Crónica de un asalto digital
Rosita T. es alguien muy especial para mí. La admiro porque a pesar de que la vida le ha jugado muy malas pasadas, sigue siendo una mujer feliz. Como ella misma diría, absurdamente feliz. Al despertarse la mañana del 24 de noviembre de 2022, un mes antes de las fiestas de fin de año, Rosita recibió un mensaje de WhatsApp en su celular que rezaba de la siguiente manera:
“Hola, soy el gerente general del proyecto de Amazon y actualmente estoy contratando un equipo de medio tiempo. Puedes trabajar a tiempo parcial por teléfono. ¡Un trabajo de medio tiempo toma de 10 a 20 minutos por día! Los recién llegados obtienen inmediatamente 100-200 bolivianos. Salario diario: 400-500 bolivianos. Este trabajo requiere que tengas al menos 20 años de edad. Si estás interesado en aprender más sobre el trabajo contacta con nuestro equipo https://h5.lu/b/grNRNmCe5117”
Mi buena amiga me comentó que jamás había recibido un mensaje así, lo más cercano quizá fueron esos que piden recargar crédito telefónico en cierto número para recoger algún premio, generalmente una moto o un automóvil, ciertamente el cuento del tío. Sin embargo, para ella, ese mensaje era distinto, para comenzar porque me contó que el número de teléfono del cual provenía no era local. Eso y algo más le hizo confiar paulatinamente, quizá la persona con la que comenzó a entablar el chat, al parecer un extranjero. La foto de perfil de WhatsApp mostraba a un apuesto hombre moreno con turbante sosteniendo un lujoso maletín, tal vez de nacionalidad árabe. Rosita siempre pensó que los árabes son gente muy adinerada. Además, su español mal escrito que se limitaba a tratarla como “señor” y a repetir insistentemente frases como “gane mucho dinero, sea exitoso”, “no trabaje solo, invierta”, “confíe en mí y le llevaré a ganar mucho dinero”, llamaron mucho su atención, aunque también fuese muy probable que el otro usara algún traductor.
Día 1: “Lo llevaré a ganar mucho dinero, compra el auto y la casa de tus sueños en muy cortos tiempos…”
Esa mañana Rosita se había despertado alrededor de las 8.30 am. Apenas recibió el primer mensaje se quedó colgada en el chat por mucho más de los 10 a 20 minutos por día que se anunciaban en el mensaje inicial. Recuerda que casi toda la mañana de ese jueves había intentado realizar sus quehaceres con el celular en mano para no dejar de interactuar con el “gerente de Amazon”, y que como a las dos de la tarde recién se desprendió de su móvil con un hambre feroz, sin haber desayunado ni mucho menos almorzado, en medio de la casa aún en desorden, debiendo alistarse pronto para salir a trabajar.
Desde la galería del teléfono móvil de Rosita, me fue posible evidenciar una especie de “hermenéutica” que consistía en el intercambio mediante WhatsApp de más de un centenar de capturas de pantalla entre el árabe y ella, la mayoría de una segunda aplicación conocida como Binance. Ese mismo jueves, casi al finalizar la tarde, luego de un entrenamiento atropelladamente precoz en trading, bitcoins y otros raros conceptos de “inversión digital” que hasta esa mañana no conocía, una Rosita todavía hambrienta recibiría en su cuenta el monto de dinero prometido, una escueta comisión por haber realizado diez “sencillas tareas” en una página llamada Mercadeo.com. Rememorando aquella dolorosa migraña y el ardor en sus ojos casi a punto de explotar por el reflejo ininterrumpido de la pantalla, ella me explicó que dichas tareas consistían en la compra-venta de lotes de audífonos, memorias USB, cargadores para móviles y otros artefactos a través de la plataforma de Mercadeo.com. Los screenshots de esta página mostraban precios variados, pero particularmente bajos, entre 10 y 30 dólares americanos por cada lote de entre 100 a 500 unidades. Dichos montos además estaban expresados en USDT, uno de los múltiples bitcoins o criptomonedas de intercambio en la red, con los cuales se manejan plataformas como Coinbase, La Stormga. Gemini, Extensión OKX, eToro, Crypto.com, Webbull y, por supuesto, Binance, en donde previamente Rosita debía intercambiar criptomonedas con dinero de su cuenta.
Al dar las seis de la tarde y antes de entrar a trabajar, Rosita mandó el último mensaje del día al chat de Amazon. Agradeciendo, se despidió hasta el día siguiente con la promesa de ser más veloz, mientras del otro lado el extranjero la alentaba volviéndole a jurar una y otra vez que en un corto plazo lograría acrecentar enormemente su patrimonio. Él le decía que primero podría comprar un celular más sofisticado para ser más rápida en el trabajo, así luego obtendría más fácilmente el carro del año, la casa de sus sueños o realizaría ese viaje tan anhelado, tal cual como él mismo lo habría logrado.
