Arte real e imaginario en el Salar de Uyuni
El peso de la sal
Aunque la costra salina del Salar de Uyuni es gruesa, no se puede evitar pensar que en algunas partes podría quebrarse. No es raro imaginar el hundimiento de pesados camiones que transportan bloques de sal, e incluso de personas que caminan por superficies que parecen muy finas por la presencia de los llamados ojos de agua, que además burbujean haciéndonos creer que tienen agua caliente. Tocando se advierte que el agua es muy fría. Las burbujas se deben al ascenso del aire que encuentra formas de salir y que está contenido en el agua de ríos que confluyen debajo de la corteza de sal y que se ubican en cuencas cerradas a las que se les llama endorreicas, porque sus aguas no desembocan en el mar sino en algún sistema de agua estancada como lagos o lagunas.
Los temores porque de pronto el salar se trague cuerpos sólidos por su peso excesivo y por el fino espesor de su primera capa deben disiparse, no tienen asidero científico alguno. El salar tiene once revestimientos de sal que van desde menos de un metro hasta diez, en una profundidad de hasta 120 metros, siendo la cubierta superficial la más espesa. Entre estas capas se acumula también el agua de lluvia, lo que posteriormente se convierte en salmuera cuya concentración de sales tiene variación dentro del mismo salar. Esta salmuera está compuesta por minerales valiosos como el cloruro de sodio, potasio, magnesio, azufre, boro y el preciado litio, que es el más liviano y paradójicamente el que más pesará económicamente en 2030 en el mundo, cuando su demanda global supere las tres millones de toneladas por año, en un escenario de fiebre por estas sales para las baterías de litio, pero también para tratamientos en la salud.
Con 10.500 kilómetros cuadrados, este es el salar más extenso del mundo. Tiene su origen en dos lagos, el Minchín, que existió hace 40 mil años, y el Tauka, hace 12 mil, cuando el derretimiento glaciar formó sus aguas. Con estos miles de años, ambos cuerpos de agua se evaporaron debido a la falta de afluentes y al calor por la actividad volcánica, quedando principalmente la sal. Hoy su fulgor es tal, que la mayoría de los satélites de imagen lanzados al espacio se enfocan en Uyuni para calibrar sus antenas e instrumentos fotográficos.
La alta y alba planicie tiene espacios seductores como el parque de las esculturas gigantes, por así llamarlo. Al parecer aún no tiene nombre. Está situado a como 50 minutos de la población de Uyuni. Tiene varias figuras enormes. Se destacan, gigantescos, una mano, que llaman “la mano de Dios”, un cóndor en posición vertical y una pirámide triangular.
Estas obras y otras de gran escala fueron diseñadas y trabajadas por más de una quincena de familias de la población de Colchani. Tienen como materia prima adobes de sal que transportan en camiones rústicos. Labran los bloques de sal con instrumentos que van desde sierras eléctricas hasta cinceles manuales dándoles la forma deseada en medio de condiciones extremas de aridez y radiación solar. Por ello, trabajan con las manos y el rostro totalmente cubiertos para evitar la inclemencia de los rayos del sol que están más cerca, por la altitud de más de 3.600 metros, y para evitar la salinidad que trae el viento y que lacera sus pieles cobrizas. Calixto Condori y su hijo Nebber son dos de los escultores en sal pioneros en el salar. Comenzaron con artesanías y en 2017 pasaron a las figuras gigantes cuando, en julio de ese año, crearon un reloj de sal para ser transportado en un carro alegórico. “Medía 3 metros 60 centímetros de alto y 1 metro 20 centímetros de ancho en sus cuatro lados”, dice Nebber, quien es uno de los autores del cóndor, que mide más de 4 metros.
Por supuesto, el fin principal de este parque es atraer a los turistas que se divierten posando al lado de estos portentos, para publicar luego las fotografías en sus redes sociales. Habrá otros que prefieren gozar el instante registrando en su retina y memoria la experiencia de estar en este mar de sal, cobijados en la “mano de Dios” o más libres que nunca en la cima de la pirámide de tres lados.
