El acontecimiento

La lectura activa, despierta, estremece. La lectura nos arranca del sopor que suele encubrir ciertos aspectos de la realidad. Y así, leyendo una novela de hace medio siglo, somos capaces de enfrentarnos directamente con un problema tan actual como terrible. Es lo que le sucedió a Fabiola Morales cuando se encontró con El Acontecimiento, libro de la Premio Nóbel Annie Ernaux y descubrió que la problemática que la protagonista del libro enfrentó, tiene muchísimo que ver con la realidad de muchas mujeres bolvianas en la actualidad.

En algún momento de octubre de 1963, después de esperar durante dos semanas a que la regla le viniera, Annie Ernaux escribió en su diario. “Estoy embarazada, es horrible”.

Era horrible. Por aquel entonces, nuestra protagonista era una estudiante de orígenes humildes que vivía en un país donde el aborto estaba penado. Aquel verano había tenido relaciones consentidas con un chico que le gustaba, pero al que no amaba, era además la primera en su familia que había logrado tener estudios superiores, todo un logro para sus padres, y ella sabía que si tenía un hijo en esas circunstancias su futuro quedaría truncado. El pecado había sido creer que en el amor y en el placer físico, su cuerpo de mujer no era intrínsecamente distinto al de cualquier hombre; las circunstancias le habían demostrado que en realidad lo era. Los hombres no pueden embarazarse y ella estaba embarazada, había pagado pues el coste de creerse en igualdad de condiciones. A partir de entonces la autora revela lo difícil y peligroso que era en esa época acceder a un aborto quirúrgico, incluso viviendo en una gran ciudad y teniendo el dinero suficiente para pagar un médico.

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“Estoy embarazada. Es horrible” escribió Annie Ernaux, explicitando un conflicto que no pierde relevancia ¿qué sucede cuando un embarazo no es deseado? / Ph. ShiftGraphiX en PixaBay

Como boliviana, leer la novela de Ernaux no puede sino llenarme de tristeza. Aquel suceso vivido en la clandestinidad por una joven europea hace cincuenta años, que hoy día podría tratarse como parte de un pasado lejano y retrógrado en Francia, describe a la perfección la situación actual en Bolivia.  En pleno 2023, cada día un número incierto de mujeres se enfrenta a lo que la autora llamó “El acontecimiento”. Las mujeres bolivianas abortan en la clandestinidad diariamente, y lo hacen con ayuda profesional o sin ella, con recursos o sin ellos; una y otra vez se ven impelidas a encontrar una salida a su problema, una búsqueda que muchas veces las lleva a la muerte. Muerte además considerada socialmente como vergonzosa. 

Si bien la OMS intenta sacar estadísticas sobre morbimortalidad materna por aborto provocado, los profesionales de la salud en Bolivia se obstinan en ocultarlas clasificándolas como suicidios. Y si los propios sanitarios no están por la labor de visibilizar el problema y ponerle solución, mucho menos lo está la sociedad. 

Hace poco una amiga compartió en redes una entrevista en la que la representante de la asociación nacional de padres de familia expresaba su rechazo a la enseñanza de salud sexual en las escuelas, apelando al argumento de que darle conocimiento sobre sexualidad a los adolescentes incrementaba el número de abortos. Dicha señora acotaba, “como se ha visto en muchos países, la educación sexual incrementa el número de abortos”, sin concretar país alguno, ni fuente sobre la que basaba su declaración. Irónicamente, es fácil darle la razón, en un país donde el aborto está penado y que además se niega consecutivamente a registrar las muertes provocados a raíz del aborto clandestino, no se puede esperar otra cosa que el momento en que este se legalice los números crezcan; no porque al despenalizarse se abra la veda del “todas a abortar que es gratis”, sino más bien por el simple hecho de que las estadísticas pasarán de ser una aproximación de mínimos a un escenario real. Mientras el aborto no se despenalice y se brinden las condiciones seguras y gratuitas para que las mujeres puedan acceder a él, seguiremos hablando de supuestos, especulaciones o proyecciones de lo que puede estar pasando en nuestro país.

¿Cuántas mujeres han abortado alguna vez en su vida en Bolivia? ¿qué edad tenían? ¿Cuántas lo han hecho más de una vez? ¿Cuántas tuvieron complicaciones? Y lo más importante, ¿cuántas murieron?  Sí, preguntémonos, cuántas niñas y adolescentes murieron por la ignorancia de sus propios padres, ¿cuántas? ¿A cuántas mujeres hemos dejado morir como sociedad apática y retrograda? ¿Cuántas más han muerto en nombre de las creencias religiosas y la doble moral que impera en Bolivia?