Ese día, en el trabajo, Rosita no pudo dejar de pensar en el mensaje inicial, en el chat con el árabe, en lo afortunada que se sentía por los 12 dólares, más o menos 85 bolivianos, que había ganado por aquel trabajo a “tiempo parcial” (de ocho horas) en su celular, pero sobre todo en la forma de reducir esas horas “trabajando en casa, realizando tareas sencillas desde la web”. Idea que quizá no sería tan plausible porque su celular ya está por caducar, es uno de esos chinitos que parecen de alta gama y que aparte de ser muy lentos, se prenden y apagan en cualquier momento sin motivo aparente.
Día 2: “Abrir Binance, captura de pantalla para mí…”
Al día siguiente, apenas había despertado, Rosita buscó su teléfono para percatarse con gran alegría de que había un par de mensajes del chat de Amazon que inmediatamente la solicitaban para empezar a trabajar. “Abrir Binance, captura de pantalla para mí…” se repetía como unas tres veces en el chat que Rosita me mostró. No obstante, ella, antes de obedecer tan insistentes órdenes, decidió preguntar algo que había estado rondándole la cabeza toda la noche: “¿Cómo me eligieron?”. La respuesta no se dejó esperar: “mediante un sistema aleatorio de números telefónicos móviles activos”, “es usted muy afortunado señor”, “ahora abrir Binance, captura de pantalla para mí…”
Luego, los siguientes mensajes del chat de Amazon volverían a ser las interminables capturas de pantalla entre ella y el extranjero, la mayoría de Binance. Hasta que casi al finalizar la tarde, como el día anterior, y faltándole la última de las diez tareas, la plataforma de Mercadeo.com le anuncia que tiene un faltante de USDT’s que le impiden cumplir con su misión. Rosita a su vez se lo comunica al árabe, quien replica que para cobrar su comisión del día debe completar obligatoriamente las diez tareas y que para ello necesariamente deberá doblar su capital para cubrir el faltante. Es decir, aumentar de su dinero un poco más del doble de lo ganado ayer, como 25 dólares, que equivalían más o menos a 50 USDT.
Rosita contestó que no tenía el monto de dinero solicitado, aunque en realidad le faltaban tan solo como 20 bolivianos para completarlo. En el chat, el extraño la instaba a depositar el faltante en su cuenta para comprar los USDT´s y terminar las tareas, mientras Rosita insistía en que no tenía un solo centavo más. No obstante, el árabe persistía en que se prestara la plata de alguien cercano. “Usted debe conseguir el dinero, tome prestado de algún amigo o familiar y después devuelve con la paga del día”, mostraba el chat y fue solo hasta entonces que Rosita dudó levemente.
Sin embargo, veinte bolivianos le parecieron poco para recuperar su pequeña inversión y la comisión del día, y pese a no tener efectivamente muchos amigos o familiares a quienes recurrir, decidió hablar con la más cercana, su hermana, quien inmediatamente le realizó la transferencia. Una vez completado el dinero, el procedimiento siguió su curso una vez más. Rosita prosiguió como ayer, bajo la serie de instrucciones del extranjero para ingresar en Binance, buscar un vendedor de bitcoins, realizar el cambio de moneda y con los USDT´s conseguidos culminar su misión. Esta vez, los artefactos de Mercadeo.com habían incrementado su precio pues las fotos mostraban aparatos más caros, en vez de lotes de audífonos y memorias USB, figuraban modernas impresoras, teléfonos móviles, altavoces, etc.
Ese día, la labor de Rosita culminaría una hora antes, como a las cuatro de la tarde. Ella me contó que sintió la mejor de las sensaciones cuando después de terminada su misión, el extranjero le anunció que podía verificar en su cuenta la ganancia del día. Y así fue. En un par de días mi buena amiga había recuperado su inversión y ganado el doble de comisión del día anterior, alrededor de 40 dólares, más o menos 300 bolivianos. Quedó feliz y se despidió solicitando permiso hasta el lunes pues era fin de semana y debía hacer turno doble en el concurrido restaurante alteño donde trabaja como mesera.
Día 3: “No anheles impaciente el bien futuro: mira que ni el presente está seguro.” (Esopo)
Al día siguiente, Rosita se despertó mucho más contenta. En un onírico delirio, toda la noche se soñó próspera, adinerada, dejando de una vez por todas el tedioso trabajo de mesera, con casa y carro, además viajando por el mundo, pues siempre quiso conocer Italia, Australia y la jungla africana. Se soñó comprando todo lo que hasta ahora le hacía falta, como un IPhone, ropa, perfumes, joyas y muchas otras cosas lindas.
