Cenizas

A partir de la sencilla y corta pregunta que a todos nos han realizado alguna vez: “¿Dirección?”, Debra profundiza y complejiza la posible respuesta desde la narración de un evento desafortunado que atravesó junto con su familia.
Editado por : Daniela Murillo

¿Dirección? Es una pregunta común y corriente, y en muchos casos fácil de responder, especialmente si sabes de dónde vienes y a dónde vas o si por lo menos tienes un lugar dónde vivir. Las preguntas también pueden tornarse más profundas: ¿Dónde vives? ¿Tienes un hogar? Pero muchas veces esas preguntas no pueden ser respondidas con una oración corta.

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Confiados en que todo nos pertenece y en que las cosas durarán para siempre, no solemos apreciar el presente./ Fotografía: Pixabay.

Antes, pensar sobre ese asunto me hubiera parecido trivial y hasta absurdo, un aspecto mínimo y nada interesante, pero ahora es un tema que me quita el sueño y me ha hecho cuestionarme muchos aspectos de la vida. De manera que, como la desembocadura de un río, cuyos afluyentes se unen hasta formar un gran cauce; acontecimientos aislados se unieron de a poco hasta llegar al ‘incidente’, el cual relataré a continuación.

Todo comenzó unas semanas antes, cuando estábamos en el patio y mi papá nos mostró que en el cielo había una franja de colores. En ese momento pensamos que se trataba de un arcoíris, sin duda, pero nos equivocábamos. Según investigamos después, era una señal de movimiento tectónico que anunciaba un desastre natural.

Días después, mientras estábamos en la sala, escuchamos un estruendo, como de algo que se quebraba; mi hermano fue a revisar si algo sucedía y al no percatarse de nada inusual, no le tomamos mayor importancia. Sin embargo, cual arcilla para un torno, la tierra llena de greda se había preparado para una revolución. Llovió durante más de cuatro días seguidos, y cada gota que caía ablandaba la superficie, haciéndola suave y resbaladiza, pero provocando a su vez que se abrieran grandes fisuras; una de ellas se había creado justo bajo nuestros pies y no lo supimos hasta que fue demasiado tarde.

La noche anterior al incidente vimos la película Historias de miedo para contar en la oscuridad. En aquella película se explora la idea de que los relatos de terror que elige contar la protagonista se hacen realidad; en esos momentos no nos imaginábamos que pronto, más propiamente al día siguiente, una historia de terror se haría realidad en nuestras vidas.

Quizá la anticipación nos la dio Prometheo, nuestro perro enorme, característica que no puede faltar en la raza gran danés, que se despertó temprano y comenzó a ladrar insistentemente. Aunque fatigado por la edad, siempre inteligente y con sus ojos cafés con borde dorado, parecía querer decir algo, nosotros lo interpretamos como que quería salir a pasear. Tanta fue su insistencia, que nos vimos en la obligación de atender su petición y nos pusimos en marcha. Por la mañana habíamos amanecido respirando un aire festivo de algarabía y alegría; era época de carnavales. El sol, después de tantos días oculto por la las nubes cargadas de lluvia, había salido brillante y triunfal; así, el día se prestaba para realizar cualquier actividad al aire libre. Al ser una numerosa familia, dos de mis hermanas se quedaron en casa. Mi hermana mayor se quedó descansando en su cuarto y la menor permaneció acurrucada en el sofá de la sala. 

Por nuestra parte, quienes salimos, nos encontrábamos despejando nuestras mentes, pero no pasó mucho y mi papá recibió una llamada de mi hermana mayor que nos hizo despertar a la realidad: nuestra casa se estaba colapsando. Al principio no pudimos creer la noticia. ¿Nuestra casa se estaba cayendo a pedazos? ¿Cómo era eso posible? ¿Qué haríamos ahora? Cuando llegamos, todo era confusión y desorden; nuestra cuadra se había convertido en una zona de desastre.

El estruendo era totalmente espantoso. Me acerqué para mirar mi casa; los vidrios de las ventanas se quebraban estrepitosamente mientras sus marcos se doblaban. Todo el peso de la construcción se había concentrado en el lado izquierdo, provocando que el piso superior se inclinara en ese sentido. Podía ver cómo varios objetos de las habitaciones caían por las ventanas. Nuestra pared externa estaba derribada, con los ladrillos quebrados, y nuestras plantas yacían sepultadas bajo los escombros.

