De Manhattan con amor: Disfrutemos la literatura de Colson Whitehead
El exilio o “autoexilio”, en mi caso, conlleva —más allá de los obvios óbices— una serie de beneficios o ventajas. En otras palabras, aquí, al norte del mundo, tengo cosas que allá, al sur, me es muy difícil o prácticamente imposible conseguir, por lo menos en forma inmediata. De más está señalar que al sur hay maravillas inigualables que ni en un millón de años aparecerán aquí, lo que es un tema aparte.

Una de esas ventajas es el universo literario, que bulle en los EEUU con un sin número de premios, revistas, facultades de educación liberal (Liberal Arts Colleges), cursos constantes de escritura creativa ―tanto de grado como de posgrado―, talleres, una red gigante de librerías públicas, una enraizada cultura de intercambiar libros o venderlos con impuestos bajos, casi simbólicos, y más. No es de extrañar que la literatura florezca con potencia única en este país/subcontinente. Esta es una pieza sustancial de la metrópoli literaria mundial, y, a pesar de que algunas voces suelen mirar por debajo del hombro a estos maleducados yanquis, la literatura tiene un pilar fundamental aquí, donde las correas de comunicación entre autores y obras son dinámicas.
Mas la riqueza de unos conlleva la pobreza de otros. Las regiones periféricas de consumo de la literatura mundial están limitadas de conocer, salvo iniciativas propias, a autores de universalidad manifiesta. Cual onda expansiva, mientras más lejos nos encontremos de la “metrópoli”, la resonancia disminuye, llegando nombres y obras de contundente belleza solo a grupos muy limitados de la periferia y no sin esfuerzo. Ya después, al dotarse estos autores de una universalidad (merecida en la mayor parte de los casos), futuras generaciones podrán descubrir tales tesoros, esto merced al paso del tiempo, que paradójicamente también es el enemigo, pues devora todo.
Aquí, hago una apología de la literatura del ahora. Recomiendo nutrirse lo más posible de literatura aún no tan conocida fuera de círculos literarios acotados, de autores como Harry Crews, con su potente Festín de serpientes, y obras del retorcido sur de los EEUU. Leer la ópera prima de Jaime Kornegay, Soil (Tierra en español), o quizás disfrutar de Tom Franklin con Letra retorcida, letra torcida, o a Colson Whitehead, quien es central en este artículo.
No se me malentienda, la riqueza de nuestra literatura es manifiesta, y será nuestra audacia la que hará que podamos llevarla a fronteras cada vez más y más lejanas, invadir la metrópoli. Mas, me encuentro aquí, y, aunque obviamente estos autores mencionados están debidamente traducidos al español y sus obras se pueden conseguir en plataformas digitales, me siento en la obligación, merced a la universalidad de las letras, de dar una mano en difundirlos. Así me refiero a un autor que me ha cautivado por la abrumadora profundidad de su mensaje a través de un lenguaje simple, prioritariamente urbano y contemporáneo; leer a Whitehead es deslizarse cual viento entre rascacielos.
La capital del mundo
Whitehead entra con patada voladora en los anales literarios. Nacido en 1969, en la isla de Manhattan, Nueva York, es hijo de una pareja de representantes de firmas ejecutivas. Estudia Literatura en Harvard, para después iniciar su actividad como editor de revistas literarias de alto standing. Radica en su barrio nativo de Harlem y en 1999 publica su primera novela The intuitionist (La intuicionista en español), le siguen una serie de publicaciones que van ganando el favor de la crítica hasta lograr los grandes hitos que todo escritor gringo preocupado por el prestigio buscaría.
Gana el Pulitzer dos veces —caso sucedido solo una vez antes que a Whitehead—, y al recibir el primero, el mismo año, le otorgan también el Premio nacional de novela de los EEUU (National Book Award for Fiction), siendo este sí un caso único en la historia literaria de EEUU hasta ahora. Aún hay más; ha sido merecedor de dos becas, incluyendo la beca MacArthur (la de los genios) —en dinero casi 2 millones de dólares entregados durante 3 años para que hagas lo que te dé la gana—, y su nombre resuena en cada esquina de los cafés de las ciudades universitarias, donde la izquierda y el progresismo norteamericano mandan.
