Rodrigo Rojas, el cantante de las cosas bellas
Aprieta los puños esperando el momento justo para bajar del segundo nivel de la gradería del coro. Ya se acerca el momento de cantar solo. Baja un pie y detrás el otro, y luego el otro, hasta llegar al micrófono designado. Es un niño flaco y algo desgarbado. Aparenta tener un poco de miedo. Pocos dirían que el solo que están a punto de escuchar lo consiguió ni bien entró al coro, y es que tiene apenas diez años, pero su voz ya promete mucho. Respira profundo y con una entonación algo flamenca canta: “San José al niño Jesús un beso le dio en la cara y el niño Jesús le dijo: ‘Que me pinchas con las barbas’ ”.

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Rodrigo Rojas es un cantautor paceño que vive y canta en México hace más de veinte años. Ha cantado en Argentina, Costa Rica, Perú y EEUU. Tiene siete discos grabados y más de 60 canciones compuestas. Ha compartido escenario con Ricardo Montaner, Alberto Plaza, Kalimba, Alejandro Filio, Pablo Milanés, Fernando Delgadillo y Pedro Guerra. Está casado hace quince años con Anette Asbún y tiene un niño de tres años, llamado Julián.
Es para mí un amigo muy querido. Hablar de él es recordar mi niñez y mis inicios en la música. Lo conocí cuando ambos construíamos nuestras primeras armas cantorales en nuestra primera década de vida en la Coral Infantil de la Sociedad Coral Boliviana. Era un niño muy tímido, risueño, amable e ingenioso cuando ya había entrado en confianza.
Desde que se fue a México a los 20 años lo he visto poco, salvo cuando tengo la alegría de que cantemos juntos en los conciertos que da cuando llega a La Paz. Al decidir escribir sobre él, me di cuenta de que muchas fichas del rompecabezas de su vida me hacían falta. Quiero que me las cuente y él acepta feliz hablarme de esas facetas que yo no había visto nunca, gracias a la virtualidad que hoy permite estas cosas.
Aunque no hayamos hablado hace mucho tiempo, siento que la amistad sigue ahí. Apenas comenzamos a hablar reconozco al niño de hace treinta años atrás, con la misma sonrisa amplia y sincera que se extiende hasta sus ojos y que ni el tiempo ni la distancia logran distorsionar. Conserva un aspecto juvenil, lleva puesta una polera gris camuflada, el pelo largo atado en una cola, una barba prolija y lentes.
Mientras charlamos, recuerdo las guitarreadas épicas que sus papás organizaban en su casa del barrio de Miraflores. Todos, los invitados, padres e hijos, teníamos que cantar, mientras las guitarras pasaban de mano en mano. De repente, Eduardo, el papá de Rodrigo, para nosotros, el Chichi Rojas, canta uno de los éxitos de Leonardo Favio: “Razón de mi vida, mi fe, toda mi alegría. Molino en que gira mi ser, mi amor y mi vida” y estallan los aplausos, mientras corre el vino, las risas y los saludes. Para nosotros eran canciones de grandes, pasadas de moda, pero hoy, curiosamente, empiezan a hablarnos.
Esther, su mamá, alta y linda, y Chichi cantan y aman la música y, aunque ninguno se dedicó a ella de manera profesional, han promovido en sus tres hijos, Rodrigo, Andrés y Diego, el amor por el arte en todas sus expresiones.
Como era lógico, Rodrigo creció imbuido de canto y bohemia. De ese niño recuerdo especialmente una obsesión por los Beatles, cuando nosotros, críos, no sabíamos ni bien quiénes eran. Siempre cuenta como anécdota que grabó la canción Yesterday en todo un casete, lado A y B, porque le encantaba la melodía y no podía soportar que se termine. También recuerdo que me regaló un casete grabado con las mejores canciones de Whitney Houston. Teníamos 11 años y nadie sabía por dónde nos llevaría la vida.
Llegada la adolescencia ya tenía varias composiciones, había tomado clases particulares de guitarra y armonía, y se acercaban los dieciocho, cuando se debe decidir qué estudiar. Había averiguado sobre universidades que tenían la carrera de Música en Chile, a las cuáles se podía ingresar con un examen de suficiencia académica. Rodrigo les pidió a sus papás que lo apoyaran económicamente para sacar su primer disco y él estudiaría para dar el examen de suficiencia y entrar directamente al segundo año de la Universidad en Chile. Ese era el plan.
