Colores reales

Son aves, hermosas aves que parecen efímeras, como las pocas alegrías que vive el joven Dafnis en su búsqueda. Las podemos escuchar en los ligeros y melancólicos cantos de un piccolo a orillas del mar, con los ojos entreabiertos percibimos los delicados destellos en la arena de la playa en los clarinetes y flautas que arpegian un murmullo íntimo. Es un amanecer brillante y triste. Dafnis se recupera de la inconsciencia, despertando solo para contemplar la voluptuosidad del horizonte griego en medio de su desolación por no encontrar a su amada Cloe. Podemos ver el rosado y celeste marino, mientras la tristeza parece desbordar la mente de Dafnis, los murmullos se convierten en una marea enorme donde las olas de los violonchelos nos llevan hasta la bucólica y luminosa salida del sol, que luego parece desvanecerse en el éter. Así comienza el amanecer de Dafnis y Cloe, escrita por Ravel en 1912, un ballet que nos sumerge en las subjetivas aguas del impresionismo francés.
Maurice Ravel fue uno de los grandes compositores franceses. Dentro de toda su genialidad, una de sus grandes maestrías era su capacidad para escoger y empastar los sonidos de la orquesta, creando colores nunca antes escuchados. De una personalidad delicada y sensible, solía asombrarse proezas técnicas, como un niño impresionado por sus descubrimientos acerca de las posibilidades humanas; una vez, observando un ave mecánica dijo: “Puedo escuchar sus latidos”. Solía pasear por sus jardines adornados con detalles japoneses o por sus cuartos delicadamente decorados, para después sentarse a componer en el piano bajo una soberbia fotografía de su madre. Su disciplina era casi religiosa, así como su ética por el arte, las decisiones artísticas se tomaban con absoluta seriedad; fiel a su sensibilidad, asumía una responsabilidad absoluta sobre su obra. Los detalles hacen su música inconmensurable. El cuidado de su partitura permite ver con absoluta transparencia los colores orquestales, los matices de la música y los peligros y dulzuras de la ambigüedad, que a su vez se verán en las delicadas manos de la bailarina intentando aferrarse a Dafnis.
Después de escuchar a Ravel la vida se vuelve de colores, colores reales, pero no violentos, que se transforman (y nos transforman a su vez), sumergiéndonos en un mar de delicadezas y emociones. Solo así puedo imaginarme la historia de Dafnis y Cloe, dos jóvenes que fueron encontrados y criados por dos familias de pastores, crecieron, se enamoraron y luego fueron separados para evitar que su unión florezca. Se encontrarán finalmente, pero el difícil camino será casi insoportable para ambos. De la misma manera, la coreografía de Fokine no relata simplemente la historia, sino que nos muestra las emociones de nuestros personajes en una entrega corporal que nos lleva a estados alterados de la conciencia, no por una exageración, sino por un desborde que se convierte en un nirvana. Si la perfección existe, seguramente está en esta obra.
Cloe es su amada, su búsqueda lo lleva al borde de la desesperación, una flauta melancólica hace evidente que su recuerdo es doloroso y constante, para después mirar directamente al sol buscando una respuesta, ese amanecer casi sexual permite ver con claridad el objetivo de Dafnis, debe recuperarla para ser fiel con él mismo. Ahí la melancolía se apodera de él, lo frenético se agota y su andar cansino nos revela sus cualidades humanas, el ritmo lento de la orquesta y otra vez la flauta triste expone sus debilidades de la forma más delicada y respetuosa, un coro de voces que no dicen nada nos recuerda la soledad de su búsqueda y a la vez lo importante de su misión. El final de la obra no da un encuentro íntimo, que queremos, pero sabemos que no podremos contenerlo, así Ravel juega con melodías etéreas, que se entrelazan, y el murmullo que nos devuelve a la claridad, en este caso, ya no solo la luz del día sino del encuentro, rememorando la travesía, ese trayecto de emociones dibujado por la sensibilidad de Ravel, que nos demuestra que el arte nos permite ser humanos.

(Recomiendo escuchar la Suite No. 2 de Daphnis et Chloe, dirigida por Seiji Ozawa)