Ese sábado, pese a que el gerente de Amazon le había concedido aquel “permiso” de fin de semana, no solo un mensaje, sino una insistente llamada de otro número extranjero la despertaron muy temprano para tal vez reafirmar su confianza. Esta vez parecía ser una mujer por la foto de perfil de WhatsApp que mostraba a una elegante ejecutiva, quizás japonesa, quien la instaba a trabajar en fin de semana con una comisión mucho más jugosa que las dos primeras: “eres afortunado, tenemos un lote sorpresa con una alta comisión para ti, abrir Binance”, decía el mensaje. Sin embargo, Rosita sabía que si accedía no podría cumplir responsablemente ni con Amazon ni con el restaurante. Así que contestó la llamada para excusarse, pero nadie respondió del otro lado. Ella lo atribuyó a la mala señal por el mal estado de su celular y se disculpó mediante un mensaje de texto aludiendo que ya había pedido permiso con el otro gerente de Amazon y que el lunes volvería con más ahínco a sus labores “online”. La ejecutiva ya no insistió.
Ese día y el domingo pasaron sin novedad, en tanto Rosita, en el restaurante, ya casi se despedía de sus compañeros de trabajo que no comprendían del todo la razón de esa inconmensurable y constante sonrisa en su faz.
Dia 4: “Complete todas las tareas para retirar su dinero”
El lunes, Rosita se encontraba ansiosa por volver al chat de Amazon del que curiosamente no tenía mensaje alguno esa mañana. Decidió tomar la iniciativa. De inmediato, se puso en contacto y la respuesta no se dejó esperar: “Abrir Binance, captura de pantalla para mí” y luego como al medio día, Rosita se habría cerciorado alegremente de la rapidez con la esa jornada habría conseguido culminar las tareas.
¡Cuánta alegría! la comisión de ese día era mucho más alta que la de los anteriores porque los artefactos que se ofrecían en Mercadeo.com habían subido su valor una vez más, ahora se mostraban televisores plasma, tablet’s de última generación, lujosas computadoras portátiles, etc. Pero… ese horrible “pero”. Al llegar a la última tarea, una vez más Rosita se quedó sin USDT’s para realizarla. La suma que debía aumentar ahora sobrepasaba los 60 dólares, como unos 450 bolivianos que debía cambiar en criptomonedas para completar la misión; y aunque en sus mensajes insistía en que no podría prestarse tal monto de nadie y que ya no le quedaba nada en su cuenta porque había apostado todo lo que tenía para empezar las tareas, el árabe le dijo que nada podía hacer si no completaba las tareas. ¿A quién podría recurrir ahora Rosita? Su hermana no tendría tanto dinero para prestarle y sus padres mucho menos.
Fue así que, bajo la promesa de aquel extraño de poder retirar todo su dinero en cuanto acabe la misión y también de poder dejar el puesto si así lo quería, Rosita se armó de valor para contactarse con nada menos que su jefa para pedirle la mitad de su sueldo por adelantado. Más o menos en una media hora el dinero ya había sido depositado en su cuenta, pues Rosita goza de toda la confianza y cariño de la administradora, que al escucharla urgida accedió sin problemas.
Con los 450 bolivianos en su cuenta, rápidamente se puso en contacto para realizar el proceso de las interminables capturas de pantalla para acceder a Mercadeo.com y realizar la última tarea. Pero justo cuando parecía haberla terminado, la plataforma le anunció otra vez que tenía una ultima tarea “sorpresa” escondida por la cual debería doblar toda su inversión para ganar una “comisión premium” de más del 70%, unos 200 dólares, 1500 bolivianos más o menos por “unas horas de trabajo”. En ese momento, el corazón de Rosita le dio un vuelco, recuerda cómo el pecho le latía a mil por hora, dando paso a la angustia y a la desesperación que rauda y dolorosamente se apoderaron de su alma. Con el estómago frío y revuelto, discernió: la habían estafado.
Mi buena amiga terminó su triste historia relatando cómo había insistido hasta el cansancio para que le devuelvan, aunque sea, solamente el último dinero invertido, cómo había llorado mares una semana entera al darse cuenta del engaño y sobre todo cómo había tenido que doblar sus turnos entre semana, haciendo mil malabares para completar el alquiler y los gastos del mes, quedándose al borde, sin casa, ni carro, ni viaje, ni tan siquiera navidad ni año nuevo.
Hoy Rosita sonríe como siempre, me dice que más bien el asalto que sufrió no fue a mano armada, que agradece a la eternidad del cielo estar sana, ilesa y que “las cosas malas que nos pasan en la vida más bien son enseñanzas. ¿Cómo si no podríamos aprender? Si cuando mejor nos vaya en la vida no podemos reconocer y disfrutar plenamente de lo que solo con nuestro esfuerzo y trabajo se consigue”, me reflexiona, como una sabia anciana lo haría. Lección aprendida para Rosita, quien, como la lecherita de las Fábulas de Esopo, tuvo que llorar sobre la leche derramada. Pero tranqui, los asaltos suceden a cada hora del día, en todos lados, todos los días y este ya pasó, porque mi buena amiga, Rosita, volvió a ser una mujer feliz, como ella misma diría, absurdamente feliz.