Qué carrera digna de admiración, todo un ejemplo del American Dream, tomando en cuenta lo que aún genera urticaria al escuchar el retumbar de sus letras: Colson Whitehead es afroamericano, o como dirían a quienes esto realmente les jode: es un fucking nigger (entiéndase que esa frase se la dice en EEUU con la misma fuerza y saña con la que en Bolivia se dice “indio de mierda”, no está de más algo de contexto). Por eso, el listón que debe enfrentar cada día está muy arriba, algo de lo que muchas y muchos tenemos experiencia.
Es un Harlemita de hueso colorado. Quienes conocen esa isla estrecha de clima extremo, con marcados barrios que es Manhattan, saben del contraste abrumador que es pasar del sur de la isla con su coqueto y bohemio Soho a un norte con su agresivo Harlem; mutar entre dos mundos a una nada de distancia. Suma a esto los inviernos crudos de nieve acumulada más arriba de tus rodillas por días o los veranos infernales dentro de un sistema de metro dejado de la mano de Dios, y comprenderás dos cosas: el carácter directo y agresivo de los neoyorquinos, quizá solo comparable con el de los porteños argentinos, y esa energía única que es la Gran Manzana: te tensa en extremo, pero no puedes vivir sin ella. Eso es Whitehead, un afroamericano urbano de pura cepa, un Harlem Boy que habla desde una trinchera urbana cotidiana.
Al igual que esos hermosos apellidos aymaras que pueblan las laderas de La Paz, El Alto y, para resquemor de algunas y algunos, que van lenta pero decididamente bajando cada vez más al Sur de Chuquiago Marka, los afroamericanos de Nueva York son una minoría étnica marcadamente urbana que se ha ganado su lugar a pulso propio. Universidades, estética, estilos, modismos, miradas propias, etc., han formado una intelectualidad y sector académico de profunda raigambre con una sombra larga y cada vez más densa que se proyecta sobre y como parte esencial de la élite gringa. Kamala Harris en la vicepresidencia no es casual; es de ahí de donde viene Whitehead, y no se corta la lengua para meter el dedo en la llaga al más puro NY Style, con la sincera dureza de Malcolm X. Los invito a dar un pequeño paseo por su obra.
‘The Nickel Boys’/Los muchachos del Níquel
Publicada en 2019, comienzo con esta novela al ser mi primer acercamiento a la obra de Whitehead. Al igual que Toni Morrison, Abdulrazak Gurnah y otros escritores negros —que es como ellos se definen, sin que esto constituya un insulto—, Colson Whitehead cumple con la energía de una fuerza de la naturaleza al hacer de la denuncia la espina dorsal de una obra específica. ¿Suena a cliché? Disculpen las conciencias tranquilas que juran que el mundo es una taza de leche y que aquí lo que sobran son oportunidades en una sociedad color blindness (ciega al color de piel), donde todas y todos estamos empoderados y deconstruidos (¿?). Oscar Grant destruido a tiros por la Policía, la reciente masacre en Half-Moon Bay, Pedregal, Sacaba, 12 feminicidios en un solo mes y otras aristas en Bolivia me dicen que mejor y seguir con los clichés.
Un reformatorio en la Florida, en los años 60, un lugar de ominosa fama. Un grupo de muchachos negros en el sur de los EEUU. Durante esos años, en ese reformatorio; ya se huele por dónde va la cosa... Un crimen como el hilo inicial del descubrimiento (o de la confirmación) de más de un siglo de abusos, torturas, golpizas, violaciones y otras atrocidades sistemáticas acaecidas ahí. Bajo el nombre de Academia Níquel, esta novela —que Whitehead llamó su “segunda obra pesada”— nos desvela, con una prosa magistral, la historia de la Florida School for Boys, también llamada la escuela Dozier; reformatorio donde se ponía a los “jóvenes negros díscolos” en su lugar.
