La mirada de un cielo celeste
La primera vez que María Victoria Saldaña fue al estadio no entendía nada sobre fútbol, pero sabía que amaba mucho a su abuelo. Ella tenía seis años y lo único que recuerda de aquel partido fue que sonaba una sirena como de un incendio, seguramente haciendo referencia al calor del clásico cruceño y, por sobre todo, a la pasión del hincha bloominista cuando comenzó a sonar el taquirari: “Es la academia que viene a ganar con gran destreza y humildad / es la celeste, señor/ ¡Blooming! orgullo del oriental / Llena los estadios del país y la hinchada crecen por doquier / todas las tribunas gritarán ¡Blooming adelante, sigue así!”

Reconoció aquella voz y su padre con una sonrisa que raramente hacía le dijo:
–Escucha atentamente ese himno, Vicky. El que canta es tu abuelo.
Es martes cuatro de abril en la noche y hay partido de la Copa Sudamericana y a las ocho y media en punto Puntuales, los equipos entran al campo de juego y desde el sector general hasta preferencia el estadio es una marea de globos celestes y una sola voz de gargantas eufóricas alentando a Blooming. El Tahuichi se vuelve un cielo celeste en plena noche estrellada.
En el cielo está Victoria. Con ella están sus tíos Freddy, Jaime, Alberto, Roberto y su hijo Eduardito. Están sentados en preferencia, en el último rincón del sector en donde no cabe ni una mariposa. Su sobrino Eduardito, de cinco años, se acerca a ella y se sienta en su regazo. Su tío Roberto sonriente le dice:
–Es la primera vez que Eduardito viene al estadio. ¿Cómo la estás sintiendo vos, Victoria?
–Es la tercera vez que vengo. La primera fue un clásico cuando era peladita. Tendría unos seis o siete años. La segunda fue el año pasado cuando jugamos la semifinal contra Bolívar y era el cumpleaños de mi abuelo. ¿Santos es buen equipo?
–Ganaron tres Libertadores y sacaron a Pele y a Neymar.
Después de un rato el partido comienza y el cántico se apodera del alma del Tahuichi mientras Blooming se para firme en contra del Santos y Victoria se seinte más nerviosa mientras el equipo de blanco tiene la posesión del balón.
Un año atrás, cuando Victoria tenía quince años, acompañada de sus tíos Freddy, Jaime y Alberto salieron del restaurante chino, el favorito de su abuelo y donde casi siempre celebraban su cumpleaños. Parquearon la movilidad en el Fidalga del Trompillo, que estaba repleto de soldados celestes y parecía una imagen sacada de la mente de un pintor del renacimiento, con el pavimento celeste como el cielo en plena tarde cruceña.
Caminaron hasta el Tauhichi al son de una tormenta de bocinas y carajazos mientras los hinchas que discutían con los conductores de los vehículos como diciendo: “¡juega Blooming! ¡Qué mierda esperas!”
Caminaron y en el trayecto se cruzaban con revendedores y caseras ambulantes que vendían desde pastillas hasta cajetillas de cigarrillos. Mientras más se acercaban al Tahuichi, mayor era la tensión, al punto que Victoria imaginaba que algo así era como ingresar al estómago de una bestia hambrienta.
La primera llegada al arco del partido la devuelve al presente. Viene por parte de los celestes y eso fue gracias al conejo Arce quien, por el costado izquierdo, improvisó un centro al área y le salió bien metido al arco. Igual el portero Joao Paulo despejó la pelota de un manotazo.
El profe Bustos da indicaciones a su defensa. Córner para Santos y sus centrales son más altos y Messias salta y logra conectar la pelota, pero esta se desvía bastante del arco de Braulio Uraezaña. El partido es un vaivén y Marcos Leonardo logra la primera llegada sólida del Santos disparando desde afuera y da justo en el centro del portero celeste.

Faltaba una hora para que comience el partido contra Bolívar y en preferencia apenas entraba el oxígeno. La zona de curva se escuchó el ruido de tambores que se convertía en uno solo eco y las voces dispersas que se hacían una sola coreando canciones del equipo. Llegaron sus dos tíos con la Coca Cola, Fanta y vasos de mocochinchi para aliviar el calor del ambiente y la temperatura del cielo más puro de América a las dos de la tarde.
