Donde los bichos echan humo
Ya va a ser un año que estoy viviendo en Valle Sánchez II. Es una urbanización grande y plana en la que hay monos que se la pasan pisoteando las calaminas de los techos y en donde el aire sabe estar hediendo a humo.

Supongamos que uno viene desde El Cristo, entonces hay que tirar pa'l norte por la avenida Banzer y pasar el gigante azul (casi escribo “elefante blanco”), ese estadio de la ACF, que es nuevo, pero, por decirlo de alguna forma, está en modo Percy, porque podrá ser muy locango y todo, pero ya está gastau. En fin, si el caso es que uno está viniendo de día, el estadio se ve desde la carretera, montones de hierbas malas le crecieron alrededor (y cuando uno se da cuenta de eso, la comparación con Percy es más obvia).
Aparece el estadio y hay que ponerse atento, porque uno se puede pasar el desvío de Viru Viru y ahí ya le está echando pelo (el siguiente retorno queda a un kilómetro y lleva a la Urbanización Aqualand, que parece de película de zombis, porque bien al fondo tiene un bollango de casas abandonadas a medio construir). No hay que perderse el puente grande que viborea a la salida del aeropuerto, ese lo pasa a uno hasta el otro lau de la carretera, a la entrada principal de Valle Sánchez.
Resulta que estas urbanizaciones son de la provincia Warnes, incluso dicen que Mario Cronenbold tiene su casa por aquí, pero no sé dónde. Lo que más se ve en mi zona es obra bruta y calles de arena en las que reinan pandillas de gansos y perros. ¿Se dan cuenta? No hay una casa que a uno le haga decir: “¡Ah! Fija que ahí vive el loco que les regaló fajos de billetes a los jugadores de Blooming cuando se salvaron del descenso”. Nada. Nelly. Nica. Nega. Nel. En el paisaje de mi barrio no brilla el oro, más se ve el verde del monte, el naranja de los ladrillos chutos, el gris sucio del cemento que se pone viejo por el agua y ese café claro de la arena, una arena que de 12:00 a 14:00 es brasa pura y hace que ya nadie se anime a salir descalzo (ni los jausi siquiera).
Aquí un detalle: en los valles Sánchez hay que manejar con cuidado, porque los mototaxistas se adueñan de las avenidas. Hace cuatro o cinco meses, un enchalecau (así les digo) se tiró contra una Tacoma blanca en el cruce de la plaza principal, a tres metros de la parada; en solo diez segundos el bollo de mototaxistas estaba encima de la doña de la camioneta, seguro le decían que tenía que pagar los daños (y capaz en dólares, porque esas motos se ponen carísimas cuando el grupo de enchalecaus es grande). Estos señores deben sacar sus buenos quintos con esa movida (sé, de buena fuente, que la hacen seguido), pero muchas motos siguen chuecas nomás y sus enchalecaus no dejan de doblarse enteringos pa' mantenerlas en equilibrio.
Lo que me gusta de esta zona es la comida. Los que cocinan por acá cobran lo mínimo y sirven bien. Es buena joda la cena, con veinte sopes uno come hasta quedar arrepentido. Además, hay pensiones, carros de comida y chebolis pa' perderse un buen rato escogiendo. Y eso está bien, porque hace un mes, por ejemplo, tuve que dejar de ir al puesto que más me gustaba.

Pasa que el dueño le dijo a un vecinito que, de grande, tenía que ser cholero como su padre, ¡como el padre del niño! Y…, bueno, eso me sacó bilis a la garganta, ¿se dan cuenta?, pero la pasé con mi chicha bien fría. Solo me fui después de que los dueños del local (no digo los nombres porque no los sé) empezaron a pelear. El hombre le dijo “borracha” y “floja” a su mujer, ella contestó que él era más borracho y que, además, era un “pa' naa”. Sentí mi sangre en los cachetes, me acabé rápido el pacumuto y pelé pa' la casa, calladingo, como si me hubieran maltratau.
Y…, bueno, ya que estoy caracheándolo todo, aquí va otra advertencia: el hombre que atiende en la venta de la curva del puente Pedro Vélez confunde fácil un billete de cien con uno de cincuenta y ahí es cuando uno, si está pensando en la corteja a la hora de recibir el cambio, pierde plata y ni se entera. No sé si los confunde a propósito, pero de esas cosas uno se cuida por estos laus. Después, los barrios de la zona son seguros, no hay asaltos (que yo sepa).
No quiero dejar pasar lo de la señora de los perros diabólicos. Resulta que por abajo del Pedro Vélez pasa un riachuelo bello en el que hay harto pescau. Pero si a uno se le ocurre caminar por el agua, en contra de la corriente, termina pasando cerca de la casa de una mujer que se queda mirando mientras sus tres perros bajan por el terraplén, se meten al agua y lo acosan a uno hasta hacerlo dar media vuelta cagau de miedo. ¿Y será que la doña hace algo? ¡Cera! ¡Cerapio! ¡Cuántas nalgas habrán mordido esos cabrones! Y ella “bien, gracias” allá arriba, parece que se divierte.
Nada más, después de eso el barrio está bien. A no ser que llueva. Si llueve, las calles de arena solo sirven pa' patinar. Las personas que llegan a pie se resbalan; a los autos les pasa lo mismo y quedan plantaus en las orillas, con el barro hasta las puertas. Las motos zafan mejor. Lo bueno es que al día siguiente fija que pela el sol y el barro se endura, las calles quedan como de la guerra del Chaco, pero ya nadie se resbala. Los gansos de los vecinos vuelven a hacer pandilla y se ponen a graznar desde las 06:00 (perros y gallos largan antes).
Así nomás es la vida por estos rincones: están las motos, los monos, la predicadora lunática que sale a gritar la palabra del Señor desde la medianoche hasta que amanece… Pero sobre todo está el humo y nunca deja de estar. No es el mismo humo que hay en la capital de Santa Cruz, allá el aire apesta a caño de micro; aquí es más… natural, digamos. Pasa que los vecinos queman desde bollitos de hierbas secas hasta alamedas enteras y lotes baldíos, todo lo que les crece cerca lo queman, incluso corriendo el riesgo de prenderles fuego a sus propias casas (ya los he visto, asustaus, trajinando con baldes y regando con mangueras pa' controlar las llamas).

Creo que quieren espantar a los mosquitos, a las apasancas, carachupas, alacranes, víboras, chulupacas, ranas, sapos... No sé, parece que el primer uso del fuego sigue siendo la pelea con el monte, como en El libro de la selva, cuando Mowgli se agarra con Shere Khan y le gana a punta de carbonizarle el culo.
Uno diría que el humo y la urbanidad van de la mano, ¿se dan cuenta? En fin, por lo menos ahora tenemos barbijos, disponibles a un sope en las licorerías y ventitas de nuestro pujante Norte Integrado.