El poste de luz de nuestra calle se inclinó, para luego caer completamente, arrastrando consigo los cables eléctricos. La electricidad había sido suprimida, así que eso evitó mayores inconvenientes. 

Ese día nuestros gatos desaparecieron, nunca los pudimos recuperar, aunque los buscamos insistentemente. 

Las casas alrededor de la nuestra no se vieron exentas de la destrucción. La casa que se encontraba al lado izquierdo a la nuestra estaba casi intacta, pero algo inclinada hacia el frente de su fachada, la misma que se torcía lentamente cada vez más y más. Las mascotas que se encontraban en la parte superior ladraban nerviosamente, hasta que finalmente fueron expulsadas antes de que toda la edificación cayera, ninguna salió lastimada afortunadamente.

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“Prometheo, nuestro perro enorme (…) se despertó temprano y comenzó a ladrar insistentemente. Aunque fatigado por la edad, siempre inteligente y con sus ojos cafés con borde dorado, parecía querer decir algo…”./ Fotografía: Debra Ethel Candia Reguerín.

Cuando el personal de ayuda llegó, toda la zona quedó acordonada, impidiendo el tránsito. No nos dejaban ingresar a nuestra casa porque las paredes podían caer sobre cualquiera que lo intente, inclusive era un peligro para el personal de emergencias, que de todas maneras lo hizo para socorrer.

Esa noche tuvimos que dormir bajo la luz de las estrellas y de los reflectores que pusieron para seguir trabajando. Nos refugiamos dentro de unas carpas, esto para evitar que nos robaran nuestras pertenencias; lastimosamente aquello no se pudo evitar, dado que, aunque habían muchas personas decentes trabajando en el rescate de nuestros bienes, muchas otras no lo eran y fueron ellas las que se llevaron cuanto cabía en sus bolsas (tenían sacos para reunir los enseres de cada casa y que así no se mezclaran).

Cerca y lejos se escuchaban gritos y lamentos. Un vecino, incluso, tuvo que ser contenido debido a que no cesaba de gritar, él quería encontrar el dinero que había escondido debajo de su propiedad. Un policía se le acercó y casi recibió un golpe de su parte; después conversaron un buen rato y el policía le permitió ingresar a lo que fue su casa.

Casi veinte familias quedaron afectadas por el desastre.

En ese momento no llegué a creer que perder la casa donde viví nos afectaría tanto, ahora, cuando pienso en ese día, es para rememorar un pasado que nunca volverá.

Como familia tenemos muy presente ese evento, porque marca un antes y un después en nuestras vidas. No fue una situación fugaz ni algo que se pueda olvidar. Y nos afecta, no solo porque perdimos nuestro hogar, sino porque experimentamos mucho estrés y dolor en el proceso.

Quizá sea difícil de entender para alguien que no pasó por una experiencia similar. Hay un vacío que se siente al perder innumerables de tus pertenencias personales, no se trata del valor que tenían a nivel económico, ni nada parecido a eso, sino se trata de lo que todas esas cosas representaban y representan para ti y para tu familia. Ahora bien, todos los recuerdos no desaparecerán porque las cosas se hayan ido, sin embargo, es realmente traumático verlas destruidas, maltratadas, convertidas en polvo y ceniza o simplemente dejar de verlas. Todo ello como una representación de la futilidad de tu propia existencia, del paso del tiempo, de la importancia que toman las cosas y las memorias, así como los nuevos recuerdos que se forman. 

Es curioso que el nombre de la zona en que estaba ubicada nuestra casa es “Kella Kella” que en aymara significa “ceniza” dado que era un lugar para deshacerse de las cenizas en tiempos muy remotos. Es extraño pensar que precisamente en ese lugar, debido a cómo sucedió todo, como familia, tuvimos que desechar muchas de nuestras expectativas bajo los escombros de nuestra casa. De esa forma nos aventuramos a un futuro incierto, atemorizante y lleno de desafíos.

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Este texto forma parte del especial ¡Ay, mi familia!