Pasa una señora con una canasta de paja entre los brazos, como si fuera la caperucita roja ofreciendo cigarros y golosinas. Alberto se compra un paquete de cigarrillos y un encendedor y Roberto le compra a su hijo Eduardito un chupete rojo. Mientras eso pasa, Arismendi por el lateral derecho avanza y amaga a dos jugadores blancos y eso produce un “óle” repleto de eco que corta el aire. Se la pasa a Juan Carlos Arce, este la mete en el centro, casi en la línea del área grande, para Rafinha, quien patea de lejos y el disparo da justo en el centro del guardameta Joao Paulo. Pasan varios toques de balón, barridas, contra barridas, contra ataques y recuperaciones e Ivonei Rabelo dispara desde su posición al costado del área y da en las manos de Uraezaña.
El equipo del profe Venegas entró a la cancha y se hizo una humareda celeste que cubría todo a su paso como la neblina de una historia fantasmagórica mientras se orquestaba el cántico y en ese momento el aire se volvió celeste, mientras el aullido del viento era apagado por el cántico bloominista de pasión: “Señores yo soy de la academia / a Blooming lo sigo a donde va / No importan los malos resultados, nunca te voy a abandonar”.
El ruido era un rugido incontrolable mientras el Tahuichi vibraba como si un terremoto estuviera azotando Santa Cruz y el cielo era de Blooming en vez del cielo más puro de América.
De pronto comienza a rugir la sirena y a sonar el taquirari y Victoria sintió un nudo en el corazón al oír la voz de su abuelo tan pura y clara mientras el estadio se unía a la voz de Tito Saldaña y al ritmo de los cambitas: “Vamos Blooming, vamos ya /Vamos, vamos a ganar / Que tu hinchada espera ver, ¡muchos goles por doquier! / En el cielo azul verán el celeste triunfador / De la cancha se oirá a la barra repetir / ¡Blooming! ¡Blooming!” Sintió unas leves lágrimas salir por sus mejillas y se abrazó con su tío Freddy y se sintió feliz porque sabía que su abuelo vivirá siempre en aquel himno. El partido arrancó puntualmente a las tres de la tarde y la barra no paraba de saltar y los bombos y platillos de tocar.
El primer tiempo se termina y las personas se levantan para buscar algo de comer. Freddy y Jaime se levantan y le dicen que le van a traer un asadito para que pruebe con un mocochinchi. Alberto enciende un cigarrillo mientras se encuentra de pie. Roberto carga a Eduardito y dice que lo va a llevar al baño. Pasan unos minutos y llegan con los asaditos y el mocochinchi y ella le da un bocado al trozo de carne aplastado y lo pasa con un sorbo de la bebida.
–¿Qué te pareció, Victoria? –pregunta Freddy.
–Muy bueno, tío. Gracias.
El profe Venegas daba indicaciones eufóricamente para que sus jugadores se ordenen al ver que Bolívar recuperó la pelota. Alex Granel lanzó un pase desde la mitad de la cancha que cayó en el pie de Chico Da Costa y se fue por la banda izquierda, dejando sentado al central Iribarren y metiéndose en el área mientras el defensa Sagredo abrió las piernas como las puertas de una discoteca el 24 de septiembre y Chico dio un pase preciso que únicamente fue empujado por Bruno Savio dando la ventaja inicial al minuto 47 del segundo tiempo para Bolívar.
Lucas Barbosa casi al borde de su área grande la tira larga para Marcos Leonardo y deja mal parado a Blooming. El portero debe salir de emergencia y barre, a unos cuatro metros del área grande, a Marcos Leonardo, quien se levanta rápido y dispara sin puntería. Sin embargo, el árbitro detiene el partido y le saca tarjeta amarilla al portero. Hay quejas de los dos equipos y el árbitro decide ir al V.A.R. El Tahuichi se transforma en un bosque repleto de pajarillos violentos. Las silbatinas de la hinchada aumentan y la decisión del árbitro se manifiesta en la expulsión de Uraezaña. El bosque pasa a ser un corredor de insultos y todas las voces se unen para gritar: “Hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta”.
Eduardito se pone de pie en las rodillas de su padre. Roberto lo sostiene e imitando a lo que dicen sus tíos y extendiendo los brazos grita:
–Hijo de puta. Hijo de puta.
Ríe muy fuerte y hace que Victoria ría y le toque las mejillas y le diga:

–No digas eso, Eduardito. Tu mamá te va a castigar y te van a llevar con la directora en el kínder.