Su disco Los cuentos, la vida moderna y tú tuvo muy buena acogida y la canción Te imaginas se mantuvo en los principales rankings de Bolivia por más de 20 semanas consecutivas. Lastimosamente, tiempo después las disqueras tomaron la decisión de retirarse del país, lo cual fue desestabilizador para muchos artistas que se estaban gestando.
Alejandro Filio, cantautor mexicano, llegó a La Paz el año 2002 para dar un concierto. Casualmente, el after o guitarreada se hizo en la casa de los papás de Rodrigo. Allí el cantante mexicano le comentó cómo era el movimiento musical en su país, le pasó contactos y así fue como ese mismo año Rodrigo decidió aventurarse e irse a México y cambiar su plan inicial de ir a estudiar a Chile.

Apenas llegó, se inscribió a la Academia de Música Fermatta para continuar con sus estudios de composición musical, sin embargo, tuvo un problema con su permiso de residencia. Un día le llegó una carta donde le daban treinta días para abandonar el país. Ante esta noticia, él va al Instituto de Migración que está en el barrio de Polanco para tratar de arreglar la situación, pero no le dan ninguna solución, así que sale bastante desconsolado del lugar con su pasaporte y todos los papeles en sus manos. De pronto, choca con una persona y se le cae todo al piso, así como en la tragicomédica escena una decena de veces vista en las películas. Esa persona le ayudó a levantar todo y cuando se incorporó, tratando de poner orden al fajo de papeles revueltos al tiempo de agradecerle por el favor, se dio cuenta de que ese amable señor era el famoso cantante de 40 y 20 y de El Triste, quien había sido “el príncipe de la canción mexicana” en esa tierra que gusta de poner apodos a sus máximos representantes (no por nada Luis Miguel es “el sol de México”). El susodicho solo lo ayudó a levantar todo y se fue, pero para Rodrigo la escena representó una confirmación: “Pensé que era una señal. Quizá la burocracia me decía que no, pero México me decía que sí”.
Sin echarse para atrás, porque era consciente de que sus papás habían hecho un esfuerzo por él, que tenía un sueño, buscó un abogado y se puso a buscar trabajo. Cerca del lugar donde vivía había una peña que se llamaba El Mesón de la Guitarra y el que elegía a los artistas era, casualmente, un boliviano, el maestro Cesar Espada. Fue a buscarlo. Don César le pidió que subiera al escenario y que toque. Al terminar le preguntó si podía comenzar esa semana y así fue como consiguió su primer trabajo.
Esa misma semana caminando por una ciudad de veinticinco millones de habitantes, aunque resulte imposible creerlo, se encontró con una compañera de colegio que le dijo que en otra peña llamada El breve espacio estaban buscando un reemplazo para otra muchacha que se iba a ser corista de Arjona, y que necesitaban a alguien que entre a ocupar todos sus lugares. Fue, cantó y también le dieron el puesto.
Dos semanas buscando y él ya tenía trabajo. Tocaba de martes a sábado de 5 a 6 horas diarias en distintos bares y peñas. Podía vender muchos de sus discos y eso le permitía mantenerse y estudiar en su Academia. Fue un tiempo muy sacrificado, de cantar sin descanso hasta, en algunas oportunidades, quedar literalmente sin voz.
“Los dos primeros años fueron bastante difíciles, de extrañar muchas cosas, la familia, a Anette, los amigos. Extrañar quién era en Bolivia”, me dice. Y es que migrar también es sentirse inadaptado, pasar de un sistema a otro, sentirse ajeno a casi todo hasta encontrar esos códigos que nos ayuden a conectar con la gente.
Lo asaltaron tres veces durante los dos primeros años. Le robaron dos guitarras, lo que lo dejó devastado, ya que estas no solo eran sus herramientas de trabajo, sino también historias, recuerdos y afectos.
─Todo lo que has vivido te ha tenido que templar a nivel personal y eso inevitablemente se siente en el escenario, porque eres un tremendo anfitrión en escena. Basta ver cómo manejas a tu público, el carisma que tienes; digo, yo te conozco desde niño, sé lo tímido que eras. ¿Cómo adquiriste esa habilidad?
─En los bares, los cantautores teníamos que desarrollar la habilidad para capturar la atención de la gente que quería hablar y no precisamente escucharte, y menos si era una canción nueva, es decir tuya, y no un cóver. Entonces, había que comenzar contando una anécdota y mejor si era graciosa, porque la risa conmueve, sensibiliza y te ayuda a conectar.
