Banksy, Supeman y Arsenio Lupin
Banksy es, en la actualidad, uno de los artistas más famosos del mundo, siendo el más destacado del movimiento de artistas callejeros que, desde Bristol en Gran Bretaña, se expresaron contra el mercado del arte controlado por élites vinculadas a museos, galerías, casas de subastas, que transformaba las expresiones artísticas en meras mercancías. En un escenario así, el artista de la periferia, rebelde, estaba fuera de ese círculo, condenado a sobrevivir, si lo lograba. Este movimiento se denominó ‘Street Art’ (o lo que en español sería ‘Arte callejero’) y se convirtió en un movimiento global basado en la expresión del grafiti y muralismo, con intervenciones artísticas en lugares públicos, servicios públicos, así como todo tipo de espacios y predios posibles.
Gran parte del muralismo y arte callejero mundial está conectado al Street Art que va contra toda convención, especialmente contra quienes lucran por encima del valor artístico de una obra, inflando o promocionando nuevos artistas ávidos de ser millonarios. Algunos con mucho talento y otros, dentro del arte contemporáneo que en ocasiones es un “todo vale”, vaya a saber.

El aire fresco del Street Art fue siempre duramente combatido por las autoridades, pero no solo no pudieron evitar su expansión, sino que vieron crecer la predilección de la población que no necesitaba pagar una entrada cara para ver obras aquí y allá. Y es ahí donde entra Banksy, quien comenzó como grafitero y de a poco se separó de la línea dominante de los murales con mucho color y de las letras o signos que buscaban, sobre todo, expresar el “yo estoy aquí”. El artista hacía particular manejo del esténcil, ‘copiando’ ideas de otros, como de Xavier Prou (1950), más conocido como Black the Rat, que no solo fue el pionero con el esténcil en grandes formatos, sino que tenía como personaje emblemático de su obra a una rata. Luego Banksy utilizaría en sus obras ratas o ratones; con toda la simbología que uno pueda o quiera otorgarle.
Es innegable el hecho de cómo Banksy, y con él toda una generación, saltó a la fama con sus imágenes emblemáticas que hoy en día se usan y distribuyen por todo el mundo como parte de movimientos de protesta y contra formas autoritarias de gobiernos e instituciones. En ese sentido, un elemento central en su vertiginoso camino a la fama fue su anonimato, similar a lo que ocurre con superhéroes como a Batman, Superman; así Banksy se esconde tras una máscara y hasta el día de hoy no se sabe ni nadie tiene certeza de quién es. Esto lo hizo más famoso aún: el misterio. Y con ello, la aparición de obras de él y sus colaboradores en lugares altamente polémicos, como ser: el muro israelí en Gaza, una esquina en Venecia, un muro impensable de Londres o en París o Los Ángeles.
Ahora bien, no no dudo de las buenas intenciones o del valor de sus obras, pero, eso sí, lleva tiempo petardeando en el mundo del mercado del arte y día que pasa su obra incrementa de precio. Lo que un pequeño póster antes podía costar 20 libras, ahora vale cientos de miles y hasta millones. Así, la más conocida de sus aventuras, como el célebre personaje héroe y ladrón, Arsenio Lupin, fue vender una obra en la casa de subastas Sothesby´s en más de un millón de libras; una vez que se adjudicó la obra, el papel impreso se autodestruyó (no del todo) al momento y, al día siguiente, esa obra, así cortada, valía el doble.
Me pregunto, ¿será tan difícil ubicar al verdadero Banksy? Yo puedo admitir que en países como el nuestro podría ser que una persona sea capaz de mantener el anonimato, ya que los sistemas de identificación y de datos sobre la persona son porosos. ¿Pero en Europa? ¿En Inglaterra? Allá todos tienen un registro de identidad sumamente riguroso, vinculado a una vivienda comprobada por las autoridades del municipio; se tiene seguro social, de salud, y lo que es más importante: tienen un registro como aportante al fisco, un código fiscal, que es más importante que el carnet de identidad. Se conoce dónde ha estudiado, quiénes son sus amigos, con quiénes trabaja hasta ahora… Entonces, ¿cuál es la razón para proteger su identidad?
Sinceramente, yo creo que la razón es muy pedestre: dinero. El misterio que envuelve a Banksy es para inocentes como nosotros que creemos que Batman o Superman serían imposible de identificar. Con Superman basta quitarle o ponerle los lentes; y con Batman averiguar quién puede tener tanto dinero como para tener aviones, motos, una coraza única y autos tan particulares e increíbles.

Banksy (con su anonimato), a quien admiro por su arte, por cierto, es parte (ahora) del gran mercado del arte. Realiza exposiciones en galpones para molestar a las galerías oficiales y museos, y tiene mucha imaginación; así, vende como pan caliente serigrafías a las élites millonarias de Europa, Estados Unidos y Asia.
No negaría jamás su influencia artística, pero me inquieta darme cuenta de cómo podemos ser tan inocentes frente al mercado del arte, que es controlado a su vez a placer y merced de mercaderes que controlan galerías, instituciones culturales, medios de comunicación y a sus artistas. De esta forma, Banksy terminó atrapado por el mercado y aunque no queramos ya es uno de ellos, lamentablemente. Sin embargo, bien que mal, sigue y seguirá alimentando a los rebeldes que lo consideran un héroe redivivo en un artista inglés sin rostro o con mil rostros, contradictorio como Arsenio Lupin.