobra el Griego.
A pesar de semejante yerro, Jorge tomó las cosas con calma e intentó que se enmendara el error, pero este traspié marcó un inicio accidentado para el nuevo proyecto que él pretendía llevar adelante.
El cine funcionó por pocas semanas y luego decidió cerrar ese capítulo retirando ese enorme cartel que costó esfuerzo a un puñado de jóvenes ubicarlo en una pared del parque.
Eguino, el mar y el nieto
Tras largos años de trabajo, el cineasta Antonio Eguino logró estrenar la emblemática película Amargo mar sobre la guerra del Pacífico, cuyo argumento histórico defenestraba a los supuestos héroes y los transformaba en villanos por la pérdida del mar. Esa era la tesis que sostenía el cineasta tras una larga investigación, por esa razón la película fue resistida e incluso censurada.
Lo que Eguino no sabía es que años después una reportera de Canal 7, en el propio canal que él dirigía y sin trámites, preparó una nota especial sobre el 23 de marzo, donde los villanos de Eguino recuperaban su condición de héroes ante la historia, para mal de males la película del cineasta no fue mencionada y menos utilizada como fuente para la elaboración del reportaje.
Luego de enterarse de semejante despropósito, para templar los nervios, se tomó un “kaj” e inmediatamente llamó a la dirección a la reportera. Nadie sabe cuál fue la intensidad de la conversación, lo cierto es que la novata periodista cerró la puerta sigilosamente y en silencio abandonó el canal.
Pero esta no fue la única vez que Eguino fue sorprendido. Un domingo de otoño, luego del almuerzo familiar, conversaba amenamente con su nieto, Federico Schmidt y éste le preguntó cuánto tiempo venía trabajando en su último proyecto cinematográfico, refiriéndose a Los Andes no creen en Dios. El abuelo, sincero y sin vueltas, le respondió: “Más de diez”, a lo que Federico le replicó: “Abuelo…tantos años… te aconsejo abandonarlo”
Pero Eguino, fiel a sus principios, se empeñó en culminar esta gran obra basada en el libro del escritor boliviano Adolfo Costa Du Rels, que destaca el auge de la minería en Bolivia y la peculiar vida en los centros mineros.
Aguirre, sucesor de Cacho Soria
Guillermo Aguirre, a no dudar, fue un hombre multifacético, destacado camarógrafo, tenía olfato periodístico y una mirada original de ver y enfocar las cosas. Inquieto, divertido y amante de nuevos retos, durante años fue compañero de aventuras del guionista Cacho Soria, considerado su maestro, de quién heredó el gusto por la lectura y la fascinación por contar historias con identidad nacional.
Tras el fallecimiento de Cacho Soria, Guillermo decidió seguir sus pasos y para ello ensayó cientos de guiones e historias que coleccionaba en un folder amarillo. Aguirre escribió el guión de Mi Socio y El día que murió el silencio, películas taquilleras llevadas al cine por Paolo Agazzi. El primer trabajo catapultó a Aguirre como sucesor de Soria y el segundo fue un homenaje a la vida y obra de Soria, filmada en Totora, Cochabamba.
Guillermo, como buen paceño, conocía a esa La Paz profunda, la misma que recorrió el poeta y escritor Jaime Sáenz. En esas incursiones nocturnas su única preocupación radicaba en no perder sus lentes de aumento en alguna chingana, por esa razón compraba, en la Pérez Velasco, docenas de lentes desechables, dejando a buen recaudo sus lentes adquiridos en una óptica.
Aguirre falleció en La Paz a los 69 años dejando un legado de guiones por realizar.
Pero por ahora paro para seguir después, ya que el cine boliviano y sus protagonistas son una fuente inagotable de historias y hazañas, que ni el gran Cacho Soria podría haber imaginado ni narrado.