No olvidemos que Norteamérica es muy práctica para deshacerse de quienes estorban, nada de pueriles listas al puro estilo Pablo Escobar o declaratorias de “enemigos” de la sociedad; miedo a escalas industriales sostenido por décadas en instituciones estatales. Ya después, cuando la cosas caiga por su propio peso ante el cambio inevitable de los tiempos —111 años después en este caso—, muertos todos los involucrados y haciendo el paripé de rasgarse las vestiduras, el hecho será enterrado bajo las arenas de los tiempos. Salvo que se tenga el valor de meter los dedos, mancharse las vestiduras y sacar los huesos al sol.
Whitehead utiliza un lenguaje actual, prosaico (sin ser soez) y, a pesar de lo duro del tema, entretenido, para hacer vivir al lector el clima violento de un sur norteamericano que aun hoy hierve en el resentimiento de su derrota en la guerra de secesión, el odio hacia esos esclavos que osaron sublevarse y la creación de una identidad basada en el rechazo al enemigo, al Yanki… no sé, me huele familiar.

Frases como “fábrica de helados”, la “visita nocturna” y otras, que pueden resultar hasta ingenuas, tendrán —después de leer Los muchachos del Níquel— un significado denso cual petróleo y frío como cierzo. Es que Whitehead oscila de manera hábil entre una literatura actual y entretenida (catchy como se dice en inglés), sin caer en el bestseller, con jaspes suaves de elementos hasta sobrenaturales (no es un realista empedernido), y otra literatura de potente carga histórica que te sacude. Mas, Los muchachos del Níquel es solo el tentempié, es suave, no se compara con lo que se viene, estoy hablando de El ferrocarril subterráneo, la, hasta ahora, más pesada obra del autor.
‘Underground railroad’ /El ferrocarril subterráneo
¿Qué es la indignación? Más allá de la definición del diccionario, las razones y las formas en que cada ser humano se indigna varían cual galaxias en el universo, dependiendo del momento vital, la causa, cultura, etc. Sin embargo, con posibilidad de equivocarme, quisiera definirlo como ese ardor incontenible, una rabia brutal que puja por bullir desde lo más profundo de uno y que no escucha, no conoce de razones. Bueno, eso es lo que sentí al transcurrir en la obra más poderosa que hasta ahora Whitehead ha producido.
Whitehead dijo que escribió The Nickel Boys como respuesta al surgimiento del fenómeno de extrema derecha antidemocrática que se está haciendo cada vez más habitual no solo en los EEUU, sino en el mundo. El asalto al Capitolio, en Washington DC.; el intento de asalto al Palacio de Planalto, en Brasilia; la Biblia, en Palacio Quemado, con las debidas consecuencias para los involucrados, y otros menjunjes lo evidencian. Mas, El ferrocarril subterráneo es un tributo a la masa sin nombre de centenas de miles de afroamericanos muertos, torturados, traicionados, truncados o no durante los años de esclavitud, al lanzarse al acto más desesperado y valiente contra la esclavitud: la fuga.
Cora, cuatro letras y ningún apellido que acompañe al nombre, eso es todo. Cora es nuestro personaje principal, y no, El ferrocarril subterráneo no cae en el victimismo edulcorado al que nos mal acostumbró Hollywood o parte de la literatura digerible de masas. En esta obra todo es magnánimo, todos los personajes son titánicos en su bondad y grandeza, o en su maldad y mezquindad. Cuenta sobre un séquito de esclavos huidos que utilizará el ferrocarril subterráneo, la serie de refugios subrepticios que permitían el escape de miles de esclavos prófugos del sur de los EEUU al norte, libre o más aún, para llegar el Canadá británico en una lucha brutal —no digna de espíritus chicos— por la vida y libertad.