Se prepara el portero suplente y es apoyado al unísono con aplausos cuando se realiza el cambio. Sale Juan Carlos Arce y entra el portero suplente, Johan Gutiérrez. Pasan unos minutos y llega al medio campo el Santos sólido como un pedazo de hierro y Camacho abre para Felipe Jonatan que desde el costado del área izquierda lanza un bombazo de zurda que va en línea recta y es atajada por Gutiérrez. La jugada sigue en los pies del recién ingresado Angelo Gabriel, pero la buena labor defensiva por parte de Blooming hace que se le vaya mucho la pelota y sea saque de puerta. El partido es un péndulo que puede ser para cualquiera y a los pocos minutos Blooming ataca y Sinisterra da un taco que entra en el área justo en los pies de Arismendi que remata al arco y su disparo es atajado por el portero. La jugada continúa y es despejada desde la media cancha hacia los pies de Marcos Leonardo, quien es perseguido por dos jugadores celestes cuando dispara en el borde del área y la pelota termina resguardada por el portero Gutierrez. Por un momento, el guardameta se queda quieto, dejando avanzar el tiempo, escuchando como el estadio repite al unísono, como si estuviera explotando un volcán: “Esto es Blooming la puta que te pario, esto es Blooming la puta que te pario, esto es Blooming la puta que te pario”.
Minuto 67, córner a favor de Blooming. Raphina se acomoda y el ambiente se sentía como si se estuviera acabando el cronómetro de una bomba nuclear mientras el jugador lanzaba el centro preciso que dio en la cabeza de Irribarren y se desviaba en José Sagredo golpeando la red y dando el empate. El estadio explotaba con el grito de gol y los bombos y platillos aumentaban, las gargantas rugieron como si fueran una manada de leones hambrientos: “Vamos, Vamos la academia, que te llevo dentro de mi corazón”.
La sirena sonaba como si fuera la alerta de un huracán y los tambores, platillos, trompetas y gargantas no dejaron de vibrar, como si fueran la caballería de un ejército enfilandose al campo de batalla. “¡Vamos, vamos, vamos, la Acade! ¡Blooming! ¡Vamos, vamos, vamos, la Acade! ¡Blooming!”
El profe Venegas daba indicaciones para que el equipo se mantenga ordenado. Minuto 85, Cabrera con la pelota larga y la defensa Bolivarista que la despejaba a medias, solo para que caiga en los pies del número 15 de la academia cruceña. Y, entonces, un bombazo al mejor estilo de una película bélica con el que Rafinha clavó el segundo gol en el ángulo. Las gargantas rugen rugían como si se estuviera resquebrajando una montaña gigantesca por un terremoto y Victoria se abrazaba con su tío Jaime y se le vino a su mente la sonrisa de su abuelo y la forma en como gritaría o como grita desde el cielo aquel sublime gol. La hinchada ardía como un volcán en erupción y el humo se convertía en un grito de: “¡Vamos, vamos, vamos, la Acade! ¡Blooming! ¡Vamos, vamos, vamos, la Acade! ¡Blooming!”
Alberto se compra un café cortadito y lo acompaña con su cigarro. Felipe Jonatan con la menos hábil desde el costado izquierdo lanza un centro que da en la cabeza de Marcos Leonardo, un disparo a quemarropa, repelido por Johan Gutiérrez, que yace muy bien posicionado y es recompensado con un coro de aplausos. El volumen de las palmadas aumenta al punto de hacerse ensordecedor, como los golpes secos y constantes de una cuadrilla de potros salvajes galopando. Roberto compra pipoca y chipilo, Freddy se lleva un poco de chipilo a la boca mientras mastica ansiosamente y su hermano Alberto enciende su enésimo cigarrillo.
Bolívar se llevó la victoria del primer partido de la semifinal de la liga anotando dos goles en el minuto 88, asistencia de Uzeda y gol de Rai Pablo Lima, y en el minuto 94 con gol de Javier Uzeda. Ambos goles fueron gracias a un hincha declarado de Blooming: el jugador Javier Uzeda Alderete que al finalizar el partido le pidió perdón a la hinchada, declaró su pasión de hincha por la academia cruceña y fue considerado el jugador del partido.
La última jugada del partido es un córner para Santos, la presión puede convertir el oxígeno en vapor, pero la jugada es precisa y da en la frente de Eduardo Gabriel quien lo convierte en gol. Por un par de segundos el estadio calla y Victoria se imagina a un caballero medieval con la cabeza cercenada de un solo tajo. Pero entonces vuelve el ruido, el caballero sigue avanzando con su corazón aun latiendo, todavía empuñando su espada.
El árbitro pita el final y el Tahuichi pintado de celeste aplaude mientras los hinchas van saliendo sintiendo que respetan cada vez más a su equipo que no se dejó doblegar con un tres veces campeón de la Libertadores.
Y en las graderías de todo el estadio algunos Blooministas que siguen aplaudiendo comienzan a corear fuerte como el rugir de un león en una cueva llena de ecos: “¡Señores, yo soy de la Academia! ¡A Blooming lo sigo a donde vaya! ¡No importan los malos resultados, nunca te voy a abandonar!”