Estos artistas de la sal comprenden que el Salar de Uyuni es del Estado boliviano; sin embargo, afirman que la idea, diseño y ejecución de las obras son suyos, lo que hace que deseen encontrar la manera de acordar beneficios mutuos a partir del avivamiento del turismo, tan venido a menos por la pandemia del coronavirus y que recién está volviendo a dinamizarse.
Más allá, en soledad y en medio del gran desierto de sal, aparece otro monumento. Lo llaman “escalera al cielo”, pero su diseñador, que es el artista Gastón Ugalde, prefiere decir que es una escalera “para ver la curva de la tierra, el infinito”; se trata de una pieza construida por un grupo de comunarios de Colchani de aproximadamente 10 mil adobes de sal sobrepuestos. Cada peldaño lleva a una cima que al final se corta abruptamente. Desde esa altura la mirada se pierde en un panorama ilimitado. Allí, el cuerpo permanece en un espacio y tiempo real, pero la mente y el espíritu pueden elevarse como un globo aerostático y mirar la escena desde arriba sin mucho esfuerzo.
En el extremo este del salar, se levantan dos torres de sal de veinte metros cada una, lado a lado, también idea de Ugalde. Una especie de faro, de entrada, o quizá de salida al Río Grande de Los Lípez, donde está la mayor concentración de litio. En ese lugar también está instalada la planta boliviana de extracción de sales, siendo baja su concentración en el resto del salar.
En perspectiva futura, la creación de otra pirámide, una de “carácter ritual o quizá un observatorio espacial”, dice el artista, quien espera aún definir el lugar exacto con los comunarios de Colchani.
Arte real e imaginario
Con una intención prosaica, se podría decir que el arte real en el salar se refiere a las esculturas que puedes ver y tocar. El arte imaginario tendría que ver con las imágenes fotográficas ficticias que se logran gracias a los trucos que el horizonte sin fin y la profundidad de campo permiten. Sin embargo, haciendo una reflexión más allá de lo tangible, la realidad y la imaginación son muy cercanas y a veces difíciles de separar. Estas dos condiciones o estados pueden existir simultáneamente, permitiendo una suerte de fusión también en el arte.
Si bien las enormes obras son palpables, estar ahí entre ellas, también implica ser parte de un paisaje irreal creado por el blanco del suelo y el efecto de la falta de márgenes en la lejanía. Es como estar en medio de la nada y de un todo interminable a la vez, habitado por gigantes que puedes tomar, en un plano ilusorio, como tus guardianes. Imaginas que estás suspendida en un espacio infinito, más aún cuando el horizonte se pierde y se junta con el cielo. Una se siente algo etérea, o por lo menos así pareciera que una se quisiera sentir.
Otra forma de imaginación se genera a partir de los trucos fotográficos. Apareces enfrentándote a un dinosaurio, sentada en posición de loto en una cuchara para ser devorada por él. También puedes salir de una lata de sardinas o temblar ante el inminente aplastamiento de un zapato. La clave de esta ilusión es el horizonte interminable que permite a los fotógrafos jugar con la perspectiva y la profundidad de campo. Para lograr las fantasiosas escenas se pone la cámara lo más abajo posible, a ras del suelo incluso, cerca del objeto que se utilice y muchos metros más allá debe ubicarse la persona o personas que serán los protagonistas. Esto proporciona una perspectiva en la que el elemento, por ejemplo, la bota en acción de aplastar, que está en realidad en primer plano, se vea mucho más grande que los sujetos humanos, quienes estarían más alejados, pero a primera vista, a punto de ser aplastados por el zapato.
La fotografía se relaciona a la vez con lo real y con lo imaginario: la realidad de la acción de captar una imagen y la expresión ficticia de esa realidad. Aunque no truques, tomar una foto requiere cierto grado de imaginación porque lo que se obtiene no es siempre una copia fiel de la realidad. El autor de la fotografía piensa la composición, se le ocurren ideas, reinterpreta lo que ve y lo convierte todo en imagen.
El salar es pedestal enorme de esculturas gigantes y, a la vez, escenario de graciosas e ilusorias experimentaciones fotográficas, donde se encuentran el arte real e imaginario. Es por eso que dicen con frecuencia que este espejo natural de sal es mágico. Cuando miro fotos y recuerdo, consiento que, a plena luz del día o al atardecer, hay escenas que no tienen rival, parecen de otro mundo.