Hasta siempre, profe Adolfo…
Recuerdo que conocí al profe Adolfo Cárdenas en la primaria de una escuela pública. Era mi profesor de inglés, aunque lo que más recuerdo de sus clases son sus agraciados dibujos a tiza en el pizarrón. No imaginé entonces que ese personaje de piel roja y bigote blanco se tratara de un escritor, ni tampoco imaginé que yo terminaría siendo otro.
Cuando nos reencontramos en la universidad, él nuevamente como docente, yo como el alumno de última banca que siempre fui, forjamos una amistad huidiza de encuentros esporádicos e inverosímiles, mayormente en Alto Obrajes, donde ambos vivíamos y donde escribió la mayor parte de su obra, incluida su Periférica Blvd. Al respecto, recuerdo que en cierta ocasión lo encontré en un café Internet frente a la Normal, cuando imprimía desde un disquete una copia de ese clásico de la literatura para el concurso del Premio Nacional de Novela que, al final, no ganó. Años después, se sorprendió cuando yo, su discípulo, sí lo hice.
Pero el tiempo le dio la razón. Periférica Blvd. es un best-seller que se leyó más que todos los premios juntos. Desde entonces prometió ponerme como personaje de alguno de sus cuentos, desconozco si lo hizo. Lo que sí sé, es que fue él quien ideó al “Beatito René” junto a sus estudiantes de Artes. Sí, el “Beatito”, ese muñeco de plastilina por el que la carrera de Literatura organiza un preste cada año la noche de Difuntos.
Otra anécdota, de las tantas en las que coincidimos inesperadamente, fue cuando jugamos un 2 contra 2 de futbolín en la feria de Alasitas. Él hacía pareja con su inseparable Sonia y yo con mi inseparable Pamela. Ganamos porque el profesorcito de metro y medio apenas alcanzaba a poner la vista sobre la canchita. Le hice una broma al respecto, apuntando que él parecía otra miniatura más de Alasitas, y él me respondió con su infaltable humor: “sí pues, yo nací, no crecí y moriré así, como un Ekeko”.
Febrero, una vez más, le dio la razón, justo un domingo de entierro del pepino.
Hasta siempre, profe Adolfo…