Nuestro séquito se verá genocida y brutalmente disminuido en su travesía, pudiendo el lector experimentar la desazón en su más profunda forma, vivir en la piel no solo el dolor y sufrimiento de los fugados, sino también los elementos mínimos de esperanza que hacen posible avanzar en su empresa. El ferrocarril subterráneo es titánico en sus paisajes, en las sociedades representadas, con villanos monstruosamente reales, traicioneros y obsesivos. Javert es un pusilánime ante los diversos cazarrecompensas (blancos y negros), dueños de esclavos, campesinos pobres, esclavos traicioneros y “luchadores de la libertad” que venden su alma por dos peniques. Es una fauna terrorífica y muy, muy humana.
Las sorpresas hacen la argamasa de esta obra, con un final suave pero apoteósico al desenlazar cual agua abrevada en un valle torturado por la sequía. Whitehead no recibe por nada los premios a estas sus obras más descollantes, no es una consecuencia de la corrección política que apesta a culpa, no. Nickel Boys y Underground Railroad tienen la potencia de convertirte en un acérrimo luchador por un mundo mínimamente mejor, en un devoto del lado correcto de la historia, sea cual sea el contexto en el que te desenvuelvas.
‘Colossus of New York’ /El coloso de Nueva York
El otro lado de las obras de Whitehead; El coloso de Nueva York es un poema de amor, dividido en trece historias, por la “capital del mundo”. Por Manhattan, por Brooklyn, Queens, Hudson River, Soho y más barrios, y lares que hacen a Nueva York. No me extenderé porque no es justo regalar spoilers, El coloso de Nueva York es una experiencia en letras. Aquí tenemos un Colson Whitehead que ama lo cotidiano del día a día en esa ciudad que no permite puntos medios. Urbes como Nueva York, Buenos Aires, Ciudad de México, quizá La Paz/ El Alto, son vórtices de lo más elevado y más bajo en los conjuntos humanos; te hacen amarlas y/u odiarlas con todo tu ser.
Y es que como no es posible describir el color rojo a un ciego o el sabor de un fruto específico a quien no lo conoce, lo mismo sucedería con quien desea transmitir la experiencia de vivir en determinado lugar. Pero en este caso, quizá por ese trasfondo urbano del que aún no puedo separarme, he sentido que Whitehead sí te lanza el cable para que puedas experimentar el gusto intenso que conlleva una sucia, brillante y potente selva de cemento. Fascina, Whitehead no te ayudará a decir “I Love NY”, sino “quiero experimentar ese coloso”.
Y aún hay más…
Actualmente leo Harlem Shuffle (El Barajeo de Harlem, titulada también como El ritmo de Harlem), situada en los años 60, describe un verano tórrido que te levanta las emociones más duras. Un Harlem pujante, en plena lucha por los derechos civiles, un padre de familia con un éxito económico relativo, pero que deberá hacer malabares ante un pasado oscuro que vive debajo de las cloacas del barrio afroamericano. Estoy deseoso de compartir una reseña en un futuro.
Whitehead es el nuevo aire de la literatura norteamericana, se nutre de la forma bella de los clásicos como Norman Mailer, William Faulkner, Hemingway, Pearl Buck, otras y otros. Whitehead ofrece una literatura de un nuevo EEUU, con una mirada nacida de su experiencia durante los últimos 50 años, lo cual no es poca cosa.
50 años de derechos civiles, Vietnam, hipismo, revolución sexual, feminismo, las Torres Gemelas, la guerra contra el terror, Barack Obama, Donald Trump y mucho más, que sacude no solo a “América”, sino al mundo entero. Para cerrar, cito a John Updike, del New Yorker, al referirse a Colson Whitehead: “Su escritura hace lo que la escritura debe hacer: actualiza nuestra percepción del mundo”. Lo vale, disfrutar las letras de Whitehead.