Para Ernaux, el ser que crecía dentro de ella era el sinónimo del fracaso, la prueba inculpatoria que la sumiría en el torbellino de vidas arruinadas de las que tanto había escuchado hablar. Es así que la protagonista de la historia decide desde el primer momento que debe llevar a cabo la interrupción de aquel embarazo no deseado, y en pos de conseguirlo comienza un periplo, primero para encontrar ya no un doctor sino al menos alguien, una “fabricante de angelitos” –como entonces se llamaba a las viejas comadronas que realizaban abortos en la Francia de los sesenta– que la ayudara en el cometido. Muy pronto, tras una intervención ejecutada en situaciones insalubres, esa ayuda tan buscada se convierte en una experiencia de vida o muerte.  La autora describe su experiencia así “… me pareció que esa mujer que, introduciendo un espéculo, escarbaba entre mis piernas, me daba a luz… maté a mi propia madre en ese momento”. Más adelante añade, “sin duda esa mujer me arrancó de los brazos de mi madre y me lanzó al mundo, es a ella a quien debería de dedicarle este libro”.

¿Qué sentimos las mujeres que acabamos de abortar un hijo no deseado? Quizá la respuesta más sincera, aquella que pocas veces admitiríamos en público, es que nos sentimos salvadas, como si las puertas de un mundo que se habían cerrado para nosotras se volvieran a abrir y tras ellas de nuevo se vislumbrara el horizonte. Las mujeres que abortamos volvemos a la vida a través del enfrentamiento con la muerte. Pero, ¿qué viene después? Qué es aquello que, a nosotras, las latinoamericanas y en especial las bolivianas, nos separa de las mujeres de países más desarrollados; probablemente la culpa, la vergüenza infinita y el miedo, el miedo a ser señaladas y excluidas. Y quizás eso es lo único que podemos cambiar individualmente, lo único para lo que no necesitamos el permiso del estado ni el beneplácito de la sociedad. Las mujeres bolivianas vivimos atadas a pensamientos autodestructivos porque no somos soberanas de nuestros cuerpos, porque nadie nos ha enseñado a valorar nuestra propia vida como digna de llevarse a cabo más allá de la maternidad. Y si bien existen leyes que aún dominan nuestra salud sexual y reproductiva aún podemos ser soberanas de nuestras cabezas y de nuestra alma interior.

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“¿Qué sentimos las mujeres que acabamos de abortar un hijo no deseado? Quizá la respuesta más sincera, aquella que pocas veces admitiríamos en público, es que nos sentimos salvadas.” / Ph. Anemone123 en PixaBay

En este sentido, la gran lección que imparte Annie Ernaux es la de la liberación de la culpa, Ernaux se sintió, como muchas de nosotras, primero que nada, salvada, pero tras unos breves instantes comprendió además que ella había corrido un peligro extremo y había salido viva.  Que su determinación la había llenado de fuerza y había sido lo suficientemente valiente para tomar sus propias decisiones y no arrepentirse de ellas. Y hablo aquí de no arrepentirse por haber elegido su felicidad y su realización personal sobre una maternidad no planificada. Validarnos como personas dignas de un futuro de realización individual es algo que nosotras deberíamos aprender desde muy pequeñas. No somos seres de sacrificio, no hemos nacido para sufrir por los otros. No seremos mejores personas, ni viviremos más felices y por supuesto no iremos al cielo por tener hijos no deseados. La vivencia de un hecho tan doloroso, física y emocionalmente, una vivencia que llevó a la autora más allá de los límites que ella misma se presuponía, llenó a Ernaux de orgullo. “No sabía”, dice la protagonista, “si había llegado hasta el fondo del horror o de la belleza. Sentía orgullo, seguramente el mismo que los navegantes solitarios, los drogadictos y los ladrones, por haber ido allá donde los otros no se plantearían ir nunca”.

Una tarde, un tiempo después de haber abortado, Ernaux pasó por una iglesia y sintió el impulso de confesarse, quería encontrar un sacerdote y contarle que había abortado. Tan pronto como le explicó la experiencia se dio cuenta de que había sido un error, ella sentía que había vuelto a la luz, pero para aquel hombre no se trataba sino una mujer que había cometido un crimen. Al salir de la iglesia comprendió que el tiempo de la religión había acabado, la religión era también volver a la oscuridad. 

Ahora que he terminado de leer el libro, me pregunto qué puedo desear yo para las bolivianas, sino que vivamos siempre en la luz. Si el estado no nos proporciona las herramientas, seamos nosotras nuestra propia fuerza, hasta que la lucha nos lleve al lugar luminoso que nos merecemos, allí donde tengamos el derecho a decidir, cuándo y cómo parir. 
 
** Este artículo fue escrito como fruto de la lectura del libro “El acontecimiento” ( L’esdeveniment, versión en catalán, Angle Editorial, 2022) . Los párrafos citados y traducidos del catalán al español por la autora del artículo pueden no ser fieles a la versión editada en español.

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