Concuerdo plenamente.
Afortunadamente, el tiempo lo acomoda todo y, al cabo de tres años, todo fue tomando forma. En lo profesional, cada vez estuvo más involucrado en el mundo de los cantautores latinoamericanos, procurándose un lugar con sus propias composiciones y consiguiendo un público de fieles seguidores que lo acompañan hasta el día de hoy en sus conciertos. Y en lo personal también, ya que se casa y su esposa se va con él a México a construir una historia juntos.
─¿Qué te motiva?

─Poder conmover y conmoverme; tener los ojos bien abiertos a las cosas bellas. Componer es compartir y contagiar eso. Cuando siento que mis canciones han colaborado en que alguien ame un poco más la vida, ese es para mí el motor central.
Durante estos más de veinte años en México realizó conciertos en prestigiosos escenarios, como el Lunario del Auditorio Nacional, donde incluso grabó un álbum en vivo. También cantó en El Voilá, en la Ciudad de México; el Teatro de la Ciudad, en Querétaro, y el Auditorio del Complejo Cultural, en Puebla.
También ha participado en importantes festivales como cantautor: cuatro ediciones del Trovafest en Querétaro, el Festival Internacional de la Trova en Mérida y el Festival Cultural de Zacatecas.
El 2016 recibió la beca Ana María Grever, otorgada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), el Auditorio Nacional, la Fundación Alfredo Harp Helú, la Academia Latina de la Grabación, la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal y la Fundación Azteca, a través de la cual se pretende promover e impulsar la creación de la canción popular mexicana en diferentes géneros y contribuir a mantener viva una de las expresiones más características de su cultura. Este es un premio muy representativo para los cantautores mexicanos y lo ganó un boliviano.
Ha grabado canciones junto a grandes cantautores latinoamericanos, entre la que destaco Alegría Pura, que además es de su autoría y nace a manera de festejar sus 40 años en este mundo. En esta canción se puede escuchar junto a su voz las voces de Alberto Plaza, Alejandro Filio, Adrián Gil, Edgar Oceransky y muchos otros.
Su vida, no cabe duda, está en México, sin embargo no ha perdido los lazos con su natal Bolivia. Desde que se fue, hace 20 años, no ha dejado de tener contacto con su país, por lo que regresa una vez al año para dar una gira de conciertos y pasar un tiempo con su familia, casi como si fuese un ritual para recargar energía y volver a esa vida que ha elegido, lejos de muchos de sus afectos.
Sus papás, hermanos y esposa siempre han estado involucrados en su carrera artística, apoyándolo desde la publicidad, marketing, producción o desde donde pudiesen, mostrando una mezcla de generosidad sin límite y orgullo por quien aman y admiran profundamente y, estoy segura, este es un sentimiento totalmente recíproco que ya ha sido plasmado en alguna canción que está aguardando para ser presentada cuando sea su tiempo, así como pasó con el Tango del olvido, una canción que compuso para su abuela. “A ella le debo el amor que le tengo a la poesía y a la literatura. Teníamos una relación muy estrecha y en los últimos años de su vida fue perdiendo la memoria hasta el punto de dejar de reconocer a la gente, olvidar dónde estaba y hasta quién era. Fue un proceso largo y muy duro. Yo le había prometido hacerle un tango y aunque no es un género en el que yo sea experto me atreví a hacerlo para cumplir mi promesa”. Mientras lo escucho, pienso en cuánto me conmovió esta canción cuando la escuché por primera vez. Definitivamente, creo que es una de las mejores composiciones que ha logrado en toda su carrera por la calidad musical y poética que tiene.
Nuestra sesión de meet ya va llegando a su final y el tiempo ha pasado volando. Los compromisos apremian y debemos volver a las ocupaciones agendadas. Ha sido muy emotivo dar una ojeada al pasado y también inspirador ver todo lo que se puede lograr cuando no solo hay talento, sino, y por sobre todo, determinación y constancia, porque eso es lo que hace la diferencia.
Al desconectarme, pienso que no le pregunté si se considera una persona exitosa. Tal vez no era necesario. Lleva veinte años viviendo de hacer lo que ama, nunca ha tenido que trabajar de otra cosa. Si eso no es conseguir el éxito, entonces no sé qué es.