100 pesos la arroba de papa, ¿y si mañana, además, no hay?
“Cien pesos la arroba, señora, y en marzo además ya no va a haber”, me dicen en la Rodríguez. Un post en Facebook me avisa que están cobrando 4 Bs la sopita de fideo si es con papa, y algunos están ofreciendo en lugar de papa, yuca frita, ya que la alternativa del oriente está –todavía–, a precio normal. Sumarle el costo a la papa nuestra de cada día nos tiene que doler, no solamente en el estómago y en la billetera, sino en el imaginario.

Porque sin la papa, sin el chuño, ¿qué siempre somos? ¿Será posible que el cambio climático, la falta de lluvias, las inundaciones, y la situación inestable de nuestro hermano Perú nos afecten de esta manera, tan cotidiana y definitiva?
La papa salvó del hambre a Europa, puede caer muy mal cruda y la gente originalmente creía que era venenosa; tardó sus buenos siglos en ser aceptada y solamente se hizo famosa gracias a la movida de Auguste de Parmentier, que puso guardias en sus campos y les dio instructivos para que aceptaran sobornos si alguien quería robárselas. Y luego, bajo el inconspicuo nombre de patatas, se hicieron legendarias: fritas, en puré, rebanadas y consumidas como snack, la papa es parte del acervo cultural del mundo.
Po supuesto, además, la patata es solo un tipo de los cientos de variedades que tenemos la dicha de consumir aquí en Bolivia: la papalisa, la pinta boca, el isaño, son todos partes de esta noble familia, aunque sean mucho menos conocidas en el exterior. Cuando nosotros sufrimos por falta de papa, sufrimos por partida triple. Sin papa no hay t’unta, no hay imilla, no hay papines, y, por ende, no hay comida tradicional: casi todo lleva papa.
Mi escena favorita de la literatura referida a la papa retrata a este noble alimento de cuerpo entero: Rincenwind, (famoso en las novelas de mundo disco), ha estado solo en una isla desierta durante mucho tiempo. De pronto se le aparece, semidesnuda, la reina de las amazonas. Con candor, le señala que ella y sus amigas han venido a buscar a un hombre para cumplir su ritual de apareamiento anual, y que están dispuestas a satisfacer sus más recónditos deseos, pero todo lo que Rincewind quiere son cosas hechas con papa: purés, latkes, papa al horno con crema agria, esas cosas, y la incredulidad de esta bella mujer es mayúscula, ¿renunciar a los placeres lascivos, por un vegetal tuberoso? No lo puede creer.
Yo no solamente le creo, sino que le hubiese ofrecido sopa de papapica al mago, en mi opinión, la mejor sopa del mundo.
La Paz, 10 de febrero de 2023